La tercera es la vencida y vale por cinco. “Historia de lo oculto” es una película independiente que llegó a Netflix y a la cual, desde este blog, decidimos acompañar y ver qué salía del intento, utilizando a la peli como disparador. También hubiéramos podido hacerlo con La Frecuencia Kirlian, la serie del mismo director, Cristian Ponce, disponible en esa plataforma.
Ya tuvimos dos ensayos difíciles de empardar, uno de Daniel Sargatal y otro de Sirius Mazzu, dos afilados escribas de la casa. Para no decaer, cerramos con otras cinco ideas. Las opiniones especializadas de Jorge Bernárdez (crítico), Santiago Slabý (“Netfliz para pobres”), Cynthia Sabat (crítica), Kokote Multiversal (chamamecero psicodélico, artista multitask y conspiranoico profesional) y la del editor de Factor, que aporta temblorosamente un texto poco aconsejable para quienes todavía no la vieron.
Uno entra a Netflix a curiosear y de la nada aparece como recomendada una película argentina en blanco y negro de género. La aparición de algo así dentro de un menú que no suele caracterizarse por ofrecer rarezas es, en sí misma, una invitación a meterse en «Historia de lo oculto». La siguiente sorpresa es advertir que dura, apenas, una hora y veinte minutos. A medida que avanza este extraño objeto fílmico subido a una de las plataformas audiovisuales más importantes, el espectador advierte que hay una apuesta arriesgada y cinéfila.
La historia se desarrolla en Argentina en el año 1987 pero no está Raúl Alfonsín en el gobierno ni hay carapintadas y las islas Malvinas son un lugar publicitado como lugar turístico amable y argentino.
Un equipo periodístico va a protagonizar la historia central, es su último programa. Tienen una investigación en marcha que puede hacer tambalear al gobierno que ha llegado al poder gracias a un importante laboratorio. El clima es de pesadilla, hay política y ocultismo. El programa «60 minutos antes de la medianoche» se juega mucho más que algunos puntos de rating pero corren contra reloj.
Con algo de «La Dimensión Desconocida» o de «Black Mirror», si prefieren una referencia más actual, «Historia de la oculto» es una buena propuesta que se sale de los moldes de lo que suele promover el cine nacional. Hay que dejarse llevar por la historia y ver hasta dónde llegan los audaces periodistas de la historia, además de estar atentos a las referencias y a los guiños cinéfilos que abundan pero no son molestos ni están usados para alardear de nada sino para dar pistas al espectador avezado.
SOBRE EL AUTOR. Jorge Bernárdez es periodista, escritor y crítico de cine. Fue cinéfilo de cabecera en Últimos Cartucho y sigue en «El Alargue» y allí donde es convocado.
Es una de las películas argentinas de misterio sobrenatural más originales e interesantes en muchísimo tiempo. Argentina siempre fue un ornitorrinco cuyo carácter y ubicación en latinoamérica demandó la evidencia, arrogancia europeísta aparte, de que hay algo más, algo extraño. “Historia de lo oculto” explora tendencias esotéricas de orden tácito en nuestra estructura cultural con sagacidad y estilo. Una noche de un 1987 tan creíble que hace dudar al espectador si quizá, en algún mundo, todas esas cosas pudieron haber ocurrido.
SOBRE EL AUTOR. Santiago Slabý es dibujante de animación, fundador y animador de Netfliz para Pobres.
Historia de lo oculto, algo así como un thriller político-sobrenatural, es toda una rareza. Filmada en blanco y negro, pero con unos toques de color que sorprenden, este film escrito y dirigido por Cristian Ponce, y made in La Plata, llega para toda Latinoamérica y España, y seguramente no dejará a nadie indiferente. De tono alegórico, algo pretencioso, ya desde el comienzo demuestra una cinefilia rabiosa pero también un ánimo lúdico que deja al espectador un tanto descolocado. Entrar o no en el juego, tomar la invitación y dejarse llevar por el espíritu secretista donde el monstruo sea quizás un estado de cosas, que está en todas partes y en ninguna.
SOBRE LA AUTORA. Cynthia Sabat es periodista, editora, docente, poeta y productora de TV (Tea Imagen). Fue directora y editora del Diario Oficial del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (2003 a 2005). Fue editora de la revista Haciendo Cine (2005 a 2008). Es directora de Comunicación Efectiva.
EFICAZ ESTÉTICA OCHENTISTA. “60 minutos antes de la medianoche” está entre “Hora Clave” de Mariano Grondona y el “60 minutos” de José Gómez Fuentes. Su conductor es un periodista veterano, físicamente parecido a Neustadt pero infumable como Santo Biasatti.
La producción de un programa televisivo de corte sensacionalista, financiada por el misterioso dueño de una farmacéutica, planea una operación mediática para vincular al presidente con un turbulento caso de asesinato ritual. Este es el puntapié de una intrigante ficción que juega exitosamente a desdibujar las fronteras entre el thriller parapolítico y el relato sobrenatural.
A partir de ahí, una montaña rusa donde no falta nada: complot, brujería, drogas alucinógenas, ritos de iniciación, sucesos paranormales y un largo etcétera apasionante y perturbador.
La idea según la cual detrás del poder real se esconde un círculo de iniciados a las ciencias ocultas es un clásico del realismo fantástico –“El Retorno de los Brujos” viene a la mente– y más recientemente en la literatura conspiranoica. Sin embargo, “Historia de lo oculto” le da varias vueltas de tuerca al asunto manejándose en ese espacio liminal o “intermedio” en el que la charlatanería y lo paranormal se confunden. Ese espacio (meta) ficcional y sincromístico, más vinculado a lo onírico o los viajes psicodélicos, es justo lo opuesto a los misterios del relato policial o el thriller clásico. Acá, como en los antiguos mitos, el misterio no se resuelve, se vive y se atraviesa como un rito de iniciación. Al terminar la película, el espectador queda con más preguntas que respuestas, pero estimulado y con los sentidos alterados.
La ambientación de época de lo que parece ser una Argentina alternativa de la década del ochenta donde spots para veranear en las Islas Malvinas y alusiones a clásicos del cine de horror en versiones apócrifas, como “Andrea del Boca poseída en El Exorcista“ y “El Bebé de Rosita”, mencionadas al pasar por uno de los personajes cuando se refiere al llamado “pánico satánico” como estrategia de manipulación psicológica, es un guiño magistral para los que amamos las ficciones paranoicas de Philip K. Dick ambientadas en realidades paralelas, solo levemente distintas a la nuestra en pequeños detalles cotidianos.
Breve addenda paranoica
Gran parte de “Historia de lo oculto” me remitió a ese concepto algo esotérico según la cual la ficción termina creando la realidad, y no al revés. Quien esto escribe estuvo casi una media hora tratando de dar con el término exacto sin éxito. Palabras como “Hipertición”, “Hipertision” o “Ipertición” (entre múltiples variantes) fueron tipiadas en el buscador solo para dar con reportes médicos sobre alta tensión arterial y patologías afines (“Quizás quiso decir Hipertensión”). La alusión al concepto y una breve contextualización hubiesen ayudado a enriquecer esta reseña. Pero mi memoria es frágil y no quería ser pescado in-fraganti, tocando de oído. La sensación de ser demasiado dependiente de ese ente arcóntico algorítmico llamado Google no ayudaba a levantar la moral.
El fracaso del buscador –no de Google, sino del autor de estas líneas– parecía cifrar algo perturbador. ¿No había ya agotado las variables combinando distintas letras hasta que ese enjuague de algoritmos se las arregle para sustraerme de la palabra buscada?
La palabra parecía haber desaparecido de este mundo, si es que alguna vez había existido. ¡Y hubiese jurado sobre el «Necronomicón», «El Libro de los Condenados» y «La Biblia» que la había leído innumerables veces! ¿Qué clase de brujería era esta? ¿O este film maldito me estaba jugando una mala pasada, alterando mi consciencia o los detalles de mi realidad cotidiana? ¿O acaso me estaba volviendo loco?
“Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”, escribió Arthur Clarke aunque en mi caso otra idea del viejo Burroughs me sentaba mejor. “El hecho de que estés paranoico no significa que no estén tratando de atraparte”.
Me fui a comprar una birra.
El concepto de “Hiperstición” –desarrollado por Nick Land y la Cybernetic Culture Research Unit (CCRU) – es definido como “una idea performativa que provoca su propia realidad, una ficción que crea el futuro que predice”.
Esta aclaración que llegaba como salvavidas del otro lado del chat era del editor.
Me sentí aliviado.
Ahora tenía la prueba. Mi error había sido de tipeo, no fruto de memorias implantadas por fuerzas maléficas. Y, mejor aún, ya podía descartar la posibilidad de que esta misteriosa producción fuese en realidad un potente conjuro capaz de trasportarlo a uno a una realidad levemente alterada solo detectable por pequeños cambios y muy sutiles glitches en la Matrix.
Agradecido, abrí mi tercera cerveza y brindé por las fuerzas protectoras de la razón y la buena memoria.
SOBRE EL AUTOR. Nicola Delpo (bien conocido como Kokote Multiversal, o Dr. Multiversal) es músico, guionista, eventual realizador audiovisual y en sus palabras «opinologo chapucero todo terreno». Autor de efímeros blogs y músico fundador del combo de chamamé psicodélico Los Síquicos Litoraleños, Nicola hoy reside en La Paz, Bolivia, donde planea un documental sobre las ruinas de Tiwanaku y misterios afines.
Todo ocurre dentro de la caja boba, aunque la trama se cocina en una casona donde el equipo de producción de un programa mezcla de “Hora Clave”, “ 60 minutos” y “Zona de Investigación” sostiene la emisión en la clandestinidad, entre sombras que acechan, un viaje alucinógeno que desdibuja la realidad y la amenaza vacilante sobre el mistérico presidente de una corporación, cuyo endemoniado poder está claro desde el minuto cero.
Hay ingredientes reales o realistas y fantásticos y, esquivando las olas, el plan consiste en adivinar cuál es cuál. Hay que sobreponerse a las explicaciones que colonizan la mente del espectador durante toda la primera parte, por eso no voy a culpar a nadie que se haya quedado dormido: a mí me pasó, no una vez si no dos, antes de llegar a la mitad –lo atribuí al estrés. Tuve razones para insistir hasta completar la sentada y no fue por mero disfrute estético. Algo más me susurraba que valía la pena superar el límite y averiguar si no había sido una pesadilla. Así supe que estaba despierto –mejor dicho, entre el sueño y la vigilia– y lo que supuse alucinaciones hipnopómpicas fue el desenlace de “Historia de lo oculto”.
Terminé de entender el sentido de esas visiones de duermevela cuando vi la película por tercera vez, no sé si lúcido y en pleno ejercicio de mis facultades mentales, pero al menos sin estar bajo los efectos de otra sustancia que no fuese la película misma.
La emisión televisiva que atraviesa esa hora, “60 minutos antes de la medianoche”, promete una revelación que depende exageradamente del azar y la comprensión de varios factores, entre los que recuerdo: el sentido de unos signos indescifrables hallados en la agenda de una misteriosa víctima, el número de hijos de los poderosos, el abandono de los sponsors, el acoso cercano al sabotaje de las autoridades del canal y la confluencia de una serie de condiciones más allá del rango de los eventos previsibles.
(Luego, en una entrevista, el director confesó que había jugado con un salpicón de informaciones no necesariamente transparentes a fin de estimular una libre interpretación de la película. Qué felicidad saber eso. Gracias Cristian Ponce.)
De los momentos hiperclimáticos del film, dos me permitieron descubrir un sentido personal a esta obra parecida a un «I Ching» conspiracionista, cuyos avatares oscilan entre la lucha por la verdad de un grupo de periodistas, una movilización popular que empezará cuando termine el programa y el aviso del fin del futuro proclamado en vivo por un gurú milenarista.
Mi primer megaclimax fue el enfrentamiento entre Adrián Mercato, el brujo y empresario culo y calzón del poder, cuando consigue desbaratar al senador opositor preguntándole por una hija perdida, y el papel algo patético del escritor Daniel Aguilar, que pretende desenmascararlo balbuceando muletillas sobre su condición de estafador y líder de una secta del fin del mundo. Pues bien, me identifiqué con ese antipático Aguilar –para más Inri, sociólogo antisectas, un auténtico oxímoron–, quien le endosa a Mercato un estridente bagaje de acusaciones horribles. El brujo, a su vez, denuncia aspectos escandalosos sobre la intimidad conyugal de Aguilar y lo noquea con un puñetazo psíquico.
En alguna de esas escenas, en las que un amigo, antropólogo él, vio un clisé comparable a las que abundan en «El Reino», yo encontré una situación rara, poco realista y original, de un enfrentamiento estereotípico donde los contendientes mantienen un combate parejo –se prodigan un escrache verbal simétrico, incluso en lo incomprobable de sus bravuconadas– hasta que gana la pulseada el que tiene el poder psicotrónico de hacer sangrar la nariz. Nada de eso es convencional.
A comienzos de los 90 me tocó varias veces estar en el papel de Aguilar –ir a la tele a pelear con gurúes–. Esa realidad en blanco y negro, malos de un lado, buenos del otro, era estereotipada de véras. Hoy puedo ver que la denuncia que parece documentada seguida del escrache periodístico, no es más potente que la autodefensa de un gurú acusado, más cuando el público lo percibe como una víctima indefensa.
La realidad también puede ser distinta: el escritor intenta socavar el prestigio de un líder religioso, enredado en las telarañas del poder, y lucha en secreto por recuperar a su hija desaparecida; un gurú cercado decide confesar sus crímenes, pero fuerzas ocultas interfieren la transmisión; la descarga psicoide es tan fuerte que él queda catatónico y así sobreviene la pregunta: “¿Quiso Mercato pasarse de brujo y probó un poco de su propia medicina?”.
No vi la simplicidad de una “secta destructiva” en la polivalente trama de “Historia de lo Oculto” (sí me molestó, en todo caso, el equívoco uso de la expresión “pánico satánico”, que a mi juicio no se refiere a nada parecido a una «manipulación psicológica» *).
La segunda situación en la que me sentí interpelado se la agradezco a María, la indómita productora periodística. Si bien me hizo volver a pensar en el escepticismo de Dana Scully (una estupidez cuando se mantiene incólume o se dogmatiza ante hechicerías evidentes, como se lo advierte el sospechosísimo Abel), María se resiste hasta donde puede antes de viajar a planos psicodélicos para resolver problemas de este plano. Recurrir a un alucinógeno para encontrar una respuesta real representa la imposibilidad de hacer periodismo en un entorno donde la verdad, y la búsqueda de verdad, no importan un comino.
Así las cosas, frente a la contundencia de lo esotérico, María “no entiende nada”. Pero acepta meterse en la visión porque, a esa altura, todo le da igual y, si no es el fin del mundo, será el fin del programa.
“Lo que estamos haciendo acá no tiene nada que ver con lo que yo entiendo que es el periodismo”, dijo María. Ella podría haber derrotado el miedo de un portazo. Sin embargo, se lastró la mandrágora y se sumó, con su gente, a un viaje a lo desconocido. El compañerismo está por encima de la verdad. Muchas veces es así. Del mismo modo que existen jefes que merecen terminar con el cerebro destartalado, sobre todo si toman a becarias principiantes para mandarlas al muere en misiones confusas o imposibles.
Para terminar: si un autoproclamado escéptico afirma que brujos, gurúes y telépatas “sin duda obran de mala fe”, alguien más lo puede cuestionar adulando su capacidad de adivinar intenciones. Su escepticismo choca contra una contradicción insalvable: para descartar otras opciones, también debería ejercer cierta clase de dominio de la telepatía u otras técnicas de lectura mental. Ese troglodita que ejerce un escepticismo maltrecho puede ser,sin embargo, un personaje creíble. No imagino a organizaciones racionalistas clamando por la distorsión de la figura del «escéptico». Debería suceder lo mismo cuando un relato necesita recurrir a determinados estereotipos. Quizá así podemos disfrutar más de los claroscuros de historias intrigantes como las que cuenta Ponce, prima segunda de The Vast of Night (A. Patterson, 2019), otra joya de la ficción científica en este caso basada en sucesos reales ocurridos en Kecksburg, Pensilvania, el 9 de diciembre de 1965.
«Historia de lo oculto» es una peli a la medida de las pesadillas de cada uno, incluidas las de quienes se quedaron dormidos o abandonaron antes del fin: que los últimos sepan que vale mucho la pena darse una segunda y, como me pasó a mí, hasta una tercera oportunidad.
Nota:
(*) El “pánico satánico” como categoría surgió en los EE.UU. a partir de los estudios que relacionaron el sensacionalismo mediático con la oleada de casos de “abuso ritual satánico” durante el ascenso a comienzos de los ‘80 de la nueva derecha, influida por los telepredicadores evangélicos. Esa histeria dio lugar al síndrome falsas memorias, a falsas acusaciones y a juicios caros y largos que arruinaron la vida de los involucrados. La oleada estadounidense de noticias sobre ritos satánicos fue una construcción social reutilizada recientemente por el trumpismo para crear pánico en torno a sus rivales del Partido Demócrata, aunque movidas conspiracionistas como QAnon cambiaran adoradores del diablo por reptilianos.
SOBRE EL AUTOR. Alejandro Agostinelli es editor de FactorElBlog.com Ex ufólogo, ex activista escéptico, hoy cronista. Es autor de “Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina” (Random House-Sudamericana, 2009).
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