En 2016 se cumplirá el vigésimo aniversario del fallecimiento de Carl Sagan (1934-1996), y ya empiezan los preparativos: The Tracking Board anunció el rodaje de la película sobre la vida del gran astrofísico.
Después de la película basada en su libro («Contacto», 1997), después de los mil y un homenajes, como la consolidación del Día de Carl Sagan o de la revitalización de su figura a partir de la reversión que hizo de «Cosmos» Neil deGrasse Tyson, algunos espíritus exacerbados -curiosamente, los mismos que suelen denostar la religión- idolatran al hombre.
Así, preocupado por el abuso de argumentos de autoridad para defender las ideas de Sagan, Oscar Catalfo (quien en otras ocasiones colaboró con Factor), rebate la sacralización del gran divulgador de la ciencia con algunos ejemplos de sus meteduras de pata.
Vimos por TV Cosmos de Carl Sagan hace ya más de 30 años.
Fue una forma de mostrar la ciencia que cambió la manera de ver la realidad y de razonar de muchos de los que tuvimos la posibilidad de seguirla.
Con el tiempo, Sagan fue convirtiéndose en una figura de referencia de quienes adoptamos posturas escépticas ante nuestras experiencias en la vida. Aprendimos a cuestionar, a formular preguntas adecuadas y a saber íntimamente que no teníamos certezas, solamente podíamos establecer la mayor o menor probabilidades de que algo fuera real. Experimentamos el placer de comprender al mundo y al universo, sin sentir ninguna angustia por no saber si tiene o no tiene un propósito.
Después de su temprana, infortunada y lamentable muerte, la figura de Carl fue creciendo, casi llegando a adquirir el estatus de una especie de “santo secular”, al que algunos recurren para justificar la certeza de lo que afirman contra pseudociencias, religiones y otros temas, sin detenerse a pensar que Sagan siempre antepuso la condición de humildad de la ciencia a la soberbia de la ignorancia.
Hay que recordar sus grandes aciertos, pero también algunas de posturas que lo muestran humano y falible como a cualquiera.
En El mundo y sus demonios (1), al que muchos consideran “la biblia del buen escéptico”, Sagan escribe:
“La curación por la fe puede ayudar en enfermedades placebo o mediatizadas por la mente: un malestar en espalda y rodillas, dolores de cabeza, tartamudeo, úlceras, estrés, fiebre del heno, asma, parálisis histérica y ceguera, y falso embarazo (con cesación de períodos menstruales e hinchazón abdominal). Hay enfermedades en las que el estado mental puede jugar un papel clave. La mayoría de las curaciones de finales del Medioevo que se asocian con apariciones de la Virgen María eran parálisis súbitas, de poco tiempo, parciales o de todo el cuerpo. Además, se mantenía en general que sólo se podían curar de este modo los creyentes devotos. No es sorprendente que la apelación a un estado mental llamado fe pueda aliviar síntomas causados, al menos en parte, por otro estado mental quizá no muy diferente.
Pero hay algo más: la fiesta lunar de la cosecha es una celebración importante en las comunidades chinas tradicionales de Norteamérica. En la semana precedente a la fiesta, la tasa de mortalidad de la comunidad cae un 35 por ciento. En la semana siguiente sube el 35 por ciento. Los grupos de control no chinos no muestran este efecto. Se podría pensar que se debe a los suicidios, pero sólo se cuentan las muertes por causas naturales. Se podría pensar que la causa es el estrés o el exceso de comida, pero eso difícilmente explica la caída de la tasa de mortalidad antes del festival. El mayor efecto se produce en personas con enfermedades cardiovasculares, en las que se conoce la influencia del estrés. El efecto sobre el cáncer era pequeño. En un estudio más detallado resultó que las fluctuaciones de la tasa de mortalidad ocurrían exclusivamente entre mujeres de setenta y cinco años o más: como la fiesta lunar de la cosecha está presidida por las mujeres más ancianas de las casas, eran capaces de postergar la muerte una o dos semanas para ejercer sus responsabilidades ceremoniales. Se encuentra un efecto similar entre los hombres judíos las semanas dedicadas a la Pascua judía —una ceremonia en la que los ancianos desempeñan un papel central— y, de modo parecido, en todo el mundo por cumpleaños, ceremonias de graduación y cosas parecidas.”
Sagan obtiene estos datos del JAMA Journal of the American Medical Asociation Vol. 263-Nº14 April 1990, Phillips, David; Smith, Daniel, del artículo titulado “Postponement of Death Until Symbolically Meaningful Occasions” (Postergación de muerte en ocasiones de alto simbolismo mental). Lo ve publicado, suspende su juicio crítico y se lo cree, ya que él lo consideraba aceptable. Años más tarde, los mismos autores publican que -reexaminada la aseveración según la cual «los chinos se podían morir cuando querían»- los datos reales no la sostienen. O sea, como era lógico, la gente no puede controlar cuándo se muere. Obviamente, la primera publicación está replicada en muchas páginas, mientras que la refutación en casi ninguna. El caso es que quién se lo creyó y quizá más lo divulgó es alguien a quien tomamos como guía de pensamiento crítico (2).
Esto casi es meramente anecdótico: veamos otras opiniones aún más sesgadas.
En 1960, Drake organiza la primera conferencia SETI, donde presenta la famosa ecuación de Drake, basada en los siguientes parámetros:
N=R* fp ne fl fi fc L
Donde N: representa el número de civilizaciones que podrían comunicarse en nuestra galaxia, la Vía Láctea. Este número dependía de varios factores:
R*: es el ritmo anual de formación de estrellas «adecuadas» en la galaxia.
fp: es la fracción de estrellas que tienen planetas en su órbita.
ne: es el número de esos planetas orbitando dentro de la ecosfera de la estrella (las órbitas cuya distancia a la estrella no sea tan próxima como para ser demasiado calientes, ni tan lejana como para ser demasiado frías para poder albergar vida).
fl: es la fracción de esos planetas dentro de la ecosfera en los que la vida se ha desarrollado.
fi: es la fracción de esos planetas en los que la vida inteligente se ha desarrollado.
fc: es la fracción de esos planetas donde la vida inteligente ha desarrollado una tecnología e intenta comunicarse.
L: es el lapso, medido en años, durante el que una civilización inteligente y con posibilidades de comunicarse puede existir.
Esta ecuación, a la que suscribió Sagan y permitió consolidar al SETI como una real inquietud científica, alcanzó su máximo esplendor con la creación de la Planetary Society.
Ahora, si bien la ecuación de Drake parece seria, adolecía de un problema serio: ninguno de los términos de la ecuación podían (y ni si quiera hoy pueden) ser conocidos; es más, tampoco pueden ser estimados. Esta ecuación funcionaba mediante suposiciones y conjeturas; sólo son meros enunciados de juicios hechos a priori (o prejuicios). En ciencia no deberían existir las «suposiciones informadas». El solo hecho de enunciar cuántos planetas con vida podrían comunicarse es nulo, ya que no hay manera de hacer una suposición en base a evidencia informada. No son nada más que juicios parcializados.
Así las cosas, la ecuación de Drake puede tener cualquier valor, desde trillones hasta cero. Esto significa que una expresión que puede tener cualquier resultado no significa nada, no tiene sentido y tiene muy poco que ver con la ciencia. Sin embargo, en algún momento fue la base para comenzar con la búsqueda de la vida extraterrestre. Comenzó a utilizarse la expresión porque estaba “consensuada científicamente”, terminología difícil congeniar con el método científico, que exige evidencias.
Y aunque después tomó fuerza la teoría de la “Tierra Rara”, que enfatiza las condiciones muy particulares que tiene nuestro planeta: estar prácticamente fuera de la “zona habitable” definida por Drake, tener un efecto invernadero (que permitió la existencia de agua en estado sólido, gaseoso y líquido y por lo tanto de océanos –la temperatura de la Tierra sin este efecto invernadero, hoy tan desacreditado por el cambio climático, sería de casi 30ºC menor), la existencia de un campo magnético que protege la superficie de la radiación solar y galáctica, tener una luna que permite las mareas en el océano, los cambios en la precesión del eje, la influencia no sólo del Sol y la Luna, sino de Júpiter, en cambios en la órbita terrestre, haciéndose en determinados momentos una elipse más alargada y producir cambios climáticos muy intensos en cortos intervalos de tiempo, etc., lo cual sugiere que la Tierra podría ser única, o por lo menos que planetas como ella sean muy poco abundantes. Esto se puede advertir en las características, apenas parecidas pero nada semejantes, de los exoplanetas que se están descubriendo.
Pero científicos y público ya habían “comprado” la idea subyacente del Proyecto SETI, considerándolo con mucha tolerancia. Al fin y al cabo, se trataba de una búsqueda apasionante y la gente quería que se investigara. (Yo mismo me asocié a la Planetary Society para colaborar económicamente cuando los fondos gubernamentales de USA se redujeron, con el aliciente de recibir sus folletos informativos.) No existen motivos para ser un “aguafiestas” y ponerse en contra de la investigación y divulgación de la astronomía.
Ciertamente las hipótesis, aunque sean indemostrables, sirven como catalizadores educativos. Y si bien hablar de búsqueda de extraterrestres es una buena idea para enseñar ciencia al público, al mismo tiempo debe ser explicado que la ecuación de Drake sólo es una especulación disfrazada de ciencia. La ciencia involucra la elaboración de hipótesis demostrables. La ecuación de Drake, todavía, no puede ser ensayada ni probada; por lo tanto no es ciencia, pese al “consenso científico” que parece darle sustento.
Al final, resulta evidente el fin “político” del asunto. Hay que generar ingresos para la investigación y ¿qué mejor que convencer al elector, así exige al gobierno que se otorguen los presupuestos necesarios? Es allí cuando la cuestión se relaciona con las ciencias sociales, obviamente que entre ellas la política. Carl Sagan se metió de lleno en ello.
En 1976 cinco científicos, incluyendo a Richard Turco y Carl Sagan, publicaron un estudio en Science titulado «Nuclear Winter: Global Consequences of Multple Nuclear Explosions.» (El Invierno Nuclear: Consecuencias Globales de Múltiples Explosiones Atómicas). El intentó cuantificar rigurosamente los efectos atmosféricos, con la añadida credibilidad que ganaría por un modelo computarizado del clima.
Este estudio comprendía la utilización de otra ecuación, sugestivamente similar a la de Drake, si bien debemos que reconocer que nunca fue expresada formalmente.
Estaba expresada en los siguientes términos:
Ds = Wn Ws Wh Tf Tb Pt Pr Pe… etc
(La cantidad de polvo troposférico = número de cabezas nucleares x tamaño de las cabezas x altura de la detonación x inflamabilidad de los blancos x duración del incendio del blanco x partículas ingresadas a la atmósfera x reflectividad de las partículas x duración de las partículas… etc. etc. etc.)
Lo mismo que con la ecuación de Drake, ninguna de las variables puede ser determinada. Ni una sola. Se enfrentó en parte a este problema mapeando diferentes escenarios de guerra y asignando números a algunas de las variables. Pero, aun así, las variables restantes eran –y siguen siendo– simplemente desconocidas.
Nadie sabe cuánto humo se generaría cuando las ciudades se quemaran, qué clase de partículas se crearán y durante cuánto tiempo. No se conoce el tiempo en que las partículas permanecerían en la tropósfera. Y, otra vez: etc. etc. etc. Se habló con mucha seguridad de que un “Invierno Nuclear” producido por un intercambio de bombas atómicas de 5.000 megatones traería consecuencias adversas al ambiente planetario a lo largo de tres meses bajando la temperatura en 35º C, sin explicar, ni mostrar evidencias de cómo superarían a las glaciaciones o grandes erupciones volcánicas detectadas.
Por esa época, Richard Feynman clamó: «Realmente no creo que estos tipos sepan algo de lo que están hablando». Otros científicos, como Freeman Dyson, fueron más medidos: «Es una pieza de ciencia absolutamente atroz, pero… ¿quién quiere ser acusado de estar a favor de la guerra nuclear?». Edward Teller, el llamado «padre de la Bomba-H», sentenció: «Mientras está generalmente reconocido que los detalles siguen siendo inciertos y merecen mucho más estudio, el Dr. Sagan ha tomado de todos modos la posición de que todo el escenario es tan robusto que puede haber muy pocas dudas sobre sus conclusiones principales».
La debacle sobrevino en 1991, cuando Sagan predijo (aplicando virtualmente la fórmula detallada más arriba) que los fuegos de los pozos petrolíferos de Kuwait –en la guerra del golfo– producirían un efecto de invierno nuclear, causando “un año sin verano” y haciendo peligrar las cosechas de todo el mundo. Sagan atribuyó tal grado de probabilidad a este hecho que sugirió modificar los planes de guerra. Nada de esto ocurrió.
¿Debemos descartar a Carl Sagan como referente? ¡Absolutamente NO! Él abrió el camino a la divulgación de la ciencia de manera masiva y atractiva. Jacob Bronowski, Isaac Asimov, Neil deGrasse Tyson, Brian Cox, Lawrence Krauss, Michael Shermer, Richard Dawkins y muchos otros que mantienen la idea de Sagan de difundir el conocimiento indicando el método para evitar ser engañados (sobre todo por nuestras propias creencias y deseos), mediante la comprensión del método científico y la aplicación del pensamiento crítico como herramienta. Y fundamentalmente porque lo admiramos con sus aciertos (enormes, sin duda) y por sus errores (como los tiene cualquier habitante de este planeta), luchando por ideales tanto científicos como políticos. Recordemos sus trabajos conjuntos con I. Shklovsky, astrónomo ruso durante la “guerra fría” y sus esfuerzo por mantener el programa espacial y los debates con quienes tenían otras posturas, como el cuestionado médico y ensayista Immanuel Velikovsky, en los que buscaba el intercambio honesto de argumentos y del que, a veces, salían reforzadas ambas partes.
Me parece que considerarlo un “santo secular” es casi faltarle el respeto.
Algunos “escépticos”, que lo endiosan y lo consideran infalible, deben discutir argumentos y no quedarse en una aplicación desabrida del argumento “ad hominem”, burlándose e incluso insultando la inteligencia de quienes osan debatir con ellos.
No creo que Carl Sagan los hubiera aceptado en un debate.
Referencias y obras consultadas
1) Ed. Planeta. Traducción de Dolors Udina, Primera Edición Argentina (agosto de 1997). Cap. 13 “Obsesionado por la realidad” pp. 258-260.
2); López Borgoñoz, Carlos; Encuentro en Barcelona – Todo lo que siempre quiso saber sobre el efecto placebo (2012).
Sagan, Carl; Miles de millones: pensamientos de vida y muerte en la antesala del milenio (1997)
Sagan, Carl; El mundo y sus demonios: la ciencia como una luz en la oscuridad – Una defensa del método científico y del escepticismo frente a la superstición y la pseudociencia – (1995)
Sagan, Carl; La conexión cósmica (1973)
Carl Sagan; Cosmos (1980)
Michael Crichton; Los extraterrestres causan el calentamiento global (2008)
Cox, Brian; BBC Human Universe 1