«El que come de mi carne tiene vida eterna». Recordé esta frase bíblica no bien leí que una vecina de Villa Mercedes, San Luis, pasó frente a la vitrina de una carnicería y le pareció ver al rostro de Jesús en una costeleta. La mujer le indicó el detalle al comerciante y éste decidió retirar el bife de la venta: dijo que conservará la manifestación bajo frío; mientras tanto, los vecinos podrán acercarse a presenciarla.
“Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no comiereis la carne del Hijo del hombre, y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. Como me envió el Padre Viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. (Juan 6:53-57)”
“El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna”. Es por lo menos notable que las cosas marcharan precisamente en sentido contrario: el carnicero del autoservicio del barrio Obras Sanitarias de Villa Mercedes no sólo decidió renunciar a la venta; tampoco ha demostrado el menor interés en ingerir el corte vacuno que parece legitimado por la esfinge del mesías.
“Eso me parece una gran falta de respeto a los que somos cristianos y creemos en la eucaristía”, comentó una lectora en mi muro de Facebook cuando puse el link a la noticia. “Las noticias no faltan el respeto, son noticias”, contesté. La réplica llegó en segundos: “Pueden ser de mal gusto y ofensivas”. Mi respuesta fue: “No, lo que puede ofender y ser de mal gusto es la interpretación que cada uno hace de ellas. Que una mujer descubra la imagen de Cristo en una costeleta e inmediatamente un carnicero apruebe su percepción y dé un paso más allá, considerándola una reliquia digna de conservación, me parecen dos hechos extraordinarios.”
El portento fue descubierto el pasado 3 de enero por Nilda de García, una vecina que hacía compras ese día. “Vengan y díganme si ven lo mismo que veo yo”, le dijo a Daniel González y a su esposa, dueños del autoservicio donde funciona la carnicería. “Es la cara de Jesús”, confirmó Daniel. “Veo a Cristo como uno lo tiene representado», continuó. «Como un sujeto de cabello largo y barba. Hasta puedo distinguir una especie de lágrima o una gota de sangre que le cae al lado de la nariz”.
En pocos días, según El Diario de la República, “la costeleta pasó a ser una de esas cosas que el dinero no puede comprar”. Para los vecinos el hallazgo es sobrenatural. Con todo, admiten que la imagen no es tan nítida. “Si uno pasa al lado y muy de cerca por la heladera no la ve. Pero si uno toma un poco de distancia y mira fijamente podrá ver a Cristo”, aclaró Daniel.
Hay todo un debate sobre el destino del bife. Algunos, incluso, han propuesto descongelarlo para ver qué pasa, si se echa a perder, si queda milagrosamente incorrupto o qué. Pero a González no le interesan esas pruebas. Dice que para él, por lo pronto, lo importante es mantener las puertas del autoservicio abiertas para cualquiera que quiera contemplar la imagen.
Establecer relaciones entre figuras a las cuales se les atribuye una cualidad especial por su parecido con imágenes que tienen una fuerte carga simbólica, o representan creencias firmemente implantadas en nuestra cultura, es bastante corriente (donde la pareidolia es parte de un fenómeno social más vasto). Lo que sale en los diarios, como siempre, son los casos extremos. En este sentido, el episodio de Villa Mercedes tiene varios antecedentes, como el caso del mono cascoteado hasta la muerte cerca de Johannesburgo, Sudáfrica, por una turba convencida de que el animal era un brujo parlante de la mala suerte. O el caso sucedido en Nueva York, donde un judío jasídico dueño de una pescadería y su ayudante ecuatoriano escucharon a una carpa dar un sermón apocalíptico. Las crónicas periodísticas sobre el acontecimiento alcanzaron tan alto nivel de realismo que el relato del pescadero —explicando cómo el pez esquivaba los machetazos— resultaba de lo más convincente.
Quizá el más interesante, por el nivel de proximidad del presunto milagro a percances de la vida cotidiana, ocurrió el 14 de agosto de 2008 en un barrio de la ciudad de Santa Fe. Aquel día, un perro callejero orinó contra la pared de un negocio dedicado a los juegos de azar, plasmando una imagen que —según los vecinos— no era sino el rostro de Jesús. Por aquellos días una procesión se congregó en el local, encendió velas y la Santa Meada se constituyó en santuario. Los dueños del local conservaron la imagen, hasta que, tras los primeros días cálidos, comenzó a disiparse.
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ENLACES EXTERNOS
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