
Fidel y Benedicto, siglo XXI: cuando excesiva amabilidad ofende a la sensibilidad humana.
Entre las tareas de un Papa, en primer lugar, está no pisar la sotana de sus antecesores. Durante todo su “divino mandato” Juan Pablo II le esquivó el bulto al más fatídico caso de pederastía serial de América Latina. Es el caso de los abusos de Marcial Maciel (1920-2008), fundador de los Legionarios de Cristo. Hay un motivo contundente para que las cosas hayan sido así. El actual Papa, tanto cuando era cardenal y después, desde 1981, cuando fue convocado a Roma por Juan Pablo II para ser prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, estaba perfectamente enterado de los abusos sexuales que cometía en México el padre Maciel.

Esos archivos guardan, por ejemplo, una carta que en 1999 Athié envió al entonces cardenal Ratzinger donde denunciaba gravísimas situaciones de abuso de Maciel. No es cierto, como publicaron algunos medios, que no hubiese respuesta. Ratzinger la dio. “Lamentablemente, contestó, el caso de Marcial Maciel no se puede abrir porque es una persona muy querida del papa Juan Pablo II y además ha hecho bien a la Iglesia. Lo lamento, no es posible”. Para Karol Wojtila, Maciel fue un “guía eficaz de la juventud”. Recién en 2006 Benedicto XVI ordenó el retiro del fundador de los legionarios.

Por esta razón el historial de abusos del padre Maciel, y su papel central en la historia de la Iglesia Católica contemporánea, sigue siendo una bomba de tiempo. Por más que Joseph Ratzinger simule interés en acabar con la pederastía sacerdotal, por más que no reciba a las víctimas de los casos cuyo ocultamiento estuvo personalmente implicado, una herida creciente se abre más y más al costado del Vaticano, como una burla siniestra para aquellos que lo siguen considerando digno de fe.
Leer también Benedicto XVI no recibirá a las víctimas de Maciel, por Bernardo Barranco, en La Jornada, 29-02-2012
El legionario de Cristo, por Jason Berry y Gerald Benner. Editorial Debate, 432 pp. (2004)







