Por Héctor Socas Navarro (*)
―Que todo, absolutamente todo ― prosiguió, haciendo un gesto con la mano como de abarcar a su alrededor― es temporal. ¿Entiendes? No solo la vida, que acaba con la muerte. También nuestras obras, esta casa, el planeta entero, Brajj,… algún día acabará.
Prefacio
La fábula es un género literario antiguo que se caracteriza por la atribución de rasgos y comportamientos genuinamente humanos a animales u objetos inanimados.
Por ejemplo, es habitual que los animales puedan hablar o actuar como si fueran personas. En esta colección generalizaremos el concepto para incluir también a especies extraterrestres, pudiendo construir así relatos que nos resulten fácilmente entendibles sobre civilizaciones y culturas totalmente extrañas a nuestra experiencia.
1. El serej de Synara
La puerta gimió con un chirrido cuando Synara la empujó tímidamente para entrar en la habitación.
―¿Papá?
La figura que se recortaba al contraluz del ventanal se giró hacia ella. Synara reparó entonces en los hombros hundidos, la espalda encorvada, los ojos húmedos.
Algo no iba bien.
―Synara, hija mía. Mi niña querida. ¡Cómo has crecido! Ven, dame un abrazo.
No tuvo que repetírselo. Synara corrió hacia su padre, buscando consuelo a su desasosiego.
―Se me ha pasado tan rápido el tiempo… parece que fue ayer cuando eras un bebé. Y ahora, mírate… ya tienes trece años. ¡Ya eres lidir! ―le susurró mientras acariciaba suavemente sus mejillas―. Tu madre estaría muy orgullosa de ti. Te pareces tanto a ella…
Synara se ruborizó. Le gustaba recibir halagos pero nunca supo bien cómo debía reaccionar y terminaba por sentirse incómoda. Vio que su padre intentaba sonreír, y al hacerlo se remarcaron las ojeras en torno a su mirada melancólica. De pronto le pareció como si fuera más viejo, frágil, y le sobrevino de nuevo la sensación de inquietud. Se agarró con fuerza al cuello de su padre.
―Ven, siéntate aquí conmigo. Ya eres lidir ―repitió casi más para sí mismo,
como intentando autoconvencerse. ―Hoy ha sido tu serej. Imagino que estarás muy fatigada.
―No ―mintió ella sacudiendo la cabeza enérgicamente.
El serej es la fiesta de la vida, la gran celebración de los kelaya. Al cumplir los trece años dejan de ser niños y se convierten en lidir, vocablo cuya etimología deriva dela contracción de «los que van a vivir». Y entonces todo cambia. Synara estaba agotada, no solo por el día entero de juegos y festejos, también por las noches precedentes en vela, imaginando el día del serej y cavilando sobre las grandes preguntas.
―Pues yo sí ―dijo su padre suspirando. Se volvió hacia el ventanal. ―¿Sabes por qué te he llamado?
El corazón de Synara empezó a latir con fuerza. Por supuesto que lo sabía.
Tenía que tratarse del Gyska, no podía ser otra cosa. El Gyska es el gran secreto de los kelaya, el tabú del que no se puede hablar y que solo ha de ser revelado tras el serej. Los niños de su clase decían que era el secreto de Rujj, el diablo, que vendría al mundo en el día del Onomikarón como el gran fuego que todo lo destruirá. Pero ella no creía en tonterías sobrenaturales.
―No ―volvió a mentir. Pero el tremor de su voz la delató.
―Ya eres lidir ―repitió su padre. ―Tienes derecho a que se te revele el Gyska.
Antes de que vayas a la escuela, a tu nueva escuela, quiero que lo sepas por mí.
Synara se irguió.
―¿Volveré a ver a Ginara y a Riji? ―preguntó con un brillo en los ojos.
Su padre la miró por un instante, sorprendido por la ingenuidad infantil de la pregunta, y dejó escapar una carcajada. Ginara y Riji habían sido los mejores amigos de Synara en la escuela. Pero eran mayores y habían tenido su serej hacía dos años.
Como manda la norma, los nuevos lidir cambiaron de escuela tras el serej y ya no se les permitió volver a estar con los otros niños. Ni siquiera podían hablar o comunicarse con ellos. Y Synara los echaba mucho de menos.
―Por supuesto que sí. A ellos y a todos los demás amiguitos. Los verás en la nueva escuela.
―Pero entonces … ―su voz se ensombreció―, ¿ya no podré ver a Nunia?
―De momento no. Tendrás que esperar a que llegue su serej.
―Estoy contenta por una parte pero triste por otra.―Eso es así. Hacerse mayor es aprender a convivir con alegrías y tristezas ―y a Synara le pareció que, al decir esto, su padre estaba pensando en otra cosa. Tras una pausa continuó.― En el fondo, el Gyska no es más que la toma de consciencia de una de las grandes verdades de la vida. Quizás la más fundamental de todas, y una que tú y yo conocemos bien. ¿Sabes a qué me refiero?
Synara inclinó la cabeza, sin saber qué contestar. Se estaba esforzando en prestar la máxima atención pero no entendía de qué le estaba hablando y temía no estar a la altura del momento.
―Que todo, absolutamente todo ― prosiguió, haciendo un gesto con la mano como de abarcar a su alrededor― es temporal. ¿Entiendes? No solo la vida, que acaba con la muerte. También nuestras obras, esta casa, el planeta entero, Brajj,… algún día acabará.
―Incluso el Universo mismo ―asintió ella, orgullosa de poder contribuir algo a una conversación tan profunda.
―¡Exacto! El mismísimo Universo llegará un día a su final.
Synara volvió a asentir, un poco desasosegada por el camino que llevaba la conversación.
―Siempre te he dicho― prosiguió él― que fuimos muy afortunados de tenerte.
Y eso es más cierto de lo que te imaginas. Nunca te lo he contado, tampoco podía, pero nos ha tocado vivir en tiempos difíciles. El mundo antes era diferente. Oh sí, muy diferente. Pero todo cambió de forma repentina tras el Dakir. En menos de un año se desplomó la economía, desaparecieron las naciones, se formó la Gran Junta Mundial y, con tantos cambios, vivíamos sumidos en un estado de caos continuo. Recuerdo bien aquellos días. Yo todavía era un niño, posiblemente ni siquiera lidir, aunque por aquella época todavía no había lidir ni serejs. Eso vino después.
―¿No tuviste un serej?― preguntó Synara incrédula.
―No, el serej es una costumbre reciente. Comenzó después del Dakir, como tantas otras cosas. Por ejemplo el Programa de Reducción de Población. Cada vez hay menos kelaya, y eso es debido al Programa. Muy pocas parejas son autorizadas para tener hijos. Recuerdo el día en que recibimos la noticia, el día en que supimos quepodríamos tenerte. ¡Qué alegría tan grande! Tu madre vino hacia mí dando saltos con la carta en la mano… ―la voz se le quebró antes de terminar la frase y apartó la mirada, dirigiéndola al ventanal donde ya se veían las estrellas.
―No estés triste, papá ―lo consoló Synara con un abrazo.― Ya hemos hablado de esto muchas veces.
―Claro que sí, mi niña. Ya estoy mejor. Solo fue un pequeño recuerdo que me pinchó aquí. Pero ya pasó. ¿Ves? También eso era temporal ―y ambos sonrieron.
―¿Qué es el Dakir? ¿Por qué cambió el mundo?
―Dakir es una palabra antigua que significa “cambio”. Los científicos la usaban para referirse al cambio del flujo
―¿El cambio del qué?
―Ven conmigo
Synara acompañó a su padre al ventanal. Tras apagar la luz se sentaron en el alféizar. Ya había caído la noche y la vista era magnífica. Rujj derramaba un tinte rojizo sobre todo el cielo y la banda difusa de la galaxia comenzaba a hacerse visible sobre el horizonte. Los antiguos kelaya, con su prodigiosa agudeza visual, ya habían adivinado que esa banda estaba hecha de incontables estrellas individuales y la llamaban “Mil Estrellas”. Brajj no tenía lunas ni otros planetas conocidos en su sistema.
―Me gustan las estrellas ―dijo Synara.
―A mí también. Excepto esa ―y señaló al lucero rojo que resplandecía en el cielo tan brillante como nuestra luna llena.
―¿Rujj? Rujj no es una estrella.
Los kelaya llaman Rujj a la estrella que para nosotros es Betelgeuse. Se trata de una supergigante roja, mil veces más grande que nuestro Sol. Estando a menos de 10 años-luz de distancia, su luz rojiza domina el cielo nocturno de Brajj con un brillo que, aunque variable, es comparable al que proporciona nuestra luna. Tan brillante es Rujj que se puede ver a plena luz del día y, desde el principio de las cronologías, fue el astro fundamental que marcaba el calendario de los kelaya. Para los antiguos era elque determinaba el ciclo de las estaciones, el momento de las siembras y el de las cosechas. El origen del nombre se pierde en la noche de los tiempos pero los antiguos usaban la misma palabra para referirse también al color rojo y al diablo en sus mitologías. Tan importante es Rujj en la tradición cultural kelaya que popularmente no se la considera una estrella como las demás. Es un objeto diferente con su propia identidad. Entender que Rujj también era una estrella fue un descubrimiento científico de la modernidad. Así, en su tradición cultural, los elementos del cielo kelaya eran: el Sol, Rujj, las estrellas y la galaxia.
―Pues sí lo es. ¿No te lo han explicado en clase? Es una estrella pero muy especial. Es enorme. Tan grande que dentro cabrían un millón de soles. Pero es una estrella moribunda porque, ¿sabes?, las estrellas también son temporales. También mueren.
Synara tragó saliva. En su mente se juntaban las piezas sueltas de un puzzle confuso, hecho de oscuros rumores y miedos infantiles transmitidos en jirones susurrados de conocimiento prohibido.
―Y cuando Rujj muera… ¿será…? ―Quiso preguntar por el Onomikarón y el fuego del diablo. Pero las palabras se le perdieron por el camino.
―Todo es temporal, para bien y para mal. Te voy a explicar el Gyska y voy a ser muy sincero contigo pero recuerda siempre que no hay que temer. Lo que te voy a contar es muy posible que no llegue a ocurrir durante nuestras vidas. Y aunque así fuera, tú eres lidir y no te va a pasar nada. Así que no estés asustada ¿Vale?
Synara asintió en silencio. Se sentía un poco mareada y agradeció estar sentada.
―Las estrellas viven tantísimo que, lo que para ellas un instante, es toda una eternidad para nosotros. Rujj ha sido siempre una estrella moribunda, desde hace muchos miles de años. En eso no hay nada nuevo. Desde los tiempos de nuestros antepasados cazadores. Incluso antes, ya los glugurios hablaban de ella. En su idioma la llamaban “la estrella que se muere”. ¿Lo sabías?
―¡No! ¿En serio?
Por un momento volvió a sus ojos el brillo de la candidez infantil. A Synara le fascinaban más que nada en el mundo las historias sobre glugurios, en realidad como a casi todos los niños kelaya. Brajj era un mundo viejo y los kelaya no fueron la primera especie inteligente a que dio cobijo. Los glugurios eran criaturas gigantes que vivieron en ciudades bajo tierra. Habían desarrollado escritura, arte y tecnología. Los científicos habían datado algunos de los yacimientos más antiguos en casi un millón de años.
Llegaron a convivir con los primeros kelaya, aunque para entonces ya sus números estaban muy diezmados y reducidos a unos pocos asentamientos aislados. No hay constancia científica de que ambas especies hubieran llegado a interactuar pero la idea estaba muy arraigada en el imaginario popular y, sobre todo, en la literatura fantástica.
No está muy claro el motivo de la extinción, que fue muy lenta y gradual. Sus números comenzaron a diezmar en el periodo cuaternario. Poco a poco fueron teniendo menos descendencia hasta quedar muy reducidos y, finalmente, desaparecer. La teoría más aceptada entre los expertos es que se trató de una extinción más debida a razones socio-culturales que biológicas.
Curiosamente, los kelaya nunca se han sentido particularmente interesados por la posibilidad de vida en otros mundos, más allá de algunos pocos investigadores que trabajan en un campo minoritario. Acaso esta apatía esté relacionada con el hecho de no haber observado nunca directamente otros planetas. Lo que sí les seduce sobremanera es la idea conocida como pre-k: la perspectiva de vida inteligente previa sobre el planeta. Civilizaciones que habrían existido centenares de millones de años atrás y que no habrían dejado huella en el registro fósil. La gran noticia del año anterior había sido el descubrimiento de un pequeño artefacto, oscuro y aparentemente abandonado, en la órbita geoestacionaria. El artefacto no era kelaya y los glugurios nunca desarrollaron tecnología espacial así que todas las especulaciones apuntaban a que se tratara de tecnología pre-k, posiblemente de millones de años de antigüedad.
Inmediatamente comenzaron a prepararse varias misiones de exploración para acercarse al artefacto y tratar de averiguar algo sobre su origen.
―¿Y los hacedores del artefacto? ¿También para ellos era moribunda?
―Pues eso no lo sabemos. Todavía no sabemos nada sobre los hacedores del artefacto.
―Entonces, cuando Rujj muera… ―Synara titubeó un instante antes de concluir la pregunta― ¿será el Onomikarón?
―Bueno, el Onomikarón… ―su padre resopló y esbozó una sonrisa nerviosa, intentando quitar dramatismo al asunto― eso son cuentos para niños. Por supuestoque no va a ser así con llamas de fuego y el diablo destruyendo el mundo. Claro que no. Lo que sí va a pasar es que no se podrá vivir sobre la superficie de Brajj porque hará demasiado calor. Y luego el aire y el agua, incluso las rocas se volverán radiactivos… ¿sabes lo que es la radiactividad?… Bueno, que serán venenosos. Pero no te asustes porque no va a ser el fin del mundo como en el Onomikarón. Déjame que te cuente las buenas noticias para que veas.
El padre de Synara no quiso abundar en más detalles. No había necesidad de explicar que, al explotar como supernova, Rujj se convertiría repentinamente en un segundo sol, casi tan potente y luminoso en el cielo de Brajj como el original. Que la temperatura media en la superficie planeta subiría hasta alcanzar los 80 grados centígrados, terminando por evaporar los océanos, los ríos y toda la atmósfera. Tras unos años, a medida que la supernova se fuera extinguiendo, las temperaturas volverían a descender gradualmente pero esta vez, sin el manto del efecto invernadero atmosférico, bajarían por debajo del punto de congelación. Décadas más tarde llegarían las partículas. Neutrones, protones y otras partículas subatómicas caerían masivamente en un brutal e incesante bombardeo que se prolongaría durante años, recalentando y volviendo radiactiva toda la superficie del planeta. Ninguna forma de vida podría sobrevivir a tan exhaustiva esterlización, poniendo fin de forma dramática y abrupta a un periodo de habitabilidad de más de siete mil millones de años. Al menos, sobre la superficie.
―Los kelaya llevamos muchos años, desde el Dakir, trabajando muy, muy duro en un nuevo mundo. Un maravilloso mundo subterráneo, ¿sabes? Ya existen enormes ciudades, mi querida Synara, majestuosas y bellas ciudades bajo tierra. Dicen que las casas allí son resplandecientes, hechas de acero y roca, que todas tienen la última tecnología, con robots e interconexión por toda la ciudad… ¡y las fantasías virtuales son gratis para todos los niños! ―le dijo con un guiño de complicidad―. Dicen que el aire es puro y casi no hay enfermedades porque está limpio de gérmenes, lo mismo que el agua y la comida. Son auténticos paraísos bajo tierra, los oasis que van a salvaguardar el futuro de nuestro pueblo.
―¡Wow! ―A Synara la historia empezaba a sonarle a aventura― ¿Y dónde están esas ciudades? ¿Se pueden visitar?
La mirada de su padre volvió a ensombrecerse. Sacudió la cabeza en gesto negativo
―No se pueden visitar ―dijo bajando la mirada.― Su ubicación es secreta.―¿Por qué?
―Los kelaya somos criaturas muy estúpidas. Desde el principio de los tiempos hemos visto a Rujj ahí, colgando del cielo. Hace mil años que convivimos con la fatalidad de saber que algún día será el último día. Y en todo ese tiempo, ¿qué hemos hecho? ¿Hicimos algo para evitar el final de nuestra civilización? ¡No! Como estúpidos confiados, seguimos nuestras vidas alegremente pensando que ese día quedaba muy distante en el futuro y que ya habría tiempo de preocuparse por esas cosas. Hace doscientos años, los científicos construyeron detectores de neutrinos. Con ellos podíamos ver el corazón de Rujj. Los instrumentos medían continuamente «el flujo», que siempre había sido tipo I. Yo no entiendo los detalles técnicos pero tipo I significa que Rujj está en una fase que dura unos cien mil años. Cuando se acaba el combustible que guarda en su interior, entonces cambia. El flujo pasa a ser tipo II y en ese momento entra en la última fase de su vida, que ya es mucho más breve. No sabemos realmente cuánto, podrían ser unas pocas décadas o podrían ser quinientos años. Pero el flujo era tipo I así que durante doscientos años vivimos tranquilos, nos sentíamos confiados por la larga duración del tipo I pero sobre todo por la falsa seguridad de saber que estábamos vigilando y que, antes de la explosión, tendríamos el aviso del cambio de flujo.
―¡El cambio de flujo! ―exclamó Synara con los ojos muy abiertos al recordar las palabras anteriores de su padre― ¡El Dakir!
―Exactamente. El nombre se lo pusieron los científicos para referirse al cambio que detectaron en el flujo de neutrinos. Pero resultó ser mucho más apropiado de lo que pensaban porque ese día cambió todo. El saber que a nuestro mundo le quedaban quizás algunas décadas de vida y la impotencia de no poder hacer nada al respecto…
Cundió el pánico. Corrieron historias catastrofistas, algunas exageradas, otras simplemente falsas. Mucha gente dejó de ir a trabajar porque pensaba que se avecinaba el fin del mundo. Dejaron de hacerse proyectos a largo plazo y los que había se detuvieron. De repente, la perspectiva de todo cambió. De la noche a la mañana nos dimos cuenta de cuáles eran las cosas realmente importantes. Las preocupaciones cotidianas que teníamos hasta entonces se convirtieron en meras anécdotas. Comenzó el Movimiento Mundial, cayeron las naciones… en fin, muchas cosas que sin duda te enseñarán en las clases de historia cuando vayas a la nueva escuela. Y ahora ya te lo contarán todo sin el velo del Gyska. Aprenderás toda la verdad de lo que pasó a partir del Dakir.―La cuestión, mi querida niña ―prosiguió tras una pausa―, es que empezamos tarde. Se ha hecho un gran esfuerzo, sin duda. El programa NeBrajj es el más grande e importante que nuestro pueblo ha acometido en toda su historia. Piensa, mi querida Synara, que en tan solo treinta años se han construido enormes ciudades para alojar a las futuras generaciones. Por suerte tuvimos ayuda. Aprovechamos las antiguas ciudades subterráneas creadas por los glugurios hace miles de años. Es irónico que nuestra especie se podrá salvar gracias al legado dejado por los glugurios.
Ojalá tuviéramos forma de darles las gracias. Pero en NeBrajj, que así se llama el nuevo mundo, no hay sitio para todos. Los sabios crearon las leyes del Jag-Acán, un libro que está incluso por encima del Kal-Acán y de la Constitución Mundial. Estas leyes serán los pilares de la futura constitución de NeBrajj pero también afectan a nuestro mundo actual. Son las que dictan el secreto del Gyska o la población de NeBrajj. Los sabios decidieron que serían las nuevas generaciones quienes debían ser salvadas. Los-que-van-a-vivir, como tú, mi querida Synara, ahora que ya eres lidir. Tú irás a NeBrajj. ¡Estoy tan contento y tan orgulloso de ti! Casi tanto como lo estaría tu madre también.
Intentó esbozar una sonrisa a través de las lágrimas que ya corrían indisimuladas sobre sus mejillas.
―¡Papá! ―Synara se abrazó con fuerza al cuello de su padre mientras lloraba desconsoladamente.― Yo no me quiero ir. Yo quiero quedarme siempre contigo.
―Mi niña ―prosiguió tras esperar pacientemente a que se calmaran los sollozos―. Esa no es una decisión que dependa de ti o de mi. Está en el Jag-Acán. Tu destino es vivir en NeBrajj. ¡Naciste para ello! Verás, los nuevos lidir sois especiales. El Programa no solo tenía por objeto reducir la población sino también mejorar la especie.
Tu madre y yo estuvimos entre los seleccionados porque los científicos vieron que podíamos tener hijos mejores, de la nueva generación. Durante años estudiaron nuestras células, óvulos y espermatozoides, y fueron seleccionando entre ellos hasta encontrar la pareja ideal, la que tenía los genes óptimos. Eres muy especial. Tú y tus compañeros de generación sois lo mejor de lo mejor, el primer paso hacia una versión mejorada de nuestra especie. Por eso tenéis que vivir. En NeBrajj empezaréis un mundo nuevo, con las bendiciones de todas las generaciones anteriores. Aunque ahora te parezca algo triste, poco a poco lo irás entendiendo, verás que es lo mejor y que así tiene que ser. Y entonces serás feliz, en tu nuevo hogar. Te lo prometo.
Synara lloraba desconsolada, ahora con la cabeza hundida en las manos.―¡Ven conmigo! ―espetó de repente― Encontraremos una forma. Te esconderé en mis maletas… o entraremos por la noche cuando todos duerman… ¡encontraremos la forma!
―Y no dudo que lo harías, aún recuerdo el día en que te escapaste del colegio.
Pero eso que dices no puede ser, yo jamás haría eso y lo sabes. ¡Iría contra el Kal!
Los kelaya tenían un sentido moral muy estricto derivado de un fuerte instinto gregario. Los escasos delincuentes que atentaban contra el interés general eran considerados como enfermos mentales e internados en instituciones donde recibían tratamiento psiquiátrico. El Kal era el concepto de la justicia suprema. Invocarlo suponía el punto final de cualquier discusión. No se podía ir contra el Kal, sería como ir en contra del interés de todos. Una aberración.
Synara se irguió lentamente. Ya no lloraba. El ceño fruncido y la mandíbula apretada le otorgaban una expresión diferente, nueva. De repente ya no parecía una niña. El resplandor rojizo de Rujj perfilaba sus facciones trazando sombras caprichosas. Por un instante, a su padre le pareció como si hubiera sufrido una súbita transformación. Fue tan solo un breve destello, una visión fugaz de la mujer en que algún día se iba a convertir.
―¿Cuándo vendrán a llevarme? ―preguntó.
―El día después de mañana.
―¿Volveremos a vernos?
―¡Por supuesto que sí! Iré a verte todos los días de visitas.
La nueva Synara asintió, besó a su padre en la frente y se volvió
―¿A dónde vas?
―A leer. He decidido dedicar mi vida a estudiar las estrellas.
NOTAS DEL AUTOR
El sol de Brajj es una estrella real. Se trata de una enana naranja de tipo K2, identificada como 3323446075901145728 en el catálogo GAIA DR2. En la siguiente figura se muestra una imagen de la región del cielo alrededor de Betelgeuse en la que se destaca esta estrella señalándola con una flecha azul. Por lo que sabemos a día de hoy, la estrella de Brajj es ago más pequeña que nuestro sol (un 25% menor tanto en radio como en masa) y unos 800 grados más fría en su superficie. Es esperable que tenga algo más de actividad que nuestro sol aunque sin llegar al nivel de las terribles megafulguraciones que se han observado en enanas rojas. Actualmente no se conocen planetas orbitando a su alrededor pero tampoco sería esperable que los hubiéramos detectado aunque existiera alguno dado que no se han realizado búsquedas específicas y, a 700 años-luz de distancia, está demasiado lejos para las observaciones de la misión TESS.
Brajj es, por tanto, un mundo imaginario, de tipo rocoso y composición similar a la terrestre. La luminosidad intrínseca de su estrella es solo el 31% de la de nuestro sol.
Sin embargo Brajj se encuentra algo más cerca, a tan solo 100 millones de kilómetros. Recibe de su estrella un 30% menos de irradiancia que la Tierra del Sol. Su atmósfera es algo más tenue pero con una composición más cargada de CO2, lo que le dota de un moderado efecto invernadero que eleva la temperatura media planetaria en 50 grados por encima del equilibrio radiativo, hasta situarla en los 14 grados centígrados.
La órbita de Brajj es significativamente más corta que la terrestre, lo que hace que su año dure 227 de nuestros días. Por otra parte, los kelaya tienen vidas más cortas y más rápidas que las nuestras. Estas escalas temporales han sido fabuladas también, adaptándolas en la historia a tiempos característicos humanos.
Betelgeuse, o Rujj para los kelaya, se encuentra a tan solo 9 años-luz (al menos tomando los valores nominales de la astrometría actual, despreciando las incertidumbres de las mediciones). Al explotar como supernova aumentará su brillo más de un billón de veces, proyectando sobre Brajj una luminosidad comparable a la que recibe de su estrella.
El flujo de neutrinos que los kelaya llaman de tipo I es el producido por las reacciones de fusión de helio en el núcleo de Betelgeuse. El núcleo tiene combustible para sostener esta fusión de helio durante un periodo de tiempo del orden de 100,000 años. Una vez agotado el helio fusionable, comienza a fusionar otros elementos (carbono, neón, oxígeno, silicio…) en cadenas que acaban con la formación de hierro.
Esta es la última fase significativa antes de la supernova y en ella genera el flujo de neutrinos de tipo II. La duración de esta sengunda fase se estima entre décadas y siglos.
2. Encelados
Encerrados bajo un manto helado, o sea encelados, viven los habitantes de una de las lunas de Saturno. Su mundo es el océano planetario, un gran mar de agua salada, rica en nutrientes minerales disueltos del lecho rocoso en el fondo. De ese fondo emana también el calor, la fuente de toda vida en Encélado, con sus variaciones estacionales y sus esporádicos arrebatos caóticos, fluyendo a veces en exuberancias excesivas, en las que ocasionalmente el suelo llega a romperse para vomitar lava candente y densas humaredas cegadoras. Pero los darúes ya hace tiempo que aprendieron a medir y predecir los flujos de calor, y a utilizar esa energía para alimentar su industria y su tecnología. Y también habían entendido que todo ese calor vital que fluye desde abajo es mantenido por las tremendas fuerzas de marea del gigante Saturno. Para todos los efectos, Saturno es el dador último de vida y creador de todo lo que nada en el gran océano.
Si abajo está la vida, arriba está el muro, la prisión que condena a los darúes a su encierro eterno. Kilómetros de hielo de espesor separan el gran océano de la superficie, del espacio abierto, del Cosmos infinito. Los darúes nunca han visto las estrellas ni los planetas, ni siquiera el gigante Saturno, alzándose colosal sobre el horizonte, inmóvil por la rotación síncrona tiránicamente dictada por el acoplamiento de mareas. Los anillos se extienden abarcando más de 45 grados en el cielo. Pero nada de esto les está dado contemplar a los darúes. El dador de vida es una presencia invisible que se hace sentir únicamente por su influjo sobre el interior de Encélado, transmitiendo el calor en invisibles hilos de fuerzas gravitatorias.
Solo un milagro tecnológico ha permitido a los darúes ser conscientes del vasto universo a su alrededor, más allá del muro de hielo. Saben que la superficie es mortal, despresurizada y azotada por radiaciones letales, del viento del lejano Sol y de las corrientes de plasma que fluyen a lo largo de las líneas de campo en la magnetosfera de Saturno. El muro les protege de todo eso, de los impactos de meteoritos, de los rayos cósmicos… incluso, a lo largo de la historia geológica, de las explosiones de estrellas que bañan el espacio con rayos gamma. Nada de eso ha podido jamás perturbar la paz que se disfruta en el gran océano.―La zona de habitabilidad es aquella que permite la existencia de agua líquida ―decía el astrónomo a su audiencia―. Para eso, la luna tiene que estar a la distancia adecuada del planeta que orbita. Es la distancia a la cual las fuerzas de marea mantienen caliente el interior.
Dirigió una mirada a la audiencia para asegurarse de que todos le seguían y continuó.
―Nuestra búsqueda de vida extraterrestre se centra ahora en Júpiter. Sabemos que también provee de calor a sus lunas y algunas de ellas, como Europa, reúnen las condiciones idóneas. Durante años hemos estado enviando señales, hasta ahora sin respuesta. Quizás ellos todavía no han desarrollado la tecnología para recibirlas bajo la corteza de hielo. Quizás no desean responder. O quizás ya se han autodestruido. No sabemos cuánto dura una civilización o si se puede sobrevivir a la fase de adolescencia tecnológica. Sea como fuere, yo creo que llevamos demasiado tiempo obsesionados con Júpiter y Europa, simplemente por su parecido con nosotros. Quizás estamos siendo demasiado miopes en la búsqueda. Yo, personalmente, he abogado siempre por mirar más hacia fuera, a los gigantes de hielo. Todavía sabemos poco sobre las lunas de Urano y Neptuno y yo creo que ahí podríamos tener más posibilidades.
Una mano se levantó tímidamente entre el público. El astrónomo se dirigió a la niña de la mano levantada y le dio la palabra con un gesto de asentimiento.
―¿Y más hacia adentro? ¿Podría haber vida en el sistema solar interior? ¿En Caeruleus?
El astrónomo bufó para sus adentros. Tantas historias fantasiosas sobre criaturas perisolares, habitantes de las regiones cercanas al Sol, habían calado en el imaginario popular. Y todo fue a peor cuando se descubrió que Caeruleus, el pequeño planeta azul, tenía una luna grande. Daba igual que la ciencia hubiera demostrado fehacientemente su esterilidad, las especulaciones gratuitas volvieron a florecer. Era frustrante, ya hasta cansino, para los científicos el tener que seguir rebatiendo esos cuentos de hadas cada vez que trataban de hablar seriamente sobre la posibilidad de vida extraterrestre.
―Imposible. Conocemos bien el sistema solar interior. Ninguno de los planetas que hay más adentro de Júpiter tiene lunas. Solo Caeruleus tiene una luna grande, sí.
Pero la hemos estudiado en detalle y es totalmente inhabitable. Su superficie está hecha de roca, no de hielo. Y Caeruleus es demasiado pequeño. No ejerce suficienteinteracción de mareas como para calentar el interior de esa luna. Es un cuerpo frío, rocoso y muerto. No tiene océano. Es una gran roca. Totalmente imposible que la vida haya podido surgir dentro de esa luna.
―Científicos soberbios ―masculló la niña imperceptiblemente.
(*) Héctor Socas-Navarro es doctor por la Universidad de La Laguna (ULL) y ha trabajado en centros y proyectos internacionales como el National Center for Atmospheric Research, la Agencia Estatal Japonesa o el Solar Dynamics Obvservatory de la NASA, también fue el responsable científico del Telescopio Solar Europeo durante diez años. Es director del Museo de las Ciencias y el Cosmos de Tenerife. Es bloger en Tinieblas y estrellas y parte del podcast Coffee Break, la tertulia semanal que repasa con rigor y humor noticias de actualidad científica.
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