A dos años de la desaparición de Santiago Maldonado tras la represión por parte de la Gendarmería Nacional de una protesta junto a una comunidad mapuche en Chubut, que terminó con el hallazgo de su cuerpo en el fondo de un río a dos meses y medio de denunciado el caso, las redes reciclaron y renovaron fakes y memes discriminatorios que no siempre son propagados por trolls pagos del oficialismo: en muchos casos obedecen a convicciones y emociones profundas de una parte de los argentinos.
Sirius Mazzu encontró en La cabaña del tío Tom, la novela más vendida en el siglo XIX después de la Biblia, una metáfora que es casi un espejo de cierta clase media pauperizada argentina: si el poderoso afirma que “el hippie mugroso se ahogó porque, jajaja, el idiota no sabía nadar” y se ríe de su ocurrencia, el esclavo argentino se ríe más fuerte y aplaude con los pies. ¿De qué se ríe el esclavo argentino? ¿Por qué hace alarde de su diferencia? No quiere que los poderosos —quienes jamás registrarán su existencia— lo confundan con un hippie mugroso. El problema es que, a diferencia del Tío Tom, sus émulos locales no tienen nada que temer ni son parte de una minoría. Y que, pese a lo que crean, riéndose como ellos, no son ellos.
Por Sirius Mazzu
En la cultura negra de los Estados Unidos hay una figura, la del Tío Tom (sacado de la novela de Harriet Beecher Stowe La cabaña del tío Tom), que los negros usan para definir a otro afro como “colaboracionista”, “dominado” o “chupamedias de los blancos”. Era el negro que parece estar cómodo en su situación de esclavo y ve a los esclavos rebeldes como “gente mala”. Pensando en el caso de Santiago Maldonado, llegué a la conclusión de que en un punto muy profundo del inconsciente colectivo idiosincrático de Argentina hay un Tío Tom al que los poderosos siempre alimentan con propaganda y echan mano cada vez que se la ven oscura.
Al Tío Tom negro lo entiendo, al Tío Tom argentino, no. El Tío Tom original era “colaboracionista” porque tenía miedo: había visto lo que le pasaba al esclavo rebelde y a su familia y tenía terror de que a él y a su familia les pasara lo mismo, y eran una minoría.
El Tío Tom de acá no tiene miedo y no es una minoría: el Tío Tom de acá quiere ser poderoso; y cree que va a convertirse en uno de ellos si repite todo lo que ellos dicen en una especie de mímica que bordea la magia simpática animista: “Si me parezco a ellos, hablo como ellos, y me río de las mismas cosas que se ríen ellos, voy a transformarme finalmente en uno de ellos”.
La “diferencia” en el EEUU esclavista era más patente: los amos eran los europeos o sus descendientes y los esclavos la gente traída de África. El esclavo podía VER la diferencia. Acá, el amo se sirve de que el esclavo NO VE (o prefiere no ver) su diferencia; le miente que es uno de ellos, y el otro le cree ilusionado. El poderoso dice: “ese hippie mugroso se ahogó porque no sabía nadar” y se ríe; el Tío Tom Argento se ríe, y se ríe más fuerte que el amo, para que el amo lo escuche y sepa que él no es como el hippie mugroso ahogado, él es como ellos. El Tío Tom Argento se cree vivo. Dale, dale, reíte del hippie mugroso ahogado, así el Amo te hace un mimito en la cabeza. Todo esto es lo que veo y pienso cuando alguien revolea los ojos cada vez que se toca el tema Maldonado.
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