La verdad sobre el caso del señor Kupersmit

La magia tétrica de Edgar Allan Poe puede transportar al lector a zonas perturbadoras. Pero el señor Kupersmit eligió el cementerio de la ciudad un poco por casualidad y otro poco buscando tranquilidad. En el sepulcro de Luis Sandrini se iba a llevar el susto de su vida.

Por Marcelo Kupersmit

Era la tarde de un jueves, en el invierno de 1984. Yo tenía 15 años, tiempo libre y ganas de visitar a una tía que vivía en la avenida Forest, al lado del aceite bueno y barato. Le iba dar una sorpresa, supuse que se iba a poner contenta. Pero en su casa no estaba. Ya en el barrio, a unas cuadras del Cementerio de la Chacharita, me dispuse a buscar un sitio donde entregarme a la lectura. En el bolsillo del sobretodo tenía La verdad sobre el caso del señor Valdemar de Poe. Para leer donde voy a estar más que tranquilo que en el cementerio, me dije.

Entré por la puerta principal a las 17 horas. Recorrí las bóvedas famosas: Gardel, la Madre María, y Perón, todavía con ambas manos. Qué sentido tienen todas esas edificaciones, pensé. Encontré mi lugar en la zona de las tumbas. Me senté en uno de los bancos de plaza y me puse a leer el cuento. Tan concentrado estaba que perdí la noción del tiempo. De pronto, el olor acre me hizo volver a la realidad, pero cuando reaccioné era preferible la realidad de Poe. Eran casi las 19 horas, ya había oscurecido. La escasa iluminación no ayudaba y la fetidez repugnante del crematorio menos.

Con este escenario metí el libro en el bolsillo y encaré hacia la puerta principal en Lacroze y Corrientes. La reja estaba cerrada. Me puse a buscar alguien que la abriera, pero nada. Entonces, enfilé hacia la entrada de Avenida El Cano. Iba tranquilo, silbando: si alguien andaba por ahí me iba a escuchar e iba a abrir alguna puerta. Sólo quería volver a mi casa.

Llegué hasta la zona del Cementerio Alemán y no estaba ni Fritz ni Franz. Fui hacia Newbery, pero ya estaba bastante cansado.

Anochecía.

MAUSOLEO DE SANDRINI. Procedencia de la imagen: El Arcón de Buenos Aires

Peliculeándome en medio de ese escenario, llegué a la altura del Panteón de los Artistas. Ahí vi el mausoleo de Luis Sandrini y no se me ocurrió nada mejor que descansar un rato sobre el catafalco de Felipe. De espaldas sobre la tapa, apoyé mis manos, flexioné mis brazos para tomar impulso y apoyé mis asentaderas sobre el último lugar de descanso de don Luis.

Un chirrido dantesco acompañó mi movimiento. Ahora lo puedo explicar, pero el ruido me puso los pelos de punta: la tapa de concreto con granito tiene una corredera con rulemanes que permite desplazarla para abrir la tumba, cerrada con un candado. Cuando me senté sobre la tapa, la corrí sin querer hacia un costado. La tapa sonó como a unas vías metálicas recorridas por sendas ruedas, luego un chirrido y el golpe seco del candado estrellándose sobre unos goznes.

Todo esto lo pensé después. Durante aquellos segundos interminables me invadió un terror espeluznante.

Acá debo explicar algo. Cuando me asusto mucho me viene un tremendo ataque de risa. Esto lo experimenté dos veces en mi vida. La primera vez, cuando cursaba séptimo grado. Era un día de lluvia torrencial. Estaba con mis compañeros en el aula y la maestra daba clase. Justo cuando se produjo un silencio, un trueno fortísimo sacudió hasta las ventanas. Quedé duro y me empecé a reír histéricamente. Tuvieron que llamar a mi mamá para que me viniera a buscar.

La siguiente vez fue esta.

Mis dedos estaban clavados sobre la tumba, mis piernas agarrotadas, realmente no me podía parar de reír. Y cada vez que controlaba la risa, explotaba en otra carcajada. Tenía calambres en la panza de tanto reír.

Mi estentórea risa alertó a dos empleados que andaban por ahí. Vinieron hasta donde yo estaba, se me quedaron mirando un rato, sonrieron y me pidieron que bajara de la tumba de Sandrini. Pero yo no me podía mover. Traté de explicárselos pero yo no hacia otra cosa que reír y reír. Me tomaron uno de cada brazo y así fui transportado hasta la puerta de Jorge Newbery.

Más tranquilo, me acompañaron hasta la puerta. Uno de ellos me dijo, con tono de paisano:

 –En los años que llevo trabajando acá jamás vi a alguien reírse tanto con Sandrini.    

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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