Ayer fue el Día D de la viralizada convocatoria hecha desde Facebook para “invadir Area 51”, el sitio donde supuestamente el Pentágono esconde pruebas de extraterrestres rescatados en Roswell. En julio algunos especularon con que el 20 de septiembre iban a asistir millares de amantes de las teorías de la conspiración dispuestos “dar su vida por la Verdad” y enfrentar la posibilidad de una masacre. Pues bien, lo que pasó ayer en la famosa Base Militar ubicada en el desierto de Nevada –por fortuna– no coincidió en lo más mínimo con tales vaticinios.
La postal final del asalto en masa al Area 51, una broma que se escapó al autor de sus manos, mostró a un centenar de curiosos desperdigados, a los concurrentes más motivados alargando pancartas cerca de las cámaras y policías enternecidos con las ilusiones de los platillistas, mezcla de asistentes a los festivales de disfraces en Roswell y extras contratados por algún show de TV.
En junio, Matty Roberts lanzó en su página de eventos en Facebook –mitad a modo de broma, mitad a ver qué onda– la consigna “Tomemos el Área 51, no pueden detenernos a todos”. (Así titulaba la noticia Clarín el 12/0719)
Las coordenadas del sitio se viralizaron, circularon memes por doquier y el chiste terminó en dos millones y medio de personas a las que les pareció divertida la idea de entrar a la carrera con la cabeza baja y los brazos hacia atrás “estilo Naruto” (por Naruto Uzumaki, el personaje de manga japonés) en uno de los campos de prueba y entrenamiento más vigilados de la Fuerza Aérea de los EE.UU.
Pocos días después, espantado como Frankenstein ante su criatura, Roberts retrocedió en ojotas: “Pensé que el FBI se iba a meter en mi casa”, balbuceó ante la CNN, para desazón de los conspiranoicos más combativos.
Los intentos de Matty por desviar el evento en showbiz no funcionaron muy bien (se organizaron dos festivales, uno de los cuales ya tuvo lugar y no fue muy convocante) y el anuncio conspiracionista que prometía darle un dolor de cabeza a las fuerzas armadas que esconden horribles secretos sobre la alta tecnología aeroespacial regalada por los extraterrestre, terminaron en un pif.
“Oh, tan solo han venido a ver qué pasa, están aquí para divertirse”, murmuró el sargento Orlando Guerra, de la División de Investigación del Departamento de Seguridad Pública de Nevada.
A juzgar por las crónicas del día, los periodistas destacados en ese páramo se debieron exprimir para sacar brillo al deslucido acto. Por cierto, la información concisa es magra: había agentes bloqueando la ruta a 1,5 km del acceso, que obligó a los asistentes dejar sus vehículos y caminar hasta la puerta. Del puñado de personas reunidas ninguna demostró fiereza y solo hubo intercambio de comentarios risueños con los guardias; alguno de ellos sujetó fuerte un mastín, pero no se vio a nadie dispuesto a propiciar el espectáculo resultante de soltarle la cadena. El más temerario fue arrestado por orinar en una puerta.
En la semana, unos pocos participantes se animaron a cruzar retenes, sin consecuencias graves. El más publicitado fue el caso de Ties Granzier y Govert Sweep, los youtubers holandeses de 20 y 21 años que entraron en el área, fueron arrestados y debieron oblar 500 dólares cada uno de multa, que recuperarán rápidamente gracias a la visibilidad que obtuvieron sus respectivos canales.
CONSPIRACIONISMO Y CONSUMO
La sola idea de que en esa zona desértica y desolada pudiera ocurrir una batalla campal entre activistas de la teoría de la conspiración y fuerzas de seguridad no consolaba a los que aún son optimistas respecto de la evolución de la condición humana. Al mismo tiempo, la posibilidad de que multitudes inmanejables acudieran atraídas por un chiste tampoco alentaba mayores esperanzas sobre el futuro de la humanidad. Por otra parte, no nos engañemos: los ufófilos más curtidos son personas inteligentes, capaces de diferenciar una genuina movilización social de una operación encubierta de la CIA para identificar y a la larga detener a militantes comprometidos con el deschave de la Conspiración Roswell.
No fue mala idea la deriva del plan de Matts, cuando buscó algún aliado estratégico para organizar un festival musical y surgió «Alienstock«, celebrado en el condado de Lincoln. “Había que darle a la gente algo para hacer”, dijo su socio. Fue la única forma que encontró el desbordado community manager para catalizar la racha de fama que le dio el evento.
A final de cuentas, los entusiastas dieron un breve espectáculo para los periodistas, como si todos los sucesos tuviesen el propósito de reconfirmar la frase de Charles Aznavour, “el show debe continuar”.
De la siniestra amenaza social en que podía derrapar la convocatoria, o la indignación que provocan las supuestas revelaciones extraterrestres que silencia la Casa Blanca, los espectadores –todos nosotros, los que llegamos a seguir la noticia hasta el final– terminamos asistiendo a un pequeño grupo de entusiastas que no pareció tomarse a la consigna demasiado en serio.
Como si, en el fondo, diera lo mismo que fueran apasionados por la Verdad o extras.
No en vano ayer, el momento culminante de la cobertura periodística de la jornada fue un heroico adolescente cruzándose estilo Naruto detrás de un cronista. El clip del rápido trote del joven fue la pieza noticiosa sobre la invasión al Area 51 que tuvo más circulación en todo el día. Y solo era una simulación –o un chiste– más.
Faltó un cierre de E.T. despidiéndose a lo Bugs Bunny.
“Eso es todo, amigos”.
GALERÍA
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