En la década del 50 la bomba atómica capturó la imaginación social de los argentinos y catapultó propuestas para aprovechar esa forma de energía en el desarrollo nacional, en un proyecto alentado por el primer gobierno de Perón quien, a su vez, se había dejado engañar por el físico austríaco Ronald Richter.
Este trabajo de Hernán Comastri permite conocer la evolución de unas ideas que eclosionan en la década de los 80, con el fin de la Guerra Fría, cuando las potencias dejarían de ser los focos de pánico y la culpa se empezaría a compartir con otros, por ejemplo entre las minorías rebeldes.
Nuestro objetivo solo es abrir el apetito publicando algunos fragmentos del capítulo, titulado La apuesta por la energía atómica. Guerra Fría, políticas de Estado e imaginación técnica popular en el primer peronismo (1946-1955). La ilusión de este resumen es, desde luego, estimular la lectura del trabajo completo, en lo posible del libro completo.
Por Hernán Comastri
Conocido por los lectores de este blog por su estudio histórico de la imaginería de los platos voladores en tiempos del primer peronismo, Comastri incorporó a su bagaje otro inmenso icono que tomó la imaginación popular de la segunda posguerra: el hongo atómico, “símbolo de una nueva y fantástica potencia, a la vez creativa y destructiva”.
En un notable ensayo el historiador abarca la dimensión social del asunto en los primeros años del peronismo, insertándolo en la cultura global, en plena Guerra Fría. Fue publicado en un libro que recomendable en su totalidad: Saberes desbordados: Historias de diálogos entre conocimientos científicos y sentido común (Argentina, siglos XIX y XX), editado por Jimena Caravaca, Claudia Daniel y Mariano Ben Plotkin, que incluye trabajos de Paula Bruno, Jimena Caravaca, Hernán Comastri, Ximena Espeche, Ana Grondona, Mariana Luzzi, María Jimena Mantilla, Giulletta Plantoni, Mariano Ben Plotkin, Alejandra Puplo, Soledad Quereilhac, Mariana Rieznick, Nicolás Viotti y Ariel Wilkis.
Comastri centró su estudio en la voz de las clases populares tras descubrir en el Archivo General de la Nación una fuente excepcional: miles de cartas de los ciudadanos que recibió la Secretaría Técnica de la Presidencia a pedido del General Juan D. Perón con motivo de la preparación del Segundo Plan Quinquenal, en su gran mayoría a partir diciembre de 1951.
Un año antes, el gobierno de Perón había creado la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), que originalmente apuntaba a apoyar los trabajos del físico austríaco Ronald Richter en la isla Huemul del lago Nahuel Huapi, Bariloche, una iniciativa que surgió a instancias del ingeniero aeronáutico alemán Kurt Tank, diseñador del avión Pulqui II, en 1948.
El trabajo también incluye una discusión sobre el secretismo y el complotismo en torno a la energía atómica que tampoco tiene desperdicio: muestra, otra vez, cómo la ciencia ficción (espionaje extranjero, genios solitarios, instalaciones secretas, parajes exóticos, tecnologías revolucionarias) se impuso en el imaginario popular, acompañado por ideas que no desentonaban con el clisé de la época, cuando un ambicioso general decidió crear, en un clima de sigilo, una planta de fusión nuclear en una isla alejada del mundo y dirigida por un científico loco.
(…) “El propósito de este trabajo es indagar en el impacto de estas transformaciones socioculturales propias de las décadas de 1940 y 1950 sobre la “imaginación técnica popular” de la Argentina del primer peronismo.
“Me referiré aquí a la cultura popular con plena conciencia de los abusos y polémicas de los que la misma ha sido objeto en las últimas décadas, y reconociendo que, tal como lo indica Jacques Revel, su definición más clara se continúa operando desde la negativa, desde lo que la cultura popular no es. Y para el caso de los imaginarios científicos y tecnológicos de la Argentina de mediados del siglo XX, se puede decir que cultura popular no es la cultura universitaria (aún muy restringida para las décadas de 1940 y 1950) ni la del diletante de clase alta, cuyos hábitos de consumo no son los del mercado de masas. La distinción responde tanto a criterios analíticos como al respeto de las propias construcciones nativas, en diálogo con un archivo en el que son extremadamente comunes las presentaciones que explícitamente buscan diferenciarse de los “ingenieros”, “doctores” y otros actores de la ciencia establecida.
Las cartas a Perón: “lo atómico” en los inventos y teorías populares
(…) La mayor parte de las cartas recibidas por la Secretaría contenían, antes que inventos o supuestos descubrimientos, pedidos de trabajo, de medicamentos o de obra pública, o simples mensajes de apoyo a la gestión de Juan Domingo Perón. Con aproximadamente 500 iniciativas con inventos o proyectos de carácter científico-técnico, el universo de cartas aquí seleccionado, sin embargo, fue numéricamente relevante y generó una particular dinámica de tratamiento burocrático.
(…) “Las iniciativas específicamente apuntadas a desarrollos relacionados con energía atómica tuvieron como principal organismo de consulta técnica la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), creada por el gobierno de Perón en 1950.
En primer término, es importante señalar que la misma fue concebida originalmente como parte de una estructura administrativa apuntada a apoyar los trabajos del físico austríaco Ronald Richter en la isla Huemul del lago Nahuel Huapi, frente a la ciudad de Bariloche. Los primeros acercamientos entre Richter y el gobierno de Perón habían tenido lugar en 1948, a instancias del ingeniero aeronáutico alemán Kurt Tank, diseñador del avión Pulqui II. La colaboración terminaría en 1952, cuando una comisión investigadora convocada por el propio gobierno de Perón ratificó que el conjunto del llamado Proyecto Huemul había sido un gran fraude orquestado por Richter, a quien los físicos que integraron la comisión investigadora caracterizaron como un “mitómano” incapaz de explicar teóricamente o demostrar empíricamente los supuestos resultados de sus trabajos.
El físico austríaco, recién llegado a la Argentina y traductor mediante, había prometido a Perón un proceso a través del cual controlar la fusión atómica (objetivo que hasta el día de hoy nadie ha alcanzado) y, por su intermedio, producir energía prácticamente ilimitada a muy bajos costos. El particular recorrido del Proyecto Huemul y sus protagonistas (que incluiría tanto el otorgamiento de la Medalla Peronista a Richter por parte del presidente como la posterior detención del físico en el Congreso Nacional) ha sido analizado en detalle por el ya clásico trabajo de Mario Mariscotti (2004). Aquí buscaré recuperar, apenas, una noción del impacto que el mismo tuvo sobre el imaginario científico y tecnológico de la Argentina de la época.
Juan Domingo Perón distingue al Dr. Ronald Richter
Consecuencia a la vez de la publicidad de la figura de Richter como “sabio atómico” y del secretismo que rodeaba al Proyecto Huemul, numerosos rumores surgieron en los alrededores de la isla, creando nuevos mitos o re-imaginando antiguos.
Este último caso es el de la supuesta existencia de una criatura acuática en las aguas del lago Nahuel Huapi (cariñosamente apodada “Nahuelito”), cuyos primeros avistamientos habrían tenido lugar ya a fines del siglo XIX: si las primeras teorías que se ensayaron para explicar su existencia suponían la supervivencia de un animal prehistórico, a partir de la construcción de los laboratorios de Richter sobre el lago comenzó a hablarse, también, de la posibilidad de que tal animal fuese una mutación causada por la radiación de los “experimentos nucleares” ensayados en la isla.
La figura del científico tiene una presencia repetida también en la correspondencia recibida por la STP, generalmente como ejemplo del sabio revolucionario e incomprendido, a quien solo la visión de Perón podría reconocer en su verdadera genialidad. Así, proveniente de un miembro del cuerpo diplomático en Madrid (probablemente un delegado obrero), una de las cartas buscó interceder en la contratación de un ingeniero de origen austríaco, radicado en España, del que se dice que “podría hacer en el campo industrial, lo que Richter está haciendo en el campo de la energía”:
…Hay que ver la enorme vanidad y amor propio que hay en los funcionarios argentinos, incapaces de un vuelo imaginativo, aferrados a ideas arcaicas, pendientes a lo que dicen tal o cual funcionario, son incapaces de romper el cerco rutinario, solo el General es capaz de tener una visión amplia de las cosas, si Richter se hubiera topado con alguno de ellos, hubiera fracasado, solo Perón fue capaz de creer en él. Por otra parte estoy acostumbrado en esta a ver altos funcionarios ser titeres de intereses extranjeros, esa es la mayor fuerza contrario a vencer por el General. (Archivo General de la Nación [AGN], Secretaría Técnica de la Presidencia [STP], Caja 457, Iniciativa 1657; destacado en el original)
También cita a Richter como referencia un supuesto descubridor de un yacimiento de uranio y torio, destacando la opinión favorable que su hallazgo motivó en el director del Proyecto Huemul, en especialistas de la embajada norteamericana y científicos de la CNEA, quienes, luego consultados, negarían taxativamente estos contactos; en un inconsciente juego de espejos, los técnicos de la Secretaría no dudaron en calificar esta última iniciativa como un claro intento de estafa (AGN, STP, Caja 579, Iniciativa 1563). Otros, en cambio, escriben a Perón con el único deseo de sumarse al equipo de trabajo de este “sabio peronista” en la Patagonia (AGN, STP, Caja 462, Iniciativa 1978).
(…) Mientras tanto, desde Buenos Aires, escribe un hombre que solicita financiamiento, pues desea formarse como físico atómico en los Estados Unidos, convencido de que “en los próximos 25 años todos los países que no posean una forma de energía atómica industrializada se encontraran al mismo nivel económico y político de los países africanos con respecto a los europeos” (AGN, STP, Caja 459, Iniciativa 3650). Y otro que afirma haber desarrollado una teoría de la “relatividad atómica argentina” capaz, entre otras aplicaciones, de curar el cáncer. La evaluación de los físicos consultados en la CNEA es categórica: “Todas las consideraciones que hace el recurrente son puras creaciones de su imaginación y no tienen relación con hechos de algún fundamento científico” (AGN, STP, Caja 459, Iniciativa 35080/53).
Resulta evidente que esta última iniciativa se esforzó por imitar las formas externas y el lenguaje de aquella ciencia en la que buscaba validación.
(…) Entre las cartas reunidas en el archivo de la STP hay cientos de ejemplos que demuestran la importancia conquistada por la imagen científica como vehículo para la imaginación técnica popular.
“(…) En la década de 1950, mientras la figura del físico alemán (Einstein) se consolidaba (inmerecidamente) como el cerebro detrás de la tecnología de “lo atómico”, las refutaciones a Einstein siguen ocupando un lugar en el imaginario de inventores y aficionados. Pero en la mayoría de las referencias a la teoría de la relatividad y su relación con las infinitas posibilidades de “lo atómico” eran ahora apropiadas con entusiasmo por quienes enviaban sus cartas a Perón, ya sea con nuevas teorías, potenciales tratamientos para el cáncer o inventos de muy distinto tipo. Al menos en parte, esto se debía a que en la posguerra “lo atómico” había pasado ya, desde la perspectiva de los imaginarios populares, del ámbito de lo abstracto al de lo representable. Y esto se debió en buena medida a la nueva presencia que el tema conquistó en las más variadas formas del discurso público.
La representación de “lo atómico” en la prensa, la publicidad y la ficción
“(…) (El diario) La Nación reconoció en el problema del desarrollo y el control de la energía atómica uno de los grandes temas de la política internacional de la época, y prestó especial atención a las pruebas militares norteamericanas, soviéticas e, incluso, inglesas.
“(…) Para 1952, Estados Unidos contaba en su arsenal 841 armas nucleares, pero las pruebas de más y mejores sistemas armamentísticos no se detuvieron en ningún momento del período estudiado. Al reproducir la perspectiva norteamericana casi sin ningún tipo de intervención editorial propia, estas crónicas fueron presentadas con un tono neutro, en el que la necesidad del desarrollo de los arsenales nucleares aparecía naturalizada, no problematizada (con asépticos títulos como “Una visita a las ciudades atomizadas”, por ejemplo, para notas que reconstruían las consecuencias sociales del uso de estas armas y la escala de su potencial destructivo); las únicas instancias en que se daba lugar a voces críticas respecto a la incipiente carrera armamentística se produjeron, justamente, en la reproducción de las declaraciones de voces autorizadas desde los ámbitos de la ciencia y la academia.
Así, el diario reproducía con fidelidad la lectura dual que la política exterior de los Estados Unidos buscó promover sobre su poderío atómico; por un lado, daba cuenta de los nuevos desarrollos armamentísticos y recordaba las consecuencias de los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki, mientras que, por el otro, destacaba los beneficios de la tecnología nuclear para fines pacíficos. Es decir, buscaba presentar la tecnología atómica como posibilitadora de un sinnúmero de aplicaciones para una paz garantizada, a su vez, por la propia capacidad destructiva de la bomba.
Este discurso dual sobre lo atómico se encuentra presente ya desde 1946. El suplemento ilustrado del 30 de junio de ese año está dedicado a mostrar el trabajo de científicos y técnicos con “las substancias radioactivas que se producen en los hornos de uranio donde se ha fabricado la bomba atómica”, y se explaya sobre los numerosos usos pacíficos que estos “subproductos” posibilitan en los campos de la medicina y la industria. En la primera plana del periódico de ese mismo día, mientras tanto, se ofrece la cobertura de las pruebas atómicas norteamericanas en el atolón Bikini, a las que habían sido invitados numerosos periodistas que darían cuenta de las capacidades de las nuevas bombas (La Nación, suplemento, 30/06/1946, pp. 1 y 3)12.
El esfuerzo por encontrar usos pacíficos que legitimaran a ojos de la opinión pública internacional la creciente inversión en tecnología nuclear (como la idea de usar la bomba atómica para “poner al descubierto” las riquezas minerales de la Antártida o las iniciativas para aprovechar la energía atómica en la industria) puede ser leído como el resultado de los enfrentamientos diplomáticos con la Unión Soviética en torno a la proliferación atómica, que tuvieron como escenario privilegiado a las Naciones Unidas y que culminarían en 1955 con el lanzamiento del programa Átomos por la Paz, todo ello con una amplia cobertura en los medios internacionales. Pero también responde, al menos en parte, al horizonte de posibilidades con el que los avances en “lo atómico” habilitaban a soñar en el mundo de la posguerra.
Ya en febrero de 1946 La Nación publicaba la traducción de un artículo de la agencia Agence France-Presse que comenzaba con las siguientes palabras: “Gracias a la liberación de la energía atómica, podemos hoy considerar dentro de lo posible los viajes interplanetarios, el gran sueño de la ciencia. Un solo gramo de uranio, ‘debidamente desintegrado’ en la tobera propulsiva de un vagón cohete, será suficiente para despachar viajeros a la Luna”. Acompañaba esta proyección un conjunto de datos técnicos y citas de autoridad que buscaban otorgarle a la misma la legitimidad del discurso científico, y aquí se evidencia una vez más el prestigio que otorga la voz de Einstein, aunque en este caso se la recupere sólo para aclarar que aún no se conocían métodos para lograr una desintegración del uranio de esas características (La Nación, 3/02/1946, p. 2).
Partiendo de una línea editorial distinta, el periódico Democracia cubrió sin embargo los mismos temas. La consolidación de los arsenales nucleares tuvo un lugar destacado en su cobertura de las noticias internacionales, pero menos concentrado en las fuerzas armadas norteamericanas, a las que se denunciaba por tratar de mantener “la hegemonía mundial yanqui” a través de la amenaza de la bomba. Así, se describían los ensayos atómicos realizados por los EEUU en Las Vegas, pero también las pruebas armamentísticas soviéticas (con títulos como “Aventaja Rusia a EEUU en la producción atómica”) y las que los ingleses realizan en secreto en Australia.
Una similar mirada crítica ensayó Democracia respecto a la propaganda sobre los usos civiles de la energía atómica que los Estados Unidos buscaba promover, y cuya veracidad se discutió en notas tales como la titulada “Presupuesto Nuclear: Dos Millones de Personas Trabajan ya en la Industria Militar Yanqui”. Por último, el periódico reprodujo también las discusiones de fines de la década de 1940 en la ONU sobre el control y la no proliferación nuclear, así como las presentaciones de Argentina en la reunión internacional sobre usos pacíficos de la energía atómica realizada en Ginebra en 1955.
Pero esta nueva presencia de “lo atómico” en el espacio público no se agotó en estos periódicos ni en la prensa en general. A lo largo de esta década el tema fue incorporado al discurso y la cultura popular como una metáfora del poder, la destrucción o el avance revolucionario, adaptada a registros tan variados como los de la publicidad, el deporte, la ficción literaria o el cine. Ya en agosto de 1947 una editorial promocionaba una lista de libros en oferta bajo el título.
“LA BOMBA ATÓMICA, contra los altos precios…”, el caballo que en marzo de 1948 ganó el Premio Municipal en el Hipódromo de Buenos Aires había sido bautizado Uranio, y en 1949 una campaña de divulgación titulada “Electricidad y Progreso” incluía la energía atómica (junto a los rayos X, –ver capítulo de Soledad Quereilhac) en “el nacimiento de cosas colosales” durante el último siglo; también llevó como título “LA BOMBA ATÓMICA” la publicidad de un curso de electrónica por correspondencia con sede en Estados Unidos. La revista de divulgación científica y ciencia-ficción Más Allá (ver capítulo de Ana Grondona en este volumen), por su parte, se promocionaba como “la revista de la era atómica”, y la película Las aventuras de Superman se presentaba en la Argentina como “[u]na serie colosal […] de proporciones superatómicas!”.
En la época dorada de la historieta argentina como forma de ficción eminentemente popular (con tiradas de cientos de miles de ejemplares que se vendían en quioscos a muy bajos precios), Héctor Germán Oesterheld lograría su primer gran éxito comercial con Bull Rockett, una serie cuyo protagonista homónimo era justamente un físico atómico que, más allá de los tiroteos y peleas a mano a limpia, en cada nuevo número derrotaba a sus enemigos a través de sus conocimientos científicos superiores. El poder de la energía atómica es, sin duda, el tema más repetido a lo largo de la serie, ya sea en la forma de una bomba que amenaza destruir ciudades como Buenos Aires o Manhattan, o como posibilitadora de las más variadas tecnologías, desde tanques invulnerables hasta reactores capaces de congelar al mundo con su “frío atómico”, aviones y submarinos atómicos.
En términos de formas más tradicionales de divulgación científica, la cadena oficial de medios del gobierno peronista lanzaría en 1950 su propia publicación especializada, bautizada, significativamente, Mundo Atómico.
Este interés por “lo atómico” no constituía en ningún sentido una particularidad del caso argentino, y las cartas enviadas a Perón desde el extranjero también daban cuenta de esto. Así como Mecánica Popular, la edición en castellano de la revista norteamericana Popular Mechanics, contaba con una sección de noticias breves titulada “Noticias de Detroit”, referida a la industria automotriz de Estados Unidos, se agregaría en estos años una sección similar titulada “La energía atómica al día”, en la que se seguían todos los avances y promesas de la nueva tecnología a nivel mundial. Vale la pena recalcar que esta era la misma revista en la que Sarlo observaba, para las décadas de 1920 y 1930, aquel rechazo a teorías e “hipótesis que jamás podrán cruzarse con la experiencia del taller”.
En mayo de 1954 Mecánica Popular aseguraba tener una tirada de 1.200.000 ejemplares en inglés, 135.000 en francés, 65.000 en danés y sueco, y 162.000 en español, cubriendo de esta manera un amplio universo de suscriptores en América y Europa (Mecánica Popular, mayo de 1954, p. 165). Pero más allá de la amplia circulación de esta revista en los diferentes idiomas, su matriz discursiva continuaba estando determinada por su origen norteamericano y la misma no puede ser leída sin tomar en cuenta este dato: la forma en que la irrupción de “lo atómico” fue procesada en el imaginario de cada sociedad no fue en modo alguno universal, sino que respondería a las tradiciones, mitos y características propias de cada cultura. Un buen ejemplo de esto es el número de abril de 1949 de la versión en español de la revista, en el que, bajo el título “‘49: Bonanza de uranio” se buscaba igualar, tanto en la crónica como en las imágenes que la ilustran, a los modernos buscadores de “minerales que contengan energía atómica” con los buscadores de oro que un siglo antes habían impulsado la colonización del Oeste norteamericano (Mecánica Popular, abril de 1949, p. 9).
Imaginación técnica popular, Estado y peronismo
(…) Fechada justamente un 17 de octubre de 1952, llegaba a la STP una carta procedente del pueblo de Colón, Estado de Táchira, Venezuela, y dirigida al “Excelenticimo Señor General Juan de Dios Peron Precidente Constitucional de la República de la Argentina”:
Su Excelencia:
Esta va con el fin único de pedirle Ud., y a la vez de exponerle lo sigiuente: por falta de ayuda no he podido perfeccionar un invento el cual lleva por nombre “PISTOLA ELECTRONICA” el cual por la gracia, que pedido hice al alma (q.e.p.d.) de la señora Evita la cual vi yo concedida el dia 26 de Septiembre próximo pasado, dia tan dichoso para mi que vi colmada s mis aspiraciones, descubriendo el secreto de como puede ser desintegrado cualquie cuerpo.Este es el motivo tambien que me a movido dirijirme a Ud, temiendo no me suceda lo que me sucedio. Habiendo hido yo a Caracasno fui atendido, y no queriendo me suceda lo mismo al escribirle a UD, me hago esta con un poco de temor al pensar que no me tomen tambienpor loco o por persona falta decentido comun de lo que dice.
No mi general estoy muy cuerdo y se lo que esto significa lo único que me hace falta es estudiar un poco más la energía atómica, y podre darle al mundo lo que ningunotro mortal puede hacerlo; mi secreto de estudio feu lo que qiucieron saber en el ministerio y yono se los qiuse decir.
Pero si mi pais me desconoce, al único pais que lo máshondo de mi sér deceo darcelo es asu querida y estimada Patria mi general. (AGN, STP, Caja 458, Iniciativa 1794).
Acompañaba la propuesta un “sentido” pésame (“que hasta este rincon de mi querida patria hemos sentido tan dolorosa ausencia de apreciada señora”) por el fallecimiento de la esposa del Presidente ocurrido en julio de ese mismo año. El autor de la carta asegura que, desde entonces, se encuentra guardando un “luto riguroso” motivado tanto por el afecto que sentía por ella, como también por la “intervención” de Eva que habría hecho posible la ya mencionada invención de la “pistola electrónica”:
Yo supe la muerte de la señora Evita por intermedio de un amigo mio que me yevo la noticia en donde trabajo en un pequeño laboratoiro que tengo instalado en un campo lejos del pueblo al instante sentí un desfanecimiento que si no hubiera sido por mi amigo hubierame caido al suelo […] pues aunque lo crean de un modo distinto, le pedi a su alma de la señora Evita (q.e.p.d.) que me ayudara a resolver, lo que con tanta hancia he venido trabajando desde hace unos diez años, que me lo concedió. (AGN, STP, Caja 458, Iniciativa 1794).
(…) La intervención de Eva desde el más allá, por su parte, remite a la supervivencia de concepciones seculares que concebían a la ciencia, la técnica, la religiosidad y la espiritualidad (comprendidas todas ellas en un sentido muy amplio), antes que como fuerzas en pugna, como partes de un mismo continuum interpelado por la inspiración y la superación de los límites preestablecidos. Del mismo modo, ya se ha señalado que la inventiva popular apuntada al descubrimiento o el diseño genial, y practicada en talleres hogareños y laboratorios improvisados, puede rastrearse en la Argentina al menos hasta la década de 1920.
¿Cuál es, entonces, la especificidad de este caso? ¿Qué distingue a la experiencia peronista de otras coyunturas en lo que hace a su relación con la imaginación técnica popular? En primer lugar, es posible observar la ampliación del universo de participantes en este diálogo, que pasa ahora a incluir a peones rurales, trabajadores industriales, estudiantes, jubilados e inmigrantes que buscan trabajo, donde antes predominaban las prácticas de los aficionados típicos de clase media. En segundo lugar, y es en esto en lo que quisiera detenerme, lo que resulta novedoso es el reconocimiento del Estado a la importancia de esta inventiva popular, reconocimiento que es, a su vez, espejado en la aceptación de parte de inventores y aficionados de la necesaria centralidad del Estado (de los Estados) en los nuevos desarrollos científicos y tecnológicos de la posguerra. Aquí se destaca una de las principales y más significativas diferencias respecto a los inventores caracterizados por Sarlo o de representados en los medios norteamericanos: el inventor popular y el pensador autodidacta ya no son (al menos idealmente) los solitarios personajes arltianos, individuos aislados en el marco de la gran ciudad anónima, sino ciudadanos integrados a un proyecto nacional mediante la intermediación del Estado. Si antes el invento genial podía significar el éxito en el mercado y un boleto al ascenso social, ahora una gran proporción de iniciativas hacía explícita la cesión de toda patente y futuras regalías al Estado, al Segundo Plan Quinquenal o a Perón.
Si, en términos generales, muy pocas iniciativas populares recibieron una evaluación positiva de parte de los técnicos consultados por la Secretaría, aquellas específicamente apuntadas a “lo atómico” carecieron por completo de la aprobación de los especialistas. Por cierto, difícilmente estos inventores aficionados y pensadores autodidactas podrían haber ofrecido aportes técnicamente válidos a un campo que representaba el punto más avanzado de la frontera científico-tecnológica de la época. Sin embargo, esta dificultad no se explica exclusivamente por la complejidad de la teoría sobre la que se asentaban los desarrollos en la física del átomo (bastaría con señalar que dicha teoría no era, estrictamente hablando, novedosa, sino que circulaba ya desde la década de 1920 en diversos medios nacionales e internacionales de divulgación científica). El principal obstáculo a la hora de integrar “lo atómico” al imaginario y las prácticas del inventor-artesano-bricoleur, en los términos definidos por Sarlo, es el indefectible alejamiento que este nuevo campo científico-tecnológico supone respecto a las limitadas posibilidades del taller o el laboratorio hogareño, improvisados en altillos o cuartos-del-fondo, espacios privilegiados de un ocio productivo muy cercano a lo que Bruno Jacomy reconoce como un secular “instinto lúdico del mecánico”.
Esta insuficiencia de medios no es accidental, sino que hace a la “moral” de este tipo específico de inventor popular, que obtiene parte del goce estético de su actividad precisamente “del reciclaje y el aprovechamiento de los desechos, las partes descartadas, lo roto y lo recompuesto, lo cambiado de función, el arreglo imposible que desafía la inteligencia práctica y la habilidad manual”. Sin embargo, tan lejos de las posibilidades del taller o del laboratorio doméstico o, incluso, de la experiencia propia del ámbito laboral, la fascinación generada por la energía atómica no puede ser canalizada a través de esta misma lógica. Así, se reproducía al nivel de la cultura popular una transformación en las formas de concebir el quehacer científico que tenía lugar, en simultáneo, en las más altas esferas del mundo académico, y relacionada directamente con la nueva centralidad conquistada por los estados en el financiamiento, planificación y control de la investigación científica y el desarrollo tecnológico a nivel mundial.
De esta manera, entre los cientos de personas que escribieron a la Secretaría hubo numerosos inventores, pero también un número significativo de estudiantes y aprendices que querían sumarse al plantel y las investigaciones que ya se encontraban en curso en la CNEA, del mismo modo que muchos otros buscaban colaborar con las expediciones del Instituto Antártico, o sumarse a “algún laboratorio” donde “aplicar nuestros conocimientos, ‘aprender’ de la aplicación práctica y facilitar el progreso del mismo y el nuestro con el fruto de nuestro trabajo” (AGN, STP, Caja 516, Iniciativa 1929; Caja 464, Iniciativa 1469, y Caja 472, Iniciativa 4595 e Iniciativa 55333/52).
La necesaria dirección del Estado de las actividades científico-tecnológicas del país fue reconocida en esta correspondencia aún en lo que hace a algunos de sus impactos más polémicos, como la imposición del secreto sobre las investigaciones en áreas juzgadas estratégicas. Y la energía atómica estaba, por supuesto, entre ellas.
Leer el trabajo completo en Saberes desbordados: Historias de diálogos entre conocimientos científicos y sentido común (Argentina, siglos XIX y XX), editado por Jimena Caravaca, Claudia Daniel y Mariano Ben Plotkin.
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