Cerrado hasta nuevo aviso

Después de 10 años sin verlo, un amigo regresó con un libro. Para escribirlo necesitó ausentarse del mundo. ¿Fue un sueño? ¿Fuimos visitados por un espíritu? En todo caso, la visión no me asustó. Al revés, me dejó una lección que me permitirá afrontar la escritura de un nuevo libro. ¡Hasta la próxima!

Por Alejandro Agostinelli

Habíamos sido citados por Enrique Lucena, gran amigo y mejor anfitrión. El punto de encuentro fue un restaurante de Avenida de Mayo. No recuerdo el nombre, no debía ser memorable, ni conocíamos el motivo de la convocatoria. Bueno, en aquel momento tampoco hacía falta que hubiese un motivo para juntarnos. Pero había un motivo, y lo supimos cuando estuvimos todos.

-Hay un invitado más, no lo vemos desde hace mucho. Viene porque tiene algo para decirnos.

Estaba claro que Enrique iba a mantener el secreto. El clima expectante creció con el correr de los minutos, pero él se dibujó un cierre relámpago invisible en la boca y de eso ya no se habló más. Nadie se impacientó. Al rato, la conversación derivó en otros asuntos. Enrique abrió el menú y nos preguntó qué íbamos a cenar, como si supiera que el invitado sorpresa podía fallar, podía a llegar a cualquier hora o quizá solo iba a venir por un café.

QUIEN FUE MARIANO MOLDES (1966-2008) Mariano atemorizaba a quienes lo conocían y a los que no, sea porque era brutalmente honesto o por sus sentencias despiadadas. Fue un inteligente crítico de las pseudociencias. “Probablemente, con este combate al temor a lo desconocido, estaba librando su última y fatídica batalla contra el temor que él despertaba en muchas personas. Y él, era simplemente un chico de Barracas, infinitamente curioso, increíblemente dotado y peligrosamente honesto”, dijo de él su compañero de estudios, Diego Galloti. Mario Bunge, una persona que no es de elogio fácil, escribió: “Yo esperaba que Moldes soltara todo lo que tenía entre manos y viniera a Canadá para doctorarse en filosofía, pero se lo impidió un compromiso sentimental. Yo lamenté mucho su decisión, al tiempo que admiré su lealtad y espíritu de sacrificio. (…) Biólogo y filósofo, curioso y culto, trabajador y honesto, cumplidor y simpático, habría triunfado en Norteamérica, en Europa, o incluso en Brasil o México. En esos países habría obtenido becas y puestos de trabajo conmensurables con su enorme capacidad, mientras que en nuestra pobre patria tuvo que abandonar su vocación para ganarse la vida ejerciendo tareas que no aprovechaban sus conocimientos, su originalidad ni su empuje.” (Más sobe Mariano, aquí y aquí).

No sé sobre qué temas hablamos; lo que pasó después hace a este dato irrelevante. De pronto, apareció. Era Mariano Moldes.

Marianito, el biólogo sabelotodo, aquel loco lindo que había perdido la vida a los 41 años por abandonar el cuidado de su salud. Pocos meses antes se había cumplido el décimo aniversario de la estúpida enfermedad que lo mató. Digo más, cuando noté la redondez de la fecha (Mariano solía burlarse de la superstición de los números redondos), su recuerdo atravesó mi memoria como un relámpago y sentí la urgencia estúpida de revisar el calendario para verificar esa coincidencia. Pero ahí estaba. Vivo. Despeinado, con una barba larga y desordenada. Tenía puesto un traje viejo. Abajo llevaba una camiseta amarilleada, con un cuello como mordido por las ratas y unas Nike mugrientas. Me dedicó una mirada espectral, sin sombra de amor ni el más leve rastro de nostalgia, como si el tiempo solo hubiera pasado para nosotros.

Mariano tartamudeó:

–Vengo a disculparme, muchachos. Tenía que terminar este libro y la única forma era desaparecer. Desaparecer de la faz de la Tierra.

Y arrojó sobre los platos vacíos de la cena una pila de papeles mal encuadernados.

–Te lloré años, querido. Años. Te creí muerto. No tenías derecho.

Se lo dije confundido, hundido en la ambivalencia de explotar de alegría ante el amigo vivo y, a la vez, con ganas de acogotarlo por haber mentido su muerte por diez años.

–El engaño era innecesario, yo te avisé, sabía que Ale iba a reaccionar así. Dijo Enrique y Mariano musitó algo más, que ya no alcancé a escuchar. Los demás mantuvieron un silencio sobrenatural. El impacto de su visita era evidente.

Y así como vino, se fue.

–El que vino como un fantasma, como un fantasma se va. Mejor apurate y levantá esos papeles, me dijo Enrique. Mi amigo siempre tiene razón, así que los fui a buscar enseguida, pero apenas les pude echar un vistazo se esfumaron en el aire.

El recuerdo de los sueños también es volátil, por eso escribo rápido: la ley de los sueños exige anotarlos antes de que se borren de la memoria para siempre.

CRIPTOZOO “La criptozoología intenta rescatar el espíritu romántico de la zoología del siglo XIX. Yo puedo dar fe: cuando me iba como el orto en la carrera (antes de que Bunge encendiera la lámpara de Alá en mi cabeza) y no la veía ni cuadrada con la teoría, mi única esperanza, con la que soñaba en grande, se cifraba en volver de una tierra remota con un monstruo enorme y fiero, rugiendo y lanzando dentelladas en stop-motion. Por eso cuando fui a los lagos del Sur me tracé el plan de que si llegaba a ver un Nahuelito yo me iba a tirar al agua aún a riesgo de cagarme de frío, y de que el monstruo no lo tomara a bien. Lo único que me hizo dudar fue la posibilidad de que no hubiera críptidos… sino minisubmarinos a oruga, seguramente adquiridos a la U.R.S.S., que la Armada argentina o chilena estuviera probando en los lagos y, al verme, decidieran liquidarme para mantener el secreto. Pero que el plesiosaurio me deshiciera a dentelladas, eso sí podía afrontarlo.” – Mariano Moldes

AUTONÁLISIS DE UN ONIROMANTE

La alusión a la desmaterialización del libro está apoyada en argumentos sólidos.

En los encuentros extraordinarios toda evidencia concreta tiende a desaparecer: sobre el asunto se podría formular una ley de cumplimiento tan estricto como la primera o la segunda ley de la termodinámica.

Antes de morir, Mariano me había dejado un manuscrito con la contraseña de sus mails. Solo pude entrar en una cuenta donde no había nada de valor. En los demás correos quedaron sepultados ensayos inéditos, apuntes, todo el material que su exceso de celo le impedía poner en papel impreso.

De aquellos textos solo recuerdo un título, Teoría del Dinero. Es el trabajo cuyo extravío más lamenté. Era parte de un proyecto sobre el cual me había hablado apasionadamente. Sus primeras páginas las había leído y elogiado Mario Bunge, nada menos. En el único webmail al que accedí solo quedaban vestigios insignificantes.

Para escribir ese libro irremediablemente extinguido Mariano necesitó refugiarse en la muerte. Esa muerte solo fue un sueño, pero no me olvido que siendo muy joven Mariano creyó en el espiritismo. No fue una creencia tranquilizadora para él. “Me deprimía que los espíritus de los muertos anduvieran alrededor metiendo las narices en nuestros actos privados”, me confió una vez.

El significado de los sueños suele ser enmarañado o superficial. El relato crudo tiene que ver con asuntos cotidianos o preocupaciones que recuperamos en forma de relato interno. Su germen conceptual suele ser un concentrado exótico; basta fijar mínimas relaciones, casi inadvertidas conscientemente, e introducir orden en el caos a medida que vamos construyendo una historia alineada con nuestros valores, nuestra moral, nuestras creencias, nuestra ideología y nuestro estilo narrativo. El código de los sueños puede ser un captcha desencriptable. Si el relato es absurdo, el precio de su valor simbólico lo bajan hasta los lacanianos. Hace poco, uno de ellos me dijo, en confianza, por qué incita a sus consultantes aburridos a hablar de sus sueños: “Lo que cuentan a veces es entretenido y al revés de Netflix, el que cobra es uno”.

No engañaré a nadie con una muerte irreal, como lo hizo el falso Mariano. Pero, si bien el sueño fue real, debo admitir cuál fue el propósito de esta historia: la actividad de este blog disminuirá porque debo entregar un nuevo libro.

Cada tanto alguna cosa postearé, supongo, pero en tales casos me deberé sobreponer a mi TOC: aborrezco de la idea de subir entradas más o menos con tal de que este blog siga funcionando.

Durante su visita, el fantasma de Mariano me recordó que todo no se puede y que a veces conviene tomar distancia de unas cosas para ocuparse de otras. Tengo mucho trabajo por delante todavía y no quisiera verme obligado a fingir mi muerte.

La fecha de entrega se acerca como La Parca.

¡Hasta entonces!

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EL SABOR DEL JABALÍ. Un cuento de Mariano Moldes.

El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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