José Antonio Díaz era licenciado en Ciencia Política (UB) y editor y jefe de Economía en la revista Noticias. También pasó por Gente, Página 12, El Periodista de Buenos Aires y Humor. Trabajó en radio, televisión y fue editor de Política en el diario La Prensa, que llegó a dirigir por un breve período. El lunes 18 de Julio, a los 66 años edad, lo mató una complicación cardíaca. En las siguientes líneas un ex compañero lo despide con cariño.
Por Alejandro Agostinelli
Qué triste noticia la muerte de José Antonio Díaz. Triste y mala, para mí. La de Jose era de las caras que todavía me daba gusto ver en la redacción del viejo edificio de la calle Chacabuco. Aunque estuviera a mil siempre tenía un rato para conversar, sea para recordar viejos tiempos o para perorar sobre la última consternación política. Era un profesional apasionado y entre comienzos de 1994 y fines de 1995, cuando me tocó trabajar con él, en la redacción de La Prensa de Amalita, se quería llevar el mundo por delante. Su entusiasmo era contagioso y explicaba con mucho detalle lo que esperaba de una crónica. Lo recuerdo por eso y por el cuidado con que modulaba cada palabra. Era tan claro que si no lo entendías era porque estabas en otra dimensión.
Doce años más tarde nos reencontramos en Perfil, a donde él regresaba después de una pausa y de donde yo me estaba por ir.
Había distancias ideológicas, pero nuestros disensos eran respetuosos. En las dos redacciones encontré compañeros que no lo querían. Algunos tenían argumentos dignos de ser escuchados y otros tenían argumentos dignos de risa, aunque admito que fue un asunto sobre el que nunca quise profundizar. A mí me dio un trato cálido y afectuoso, siendo así es fácil ser subjetivo (como difícil es ser objetivo). Jose y Javier Avena me habían rescatado de Gente para integrar la redacción de una nueva versión de La Prensa, donde yo quería hacer una sección que se llamó En Trance, una idea rarísima que sólo alguien como él o Javier podían aceptar en un diario con esa prosapia. Como hacer solo eso era imposible, Jose me inventó un lugar en la sección Política: él me tenía más fe que yo en ese puesto.
La última vez que nos encontramos, hace unos cuatro años, hablamos de las últimas andanzas de Guillermo Moreno, malandrín que al lado de algunos fantasmones actuales asume las formas de bebé de pecho, y de una nota de relleno que puso en En Trance, cuando me mandó a cubrir la guerra de Perú y Ecuador. Como mi viaje fue de apuro y yo no tenía parrilla, a mi sección la tuvo que resolver él. Entonces, encargó una traducción de un ejemplar del Skeptical Inquirer que encontró en mi escritorio. La tituló “Carl Sagan. Entre la fascinación y el escepticismo”. Era nada menos que una breve autobiografía, que resultó ser la semilla de El mundo y sus demonios. Jose me dijo que lo eligió poco consciente de su importancia, yo hoy quiero creer que fue su eterno olfato.
Pese a que en los últimos años fue reconocido como periodista económico, la pluma de José Antonio era muy versátil y a él, al margen de lo profesional, le encantaba la ciencia. Nuestras charlas durante el tiempo en que fue mi editor fueron un valioso estímulo intelectual, y hoy estoy aquí para dejar eso dicho.
Serás bien recordado, Jose. Ya estás junto a otros grandes compañeros de aquella redacción, el Pelado Sergio Moreno y Fernando Almirón. Harán buena yunta.
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