Lionel Messi se despidió de la Selección y rugió el clamor popular: #NoTeVayasLio. El fenómeno es nuevo: antes de las redes sociales el pueblo no tenía dónde hacer rugir su clamor. Alguien señaló que tanta vociferación era “teatral”: al parecer nadie, o muy pocos, piden realmente que se vaya. La deserción de Lio tal vez tiene que ver con un sentimiento de culpa a la carta, pedido por el fatídico ser nacional. O por una sórdida, más o menos fundada presunción. La Selección Argentina fue segunda en la Copa América; no es obligatorio ser campeones. Las comparaciones con Maradona estuvieron a la orden del día. Alejandro Wall, un gran periodista, que además es un gran periodista deportivo, no lo intentó, pero en su bella reflexión destacó la felicidad que proporciona su juego y advirtió que su ausencia va magnificar su presencia: “Un héroe ausente es un superhéroe. Un hombre sin defectos”.
Pablo Alabarces, campeón de la sociología del deporte, entra de lleno en la comparación: “De todas las condiciones de mito que Maradona presentaba, Messi tiene solo una. Nada menos que la condición excepcional de su juego”. Sin los conflictos, desgarramientos ni la condición plebeya de Maradona, sus méritos deportivos “son insuficientes para hablar de mitos nacionalistas y narrativas patrióticas”.
Salvo alguna excepción, Factor no le da pelota al fútbol. Sí a otros fenómenos de la cultura de masas. Por ese motivo, publicar el análisis de Alabarces era una excepción irresistible.
Por Pablo Alabarces
Escribí Machos, héroes y patriotas (Aguilar, 2014): en estos momentos en que la comparación imposible de las peras Messi y los limones Maradona da vueltas por el universo, es bueno recordarlo. Total, el libro no lo leyó nadie.
Lo que Messi no puede ser, sin embargo, es una repetición de Maradona: y ése es el marco inmediato de interpretación. Porque lo que el relato heroico del deporte argentino espera de él es esa repetición: el héroe plebeyo nacional-popular que llevará la patria a la victoria.
Como ya hemos señalado, esa repetición es imposible por varias razones: en primer lugar, de clase, porque Messi no es un plebeyo ni puede fingir serlo –no hay hambre ni pobreza en su historia–. En segundo lugar, históricas: porque aunque jugara contra Inglaterra y convirtiera cuarenta y tres goles, eso jamás ocurrirá cuatro años después de una guerra. En tercer lugar, políticas: porque una ficticia construcción nacional-popular (que Messi vuelve imposible, porque no da el tipo) no ocurriría en contraste con un relato nacional-popular ausente –como Maradona–, sino justamente en su apogeo –el ciclo kirchnerista es precisamente nacional-popular. En cuarto lugar, deportivas: si bien su calidad futbolística es igualmente excepcional (sino más), su formación está organizada en torno del famoso tratamiento para el crecimiento corporal que recibiera en Barcelona desde sus catorce años, lo que lo sustrae de la épica del potrero y la escuelita –los lugares clásicos de la formación del futbolista argentino, el pibe que analizara Eduardo Archetti– para impregnarlo de la lógica de la fábrica europea –la Masía, la escuela catalana–, puro control y disciplina, lo que redunda en la clausura de ese relato. Y finalmente, razones ampliamente morales: Messi no es carismático, limita su exhibición al guión que el espectáculo global le reclama –un guión abundante, por cierto, pero minuciosamente previsible y previsto–, casi no habla: cuando habla, lo hace con el cuerpo, estrictamente en el juego. Messi es mudo, es un perro, como diría brillantemente Hernán Casciari: y los perros no hablan ni se vuelven símbolos nacionales.
En resumen: de todas las condiciones de mito que Maradona presentaba, Messi tiene solo una. Nada menos que la condición excepcional de su juego: pero eso es ampliamente suficiente para hablar de fútbol, y bastante insuficiente para hablar de mitos nacionalistas y narrativas patrióticas. Messi, entonces, desprovisto de los desgarramientos y los conflictos –y de la condición plebeya, radicalmente popular– de un Maradona, no puede, pudo ni podrá articular ese relato deportivo de la patria. Aunque hubiese ganado la Copa del Mundo, aunque hubiera “traído la Copa” después de convertir treinta y siete goles, cinco de ellos épicos, nunca será otra cosa que un buen chico. Pero nunca un pibe. Messi es irreductible a la lógica del aguante, a la épica de los huevos y el corazón…
Agradecimientos: a Alejandro Frigerio por la recopilación gráfica.
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