A fines de los 80 y comienzos de los 90, hubo tres casos, cada uno separado por dos años entre sí, que se tipificarían hoy como feminicidios o femicidios: el asesinato de Alicia Muñiz a manos de Carlos Monzón; el crimen de María Soledad Morales en Catamarca; y el cuádruple homicidio de La Plata perpetrado por Ricardo Barreda. Antes y después hubo y hay infinidad de casos; algunos, con derivaciones espantosas, como prenderle fuego a la mujer.
Sin duda la inseguridad nos afecta a todos por igual, pero en la Argentina las mujeres están expuestas a mayores riesgos. El año pasado hubo 277 femicidios registrados, según el informe anual La Casa del Encuentro. Son 5 por semana, casi uno por día durante 2014. Y la locura no cesa: 2015 ofrece casos estremecedores y la desprotección es total, empezando por el rol calamitoso de los medios: allí es dónde está, si no, el caso de Melina Romero, estigmatizada después de muerta por su condición social.
Desde ya, no es un lamentable privilegio argentino. Ni, mucho menos, de este tiempo: la filósofa Hipatia de Alejandría, gran librepensadora del siglo V, fue descuartizada viva por un grupo de fanáticos.
La historia está repleta de casos semejantes. Y la Argentina, el país de Julieta Lanteri, de Alicia Moreau de Justo, de Eva Perón, de las Madres y Abuelas, está ofreciendo un panorama pavoroso, con tipos que matan a plena luz del día en un restaurante, o le tiran un fósforo encendido a la mujer, por no hablar del infierno de la trata de personas.
Hay quienes ponen peros y reparos. Pero, si no estás de acuerdo con la movilización del 3 de junio, me parece que alcanza con no opinar. Ese día nos veremos muchos en la Plaza del Congreso.