1. ¿Puede verse el atentado a Charlie Hebdo como un enfrentamiento entre “terrorismo islámico” y “libertad de expresión”? ¿Debe ser ilimitado el derecho de la libertad de expresión, si supone ofender a personas por su ideología, creencia y etnicidad?
La libertad de expresión debe estar condicionada al interés general, que es la libertad de cada ciudadano de ejercer sus derechos sin pisotear los derechos del otro. Quienes critican a los fundamentalistas de todo borde gozan de un derecho y quienes son criticados también pueden responder utilizando los medios legales a su alcance. Se este o no de acuerdo con este principio hay un hecho evidente: Charlie Hebdo no exigió que se acabasen las predicas de creyentes (judíos, musulmanes o católicos). No veo por qué los creyentes exigen que Charlie Hebdo acalle esas críticas. Si alguien se cree ofendido puede exigir ser defendido por un tribunal.
2. Es inevitable repudiar un asesinato masivo a sangre fría a periodistas. Pero la violencia del grupo islámico ¿no invita a pensar la violencia discursiva ejercida desde los medios y la violencia estructural presente en las sociedades occidentales?
La violencia de un grupo que se arroga el derecho de pasar al acto armado en nombre de una religión como única fuente de legitimidad borra en los hechos todo derecho de respuesta, sea quien fuese el grupo que lo comete.
Cuando se ataca a alguien para acabar con su herejía no entramos en debate, se lo excluye del género humano, porque “los únicos humanos son los creyentes”. Este concepto va desde el Derecho Romano hasta la Inquisición: quien no comulga (ateos) o es excomulgado queda fuera de la ley y no pertenece más a la comunidad, perdiendo sus derechos humanos. Cuando una fatwa o una condena por herejía golpea a alguien, esa persona queda en inferioridad de condiciones para responder: como no es un ser humano no merece juicio sino condena de quienes siguen siendo humanos, es decir, reconocidos ante el derecho divino. No hay diferencia entre quienes ejecutan con una Klashnikov o usan, como Torquemada, una hoguera. El impío debe pagar con su vida el haber osado salir de la comunidad de los seres humanos.
La violencia ejercida por el pueblo no puede ser confundida con la violencia ejercida contra el pueblo o, peor aún, en nombre del pueblo al que se ataca. La violencia individual en nombre de una creencia superior que pretende cooptar todas las creencias de un pueblo se transforma así en crimen contra la vida y contra el pensamiento, porque no libera sino oprime y no debate, sino que juzga unilateralmente. La violencia ejercida por los medios capitalistas puede y debe ser contestada desde la ley y desde la información popular organizada. Estas violencias no son comparables, aunque evitar esa comparación no signifique mal menor. Neustadt llamando a la represión es el autor intelectual de un crimen. Videla, ejerciendo el crimen, es su autor material.
3. Hay ateos militantes identificados con las víctimas (“todos somos Charlie”). Hay religiosos no islámicos que descargan su ira contra el mundo musulmán y olvidan la intolerancia de sus propias iglesias. El atentado a Charlie Hebdo se produjo en un marco de creciente intolerancia social, religiosa y cultural. ¿Cómo descomprimir el escenario de tensiones que origina este tipo de atentados? ¿Qué secuelas imagina en una Europa en crisis?
-Estamos ante una situación compleja, heredada del colonialismo del siglo XIX, del neocolonialismo del siglo XX y del fracaso de los movimientos de liberación árabes. Estamos también ante una ruptura de comunicación e identificación cultural de buena parte de las generaciones de la inmigración, guetizadas y abandonadas a su suerte, especialmente en Europa. Esto no es nuevo: las persecuciones a minorías ya se dieron en Francia en los siglos XVI y XVII en Inglaterra en el siglo XVI y en España en el siglo XV. ¿Estamos en otra etapa de las guerras de religión? No.
Este enfrentamiento maquilla detrás de lo religioso el verdadero problema de una democracia que aún no está consolidada (no olvidemos que el ideario republicano es reciente) ante un fervor religioso que aparece como el último recurso ante la marginación social.
La propaganda de los medios sobre el alivio por la caída del comunismo o toda ideología de liberación popular abrió el campo a las tendencias irracionales del comunitarismo y el extremismo religioso. No solo en países musulmanes sino también en los casos del sionismo político: los religiosos en el Ejército Israelí no representaban sino el 3% en los años 60, hoy son el 45%. La crisis no sólo es europea, aunque en Europa se rompa el eslabón por su pasado colonialista, su angelismo democratoide y su tendencia a no poner en duda sus afirmaciones eurocentristas.
Es un problema de hegemonía ideológica que el islam (laico o fundamentalista) es incapaz de confrontar porque carece de los medios para hacerlo. Integrar el islam laico en el debate y acabar con la guetización de las masas musulmanas en Europa puede servir para abrir el diálogo y neutralizar a la oligarquía bancaria-petrolera-armamentista, que trata de sobrevivir sobre los cadáveres de una guerra civil planificada.