De cómo un conflicto familiar te puede convertir en un famoso teórico del «fenómeno sectario»
Por su papel central en la defenestración pública de Claudio María Dominguez, Pablo Gastón Salum ha devenido en el “experto en sectas” más consultado por los medios. En realidad tiene otros méritos para merecer tal distinción: hace afirmaciones que “miden”, como hablar sin parar de “sectas pedófilas” que “prostituyen” y participan de “crímenes rituales” como quien habla del vecino de aquí a la vuelta. También tiene para ofrecer una experiencia personal conmovedora de maltratos y abandono familiar, más precisamente de una madre que, entre un “líder sectario” y el menor de sus hijos, optó por el “líder sectario” y sus otros dos hermanos, gracias a un escape heroico donde salvó su vida de los tormentos que le infligían los “malos” y de los intentos que hicieron, acusa, por inducirlo al suicidio.
Todo lo cual dicho sin menoscabar la realidad de los acontecimientos tal y como pudieron haberse producido, ya que una de las razones por las que sólo se conoce la versión de Salum es porque su madre, sus hermanos, y la Escuela de Yoga de Buenos Aires (EYBA), hasta ahora nunca se pronunciaron sobre los hechos que él describe, una y otra vez, a pedido de los medios.
Ayer, 25 de noviembre de 2012, la periodista María Ripetta, en el programa La Cornisa, acompañó a Salum, también único promotor visible de la llamada “Ley AntiSectas”, hasta la puerta de la Escuela Yoga de Buenos Aires (EYBA) para tocar el timbre y preguntar por su madre, Graciela Alarcón.
Madre e hijo no se ven ni conversan desde 1994, explicaba Ripetta. Sólo se cruzaron alguna vez en Tribunales. En tal caso, no estaba claro a qué habían ido hasta la sede de la EYBA. Si no se hablan desde hace 18 años ¿por qué iba a ser distinto ante las cámaras de América? Salum, por cierto, no parecía especialmente interesado en hablar con su madre o con alguno de sus hermanos, quienes al parecer aún forman parte de la Escuela (se advirtió, por ejemplo, cuando pateó o zamarreó la puerta). Su intención era “desenmascarar a una secta peligrosa”. Por eso iba preparado con afiches que divulgan su causa, la Ley Antisectas (en realidad, una recopilación de afirmaciones sin fundamento legal ni científico)* y cinta adhesiva, para pegarlos en la puerta de la sede. Para “escracharla, así los vecinos saben”, según dijo él mismo. Durante la entrevista, un hombre se paró ante la puerta. “¿Quién es usted? (…) ¿Usted no sabe que aquí funciona una secta, donde abusaban chicos, prostituían chicos, prostituían mujeres y esclavizaban gente?”, preguntó Salum. «¿Usted a qué viene acá», continúa Ripetta. “Es un cliente mío, yo trabajo”, musitó el señor. “¿Nunca vio a personas del poder acostándose con las chicas?”, disparó otra vez Salum. El hombre se tuvo que retirar silbando bajito, acusado de “cómplice”.
«La justicia no me da bola, la justicia me cagó la vida porque fue cómplice de ellos. ¡Díganle a Juan Percowicz que se va a morir bien muerto!», dice Pablo Salum en el «informe sobre sectas» que presentó el programa La Cornisa el pasado 25/11/2012.)
En su solitario escrache, el afiche que Salum pegó en aquella puerta reclama la sanción de una ley contra las sectas y pasa lista a una serie de puntos: “explotación laboral, incesto, privación de la libertad, inducción al suicidio, violencia, prostitución, sustracción de bienes, pedofilia, muerte”. Todas esas cosas, o unas cuantas de esas cosas, dice Salum, hacen las sectas. Días atrás, en el programa Duro de Domar, explicó lo mismo, que “todo eso” hizo “la secta” de Coronel Suárez, un abuso del lenguaje para rotular a un caso extremo de violencia de una pareja, la periodista Estefanía Heit y Jesús Olivera, contra su joven víctima, Sonia Marisol Molina. Como si haber formado una agrupación religiosa, o simpatizar con otra, necesariamente tuviese que ver con violar, secuestrar o intentar quitarle la vida a alguien para apoderarse de sus bienes. Como si tuviera alguna seriedad llamar “secta” a un grupo de tres personas. Y como si, en el supuesto caso de que lo fuera, pudieran extrapolarse discrecionalmente sus características y ser endosadas a cualquier otro movimiento. Algo que hace Salum cada vez que es invitado a los medios.
Pablo Salum en Duro de Domar. Un panel complaciente que pregunta y un entrevistado que confirma sus prejuicios. Mariano Hamilton es la excepción.
Para algunos, Salum “se hunde con sus dichos”.
“Se lo nota afectado por su experiencia personal”, como si esta condición le restara credibilidad entre quienes lo consideran «experto». Salum, así como lo hizo Alfredo Silletta en los ‘80 y parte de los ‘90, está entre las personas llamadas por los medios para definir “el problema de las sectas” y se ha convertido en parte rutinaria de su agenda porque, como dramatiza la cuestión y la exalta desde sus vivencias (reales o noveladas, para el caso da igual), lleva el tema justo adonde a los medios les interesa.
Como sea, su influencia no debe ser minimizada. La “Ley” que pregona fue aprobada en la Provincia de Córdoba: el artículo de la Ley 9891 propone crear el «Programa Provincial de Prevención y Asistencia a las Víctimas de Grupos que usan Técnicas de Manipulación Psicológica». Del mismo modo, a comienzos de Noviembre Pablo Garrido, jefe de Gabinete del ministerio de Salud provincial, se reunió con Salum para “elaborar un convenio de colaboración mutua con el objetivo de prevenir y advertir a la población sobre los peligros de la grupodependencia”.
¿QUIÉN LE «LAVÓ EL CEREBRO» A SALUM?
Salum tiene una especie de “coach”, un abogado tan asertivo como ignorante en la cuestión “sectas”, tan aguerrido como pagado de sí mismo, llamdo Héctor W. Navarro. Los más veteranos recordarán sus días de esplendor mediático, allá por los 90, en el auge de la “televisión basura”, cuando le vació un vaso de agua en la cara la novia de Poli Armentano en “Mediodía con Mauro”.
La voz chirriante de Navarro es la que azuza a Claudio María Domínguez el día que Salum lo “escrachó” en la Feria del Libro. Grita para hacer –fiel a su costumbre– una imputación falaz. “¡Hablá del Maestro Amor, perdiste tu familia ahí”, bramó. La única persona del entorno de Domínguez junto al Maestro Amor era su exmujer, a quien no “perdió” porque se trataba de una persona adulta ejerciendo su derecho constitucional de unirse a una comunidad legalmente inscripta (más allá de que su líder, claro, es una persona seriamente cuestionada).
Típica intervención de Navarro, a comienzos de los 90. En pleno auge de la «TV basura»… que nunca nos dejó.
Navarro se presenta como presidente de una Red de Apoyo para las Víctimas de Sectas (Ravics). Y fue el primero en victimizar a Estefanía Heit porque, sostuvo a La Nación, los adeptos a esos grupos “suelen tener un coeficiente intelectual mayor” que el común de la gente (que alguien le explique que se dice cociente intelectual). Heit es, redundó, “el prototipo de víctima captada por un líder psicópata que luego se convierte en victimaria”.
Tales disparates y otros, que sostiene con absoluto aplomo, no son tan graves como el hecho de que algunos periodistas y editores consideren a Navarro confiable porque –como lo presenta La Nación– “trabajó como perito en resonantes causas como la de los Niños de Dios”. Pocos recuerdan, o a pocos colegas les interesa saber, que el papel del abogado en esa causa fue deplorable ya que, entre otras cosas, presentaba como recientes actividades como el Flirty Fishing, que La Familia había abandonado hacía años.
En 1993, cuando el Juez Federal de San Isidro Roberto Marquevich allanó varios domicilios y fueron apresados a 21 misioneros (y apartados de sus padres varias decenas de menores de edad) bajo el cargo de “perversión de menores” y “lavado de cerebro”, Navarro dijo haber sido quien proveyó al juez de videos y folletos donde aparecían niños en situaciones sexuales, usando la investigación de Silvina «Ivy» Cángaro, una ex integrante de La Familia de Mar del Plata (a quien por supuesto jamás dio crédito alguno).
TODAS LAS SECTAS, MI SECTA
El conocimiento que Salum tiene sobre el tema de sus desvelos se reduce a la experiencia que le tocó vivir a él en “la peor de todas”, la “secta” donde vivió experiencias espantosas para él pero –sin duda– no todavía para su madre y sus hermanos, que siguen siendo parte de ella.
Cuando Salum recibe la crítica más elemental a la ley que propone (en el mejor de los casos innecesaria porque describe delitos previstos en el Código Penal), él regresa sobre sus pasos, habla de su experiencia, del vía crucis que vivió cuando, a los 12 años de edad, logró escapar de la EYBA y juró denunciar y hacer la vida imposible “a quienes destruyeron mi familia”. Entonces él dice que los líderes son astutos, que no cometen los delitos con sus manos, que mandan a terceros, sobre todo porque el adepto es captado y manipulado, cuando no secuestrado y retenido contra su voluntad y otra serie de cosas terribles que “con pericia psicológica”, dice, “son fáciles de determinar”.
“Todas las sectas son mi secta”, parece decir Salum, y así lo debe creer, porque –desde su peculiar perspectiva– las que aparecen en los medios son igualmente ominosas, y las que no aparecen, pues probablemente a ellas aún no les llegó el día en que un desertor, un periodista o quién fuese “se atrevan a denunciarlas”. (Así no podés perder nunca, querido Pablo).
A cada rato, Salum, como solía hacerlo Silletta, o José María Baamonde, se ataja y aclara que no está contra la libertad de cultos, ya que “las sectas son otra cosa”.
¿Cómo diferenciar a una “organización respetable” de otra que no lo es? Pues las que no lo son “manipulan psicológicamente” a sus adeptos. ¿Quiénes determinan los niveles de peligrosidad? Bueno, los “especialistas en sectas” (perdón, en «persuasión coercitiva») pertenecientes a su oenegé, ¿Cómo lo hacen? Bueno, ellos, a diferencia de los ignorantes, o los que carecen de experiencia, “saben” cuándo están ante una “verdadera secta”, y si no son ellos serán “peritos psicólogos” (por supuesto, formados en los clisés de su oenegé).
Para redondear: en este debate, el problema de la libertad de cultos es central, porque tiene que ver con el derecho que tiene un individuo de elegir en creer en lo que le plazca. ¿Cómo hacemos para respetar la voluntad de una persona, en su libre decisión de adherir a determinado movimiento religioso, si consideramos que ésta carece de voluntad, que la ha perdido o ha dejado de controlarla porque “la maneja el líder”, a través de “técnicas de control mental” que le privan de ella?
Este dilema se despeja de una manera: la libertad de cultos se lleva bastante mal con la existencia de “manipulaciones mentales” inmanentes y permanentes que afectan a la voluntad de una persona adulta cuando, en un acto de soberanía íntima, ésta toma la decisión de adherir a un movimiento cultural, religioso o social determinado.
Es más, si esa persona comete un delito, no hay “lavado cerebro” ni “persuasión coercitiva” u otras coartadas del lenguaje que la salven. Tampoco rige la “obediencia debida” al líder.
Nadie zafa –nadie debería zafar– de la condena penal que merece quien delinque. De igual modo, nadie merece recibir el estigma de “sectario”, ser condenado mediáticamente por falta de evidencias suficientes para acusar a alguien (en este caso, “el líder de una secta”) de haber cometido determinado delito.
DESCARGAR
Porque formar parte de una “secta” no constituye un delito.
Chiche Gelblung con Márquez y Salum. En este caso, el conductor da la nota: su ristra de errores, falsos lugares comunes y tergiversaciones lo proyectan a ejemplo maestro sobre cómo no debe intervenir un periodista.
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(*) En la web Ley Antisectas hay un artículo titulado “Fundamentos Psicosociales de la Ley Antisectas” (en realidad, tiene la forma de un manifiesto y no un artículo con un mínimo de rigor científico o bibliografía).
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