Un papa argentino y un presidente de la primera potencia, respectivamente representantes de una religión y un liberalismo aggiornados al siglo XXI, se encontraron en el centro del mundo para abrir nuevos interrogantes. En pos de respuestas, y nuevas preguntas, releímos un capítulo incluido en un libro fundamental: “Visiones del Papa Francisco desde las ciencias sociales”, editado el año pasado por la Universidad Nacional de Rosario). El capítulo de Catón Carini y Fabián Flores se publica por primera vez en la web por cortesía de autores y editores.
Por Catón Carini (*) y Fabián Claudio Flores (**)
(*) Doctor en Antropología (Universidad Nacional de la Plata). Profesor en la Universidad Nacional de La Plata. Investigador asistente del CONICET. Miembro del GIEPRA.
(**) Doctor en Ciencias Sociales y Humanas (Universidad Nacional de Luján). Profesor de la Universidad Nacional de Luján. Investigador adjunto del CONICET. Miembro del GIEPRA.
El año de papado de Jorge Bergoglio parece dejar más interrogantes y dudas, que certezas o afirmaciones. Estuvo cargado de acciones, gestos, discursos y presencias en distintos ámbitos y situaciones que confirmaron la hipótesis preliminar que éste es un Papa de alto perfil, con presencia en el terreno, y que parece estar lejos de ser un teólogo de escritorio como lo fuera su antecesor Benedicto XVI. En el primer documento de su reinado, Francisco dejaba entrever esta idea al mencionar que prefiere “una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a sus propias seguridades” [1].
Creemos que no se puede evaluar el agitado e intenso año del Papa Francisco al margen de la construcción mediática del “héroe” que se logró imponer desde diversos sectores/actores, y que confluyó en la tan mentada y poco explicada idea del “efecto Francisco”, al que se alude con mucha frecuencia y soltura en cuanto escrito de toda índole circule al respecto.
En poco tiempo, el nuevo Sumo Pontífice recibió a líderes políticos, religiosos, sociales, artistas, deportistas, etc., de un extenso, diverso y variopinto abanico que engloba desde varios jefes y jefas de Estado latinoamericanos (incluyendo las dos visitas de la presidenta argentina), el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, la Reina Isabel II de Inglaterra (también en carácter de máxima autoridad de la Iglesia Anglicana) y el presidente estadounidense Barak Obama.
Detengámonos en este último caso, pues creemos que hay varios puntos de similitud entre los contextos y los imaginarios culturales que circularon, y circulan, con respecto a estos dos líderes y a las expectativas que acarreaban su llegada al poder.
Probablemente no sea del todo desacertado decir que la figura de Francisco adquirió en el último año, a nivel del imaginario cultural occidental, un peso simbólico y moral comparable en cierta forma al de Obama en el 2008. Ambos surgieron como líderes improbables de Estados poderosos, ya que pocos habían imaginado que un presidente negro llegaría a gobernar Washington, y que un latinoamericano se sentaría en el trono papal. Estas combinaciones eran tan quiméricas como lo sería ahora la de un presidente latinoamericano en la potencia del norte o la de un Papa negro en el Vaticano. Además, ambos fueron nombrados candidatos al Premio Nobel de la Paz, una instancia de consagración que, si bien no es política ni religiosa, apuntala el capital simbólico de sus ganadores en forma incuestionable. Finalmente, ambos hombres fueron declarados como la «Persona del año» por la revista Time en 2008 y 2013, respectivamente, y en ellos fue depositada la necesidad de gran parte de la humanidad de creer en una utopía.
En 2008, la “obamamanía” manifestaba la aspiración colectiva de que un héroe cultural (y mediático) reformara no solo su país, sino también gran parte del mundo. En pos del cargo que lo convertiría en el líder político más poderoso del planeta, el candidato demócrata no escatimó en realizar promesas que mucha gente quería escuchar, tales como reformar el sistema social de salud estadounidense, terminar la guerra contra Irak, cerrar el centro de detención ilícito de Guantánamo y cambiar la forma de hacer política internacional. Ahora nadie recuerda esa “obamamanía” desde el momento en el que fue evidente que el Premio Nobel de la Paz no tuvo problema de intervenir militarmente en Libia, y que su país sigue gastando anualmente en armamentos cifras mayores que China, Rusia, Inglaterra, Francia, Japón y las siguientes diez potencias mundiales juntas[2].
Después del escándalo de los Wikileaks, quedan pocas dudas de que estamos ante un imperio mundial que digita buena parte de los destinos de la humanidad, que viola sistemáticamente los derechos que dice defender, y que se dedica, por ejemplo, a espiar los email, mensajes de texto y conversaciones telefónicas de cientos de miles de ciudadanos en todo el mundo.
Frente a ese panorama, el nuevo héroe cultural podría pasar a ser el propio Francisco. En septiembre de 2013, cuando Estados Unidos buscó intervenir militarmente en Siria, a pesar del fuerte rechazo mundial, Francisco organizó una jornada mundial de ayuno y oración para manifestarse en contra de la intervención militar.
La creciente relevancia del Papa como una figura protagónica en el plano internacional se pone de manifiesto en los medios de comunicación con toda virulencia. De hecho, la elección de Francisco fue el segundo evento con mayor repercusión en la historia de la red social Twitter, sólo superado por las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2012 en las que Obama fue reelecto[3]. Su cuenta en la mencionada red social suma la cifra de 5,3 millones de seguidores en español (si tenemos en consideración sus cuentas en otros diez idiomas, sus seguidores computan alrededor de 12 millones). Incluso, ha sido la personalidad más popular en Internet en 2013, ya que su nombre ha sido el más buscado y mencionado a nivel mundial en las redes sociales y sitios web.
Otro ejemplo que ilustra el impacto del Papa argentino en la imaginación cultural de la modernidad puede ser hallado en la Watkins Mind, Body, Spirit, una prestigiosa revista inglesa de espiritualidad[4] que publica desde el 2011 un ranking de los 100 líderes espirituales vivos más influyentes del mundo. En 2011, el entonces Sumo Pontífice Joseph Ratzinger se encontraba situado en el puesto 34, y al año siguiente había caído al 45. Cuando el nuevo representante de la Iglesia Católica fue tomado en cuenta, es decir, en la lista del presente año (2014), ocupó el “top five” del conteo, situándose en el tercer puesto, y siendo superado tan sólo por el Dalai Lama y Eckarth Tolle.
Un año colmado de visitas y gestos –la mayoría de poca transcendencia, pero de gran difusión e impacto mediático– que incluyen diversas prácticas y discursos, ha acarreado algunas pocas sorpresas y mucho más de lo mismo (al menos hasta ahora). Al igual que en los primeros tiempos de Obama, “la máquina de hacer héroes” podía demostrar con seguridad que un nuevo redentor traía vientos de cambio, ahora desde “el fin del mundo”.
Y es que en este sentido, el éxito del nuevo Papa resulta sorprendente si tenemos en cuenta que la Iglesia Católica viene sorteando una serie de crisis que podríamos agrupar en tres ejes. El primero, relacionado al escándalo ante los miles de casos denunciados, investigados y a menudo encubiertos de pedofilia por parte de sacerdotes católicos residentes en Argentina, Chile, Colombia, España, México, Estados Unidos e Irlanda. El segundo, vinculado con las pruebas que con cada vez más fuerza señalan al Instituto para las Obras de Religión (Banco Vaticano) como una entidad asociada con la mafia, el lavado de dinero y otras irregularidades. El tercero, la reciente crisis denominada “Vatileaks”, consistente en una filtración de documentos secretos que hablan de la corrupción imperante en la sede de la Iglesia. Las tensiones alcanzaron su punto cúlmine con la publicación del libro Su Santidad: los papeles secretos de Benedicto XVI, escrito por el periodista italiano Gianluigi Nuzzi, quien reproduce correspondencia secreta entre el Papa y su asistente personal, develando una imagen del Vaticano como un Reino donde imperan los celos, las intrigas, la corrupción y las luchas de poder entre distintas facciones de la jerarquía eclesiástica[5].
Algunos interrogantes nos disparan la reflexión en torno a éstas cuestiones. Por un lado, ¿cómo ha logrado Francisco revertir esta atmósfera de sospecha alrededor del Vaticano y sus funcionarios? En primer lugar, ha manejado de forma magistral una serie de gestos personales y de actos rituales que han calado hondo en el imaginario colectivo. Entre éstos podemos mencionar el hecho de romper con el protocolo de la vestimenta papal al usar sus propios zapatos (y no los calzados rojos tradicionales del Sumo Pontífice), el usar un anillo del pescador de plata y no de oro, abrazar a una persona deformada por un grave padecimiento, lavar los pies a dos mujeres musulmanas, descartar el uso el papamóvil blindado, besar niños y saludar enfermos, visitar una favela en Río de Janeiro, realizar su primera salida de Roma para encontrarse con inmigrantes ilegales en la isla de Lampedusa, y vivir en la Residencia Santa Marta en lugar de alojarse en el Palacio Vaticano. Todos estos actos remiten simbólicamente a un mensaje de humildad, honestidad y cercanía con la gente; en suma, alimentan la esperanza colectiva de una Iglesia reformada, teñida por la tan mentada pertenencia jesuita de Bergoglio.
En estrecha relación con lo anterior, durante el primer año de su pontificado Francisco ganó aceptación mediante un estilo discursivo cercano al del profeta ejemplar o el reformador moral. La médula de sus declaraciones no sólo gira en torno a los ideales de amor, paz, ecumenismo y diálogo interreligioso, sino que también llama a la justicia social mediante una crítica al sistema económico capitalista, la especulación financiera, la sociedad de consumo y la corrupción. La versátil dinámica que Bergoglio le dio a la figura del Papa mediante un discurso que resalta el valor de la humildad y la crítica a la ambición mundana, le trajo la aprobación de millones de personas, reduciendo la brecha entre la Iglesia Católica y la opinión pública.
Por otro lado, también ha desplegado un conjunto de discursos y acciones concretas en relación con los principales desafíos que afronta la Iglesia Católica en estos tiempos. Para este propósito, en abril de 2013 creó el Consejo de Cardenales, destinado a satisfacer las necesidades de “reforma” dentro de la Curia Romana. Los objetivos principales son la instauración de una comisión especial para la protección de los menores víctimas de abusos sexuales y para la lucha contra los curas pedófilos, la puesta en marcha de comisiones para revisar los asuntos económicos de la Iglesia, y la creación de la Secretaría de Economía para mejorar la ayuda económica a pobres y marginados, y elaborar el presupuesto anual para la Santa Sede. Sin embargo, algunas de estas medidas no dejaron de levantar controversias y producir asombro, sobre todo cuando Francisco I nombró como prelado del IOR a Monseñor Salvatore Ricca con el propósito de que lo ayude a sanear dicha institución. Pero Ricca era un cuestionado diplomático con un pasado oscuro, que incluye un abierto romance con un oficial de la Guardia Suiza durante su estancia en la nunciatura de Montevideo, donde en cierta ocasión hasta recibió una golpiza en un bar de hombres homosexuales que solía frecuentar. Francisco salió airoso del caso al alegar que desconocía su pasado y las voces acusatorias se alzaron buscando otros culpables. Por ejemplo, algunos medios sostienen que la facción de la ultraderecha vaticana le ocultó su pasado para desprestigiarlo[6], mientras otros denuncian la existencia de un “lobby gay” que mantuvo intacto el expediente de Ricca a fin de que pudiera seguir escalando en la Santa Sede[7]. En todo caso, el capital simbólico del Sumo Pontífice mostró su efectividad a la hora de sacarlo indemne de una situación, al menos a primera vista, bastante complicada.
De todas formas, el verdadero desafío que el Papa enfrenta radica en que amplios sectores mayoritarios dentro del catolicismo demandan una reforma de la Iglesia que permita a los sacerdotes tener una familia, que le otorgue a la mujer la posibilidad de ejercer el sacerdocio, que no condene como pecadores a los casados con personas del mismo sexo, a los que tienen relaciones sexuales antes del matrimonio y a los que emplean métodos anticonceptivos como el preservativo.
Finalmente, la última pregunta sería: ¿qué expectativas ponemos en el “conductor” y en una institución como la Iglesia Católica que siempre ha sido reticente a los cambios, más aún si éstos son tan profundos que reclaman una revisión de los propios preceptos y argumentos que le han permitido mantener un cierto statu quo a lo largo de su vasta historia?, ¿hasta dónde veremos verdaderas reformas o simples “lavadas de rostro”? En fin, ¿cuán profundos son los cambios que estas acciones acarrean o cuán potencialmente fértil está el terreno para una renovación eclesiástica: “la iglesia de los pobres”, como reza el slogan usado por el Papa en varios discursos?
Como bien expresó Pablo Semán: “la expectativa de un Papa ‘progre’, hay que decirlo, es un espejismo de ateos”. [8] No obstante, enfrentando un año cargado de ambivalencias y gestos magnificados por la “máquina de hacer héroes”, parece más esperanzador el Francisco que propone repensar la comunión para los divorciados y una Iglesia de “pastores con olor a ovejas”, que el Bergoglio de “la guerra de Dios” contra el matrimonio igualitario, que supo declamar en tiempos en que la Iglesia salió con los botines de punta frente “a esta movida del diablo” que llevaría a la “destrucción de la familia” [sic Bergoglio].
El interrogante es cuál de los dos es el que podrá, querrá, deberá y optará por llevar adelante las reformas que se postulan. No olvidemos que Francisco no sólo es “Su santidad, obispo de Roma, vicario de Cristo, sucesor del príncipe de los Apóstoles, sumo pontífice de la Iglesia Universal, primado de Italia, arzobispo y metropolitano de la provincia romana, soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano, siervo de los siervos de Dios”[9], sino que también es jefe de Estado, y de uno de los más poderosos e influyentes del planeta: el Vaticano. Y aquí no hay que olvidar que una de las funciones más importantes que las religiones dominantes en un determinado contexto socioeconómico desempeñan es la de legitimar el orden existente, lo cual, en algunos casos, no excluye generar la esperanza en que el orden existente va a cambiar, que los poderosos del mundo quieren cambiarlo, y que todavía existen héroes culturales que pueden hacerlo; ahí es donde entra a jugar Francisco, la nueva esperanza utópica en un mundo mejor.
En abril del año pasado, y con todo la efervescencia de la reciente asunción de un Papa “distinto” (latinoamericano y jesuita) el diario La Nación titulaba: “Se confirma el ‘efecto’ Francisco: Pascua de misas llenas». Retomamos la idea de Alejandro Frigerio [10]relativa a la sencillez y la superficialidad con la que se producen y reproducen procesos tan complejos como éstos, y para proyectar el posible aire de renovación en la vida concreta de los fieles y sus prácticas, nos preguntamos: ¿cuál habrá sido el destino posterior de esas personas que salían de esas “misas llenas” producto del “efecto Francisco”?; quizás algunos habrán ido a dejar una ofrenda al Gauchito Gil o a San La Muerte, a consultar a su curandera, a practicarse un aborto o a pasar el día de Pascuas con su pareja del mismo sexo. Después de todo, nuestro héroe argentino y jesuita dijo que: «la Iglesia es una casa para que entren todos».
Fuente:
Francisco y la máquina de hacer héroes. Por Eduardo Catón Carini y Fabián Claudio Flores en “Visiones del Papa Francisco desde las ciencias sociales” (Editorial de la Universidad Nacional de Rosario, Rosario; 2014; p. 175 – 184)
Gracias a autores y editores por su amable autorización.
Referencias:
[1] Evangelii Gaudium, 26 de noviembre de 2013.
[2] Fuente: Wikipedia, en: http://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Pa%C3%ADses_por_gastos_militares, consultada el 4 de abril de 2014.
[3] Fuente: Wikipedia, en: http://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_(papa), consultada el 4 de abril de 2014.
[4] La revista pertenece a Watkins Book, la más antigua librería de textos místicos, esotéricos y orientalistas de Londres. Fue fundada en 1897 por John Watkins, un amigo de Madame Blavatsky, la creadora de la Sociedad Teosófica.
[5] El mencionado libro revela, por ejemplo, el sistema de sobornos para conseguir una audiencia papal, ilustrando el caso con una carta enviada por un conductor italiano de televisión, donde le solicita al Papa una audiencia privada a cambio de un cheque de 10 mil euros. La información fue proporcionada por el mayordomo del Papa, Paolo Gabriele, apresado por los gendarmes del Vaticano y condenado por el Tribunal Vaticano a 18 meses de cárcel por robo calificado.
[6] Véase la nota “Primer complot contra Francisco en el corazón del poder vaticano: El Papa nombró a un funcionario de pasado turbio. Fue porque grupos ultraconservadores le ocultaron sus datos”, Diario Clarín, 21/07/2013, disponible en: http://www.clarin.com/mundo/Primer-complot-Francisco-corazon-vaticano_0_959904073.html.
[7] Véase la nota “El caso del sacerdote que confirmaría el «lobby gay» en el Vaticano: Ricca fue designado por el Papa Francisco en el banco del Vaticano; Una revista italiana relata una trama de denuncias y ocultamientos”, Diario Perfil, 18/07/2013, disponible en: http://www.perfil.com/internacional/El-caso-del-sacerdote-que-confirmaria-el-lobby-gay-en-el-Vaticano-20130718-0041.html.
[8] «Algo ha cambiado», Página 12 30/7/13. Disponible en: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-225563-2013-07-30.html
[9] Son los títulos y tratamientos oficiales que recibe un Cardenal al ser mencionado Papa.
[10] En un artículo en el suplemento Enfoques de La Nación (9 de marzo de 2014). Disponible en: http://www.lanacion.com.ar/1670195-francisco-el-nuevo-heroe-cultural-de-los-argentinos
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