Factor tiene un extraño colaborador. Es capaz de cosas increíbles. Un día entró en un súper chino y pasó en puntas de pie junto a un hombre muerto. Antes le hizo al cajero una pregunta imposible.
DERROTADO, MIRÓN Y DEPRESIVO El título de la primera novela de Michel Houellebecq no es atractivo. No convoca. Pero ya es una obra de culto, que reclutó la bendición de lectores prestigiosos y muchos otros lectores más. Esto le permitió a M. H. seguir publicando y ser lo que hoy es: un autor premiado, reconocido y buscado.
El protagonista y narrador es un ingeniero informático de 30 años harto de su trabajo, derrotado, mirón, casto y depresivo. Se limita a subsistir y observar, y desarrolla reflexiones propias de un ser que ya no espera nada –ni bueno ni malo– de la vida, que reflejan las miserias de la sociedad contemporánea, transformando a la lucha de clases en una batalla en la que participamos todos.
«Ampliación del campo de batalla» (1994). Descargar
«Ampliación del campo de batalla» (1994) es una novela profundamente cínica, por no calificarla de gran masturbación mental de Michel Houellebecq. Con todo, un capítulo me retrotrajo a un incidente de hace unos años. Es aquel en que se narra la muerte de una persona en la fila de la caja del supermercado. Un domingo al mediodía fui al supermercado chino a hacer una compra de urgencia. No había nadie, aparte del chino en la caja. Entré y enfilé al sector de los jugos, una góndola enfrente de la de los lácteos (recalco lo de los lácteos por lo que sigue). El chino me vio entrar a su local y saludó con un gruñido/interjección, traducible del mandarín en «Buenos días, pibe», y no atinó a decirme nada cuando me vio (porque me vio) enfilar hacia la góndola de los jugos, frente a la de los lácteos. En el piso, entre ambas góndolas, estaba acostado un señor mayor, de unos 70 años, la cabeza apuntando hacia la entrada, con lo cual, de no haberlo visto, yo me hubiera tropezado con sus hombros. Me dí vuelta y lo encaré al chino, con cara de sorpresa por mi parte:
– ¿Qué pasó?
– Señor muerto, ambulancia ya venir -respondió con toda tranquilidad.
– ¿Hace mucho pasó?
– Señor caerse solo hace veinte minutos. No respirar y yo llamar ambulancia -especificó, si fuese posible calificar como «especificación» su ¿relato?
– ¿Puedo pasar para llevar una botella de jugo de naranja?
– Sí señor.
En Factor interesa más este autor por Posibilidad de una isla, obra inspirada en el Movimiento Raeliano y por Sumisión, que causó polémica por su “presagio” de la toma del poder por un partido islámico en Francia, pero también –claro– por sus pequeñas monstruosidades cotidianas. En la Argentina es pasión de unos cuantos. Lo prueba el flamante Discutir Houellebecq, cinco ensayos críticos entre Buenos Aires y París (Capital Intelectual), que reúne contribuciones de Éric Bassin, Judith Revel, Guillaume Boccara, Nicolás Mavrakis y Hernán Vanoli.
Y pasé bordeando el cadáver hasta llegar adonde estaban los jugos, pensando en que la cercanía del cuerpo con los lácteos ayudaba a la preservación del cuerpo mientras llegaba la ambulancia. Por cierto que el chino (son otra cultura, al fin y al cabo) no había cerrado el local después del súbito fallecimiento, ni mucho menos se le había ocurrido poner una cinta para que la gente no pasase o, como mínimo, tirarle una sábana encima al pobre diablo. No, para el comerciante oriental la vida continuaba como si nada. Después de todo, el tipo se le había muerto entre medio de las góndolas, no en la caja, así que se había perdido la posibilidad de cobrar una compra y encima se le venía flor de papeleo.
Pagué, me fui y nunca más supe sobre el episodio: menos que menos la identidad del occiso, quien debía ser, casi con seguridad, un vecino de la zona. Lo más increíble es que yo entré, compré y salí, tratando de no pisar un cadáver; nadie entró y todo se limitó a mantener un inverosímil diálogo con el chino. Supongo que antes y después otras personas habrán atravesado por la misma situación.
Diez años después, un experimento onanista me lleva a recordar semejante episodio surrealista. Supongo que es un motivo más por el cual Houellebecq sigue sin caerme simpático.