Según Anne Aly, “no hay evidencia empírica de que la religión y la ideología son motivos primarios del extremismo violento”. Otras miradas incluyen factores sociales como agentes de radicalización.
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Por al menos una década la cuestión de los jóvenes musulmanes que se radicalizaban y abrazaban el extremismo violento ha sido una preocupación para académicos y profesionales, como es mi caso. Mientras trabajamos cotidianamente en caminos para prevenir la radicalización o intervenir en ese proceso, el tema acapara ocasionalmente la atención de los medios internacionales: usualmente después de ataques como el estallido de explosivos en el maratón de Boston o los ataques a las oficinas de la revista Charlie Hebdo y a un supermercado kosher en París.
Esta clase de acontecimientos globales mueven el foco hacia comunidades musulmanas que son puestas en la nada deseada posición de tener que defender su religión. Los llamados a que los musulmanes se hagan cargo, asuman responsabilidad, condenen, objeten, se manifiesten y demuestren que ellos no consienten los criminales actos de violencia enmascaran a menudo la enervante sugestión de que el culpable es el mismo Islam.
Un patrón familiar emerge frente a los ataques extremistas realizados (en su mayoría) por hombres musulmanes: uno que muestra versos del Corán siendo citados fuera de contexto para apoyar la idea según la cual el Islam es inherentemente violento o inherentemente pacífico. En efecto, los textos religiosos del Islam, como los de buena parte de las religiones, están llenos de ejemplos que podrían apoyar cualquiera de las dos posiciones. La semana pasada, mi feed de Twitter se volvió un campo de batalla verbal entre partidarios del Estado Islámico (conocidos como Fanboys) que tuiteaban justificaciones religiosas de los ataques en París y una mayoría de musulmanes que respondían con textos coránicos que promovían la paz y prohibían el asesinato.
El hecho es que el rol de la religión en la radicalización (y desradicalización) es groseramente sobreestimado. No hay en realidad evidencia empírica para sostener la afirmación de que la religión (cualquier religión) e ideología son los motivadores primarios del extremismo violento. La imagen reveladora de intentos de combatientes extranjeros preparándose para la batalla leyendo copias del Islam for Dummies y el The Koran for Dummies, subraya este punto. La idea ha sido también presentada por algunos de los especialistas en terrorismo más reconocidos a nivel mundial, quienes concuerdan en que otros factores cumplen un rol mucho mayor.
Elementos como la ira frente a la injusticia, un sentimiento de superioridad moral, un sentido de identidad y propósito, la promesa de aventuras, y volverse un héroe, todos han emergido en estudios de caso sobre la radicalización. La religión y la ideología funcionan como vehículos de una mentalidad de «nosotros contra ellos» y como la justificación de la violencia contra quienes representan al «enemigo», pero que no son los verdaderos motores de la radicalización.
Si la radicalización hacia el extremismo violento fuera solamente una cuestión de creencia religiosa, entonces tendríamos que asumir que interpretaciones religiosas alternativas podrían dirigir a la gente en un sentido contrario. Desafortunadamente, la respuesta no es tan simple. Los intentos de involucrar a los jóvenes que se están aproximando a posturas radicales en discusiones religiosas han tenido escaso éxito.
Mientras la mayoría de los clérigos y académicos musulmanes promueven una versión tolerante y pacífica del Islam, ellos compiten con una minoría de autoproclamados sheikhs que promueven el odio y la violencia. Estos sheikhs son fáciles de encontrar en Internet, y algunos acumulan seguidores entre la juventud alienada que se ve atraída por un sentido de injusticia y se convence de que el Islam no sólo condona la violencia, sino que exige de ellos tomar las armas y demostrar su compromiso. Ellos terminan tan influenciados por estas doctrinas que consideran otras interpretaciones del Islam como completamente falsas; por lo general tachan a los sheikhs moderados y a sus seguidores de apóstatas y aliados de Occidente. Descartan totalmente cualquier visión religiosa alternativa y no están siquiera dispuestos a considerarlas como parte del «verdadero» Islam.
Entonces, ¿cómo hacemos para evitar que alguien se radicalice al punto de buscar oportunidades para cometer actos de violencia contra sus conciudadanos? No hay respuestas fáciles. En primer lugar, tenemos que comprender por qué y cómo algunas personas se vuelven extremistas. Para algunos, como Michael Zehaf-Bibeau, quien disparó a un soldado canadiense el año pasado, o los hermanos Kouachi, responsables de los ataques a Charlie Hebdo, el camino a la agresión involucra un pasado inestable, violento y criminal. Para estos individuos, el extremismo en el nombre de una religión o ideología es la continuación, y la escalada, de un estilo de vida ya violento. Para otras personas que aparecen como ubicadas, estables, e incluso bien integradas, las razones de la radicalización son muchos más variadas y complejas.
En segundo lugar, tenemos que identificar en qué lugar del proceso de radicalización se ubica el sujeto. Es muy difícil, si no imposible, intervenir cuando un individuo está en la fase operacional de la radicalización. Estas personas altamente radicalizadas han aceptado la violencia y pueden estar en vías de planear un atentado. Sólo es posible lidiar con ellos a través de una intervención por parte de agentes de seguridad. Pero también podemos intervenir e interrumpir el proceso en las etapas tempranas de la radicalización, cuando una persona está comenzando a exhibir signos de atracción hacia la violencia extremista.
Entrevistado por la CNN, Reza Aslan, doctor en sociología y especialista en religiones, aclaró los errores de información que abundan sobre los musulmanes. Su intervención no da respiro a los prejuicios de los periodistas y fue felizmente viral.
Cuando nos acercamos a una situación en la que el individuo está mostrando signos de radicalizarse, intentamos también entender qué está ocurriendo en su vida. ¿Ha habido cambios de comportamientos considerables? ¿Hay conflictos familiares sin resolver? ¿Hay una persona influyente que los está exponiendo a visiones extremistas o radicales? ¿Hay cuestiones de la vida personal del sujeto que lo/la han llevado a buscar formas de liberar su enojo y frustración? ¿Ha dejado el individuo de interesarse por hobbies o pasatiempos que consumían su tiempo? Este tipo de preguntas son usuales para la juventud que afronta cuestiones de identidad y pertenencia, sin importar su religión.
Generalmente son los más cercanos al individuo, sus familias y amigos, quienes perciben por primera vez cualquier signo de radicalización. Una aproximación que se ha ensayado en Alemania y otras partes es el acompañamiento familiar. El programa alemán Hayat ofrece apoyo y asistencia a miembros de la familia para ayudarlos a superar cualquier cuestión personal importante y se acercan a las personas para que puedan volverse influencias positivas. Ha sido tan exitoso en Alemania que programas similares han sido también adoptados en el Reino Unido, Francia y Canadá. Esta aproximación está completamente focalizada en la familia pero puede incluir al individuo en algún momento. Puede también involucrar a la policía, los líderes comunitarios, académicos en religión y miembros de la red de apoyo del individuo.
La remoción de pasaportes y medidas legales para arrestar y detener a combatientes que regresaron son parte del enfoque contra-terrorista de Australia. El Reino Unido y Canadá han tomado medidas similares. Mientras el quitar la oportunidad de ejercer violencia es importante, estas medidas no pueden aplicarse solas. Hay que apuntalarlas con iniciativas que se acercan a la radicalización no sólo como un problema de seguridad sino también como una cuestión social que puede ser prevenida.
Traducción: Boris Grinchpun
Fuente: “The role of Islam in radicalisation is grossly overestimated” en The Guardian 14/01/2015