1. ¿Puede verse el atentado a Charlie Hebdo como un enfrentamiento entre «terrorismo islámico» y «libertad de expresión»? ¿Debe ser ilimitado el derecho de la libertad de expresión, si supone ofender a personas por su ideología, creencia y etnicidad?
Más bien diría que es un enfrentamiento entre intolerancia y libertad de expresión. Pienso que en una sociedad avanzada la libertad de expresión debe ser ilimitada. Si alguien tiene problemas, puede litigar. En un mundo globalizado pero altamente desigual, esto chocará con los modos de otras sociedades.
2. Es inevitable repudiar un asesinato masivo a sangre fría a periodistas. Pero la violencia del grupo islámico ¿no invita a pensar la violencia discursiva ejercida desde los medios y la violencia estructural presente en las sociedades occidentales?
No pienso que este tipo de eventos estén relacionados con «violencia estructural de las sociedades occidentales», sino con el choque de dos formas de entender el mundo y como comportarse en él. La violencia estructural está relacionada con la pobreza principalmente. La violencia de los atacantes, armados y entrenados, tuvo un origen ideológico. En lo que se refiere a la «violencia discursiva», pienso que su límite está en los fijados por la ley del país correspondiente.
3. Hay ateos militantes identificados con las víctimas (“todos somos Charlie”). Hay religiosos no islámicos que descargan su ira contra el mundo musulmán y olvidan la intolerancia de sus propias iglesias. ¿Qué estrategias y agentes se deben considerar para descomprimir el escenario de tensiones que origina este tipo de atentados? ¿Qué secuelas imagina en una Europa en crisis?
Respecto a las estrategias, es complicado porque el tema va más allá del país del incidente. La ignorancia, la pobreza, el fanatismo cultural y religioso, deberían ser combatidos globalmente. Está claro que sin una política sistémica (o sea que considere todos los aspectos del problema a escala global) es imposible una solución definitiva. En el pasado un país podía permanecer relativamente aislado. Ahora eso es imposible, y los desequilibrios se propagan en forma extremadamente compleja. En buena medida la actual situación en Medio Oriente y otros sitios de alto nivel de fanatismo y violencia es una consecuencia de las pésimas políticas externas implementadas por los países victoriosos en la Segunda Guerra Mundial. No soy optimista sobre que se logre una solución global en el corto plazo, dadas las características de las políticas externas de varios de esos países (en particular EE.UU., Rusia, Inglaterra y Francia). Más bien las acciones parciales y locales tenderán a agudizar los conflictos en el futuro cercano. A largo plazo, si no se implementan políticas globales para el desarrollo político, económico y cultural sostenido de las zonas conflictivas, no habrá mejoría. El resultado será un aumento global de la intolerancia, una disminución de la libertad de expresión, y un aumento de la creencia ciega sobre la razón y la experiencia. En otras palabras, una derrota de las sociedades abiertas.
El diagnóstico de la crisis europea es difícil, pero pienso que parte de los problemas de occidente vienen de tratar de implementar sociedades abiertas en un mundo globalizado con gran desigualdad económica, política y cultural. Un mundo altamente ideologizado y socialmente inmaduro.