
Diego Zúñiga es un periodista y escritor chileno residente en Bonn, Alemania, donde se radicó hace varios años gracias a una beca que le permitió dejar la redacción de Las Últimas Noticias para trabajar en el Deutsche Welle. Es autor de numerosos artículos, ensayos y libros, el último de los cuales es la coronación de su titulación como periodista, en 2003 “Noticias de Marte. Cómo los ovnis invadieron la prensa chilena” (Lulu, 2013), sobre el rol de los medios escritos en la difusión de la creencia en los ovnis en el país trasandino, que repasa desde 1947 hasta la actualidad. Junto al abogado criminalista Sergio Sánchez Rodriguez publicó la legendaria revista La Nave de los Locos.
1. ¿Puede verse el atentado a Charlie Hebdo como un enfrentamiento entre «terrorismo islámico» y «libertad de expresión»? ¿Debe ser ilimitado el derecho de la libertad de expresión, si supone ofender a personas por su ideología, creencia y etnicidad?
Si vamos a los hechos concretos, sin disquisiciones ni miradas culturales profundas, lo que indica la información que manejamos hasta ahora dice que cuatro sujetos, entre ellos uno condenado por enviar jóvenes a combatir a Irak y otro que decía responder al Estado Islámico, cometieron secuestros y ataques que terminaron con 20 muertos, incluidos tres de los atacantes. Uno de esos ataques fue organizado para “vengar” a Mahoma por unos dibujos humorísticos. No sé si existe un enfrentamiento entre el terrorismo islámico, sin comillas, y la libertad de expresión, sin comillas. Lo que queda medianamente claro es que dos sujetos atacaron una revista satírica porque no les gustaba lo que allí se publicaba. Extraña forma de resolver los problemas. Que sea una creencia religiosa o mi equipo de fútbol favorito es, a la luz de los resultados del ataque, un tema secundario. Lo que ocurrió es que se truncó la vida de unos trabajadores porque a alguien le parecía mal lo que hacían.

Yo puedo discrepar con la línea editorial de un medio, y de hecho lo hago permanentemente. A veces me parece que los contenidos de algunas revistas insultan mi inteligencia, mi forma de ver la vida o de entender la sociedad. Pero lo que hago es bien simple: no compro esos medios. A lo que voy: soy incapaz de poner límites a la libertad de expresión, porque todo límite siempre estará marcado por una visión cultural determinada. ¿No debo hablar de los musulmanes? ¿Tampoco de los católicos? ¿Y de los sintoístas, puedo? ¿Y de la gente rubia con dinero, tampoco? ¿Y de la clase media aspiracional, sí o no? ¿De los negros? Yo creo firmemente en la pluralidad. Que haya revistas de aviones, de relojes, de humor satírico y de comics. Qué hermoso. Que nadie prohíba con las balas que otros digan lo que se les antoje. Si no me gusta, puedo discrepar con inteligencia. No existe “ofensa” que justifique, ni siquiera de forma solapada, enrevesada o camuflada como análisis socio-cultural, lo sucedido en París.
2. Es inevitable repudiar un asesinato masivo a sangre fría a periodistas. Pero la violencia del grupo islámico ¿no invita a pensar la violencia discursiva ejercida desde los medios y la violencia estructural presente en las sociedades occidentales?


3. Hay ateos militantes identificados con las víctimas (“todos somos Charlie”). Hay religiosos no islámicos que descargan su ira contra el mundo musulmán y olvidan la intolerancia de sus propias iglesias. El atentado a Charlie Habdo se produjo en un marco de creciente intolerancia social, religiosa y cultural. ¿Qué estrategias y agentes se deben considerar para descomprimir el escenario de tensiones que origina este tipo de atentados? ¿Qué secuelas imagina en una Europa en crisis?
El peor discurso que se puede esgrimir ahora es acusar de la violencia a las religiones, especialmente al islam, y lo he visto mucho entre ateos autosuficientes y también miembros de otras religiones que hablan desde una altura intelectual que yo, con respeto, no les conozco ni les reconozco. Grupos de locos hay en todas partes, entre los religiosos y también entre los ateos. Yo conozco ateos que se dicen racionalistas, pero se les cae el cerebro ante las tentaciones más banales. Que haya islamistas radicales no convierte a todos los islamistas en responsables de esto. Que Estados Unidos bombardee a Siria e invada a Irak no convierte a todos los estadounidenses en malditos cerdos imperialistas ni a cada estadounidense en blanco legítimo de la violencia.

El llamado lógico es a seguir construyendo una sociedad diversa bajo la premisa del respeto (y aquí me apuro a aclarar que no creo que un chiste sea una falta de respeto) y la tolerancia. Yo sé, porque lo vivo a diario, que se puede convivir en paz con personas de orígenes, religiones, colores, aromas y pensamientos distintos. Podemos tomarnos un café y sonreír ante las mismas maravillas de la vida, aunque unos crean en una cosa y otros en otra y otros en pocas o ninguna. Es fácil. Se trata simplemente de ver al otro como un ser humano y estar dispuesto a discrepar dentro de un marco básico de respeto. Se trata, también, de no erigirse uno como defensor de verdades ajenas que, a la larga, desconocemos. El ataque a Charlie Hebdo fue duramente criticado por la mayoría de los musulmanes, incluido el grupo Hizbolá. Salvo el Estado Islámico, famoso por descabezar a quienes piensan distinto, asesinar a magos, decapitar a niños y violar a mujeres de religiones distintas, quienes aplaudieron el ataque.
Las secuelas ya se ven, y van de la mano también de la irracionalidad: ataques a mezquitas, odios hacia los musulmanes, movimientos como Pegida en Alemania, surgido antes del ataque a Charlie Hebdo. La sociedad europea es una sociedad que intenta integrar, pero como toda sociedad formada por seres humanos, tiene defectos. Minimizarlos es parte de nuestra tarea como sujetos que queremos vivir en comunidad.







