En 1995 una revista me ofreció espacio para que escribiera “algo” sobre ufología. No me iban a pagar, pero podía escribir sobre lo que quisiera. En aquellos tiempos esa clase de ofertas no me sobraban. Perdí el ejemplar, pero era la revista Cultos y religiones, que se distribuía en kioscos. Aproveché para dirigirme a los jóvenes ufólogos, e instarlos a no cometer los errores que había cometido nuestra generación, la de quienes, por entonces, teníamos más o menos 30 años.
Mis ideas sobre el tema no eran las mismas que tuve después ni las que tengo ahora; de haberlas mantenido, por ejemplo, no hubiese sido capaz de escribir Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Sudamericana, 2009).
Nunca más, desde aquel manuscrito, volví a pontificar ni a llamar explícitamente a la reflexión a los más jóvenes.
Tampoco tuve la voluntad de republicar este trabajo. ¿El motivo? Con el tiempo, consideré que mi texto no estuvo a la altura. Algunos párrafos eran arrogantes. Otros, demasiado rebuscados. Lo que me gustó ahora (si se me lo permite, hablo de un texto mío), lo acabo de reeler, es su sinceridad. “¿Quiénes responderán sus preguntas?”, apelaba en aquella nota, que reedito completa. “Los que –lejos de arrepentirnos– estamos orgullosos de haber sido ufólogos”.
Diecisés años después, libero aquel viejo ensayo. Quién sabe, a lo mejor todavía sirve como material de reflexión para algún chico que hace sus palotes en el tema.
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Esta revista tuvo la generosidad de considerar que mi opinión sobre los OVNIS podía ser interesante. Es que soy un bicho raro: desde 1977 a 1988 fundé varios grupos de investigación ufológica; desde 1981 a 1986 dirigí la revista Ufo Press, y cuando en 1991 fui cofundador del Centro Argentino para la Investigación y Refutación de la Pseudociencia (CAIRP) y de la revista El Ojo Escéptico, me llovieron ofertas para escribir sobre los famosos platillos en las llamadas “revistas de divulgación científica”. Luego –ya “escéptico” confeso– comencé a recibir invitaciones a participar en congresos internacionales sobre la cuestión. Rarísimo. Tras haber sido invitado a España y Brasil para exponer mi visión sobre el movimiento religioso formado alrededor de la creencia en las visitas extraterrestres (que en su momento yerré en llamar sectas platillistas), en la Argentina un ufólogo me prohibía entrar a su congreso por considerar que yo era “un elemento perturbador” (una calificación que, desde luego, me enorgulleció). Eso ya fue menos raro.
Pero no es todo. En España, un ex ufólogo, desde una tribuna escéptica, comenzó a cuestionar la calidad de mi escepticismo: le pareció sospechoso que me invitaran a jornadas “pro OVNI”, aunque lo que más parecía disgustarle era que me pagaran el pasaje.
La cosa es que a mi alrededor se armó una extraña polémica que me hizo alejar cada vez más de estos ambientes (los platillistas y los escépticos), y cuidar un poco más mi oficio, el periodismo. Hecha la presentación de rigor, vayamos al tema.
1. El mito que habla
No es frecuente que una revista de distribución en kioscos esté dispuesta a «bancarse» mi opinión sobre los OVNIS. Voy a aprovechar el convite para ser claro: lo que se conoce como «fenómeno OVNI» es un mito moderno. «¿De qué mito me habla? ¡Son naves alienígenas!», exclamarán muchos. Pues hablo del mito más fascinante y perdurable de la era espacial. Pero repetí esta frase tantas veces que se ha desgastado para mí, y corre el riesgo que corren los clisés; es decir, confundirla con “un ataque emocional a un sistema de creencias” en vez de lo que realmente creo que es: la conclusión a la que he llegado tras analizar durante más de 15 años la evidencia.
Los lectores más recatados replicarán: “Ud. se equivoca; los OVNIS son Objetos Voladores No Identificados”. Responder «sí» es tentador. Porque es verdad. El problema es que no es toda la verdad. Si los OVNIS sólo fueran lo que significa la sigla, habría poco para decir; serían, apenas, algo que no se sabe lo que es. Habría que hacer un esfuerzo racional por determinar sus causas y, si esto no fuera posible, habría que mantener el juicio en suspenso hasta que eventualmente surjan o hallemos evidencias que permitan abonar alguna hipótesis.
Pero las cosas no siempre funcionan como a uno le gustaría.
Porque el “problema OVNI” suscita pasiones. Y esto ocurre porque la palabra (la palabra OVNI) posee fuertes contenidos culturales. Sencillamente, para el común de la gente (y para la mayoría de los ufólogos) los OVNIS (o “el fenómeno OVNI”) son naves extraterrestres. Ese concepto ha configurado el mito, y por eso afirmo que los “conocimientos platillistas” disponibles son menos científicos que folklóricos. Hablo del mito que habla. De un “misterio OVNI” que existe a expensas del mito, del mito que existe gracias al “misterio OVNI”.
Esta gentil reciprocidad construye la mitología de los extraterrestres –le hace hablar y que se hable de él– porque renueva la controversia hasta el infinito. Ejemplo: si el «OVNI» del 14 de junio de 1980 resultó ser la reentrada de combustible de un cohete soviético, ya aparecerá otro caso que “se resista mejor” a la identificación. Hay ufólogos convencidos de que el mérito consiste en no encontrar las explicaciones a los casos. Es increíble, se ponen más contentos cuando fracasan los (generalmente pobres) intentos por descubrir qué fue lo que realmente ocurrió.
¿Entonces son nada más que objetos voladores no identificados? ¿Pero «no identificados» por quiénes? Primero, por el observador. Segundo, por el investigador. ¿Y quién es el observador? Alguien que se declaró incapaz de identificar el objeto. ¿Y quién es el investigador? El ufólogo, claro. Un tipo como nosotros, más o menos informado y sin ningún estudio en especial (cualquiera puede presentarse como ufólogo –no hace falta rendir exámenes ante nadie–). Pero eso sí: debe estar sensibilizado por el tema. El ufólogo se mueve por el deseo de encontrar pruebas de que “en todo esto debe haber algo de cierto”. En caso contrario no sería ufólogo.
Para salir a cazar extraterrestres, es preciso creer que deben andar por algún lado. Si no, tarde o temprano se convertirá en un repulsivo “ufólogo de salón”. Lo peor en su especie: leen, reflexionan, piensan. ¡Miserables intelectuales!
2. Misioneros del espacio
Pero, ¿quién es el ufólogo? Quien decide si un caso permanece en el casillero de «identificados» o en el de “no identificados”. ¿¡Eeehhh!? ¿Esa es la «misión» del ufólogo? No, claro que no. El especialista en “no identificados” debería arriesgar hipótesis científicas para encontrar respuestas, o plantear las alternativas explicativas que mejor se ajusten a la experiencia que vivieron los testigos. Debería preguntarse por qué parte de esos informes le hicieron una gambeta a la identificación. No mucho más que el 5 o el 10% de la totalidad de denuncias.
Es bueno refrescar que un caso puede quedar inexplicado por muchas razones: 1) porque la descripción del testigo es errónea, fantasiosa o insuficiente para confrontar lo que percibió con los posibles causantes de la observación, 2) porque el investigador del caso carece de información para establecer qué fue lo que llamó la atención del testigo, 3) porque el investigador no agota los esfuerzos para encontrar una explicación de sentido común, o carece de la competencia para ello, 4) por intereses (ajenos o pertinentes al caso) que obstaculizan la investigación, etcétera.
Por desgracia, el ufólogo medio (lo sé porque fui uno de ellos) cree que cuando “todas las hipótesis fueron descartadas” la única alternativa pasible de ser tenida en cuenta es la extraterrestre o… el “verdadero fenómeno OVNI”. Se ve mejor con un ejemplo doméstico. Si una cortina se mueve y en tu casa no corre una pizca de aire, ¿atribuirías inmediatamente “el fenómeno” al soplo de un duende? No, conviene descartar todas las explicaciones posibles. Y si aún no aparece la clave, la hipótesis del duende aún nos va a parecer exagerada. ¿Cuál es la diferencia entre los OVNIs y el duende del ejemplo?
Pasa que la mayoría de los ufólogos (repito: la mayoría, no todos) tienden a ser más Promotores del Misterio que investigadores del “fenómeno OVNI”. El ufólogo (no necesariamente partidario de las astronaves extraterrestres) es una especie de obrero del mito. Puede ser involuntario, pero es el que mejor sabe cómo modelar el tema que le (nos) fascina.
3. La ufología, ¿sirve para algo?
Tengo mis serias dudas de que valga la pena contribuir a mantener un espacio cultural llamado ufología. A casi medio siglo de su natalicio, creo que ya pasó su cuarto de hora. Cada científico desde su área debería hacer su aporte –como de hecho muchos lo hacen– sin necesidad de declararse dentro del “campo ufológico”.
Pero ya que la ufología existe, a lo mejor puede servir para comprender el mundo desde perspectivas nuevas. Esa esperanza es, al menos, refrescante.
Los interesados en sus aspectos psicosociales pueden aprender –y enseñar– mucho sobre cómo funcionan las creencias, las influencias de la ciencia-ficción, el desenvolvimiento de los mitos y los mecanismos de las percepciones que entran en juego cuando un observador desprevenido se enfrenta a un estímulo cuya fuente desconoce. Es asombroso descubrir cómo se las arregla el hombre para construir sus religiones. Tampoco dejan de sorprender los sucesivos reajustes que sufren los cultos que crecen a expensas de los nuevos mitos. Tengo para mí que estos son los flancos más promisorios de una próxima ufología.
Todo esto, desde luego, no excluye otras alternativas. Quienes se sienten atraídos por los enigmas atmosféricos tienen todo un mundo por descubrir si deciden investigar las propiedades físicas de los rayos globulares. Los buscadores de rarezas marinas pueden entresacar nuevos datos interesándose por los fenómenos de bioluminiscencia. Y los entusiastas de los FX caseros todavía pueden encontrar nuevas recetas para reproducir las artimañas de los fabricadores de ovnis artesanales o de “círculos de cereales”.
Hay otros ejemplos y la duda metódica aconseja dejar la lista abierta. Por suerte, siempre puede haber sorpresas. Cuando nos sabemos despiertos ante la novedad, uno vuelve a experimentar la misma fascinación ante lo desconocido que ha precedido a cada aventura del descubrimiento. Pero para que ese sentimiento sea genuino, tenemos que asegurarnos de que realmente estamos ante una novedad.
Ahora bien, si al despejar el complejo repertorio de fábulas entre los casos “no identificados” resta algo de valor científico, y el descubrimiento hay que cargarlo a la cuenta de los ufólogos, ¡bienvenida esa nueva ufología! ¿Por qué digo “nueva”? Porque la que existió hasta ahora –al menos en la Argentina– no estuvo al servicio del progreso sino al de la preservación o fabricación del mito extraterrestre o –peor– del Santificado Dogma del Inmaculado “Fenómeno OVNI”.
La ufología del primer tipo se descarta por la vía más sencilla; hasta hoy, nadie ha presentado evidencias de que los casos sin explicación correspondan a naves extraterrestres. Si alguno tiene las pruebas, allí está el Proyecto ET de la Fundación CAIRP, con 10.000 dólares para el que llegue primero. Si usted cree y no le interesa probar sus afirmaciones, felicitaciones, será bienvenido a la religión platillista: siempre hay algún gurú simpático a quien seguir. La del segundo tipo instruye aún más sobre la mecánica de la ufología como sistema de creencias. ¿Acaso no suena más seria? Bueno, digamos que “fenómeno OVNI” es una categoría sencillamente inexistente; es como hablar del Fenómeno Accidentes Aeronáuticos Inexplicados. Ningún accidentólogo serio se atrevería a conjeturar que catástrofes de jets, aviones comerciales o helicópteros son víctimas de una misma conjura aérea. Nadie atribuiría a esta clase de siniestros una misma naturaleza ni agruparía bajo la misma etiqueta catástrofes a las que se les pueden hallar las más variadas explicaciones.
¿Cuál es la peculiaridad de los relatos ufológicos para ser exceptuados de esta elemental regla lógica? Varios estudios sugieren que los “casos no explicados” (OVNIs) son indistinguibles de los “explicados” (OVIs).
En otras palabras, mucha gente que “experimenta” un caso OVI (un OVNI que tras la investigación fue despojado del misterio) refleja las mismas emociones, percibe iguales anomalías y describe idénticos atributos que cuando vive una experiencia OVNI –digámosle “OVNI” porque no encuentra la explicación–. Esto dice bastante acerca de la naturaleza de los casos OVNI.
Sin embargo, la inmensa mayoría de los ufólogos prefieren ignorar el mensaje de los casos explicados. ¿Por qué? La respuesta es sencilla: parten del preconcepto de que los OVI son distintos de los “verdaderos” casos OVNI (por “verdaderos” léase “naves ET” o cualquier otra interpretación exótica). Por eso es legítimo preguntarse, ¿con qué piensan comparar los casos OVNI que han recopilado cuando intenten realizar algún estudio estadístico? ¿Pensarán compararlos con algo? ¿Pensarán? En suma, ¿sirven para algo esas estadísticas, aparte de adornar de ciencia procedimientos que no tienen nada que ver con ella?
Lo peor del asunto es que los mismos ufólogos que tiran los casos identificados a la basura (o simplemente los evitan) no son capaces de dar una definición positiva de un “verdadero” caso OVNI. A menos, claro está, que se resignen a adoptar la definición impuesta por su sistema de creencias; esto es, aceptar sin pruebas que somos visitados por extraterrestres. Como lo hace el miembro de cualquier culto al aceptar sin pruebas la existencia de su dios. De paso, no hay que preocuparse mucho por el qué dirán, las no-ciencias son creencias respetables.
Una definición de sentido común se debería ceñir a la descripción que sugiere el estereotipo social: se le llama OVNI a cualquier estímulo visual no reconocible que el testigo o un tercero (ufólogo, periodista, militar, etc.) le atribuye una naturaleza extraterrestre. Si en vez de “OVNI” le llama “ángel”, “aparición mariana” o “luz mala”, puede cambiar de vela teológica, pero no de santo. La variedad de claves de lectura posibles confirma que las ciencias sociales son el ámbito más pertinente para su estudio.
4. La ufología, ¿tiene futuro?
En un sentido restringido al ámbito local, no soy optimista. Dudo que esta situación cambie. Si me equivoco y cambia, acaso sea para peor. En un sentido amplio, sospecho que los conocimientos que ufólogos con formación científica –o científicos con vocación ufológica– obtengan de los casos “no identificados” confirmarán la casi exclusiva dimensión mítica del complejo de fenómenos responsables de las observaciones OVNI.
Baso mi opinión en la historia ufológica de la última década. Las mentes mejor preparadas que pasaron por la ufología terminaron afianzando su escepticismo. A trazo grueso, se pueden dividir en dos vertientes: 1) el “escepticismo peligroso” (que con su actitud militante intenta “acabar con el mito”; y 2) el “escepticismo pragmático” (cuya actitud reflexiva trata de comprender el mito). Lógicamente, hay casos donde ambas variantes conviven en un mismo sujeto. Para muchos, sus nombres son desconocidos. Pero vale retener algunos para interesarse en sus trabajos: Félix Ares de Blas, Ignacio Cabria, Luis R. González, Manuel Borraz y Vicente-Juan Ballester Olmos (España); Luis Ruiz Noguez y Héctor Chavarría (México); Claude Maugé, Thierry Pinvidic, Michel Monnerie y Dominique Caudrón (Francia); Paolo Toselli y Maurizio Verga (Italia); Jacques Scornaux, Marc Hallet y Win Van Utrecht (Bélgica); Allan Hendry y Martin Kottmeyer (Estados Unidos); Roberto Banchs, Rubén «Gurú» Morales y Heriberto Janosch (Argentina).
Espero que me perdonen los ausentes injustificados.
A ellos no se les reveló “La Verdad” como por encanto ni arriesgan respuestas definitivas. Pusieron ahí su inteligencia y “ensuciaron sus botas” hasta que llegaron a algunas conclusiones.
Los “ufólogos ortodoxos” censuran estas novedades sin necesidad de leerlas. Temen a lo desconocido, o a lo que no alcanzan a comprender. Los vendeplatos, en cambio, prefieren la política del escamoteo. Tienen sus razones: nadie promueve a quienes representan una amenaza para su éxito comercial.
5. Palabra de ex ufólogo (orgulloso de haberlo sido)
No me parece que los jóvenes ufólogos deban esperar revelaciones asombrosas conversando con los testigos, apostándose con videocámaras en los santuarios ufológicos de moda, o clavando en los mapas chinches de colores.
Es fácil sentirse identificado: es la misma pasión por la aventura, el mismo deseo de conocer y desafiar “el sistema” que nos impulsó al iniciar este recorrido. Cuando la ambición es grande, las motivaciones también lo son y así aprendemos un montón de cosas que acaso no hubiéramos aprendido de otro modo. Ese entusiasmo es maravilloso.
El esfuerzo puede estar mejor orientado. Porque, a su vez, entristece saber que muchos repetirán nuestro camino. Lo malo es que tropezarán con las mismas piedras. ¿No les gustaría conocer el atajo? ¿No les intriga saber qué libros, qué artículos o qué estudios les podríamos recomendar? ¿Quiénes les señalarán las respuestas (o las aproximaciones a esas respuestas) a muchas de sus preguntas? Los que –lejos de arrepentirnos– estamos orgullosos de haber sido ufólogos. ¿Quiénes, sino los viejos ufólogos, podríamos revelar sus secretos?
Sería fantástico que acortaran distancias. No para que se conformen con nuestro punto de llegada –frustrante para los desertores, fecundo entre quienes perdura la fascinación original– sino para que sepan a dónde estamos parados, abrir caminos diferentes y entonces sí lanzarse a explorar territorio virgen.
Ningún conocimiento es completo. Lo mejor está por venir. Pero para aprender hay que despojarse de prejuicios y mantener la cabeza fresca para asimilar toda clase de informaciones, especialmente aquellas que nos ponen nerviosos porque atentan contra nuestros deseos.
¿Les gusta desafiar la ortodoxia? “¿Y a quién no?” –responderán–. “El problema es ver de qué lado está”. En ufología, reconocerla es fácil. La ortodoxia está allí donde no hay progreso, y te das cuenta cuando la cosa se empieza a poner aburrida. ¿Viste esos tipos que creen en lo mismo toda la vida?
Primera publicación: Revista Cultos y religiones (Buenos Aires, abril de 1995)