
Fabio Zerpa, en su revista Cuarta Dimensión, tituló a esta historia “La noche de las dos lunas”. Una Luna era nuestro satélite y la otra, una nave extraterrestre, o una nave nodriza. O una “flotilla”, según la fuente consultada. Las fuentes, por aquellos años, eran diarios, radios y noticieros de televisión. Y, para saber más, había que entrevistar a testigos, conseguir fotografías y consultar a especialistas. Como ahora. Pero hace cuarenta y cinco años, la información circulaba lentamente y para despejar grano de cizaña había que trabajar mucho más.
El sábado 14 de junio de 1980, pasadas las 19 horas, un halo gigante que irradiaba un resplandor blanquecino y translucía la luz de las estrellas como una inmensa nube anular, había desfilado a través del cielo del país, extinguiéndose en pocos minutos en un tenue punto de luz. Esta había sido nuestra síntesis tras contrastar los testimonios y las imágenes, cuya descripción se alejaba mucho del que daban las crónicas periodísticas. Por primera vez, esas diferencias me pusieron mano a mano con las distorsiones de la prensa: si no conseguíamos averiguar la naturaleza del fenómeno, confrontar el relato de los testigos con las noticias periodísticas y las hipótesis de los ufólogos, nos iba a ayudar a aprender algo acerca de cómo construye la prensa las historias de ovnis. Eso creíamos, y no estábamos tan equivocados.

Estudiando la variación angular del fenómeno anómalo que mostraba cada secuencia llegamos a determinar que éste se encontraba a más de 200 kilómetros del suelo. Y que su diámetro promedio, según nuestros precarios cálculos, había rondado los 10 kilómetros. Estimamos que el aspecto nebuloso del fenómeno lo alejaba del estereotipo del “platillo volante” clásico (así descripto por muchos testigos) y que la luz, en vez de ser propia, podía atribuirse a los rayos del Sol, que a esas altitudes podían seguir iluminando el fenómeno.




Una imagen obtenida en Rosario por el fotógrafo del diario La Capital, José Granata, donde se veían tres «ovnis» (la Luna, un reflejo de ésta en la lente de la cámara y el “ovni” en cuestión), contribuyó a difundir la idea de que una “escuadrilla de platillos voladores” había sobrevolado el cono sur. Fabio Zerpa, en Cuarta Dimensión, justificó el porte del objeto porque sin duda se había tratado de una “nave nodriza” que había lanzado “sondas de aproximación a siete aeropuertos militares argentinos”. Y el capitán Carlos Augusto Lima, responsable de la CNIE (Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales, hoy Comisión Nacional de Actividades Espaciales, CONAE), nos aconsejó no perder el tiempo dado que “el fenómeno había sido un experimento de la NASA”, basándose en las declaraciones periodísticas de un científico cordobés que había participado en un experimento –a la postre frustrado– donde un satélite inyectaba en la atmósfera descargas de bario capaces de crear nubes de gas ionizado.
El “ovni” del 14 de junio de 1980 marcó a la ufología de la época y sin duda provocó el parto de una nueva generación de convencidos en la realidad de los ovnis, creencia reforzada por un caso posterior, analizado Luis Eduardo Pacheco, editor del monumental Stratocat, donde disecciona hasta en sus más pequeños detalles el caso de la siguiente “nave” estacionada sobre Buenos Aires y alrededores, allá por setiembre de 1985, que resultó ser un globo estratosférico francés MIR. Por supuesto, tanto en la primera como en la segunda ocasión, los medios fueron remolones o, directamente, nunca más difundieron las explicaciones que recibieron ambas experiencias. ¿Para qué?

Recordar estas historias es refrescante en tiempos de Internet, cuando los “avistamientos masivos” de presuntos ovnis, que luego acaban siendo causados por meteoritos, misiles, globos o entradas de satélites, son velozmente develados. Antes se accedía a esta información a fuerza de obstinación, empeño en hallar explicaciones o por golpes de suerte. Hoy, si hay ganas, las cosas son más fáciles. Personas interesadas en esclarecer visiones no identificadas de cualquier tipo pueden consultar estudios o compilaciones como el Catálogo de Lanzamientos de Satélites elaborado por Jonathan McDowell.
Lo que sucedía en aquellos años, cuando las respuestas no se descubrían enseguida o se descubrían cuando el interés se había disipado y solo merecían un recuadro de compromiso, ayuda a entender cómo se gestó esta mitología, que hoy evoluciona en direcciones más cercanas a la religión y cada vez más alejadas de las tuercas y los tornillos con que soñábamos los que solíamos creern en una inminente invasión extraterrestre.
LA NOCHE DE LAS DOS LUNAS. En «Historias Extrañas» (17 de Junio de 2020)
Primera publicación en Factor: 13/06/2010
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