En los últimos meses el asunto de las «sectas» –grupos o comunidades cuestionadas en bloque, casi siempre por las actitudes o acciones presuntamente delictivas cometidas por sus líderes- recobró protagonismo. A partir de casos como el del Maestro Mehir, fundador de la Escuela El Cántaro, el abominable espectro de las sectas se mueve, al punto que algunos, al pretender reflotar una «ley antisectas», parecen olvidar que la legislación ordinaria contempla los delitos más graves que se le endilgan a los “líderes sectarios”.
Manuel M., colaborador de un medio de Editorial Perfil, me contactó en busca de una de las presas/fuentes más codiciadas cuando un grupo sospechado de «secta» cae en desgracia: ex seguidores desencantados, no siempre deseosos de protagonismo, pero muchas veces con ganas de hacer justicia con sus manos. Porque a ningún medio, o a pocos, les interesa recibir testimonios de seguidores actuales. Difícilmente ellos van a tener una historia desgarradora para contar. Son los disidentes, los que se alejaron porque se sintieron o fueron maltratados, abusados, ninguneados o despreciados, los que sin duda tienen algo polémico y escandaloso para revelar, y alimentar así la caldera de pánico moral del que se alimentan los lectores/espectadores/consumidores de ese manantial de historias periodísticamente apetecibles como lo es el llamado “fenómeno sectario”.
Para no dejar a mi colega en banda le pasé el teléfono de Rafael, un amigo que alguna vez había pasado por la Escuela de Mehir, aunque no como integrante sino como oyente. Cuando el periodista lo contactó, Rafael le explicó que sus experiencias no eran importantes, aunque tal vez le iba a servir hablar con Ezequiel Z., quien sí había estado en la Escuela El Cántaro, de la que se había ido indignado.
A continuación, el diálogo entre Rafael y Ezequiel (según Rafael):
Rafael: -Hola, cómo estás. ¿Viste el revuelo que se armó con Mehir?
Ezequiel: -Sí, me enteré.
Rafael: -Mirá, me llamó un periodista de Perfil, Manuel. Le conté que conocía a alguien que estuvo dentro del grupo, y te quiere entrevistar. ¿Le puedo dar tu teléfono?
Ezequiel: -….
Rafael: -¿Estás ahí…?
Ezequiel: -Mirá, Mehir será un hijo de puta, pero los de Editorial Perfil son más hijos de puta todavía. Si querés te cuento a vos, y vos se lo contás a ellos, pero yo con esa gente no hablo.
Rafael: -No, mirá, así no, corremos el riesgo de jugar al teléfono descompuesto. Si no querés hablar con ellos, entonces dejalo así.
Qué situación curiosa, me dije. Ezequiel prefería abstenerse de condenar al Maestro Mehir por considerar que aquel gurú a quien odiaba no era tan despreciable como el medio que lo buscaba para denostarlo. El diálogo entre ambos prosiguió, pero por caminos adyacentes. Hablando de su vida, Ezequiel le contó a Rafael, entre otras cosas, que había vuelto a militar en el peronismo.
Rafael: – Ahá. ¿Estás en alguna agrupación?
Ezequiel: -Sí, en La Cámpora.
Esa misma noche Rafael llama a Manuel, el colaborador de Perfil. Y le dice: “Mirá, hablé con mi amigo pero no quiere hablar con nadie de Editorial Perfil. No sé si te va a servir, creo que salió de una secta para meterse en otra”.
Cuando volví a comunicarme con mi colega para saber cómo le había ido con la nota, supe que uno de los informantes a los que iba a recurrir si le fallaba Ezequiel era el doctor Héctor Walter Navarro , un feroz cazasectas rosarino (más conocido porque la novia de Poli Armentano le arrojó un vaso de agua en la cara en «Mediodía con Mauro», allá por los ’90). Me corrió un escalofrío. No existe en el país mayor vendehumos sobre la cuestión “sectas” que él (y sobre otros temas también, nótese que sus víctimas en el mundillo del escepticismo llegaron a crear una lista de correos, Incrasombrados, donde defenderse de sus falsas imputaciones).
Los abogados tienen mala fama. Pero la de algunos es muchísimo peor que la de otros. Hay quienes distorsionan relatos a favor de “su” causa. Entre éstos puede haber charlatanismo, mendacidad, tergiversación. Despanzurrar al oponente mediante maquinaciones tan espeluznantes como el aplomo con que las defienden. Evidentemente, la peor fechoría de un buscapleitos no convierte a Mehir en un santo (recordemos que sigue prófugo y tiene un pedido de captura acusado de abuso sexual, entre otros presuntos delitos). Ni La Cámpora se convierte en una secta. Ni Editorial Perfil en la encarnación periodística de Satanás.
Pero, vamos, si las cosas más feas que se han dicho sobre Mehir son ciertas, el “detractor” que encontraron casi calza los mismos zapatos. Es más, no importa si sos malo o bueno, tener en la vereda de enfrente a un “enemigo” como Navarro, es empezar ganando.
MÁS INFO:
El gurú que odia a las mujeres. Por Sergio Carreras.
Web oficial del Maestro Mehir
El delito de secta no existe. Por Alejandro Agostinelli (Noticias, 11-05-2005)
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