Chile fue uno de los primeros países donde se replicó, aquella vez con fines artísticos, el efectivo artefacto de pánico social activado por Orson Welles en 1938, cuando hizo la versión radiofónica de La guerra de los mundos basada en la obra de Herbert George Wells (1898).
Pocos saben que la famosa adaptación que tensó la calma que reinaba en Nueva York, previo a la Segunda Guerra Mundial, fue seguida de varios spin-off, parodias similares que tuvieron lugar en América Latina y dejaron decenas de muertos.
Los muertos, hoy, los están causando los militares que ha lanzado a la calle el gobierno derechista chileno de Sebastián Piñera, cuya esposa acaba de comparar la ola de indignación popular con una invasión alienígena.
Las metáforas no terminan allí.
“Estamos absolutamente sobrepasados, es como una invasión extranjera, alienígena, no sé cómo se dice, y no tenemos las herramientas para combatirlas”, dijo Cecilia Morel, esposa del presidente Sebastián Piñera, en un audio filtrado en estos días de rebelión en Chile. Luego, como en una suerte de reconocimiento tardío de la clase social para la que gobierna su marido, siguió: “vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”.
En Sector-9 (o Distrito 9), unos alienígenas-langosta desembarcan en la Tierra con tanta mala suerte que acaban arrumbados en un gueto en Sudáfrica. La película dirigida por Neill Blomkamp, estrenada ahora hace diez años, es una vuelta de tuerca a la clásica invasión extraterrestre, donde no faltan escenas con soldados que reprimen a esos alienígenas de mierda o aquel vecino negro que, desde un noticiero, reclama mandarlos de vuelta a su planeta.
El testimonio de la primera dama chilena parecía de ciencia ficción hasta que un medio local difundió el audio donde todos pudimos escuchar su desconcierto y los motivos de su desconsuelo. Tres días antes, Piñera había decretado el estado de excepción. En el curso de una aparatosa conferencia de prensa, rodeado de militares y con la casi translúcida intención de infundir un respeto que había empezado a perder, el presidente chileno declaró:
“Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie”.
Si quiso aludir a algún grupo violento en particular naufragó: fue impreciso y ni siquiera hizo un intento fallido por identificarlos: el enemigo era invisible. Había miles y miles de chilenos protestando en la calle. Pero los reflectores del gobierno seguían a los activistas más enardecidos, elusivas estrellas de los noticieros, por siempre no identificados y eternamente desconocidos. Su representación es nula, escuálida o funcional a los poderes terrícolas, aunque en ocasiones estemos ante personas apaleadas y por lo mismo dignas del mayor respeto, dispuestas a todo porque ya han perdido todo. Ambas categorías dan bien a cámara si se trata meter miedo a las clases medias y desmovilizar a las mayorías empobrecidas. Los enemigos sin nombre de tipos como Piñera, en verdad, son parte de ese “otro mundo”: los protagonistas de las movilizaciones populares que ganaron la calle, quienes están marcando otro paso en la golpeada marcha de los pueblos latinoamericanos por su emancipación.
El trabajo de nuestro compañero Diego Zúñiga Contreras, publicado originalmente en Pensar, la revista del Center For Inquiry, dirigida por Alejandro Borgo, cierra un círculo desde aquellas invasiones a las actuales, siempre dentro de la categoría factorial que hemos dado en llamar Falsas Realidades.
Alejandro Agostinelli
“¡Se acercan los enemigos que descienden desde Marte en gigantescos paracaídas!”. Los chilenos que sintonizaban el CB 76 de la radio Cooperativa Vitalicia la noche del domingo 13 de noviembre de 1944 quedaron con el corazón en la mano. Por cada segundo que pasaba las informaciones sumaban preocupación. “¡Hay 400 carabineros heridos en Puente Alto!” decía la voz del locutor, que añadía que el ministro de Defensa movilizaba tropas para defender al país. Pocos comprendían qué sucedía.
Decenas de personas salieron a las calles para verificar si lo que decía la transmisión era cierto. Otras escaparon hacia el centro de la capital en busca de refugio, mientras los aterradores informes hablaban de la explosión de polvorines militares, bombardeos y destrucción de diversas ciudades. En medio del caos, muchos comentaban que en realidad Chile estaba siendo atacado por sus vecinos.
Todo comenzó a las 21.30 horas de ese día. Cooperativa Vitalicia, una radio con sede en Santiago, había anticipado hasta en la prensa gráfica que esa noche iba a difundir una adaptación del clásico de Herbert George Wells La guerra de los mundos, relato de una invasión marciana a la Tierra. Al parecer, pocos se dieron por enterados: las escenas de espanto se repitieron entre quienes creyeron a pie juntillas que la radio estaba informando una conflagración.
El libreto mencionó a instituciones estatales y a la Cruz Roja, lo cual añadía una pátina de verosimilitud a la historia. Según la emisión, “la derrota de las fuerzas armadas” había puesto en una situación peligrosa a los ciudadanos indefensos, que se imaginaban con los segundos contados debido al arrollador avance de “los invasores”. Según las crónicas periodísticas de aquellos años, fueron muchos los ciudadanos que debieron acudir a los hospitales en consideración a problemas cardíacos y nerviosos. Otros presentaban contusiones por caídas a causa del desesperado escape hacia ninguna parte.
“La aviación huye de las llamas, los bomberos son incapaces de contener el fuego que deja en ruinas a las ciudades de Rancagua, Temuco, Cautín, Concepción, Talca y San Bernardo”, se escuchaba en el relato radial. El panorama era catastrófico. “Si fuera una broma, no habrían hablado el ministro del Interior y los jefes de Carabineros”, razonaba un hombre, mientras una dama contaba al diario Las Noticias de Última Hora: “hay muchos muertos y la invasión se acerca a Santiago”.
Un supuesto enlace con el Palacio de Gobierno agregó mayor realismo al informe: en algunos regimientos se recibían a decenas de reservistas que querían tomar las armas para defender al país. Al Grupo de Artillería Maturana, por ejemplo, llegaron 30 reclutas en pocos minutos. En los hospitales y postas los teléfonos no paraban de sonar pidiendo ambulancias. Decenas de personas corrían sin rumbo por las calles.
Solo cuando se repitió, como al principio y al promediar la emisión, que se había tratado de un radioteatro, la calma volvió a los hogares. Pese a esto, varias personas se acercaron hasta la sede de Cooperativa Vitalicia a presentar sus reclamos. “En mi casa están todos asustados”, dijo a la prensa un hombre que se identificó como Jorge Balmaceda.
Algunos cronistas recorrieron la ciudad minutos después de finalizado el programa. “La alarma era indescriptible. La gente se había vaciado a las calles y, cuando llegamos, Carabineros calmaba a la población”, apuntó el diario La Opinión. “Fue de terror, eso es cierto: hubo mucha gente impresionada. Después del caso se decidió evitar transmisiones que pudieran generar alarma”, recordó el respetado comentarista deportivo Julio Martínez, quien por esos años se preparaba para debutar en el dial.
El Departamento de Radio de la Dirección General de Informaciones, sigue rememorando Martínez, informó que a raíz del pánico “se ha dictado un nuevo Reglamento de Transmisiones de Radiodifusión”, cuya finalidad era que las autoridades “conozcan previamente los programas y así estar en condiciones de resguardar la tranquilidad pública”. Pero Cooperativa Vitalicia no recibió sanciones.
A la mañana siguiente, la mayoría de los diarios del país consignó la alarma y presionó para que se clausurara la radio. Ajenos a estas disquisiciones, los trabajadores acusados festejaban lo que para ellos había sido todo un éxito. “Aquí ha habido una demostración de la eficacia de la radiotelefonía”, dijo uno de los jefes de la emisora.
En un comunicado resaltaron el trabajo de producción, “esfuerzo que ha merecido el aplauso de miles de oyentes” y justificaron que la obra es universalmente conocida, que habían avisado que se realizaría el radioteatro con días de antelación y que en el mismo libreto se consignaba esa advertencia. Aún así, se excusaron ante quienes esa noche se intranquilizaron.
La molestias del público y de la prensa aumentaron cuando se supo de la muerte de José Villarroel, víctima de un ataque cardíaco mientras oía lo que él creyó era una noticia real.
PÁNICO MORTAL EN ECUADOR
Casi cinco años más tarde, la radio Quito de Ecuador, de la empresa El Comercio, volvió a emitir una adaptación del mismo libreto. Esta vez los resultados escaparían a todo lo esperado: el radioteatro fue seguido de un reguero de sangre y destrucción.
A las 21 horas del sábado 12 de febrero de 1949, los actores estaban listos para poner al aire su dramatización. Según lo acordado, el dueto de “Potolo” Valencia y Gonzalo Benítez sonaba en el programa “Las canciones del alma”. Repentinamente, la música fue interrumpida por un boletín de última hora. “¡Nos invaden los marcianos, nos invaden! La base aérea de Mariscal Sucre ha sido tomada por el enemigo y está siendo destruida. Hay varios muertos y heridos”, decía el locutor.
El desembarco alienígena se localizaba en el pueblo de Cotocollao, a 32 kilómetros de Quito. “Las increíbles noticias que estamos suministrando provienen de agencias internacionales y los servicios del diario El Comercio. Importante: los boletines informativos que están escuchando tienen el patrocinio exclusivo de Orangine, el insuperable refresco de naranja”.
Nuevamente, la historia cobró verosimilitud cuando se citaron conocidos periodistas y un ministro del Gobierno. “Nuestras mujeres y niños deben huir hacia los alrededores para dejar a los hombres libres para actuar y combatir”, pedía el supuesto alcalde, mientras de fondo se oía a un sacerdote pidiendo clemencia al cielo.
Lacatunga, según el parte noticioso, había sido destrozada con un gas letal y, al rato, un reportero había sido fulminado por un arma marciana. El pánico se adueñó de todos y miles de personas ya habían salido de sus hogares, muchas vistiendo pijamas.
Al ver los efectos del programa desde el tercer piso del edificio de El Comercio, desde donde se transmitía radio Quito, los actores volvieron a informar que todo era ficción. Esto gatilló la furia de la población, que rodeó el recinto y rompió los ventanales a piedrazos, accediendo a su interior y prendiéndole fuego con papeles empapados con bencina, según consigna la prensa de la época.
Las casi cien personas que trabajaban a esa hora en el lugar huyeron descolgándose por las ventanas o por salidas posteriores. Otras intentaron repeler el ataque, pero fueron agredidas por la turba. Muchos fallecieron al lanzarse desde los pisos superiores, pues los bomberos y policías tardaron en llegar: buena parte de su contingente se encontraba en Cotocollao, donde partieron a rechazar la invasión. Recién cuando el ministerio de Defensa ordenó la salida de tropas del Ejército con tanques, los atacantes pudieron ser dispersados.
“En el techo vi a Leonardo Páez. Abajo todo estaba rodeado de gente y policías. Imposible poder huir. Le aconsejé que se fuera por el techo a La Providencia, y de allí pasó al Conservatorio antiguo. Ahí se bajó y en un camión le salvaron”, relató Gonzalo Benítez al diario La Hora de Ecuador sobre el destino de Páez, director artístico de la radio.
Apenas tres horas después del comienzo de La guerra de los mundos, el edificio se erguía apenas, humeante, silencioso. En su interior, la rotativa, los talleres, las reservas de papel, la linotipia y el archivo del diario desde su fundación en enero de 1906 estaban absolutamente destruidos. Pero lo material pasó a un segundo plano cuando se informó que las víctimas fatales de la furia eran quince, y los heridos se acercaban a la veintena.
Desde El Comercio se afirmó que todo fue fraguado por “mentes criminales”, idea corroborada tras el descubrimiento de dos camiones llenos de piedras hallados en las cercanías del periódico antes del ataque. Las autoridades policiales sumariaron a Páez y al chileno Eduardo Alcaraz, director del radioteatro, quienes presuntamente pusieron al aire el programa sin conocimiento de sus superiores. Otras diez personas fueron detenidas “por su responsabilidad en la tragedia”.
EXAGERADO, PERO MIEDO AL FIN
En los últimos años, sin embargo, voces como la de William Sims Bainbridge o David Miller cuestionaron la extensión de los pánicos marcianos tal como fueron presentadas hasta hoy. Ambos no dudan en calificar de exageradas las cifras que se entregan sobre las personas afectadas por la transmisión de Orson Welles o las sudamericanas, y aseguraron no haber hallado pruebas del temor masivo.
En su libro Panic Attacks, el sociólogo australiano Robert Bartholomew apunta que existe la idea de que estos episodios podrían ocurrir sólo en sociedades primitivas. Pero la realidad, dice el experto, desmiente tal premisa: “si la historia nos enseña algo es que aquellos grupos complacientes, arrogantes y ensimismados son los que están en mayor riesgo”.
Bartholomew afirma que se exageró, pero que esa exageración provino de editores y reporteros que vivieron en carne propia los hechos. “En ese tiempo, la industria de los periódicos tenía cierta tirria contra Welles y la competencia creciente de la radio, que se llevaba a los avisadores. Por ello recogieron con regocijo no sólo la reacción a la transmisión sino que también exageraron sus efectos”, cuenta el sociólogo.
Esto no quiere decir que no se reportaran escenas de verdadero terror, las que también ocurrieron en Chile y Ecuador. La idea es poner en su justa perspectiva lo que sucedió en aquellos episodios, porque de todas formas —continúa Bartholomew—, “no caben dudas, a partir de investigaciones posteriores, de que entre 1,2 y 1,7 millones de oyentes se asustaron con el programa, y una pequeña fracción, de entre un centenar a varios miles de personas, entró en pánico. Eso consta en registros oficiales”.
El especialista cita un informe policial: “Entre las 8.30 pm y las 10 pm recibimos numerosos llamados telefónicos como resultado del programa de la WABC de esta tarde: Marte ataca este país. Éstos incluyeron a la prensa, la policía de Nueva York y ciudadanos. Respondimos, al menos, a cincuenta personas que consultaban sobre meteoritos, número de víctimas fatales y ataques de gas. A todos se les informó que nada de esto estaba sucediendo y que los rumores se debían a una dramatización radial”.
En todos los casos reseñados, los invasores acaban con las defensas militares, señal inequívoca de nuestra incapacidad para hacerles frente. En todos los casos, también, se citan fuentes legitimadas socialmente (autoridades de gobierno, periodistas) para dar mayor realce al relato y hacerlo más cercano. Por eso Bartholomew lanza una advertencia: “reacciones como las vistas en Estados Unidos o Sudamérica podrían volver a repetirse, más ahora que hay un enemigo claro: los terroristas”.
OTRAS VERSIONES
Radio Romance, Chile, 1999
El 21 de septiembre de 1999 se festejaba el día del trabajador radial. Y, como en todas las otras ocasiones, sólo unas pocas emisoras seguían al aire. Una de ellas fue Radio Romance, que pasadas las cuatro de la tarde informó que en un sector precordillerano de Santiago tres naves alienígenas se aprestaban a aterrizar. Se trataba del comienzo del radioteatro Acercamiento extraterrestre.
Y aunque cada 30 minutos el locutor informaba del carácter ficticio de los reportes, no pocos abandonaron sus casas. Pero no para huir, sino para ver a los extraterrestres. Las líneas telefónicas de la policía se saturaron, mientras en el estudio el actor que tenía el papel de periodista gritaba, extasiado, que las naves estaban tomando tierra. Luego, un ser descendió y dijo, con voz metálica: “Feliz día del trabajador radial”. Un anciano fue internado en una clínica afectado por un preinfarto y los periódicos se hicieron eco de la jugarreta al día siguiente.
Rock and Pop, Chile, 2005
“Oye, ¿saben algo del acuartelamiento del Ejército?”, preguntaba un cibernauta en el sitio web juvenil El Antro. El muchacho había oído algo al pasar y quedó preocupado, temiendo un conflicto bélico con Perú. Todo porque ese 28 de junio, pasadas las 17.30 horas, había sintonizado la radio Rock and Pop, cuyo informativo entregaba confusas noticias sobre algunas unidades militares en el norte de Chile.
Al mismo tiempo, se hablaba de una lluvia de meteoritos y de una conferencia de prensa del ministerio de Defensa para explicar los sucesos. El radioteatro duró tres horas y media, no generó alarma salvo entre muy pocos y buscaba aprovechar el inminente estreno de Guerra de los Mundos, de Steven Spielberg, para hacerles una broma a sus auditores, que terminó con los marcianos atacando el estudio radial.
Publicación original: revista Pensar Vol. 2, No. 4
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