“Hoy vi cuatro películas de las que hablaré brevemente porque quedé agotado. La primera fue la argentina Solar de Manuel Abramovich, un documental sobre Flavio Cabobianco, otrora niño prodigio que decía estar (sic) enviado por el Sol y que hoy sigue vendiendo esoterismo con el resto de su familia, un conjunto de gente manipuladora y desagradable si las hay. Solar narra la disputa por el control de la propia película entre Cabobianco y Abramovich y resulta una curiosidad irrelevante”. Si esto escribió Quintín, uno de los críticos más despreciados del país, significa que habrá que verla.
Aquel comentario despectivo e infudamentado proveniente de una persona tan poco confiable, pero sobre todo la indicación de Alejandro Frigerio, alientan mis ganas de agendar un próximo encuentro con «Solar», un documental que compite en el Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI). La película será cualquier cosa menos irrelevante, tanto porque aborda un tema complejo e importante de los ’90, como el afianzamiento de las temáticas etiquetadas como de la Nueva Era en nuestra cultura, como por la originalidad de su planteo, adelantado por el tráiler y críticas desprovistas de perfidia, como la de Lucas Granero en el blog Las Pistas. Director (Abramovich) y protagonista (Cabobianco) luchan por el control de la película, como si los dos quisieran “apropiarse” del punto de vista. Desde luego, será más problemático determinar cómo y quién definió el corte final (aunque algo de esto aclara el propio Flavio cuando dice que la película es «como un collage de basura»).
“¿Es esta la historia de Cabobianco o la historia que Abramovich quiere contar sobre Cabobianco? Hay una lucha de poderes que se establece entre director y persona (¿o personaje?), una tensión en eterno crecimiento que solo se aplaca gracias a la excentricidad de Cabobianco, cuya grandilocuencia impregna todo de una extraña gracia. Pero acaso el verdadero tema de Solar sea aquel donde todos estos puntos convergen: la manipulación. Del mismo modo en que Cabobianco y Abramovich se disputan el mando de la película intercambiando infinitamente sus posiciones de uno al otro lado de la cámara, algo de esa misma simpatía por la manipulación se traslada al ámbito familiar en donde la mamá y hermano Cabobianco exponen sus ideas en torno al verdadero origen del libro del cual Flavio prepara una reedición que nunca llega. ¿Quién fue el verdadero autor del libro?”, escribe Granero.
Solar (2016) / Trailer de Manuel Abramovich
DE FLAVIO CUANDO HUÍA
Me quise acercar a Flavio Cabobianco y su historia en varias ocasiones. Pero nunca lo conocí personalmente. En 1997, su madre y eterna manager, la psicóloga Alba Zuccoli, no quiso que yo conversara directamente con él. Me hizo esperar varios días hasta que, por fin, me dijo de su parte que él no estaba interesado en participar en Frente a Frente, el talk show que por entonces yo producía. A ella la había conocido en ATC (hoy TV Pública), durante una emisión del programa Metete, conducido por Horacio de Dios, Luisa Delfino y Raúl Urtizberea. No estoy seguro de cuándo sucedió eso, pudo ser entre 1991 y 1992. En Alba era evidente su fluido manejo de la retórica new age, signo distintivo de sus hijos, presentes en “Vengo del sol” (1992), obra que aparece firmada por Flavio y fue editada por la periodista austro-argentina Ama Hilde Brostrom sobre la base de notas tomadas por Alba y su padre, Omar Néstor Cabobianco. Los dibujos, mapas y esquemas de Flavio que ilustran el libro incluyen cosmogonía e iconografías propias de la imaginería teosófica / new age con su panteísmo, la teología de los niveles sutiles y dimensionales, el recorrido de las almas, los cascos de aura energética que cubren a los planetas y las misiones de las almas que van a encarnar en el cuerpo de los hombres.
Tanto él como su hermano Marcos fueron citados en el libro Los Jardineros del Espacio (1989) del brasileño José Trigueirinho, quien ya hablaba de “niños especiales”. En 1991, cuando Flavio cumplió 11 años, comenzó a presentar en TV “Vengo del Sol” y a insinuar, no siempre en forma directa, como en esta entrevista que le dio a Silvina Chediek, su condición de “ser solar” o extraterrestre.
Por esos años aparecerían otros cuatro argentinos con discursos y edades afines. Revistas generales como Gente o especializadas como Sín Límites (Argentina) abonaron la idea de a poco, tornando verosímiles temas y personajes que, sin aquella siembra, hubieran sido considerados demasiado extravagantes.
Cabobianco entrevistado por Silvina Chediek (1991)
Hacia mediados de los ’90 y más allá, la temática de los niños índigo copa la escena, retomando la tradición de los “niños con poderes” que caracterizó al debate sobre lo religioso-paranormal de finales del siglo XIX y XX: hubo tantos niños y niñas dotadas con dones específicos, como las hermanas Fox, iniciadoras del espiritismo, como niños videntes que fueron testigos privilegiados de apariciones marianas, los únicos capaces de ver y de escuchar los mensajes de la Virgen en Fátima, Lourdes o Garabandal, o las niñas que vieron y fotografiaron hadas en Cottingley. También fueron niños los que comenzaron a copiar el truco de doblar cucharas inventado por Uri Geller e indefectiblemente también lo fueron muchos que protagonizaron noticias en posesiones, exorcismos o esos «ataques de furia paranormal» conocidos como poltergeist.
De acuerdo con el prejuicio medio, el niño es menos influenciable y está menos dispuesto a mentir. Y, si bien está ampliamente documentada la enorme capacidad que tiene para fantasear el cerebro infantil, prevalece la idea según la cual su edad le confiere un presunto “estado de pureza” —cuanto más pequeño, más libre estará de la enseñanza o de otras influencias del entorno—, que lo ayudará a canalizar un potencial preexistente que se irá anquilosando. La virginidad psíquica de la primera infancia los volvería receptivos a condiciones naturales o sensibles al influjo de fuerzas espirituales.
La presencia índigo es relevante en la literatura, por ejemplo en libros como El Principito (1943), y en el cine de ciencia ficción, pero no abundaré: todo eso ya lo abordamos en un artículo precedente.
“Para ayudar a los chicos hay que ayudar a los grandes. Si los padres están abiertos, van a cuidarlos sin imponerles sus propias ideas, su visión del mundo. Lo principal es darles espacio, darles tiempo, dejarlos pensar, dejarlos que hablen. Es importante hablarles de Dios, de lo espiritual pero sin insistir en que se tiene la Verdad”, escribió Flavio a los 8 años.
Tres años después dejó de dar entrevistas y se recluyó en una vida anónima y desconocida, alejada del ruido hasta esta película, que cuando la vea espero comentar, quizá en este mismo post.
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¿Has notado, querida, que los niños vienen cada vez más extraterrestres?