Fue el periodista Emilio Fernández Cicco quien, por primera vez, contó la historia de José De Zer (seudónimo de José Bernardo Kerzer, 1941 – 1997). Publicó su nota sobre el cronista de Canal 9 en la Revista Noticias, Año XXI, Nº 1320 (13 de abril de 2002), bajo el título «José De Zer: El periodista bizarro». Poco después, y con la generosa autorización del autor, el artículo tuvo una segunda vida en el portal Dios!, primera encarnación de Factor, en su sección Biografías X, en 2003. Y ahí sigue, aunque nadie más la visite.
Esta fue el primer gran perfil sobre De Zer que salió después del obituario en Clarín y mucho antes de que su historia llegara a Wikipedia o a otros sitios. Desde entonces, casi todo lo que se ha escrito sobre él ha tomado como base el trabajo de Cicco. Era hora de decirlo y de devolver esta historia a la luz, como Dios! manda: tal como fue publicada.
Por Cicco *
Fue el entrevistador preferido de los famosos y el más creativo de su generación. Descubrió el caso María Soledad Morales y sus informes sobre ovnis en tiempos de «Nuevediario», que hicieron alcanzar al informativo de tevé argentino 45 puntos de rating, lo convirtieron en celebridad. Su arte personal: hacer creíble lo increíble. Había trabajado en revista «Gente», había conducido programas en tevé y en radio, había entrevistado a los personajes más famosos. Se lo recuerda por sus jadeos detrás del misterio y sus cacerías en vivo de duendes cuya existencia sólo justificaba el rating. Fueron diez intensos años de fama. Luego, un final con Buda hablándole en sueños, las más extravagantes ofertas de trabajo y un cuerpo demasiado golpeado para contener su espíritu, engañoso e indomable.
Amanece en Capilla del Monte. Es 1986: el sol barre el cerro Uritorco y refleja lágrimas plateadas en el rocío. La sombra de los árboles se yergue como una garra enorme y descubre una zona brillante donde el sol no entra, un círculo perfecto del tamaño de una cancha de tenis. En el área, el pasto está apisonado, como si Dios hubiese apoyado un pocillo de café o alguien hubiese cifrado en su superficie un mensaje de otro mundo.
En un hotel en Carlos Paz, un cronista y su camarógrafo beben café italiano mientras leen el periódico. El cronista, que cubre la temporada en Córdoba para el noticiero «Nuevediario», clava los ojos en el anuncio breve del hallazgo: «Acá hay algo importante», el cronista arroja el diario doblado en la mesa. «Un círculo. El aterrizaje de un ovni. Chango, agarrá la cámara. Nos vamos para el Uritorco.» «Pero, ¿y si es un bolazo?». José De Zer se pone pie y vuelve a recoger el diario: «Eso, Chango, dejámelo a mí».
Entre idas y vueltas, De Zer y Carlos «Chango» Torres (56) permanecieron seis meses merodeando los cerros, introduciéndose en cuevas, subiendo con mulas y filmando las estrellas. Por la noche, Torres capturaba los coches que fluían de Cruz del Eje a la sierra, un cordón de luciérnagas enredándose en la montaña que aparentaba naves espaciales emergiendo y desviándose a la nada.
Las notas en el Uritorco levantaron un eco histórico –45 puntos de rating– y provocaron tal conmoción, que el área empezó a atraer turistas y a teñir el mito alien en sus lomas.
«Al principio no nos querían en el pueblo, después vieron el negocio y nos trataban como reyes.» El «Chango» se entusiasma: el hombre hoy tiene una agencia de remises y es el famoso más desconocido de la tele. Todo el mundo lo recuerda por su apodo –compartió las notas más recordadas de De Zer– pero nadie le ha visto la cara.
OVNIS, GNOMOS Y FAMA
De Zer había trabajado en revista «Gente», había conducido programas en tevé y en radio, y había entrevistado a los personajes más célebres de la Argentina. Sin embargo, nunca una nota le había dado tanta popularidad.
Horacio Larrosa (58), ex director de «Nuevediario», fue el gran responsable: «Cuando llegué, José hacía notas de interés general. Yo lo supe ubicar en la cancha para ocupar la función que tenía que ocupar. Era un periodista y una persona de primera. Y ‘Nuevediario’ era pura sorpresa.»
Desde sus crónicas en el Uritorco, De Zer firmaba treinta autógrafos por día y empezaron a llegarle doscientas cartas semanales.
Gente que decía que había visto aliens, que había sido secuestrada por aliens, que había tenido sexo con aliens y la había pasado muy bien.
En los restaurantes, la gente se acercaba a saludarlo, y De Zer agradecía en silencio –tenía dentadura postiza y se la sacaba para comer. Un día llegó un sobre de un vidente de La Plata que enviaba dos fotografías. En una imagen, un gnomo se introducía en un pozo. En la segunda, un gnomo asomaba su barba entre unos pastizales. El vidente afirmaba que los había encontrado gracias a su péndulo mientras daba una caminata por una casa abandonada en barrio Aeropuerto. En un momento, su cámara pocket se disparó dos veces. Los gnomos, decía, amaban los flashes.
«Nuevediario», el primer noticiero que se ocupaba desde los problemas en los barrios hasta los gnomos, envió a Chango y a De Zer. Grabaron durante cinco noches. En la primera, el vidente se cayó al pozo mientras gritaba que una fuerza maligna lo devoraba. «El tipo estaba loco», Chango sacude la cabeza, «y nosotros le seguimos la corriente. Sólo nos faltaba el libreto». Para completar la historia, el compaginador insertaba voces en off: gnomos jurando que iban a atraparlos (*). Cada vez más vecinos se acercaban a ver la filmación. A la quinta noche, no había aparecido ni siquiera un zapato de gnomo. De Zer y Torres debieron escapar en patrullero para que no los lincharan. Su mejor amigo, Yayo Toledo (56), cronista de Canal 11, vivía en La Plata y lo refugió en su casa. «Llegó pálido. Decía que había sufrido más cubriendo a los enanitos verdes, que cuando registró el copamiento de La Tablada. Pobre: él sabía que iba a morir recordado por sus notas paranormales. Eso le reventaba.»
UN CREADOR
De chico, José Keizer fue boletero de teatro y lo echaron por ladrón. Su papá era iluminador de teatro. Y una tía actriz, que terminó radicada en los Estados Unidos, lo había criado. Keizer no concluyó el bachillerato. Era judío, tenía su gorra y su Biblia, pero no respetaba ninguna costumbre de la religión. Fue subteniente de reserva en la Guerra de los Seis Días, en Israel, y a los pocos días estaba de vuelta porque se moría de susto. Colaboró en pequeños periódicos y un amigo lo incorporó a revista «Gente». Llenaba sus pulmones con tres atados Parliament, y su estómago con doce pocillos de café diarios. Cada vez que necesitaba correr a un entrevistado, terminaba jadeando con el corazón en una mano.
No tenía documento ni cédula. Y nunca había votado.
Un día, el periodista Horacio de Dios le dijo que modernizara su apellido. Él lo había hecho y le había resultado útil. Desde entonces, José Keizer se rebautizó José de Zer.
A fines de los ’60, casi perdió la vida en un accidente de autos: viajaba a Comodoro Rivadavia a cubrir una nota para revista «Gente». Tocaba el bongó cuando un camión se les interpuso en el camino. Volcaron. Su Torino dio vueltas y vueltas y cayó por un barranco. Cuando despertó, tenía los brazos quebrados. Para mantenerlos unidos, le pusieron platino. Y para resistir el dolor, se hizo adicto al Valium –50 mg por día–, y empezó a temerle a la muerte. “De esta noche, no paso”, solía pronosticar en tiempos de “Nuevediario” mientras se chequeaba la presión en la sala de enfermería del canal, su costumbre.
AMIGOS SON LOS AMIGOS
Como periodista, se vinculó con comisarios y jueces que lo invitaban a asados. Compartía cenas con Gerardo Sofovich (65), Alberto Olmedo, y un puñado de vedettes. Había hecho buenas migas con Santo Biasatti, Víctor Sueiro (58), y Chiche Gelblung (58). «Era una especie de Discépolo y Olmedo», compara Sueiro, compinche en la redacción de «Gente» y en el programa «Teleshow». «Discépolo por lo tremendista. Olmedo, porque era un jodón del demonio. Cuando hacíamos ‘Teleshow’ en 1972, mientras entrevistábamos a famosos, José se paseaba en bicicleta. Era el alma del programa. Era surrealista.»
Eduardo Duhalde (60), siendo gobernador, era al único periodista que invitaba a su cumpleaños, y Carlos Monzón estando preso, sólo quería entrevistarse con él.
Su olfato periodístico lo llevó a descubrir el caso María Soledad y a involucrarse en los episodios policiales más diversos –por su informe sobre la desaparición de Cecilia Gubileo, le entraron al departamento y lo amenazaron.
De Zer se había casado dos veces: una en los Estados Unidos, otra en la Argentina. Sus dos esposas eran azafatas, oficio que le avivaba la libido. Tuvo una hija reconocida, Paula, y al menos tres no reconocidas. Durante sus informes en la casa maldita de La Plata, Paula estaba asustada. «No seas tonta», la consoló, «¿no ves que es todo un invento para levantar el rating?».
En la tele, jamás veía sus notas. Sólo le inquietaba saber si había salido derecho o torcido, y si había escupido muchas «d» en el vértigo del informe.
PURO INSTINTO
De Zer mantenía varias familias simultáneas –mentía sobre su cumpleaños para poder pasarlo con cada una. Cuando no pudo más, empezó a analizarse dos veces por semana. Lo trató Graciela Pereira Pazos (37), hermana de su editor en el noticiero. «José tenía delirios de reivindicación, quería trascender en todo. En el trabajo y en los hijos. Tenía una organización psíquica distinta a la de cualquier persona normal, que le hacía sostener una vida montada sobre la mentira. Pero no estaba loco. Era puro instinto, y no se reprimía.»
Paula de Zer (28) no sabe si su papá tenía hermanos. Ignora quiénes fueron sus abuelos. Conoce a dos de sus hermanastras. Sabe que tiene más. «Papá era muy mentiroso. Tenía una facilidad extraordinaria para armar historias en dos segundos. En el velorio había que esconder a mamá cada vez que entraban sus amantes.»
LA DECADENCIA
De Zer tuvo diez años de fama hasta que, en 1994, «Nuevediario» dejó de existir y la nueva dirección redujo su protagonismo. Se acabaron los alienígenas y los pozos encantados. Al poco tiempo, lo indemnizaron con sesenta mil dólares. Durante su juventud había padecido la pobreza y por ese motivo iba día por medio al banco Francés a revisar que en su caja de seguridad estuvieran todos los billetes que tenían que estar.
De Zer soñaba con ponerse una cadena de panchos y dejar el periodismo. En ese tiempo, Yayo Toledo lo convenció para ir al médico. De Zer aceptó y en medio del chequeo, le contó al clínico que por las noches se materializaba Buda a los pies de su cama y le daba charla hasta que se quedaba dormido. Como vio que el médico lo observaba extrañado, De Zer concedió: «Pero es un Buda bueno, no hace nada». El clínico lo derivó al neurólogo. El neurólogo concluyó en que su melanina había decrecido a un nivel alarmante. La melanina se encarga de llevar al cerebro los neurotransmisores que ejecutan los movimientos. Con la melanina por el suelo, sus articulaciones habían empezado a endurecerse, el pulso a desenfrenarse. De Zer padecía del mal de Parkinson. Nunca más podría volver a la televisión. Le llovían propuestas, él iba a probar suerte acompañado de su psicóloga para darse ánimo, pero la cámara lo delataba: el micrófono vibraba como un motor.
Se deprimió. Y a fines marzo de 1997 su enfermedad lo arrolló. Había perdido el sentido del espacio. Sus viejos admiradores lo ayudaban a conducirse hasta la casa de su terapeuta. El mal le había tomado el cuerpo y le había provocado complicaciones en un pulmón. Lo internaron en una clínica de Colegiales, endurecido.
La última semana, su cerebro padeció una regresión. De Zer tenía la mente de un infante de tres años. Aguardó hasta que su tía, la mujer que lo había criado, viajó desde Nueva York a verlo. Cuando la vio dio la última orden: «Ya puedo irme». Y el periodista más creativo de la Argentina partió con la sonrisa de un niño. Y 50 mg de Valium.
Primera publicación: Revista Noticias Año XXI Nº 1320; Edición del 13-04-2002. Segunda, en Dios! (2003)
(*) N. del E: El enigmático grito de «los duendes de La Plata» se oía cada vez que retrocedían el tape. Según De Zer –quien indicaba «qué se debía escuchar»– se oía «Atrápalo!» cuando «el licenciado» era «succionado» (¿?) dentro del pozo.
* EL AUTOR
La carrera de Emilio Fernández Cicco —o Cicco, a secas— empezó en el periodismo tradicional, destacándose por crónicas inmersivas en las que exploró temas inusuales y extremos: fue actor XXX, enterrador de cementerios y asistente de boxeo. Por eso es conocido como pionero local del periodismo border. Se recibió con diploma de honor en la Universidad de Belgrano y tiene siete libros publicados, entre ellos Rodrigo Superstar y Yo fui un porno star, y tres antologías recogen sus artículos. Obtuvo el Premio Pléyade, el Estímulo de la Escuela de Periodismo Tea, el Premio Emerald y fue editor de Revista Newsweek (Argentina).
Hoy da tutorías periodísticas on line en todo el mundo de habla hispana. Dictó un taller de periodismo gonzo en el Centro Knight para Periodismo en las Américas de la Universidad de Texas y un seminario de periodismo de investigación para la ONU, en la ciudad de Panamá.
Cicco tuvo un giro radical en su vida personal y profesional al abrazar el Islam, iniciándose en la orden sufí Naqshbandi, una rama mística del islam, que le otorgó el nombre de Abdul Wakil. Se fue a vivir a Lobos, una ciudad pequeña próxima a Buenos Aires. Aprendió árabe para leer el Corán en su lengua original.