El ensayista estadounidense Martin Kottmeyer, cuyas Obras Completas publica en español Ediciones Coliseo Sentosa, se pregunta por qué el “nuevo continente”, que es tan viejo como los demás, lleva el nombre de Américo Vespucio y no el de Cristóbal Colón.
¿Cómo fue el proceso que le robó protagonismo al almirante? El autor repasa el impacto que causaron las cartas de Vespucio, difundidas ampliamente en Europa, y cómo en los círculos académicos y cartográficos tomaron ventaja de su creciente fama –y la escasa popularidad de la figura de Colón en ese momento–, para perpetuar un error cuyos orígenes siguen siendo poco conocidos.
La versión en inglés de este artículo fue publicada en Facebook por su autor el Día del Respeto a la Diversidad Cultural (antes de 2010, “Día de la Raza” y en Estados Unidos, aun hoy, “Columbus Day”).
Por Martin S. Kottmeyer
Sospecho que más de un infectado por una sensibilidad hacia el mundo a lo Seinfeld (1) se ha hecho alguna vez esta pregunta. Colón descubrió América, ¿verdad? ¿Por qué entonces no se llama Colombia o algo parecido? ¿Quién es ese tal Américo Vespucio (1454-1512) y por qué sabemos tan poco de él? ¿Cómo es posible que este don nadie lleve su nombre por medio mundo sin ser un rey o un conquistador, como Alejandro Magno o Napoleón? No hizo ningún gran avance científico o filosófico como Francis Bacon o Newton, ¿verdad? ¿A quién sedujo para conseguir el decreto que proclamaba que las tierras de Colón llevaran su nombre?
A LA MANERA AMERICANA
Aunque formulé la pregunta con un espíritu retórico y chistoso por ser consciente de que la vida es a menudo extraña e injusta, cuando hace unos años vi una biografía de Amérigo Vespucci a buen precio en un catálogo de libros pensé que quizá allí me lo explicarían. Probablemente incluso la hojeé al recibirla, pero tenía otras cosas en la cabeza entonces y quedó sin leer. Cuando la retomé hace poco, descubrí que se había escrito en 2007 para conmemorar el 500 aniversario del nombramiento de América, así que ciertamente me retrasé un poco en honrar sus intenciones. Sin embargo, sospecho no haber sido el único al que se le pasó inadvertida tal pretensión. Si en 2007 se mencionó el evento en los programas de noticias, no lo recuerdo en absoluto y, francamente, creo que se le prestó poca atención.
Me complace decir que la biografía respondía plenamente a las preguntas con una erudición admirablemente autorizada. El autor era catedrático y la obra da la impresión de haber sido realizada con esmero y una escrupulosa discriminación entre realidad y ficción. Es una historia compleja y enrevesada que se resiste a una fácil destilación en unas pocas frases. La historia resultó ser aún más peculiar y retorcida de lo que esperaba.
Para empezar, el fiorentino Amerigo Vespucci, o Américo Vespucio, como es conocido en español, es incluso menos importante de lo que yo había sospechado. No fue el líder de ninguna de las expediciones que pretendían aprovechar los descubrimientos de Colón sobre una forma de cruzar el Atlántico. No presionó para la creación de esas expediciones. No capitaneó ninguna flota, ni siquiera su propio barco. La expedición en la que sirvió Américo estaba dirigida por Alonso de Hojedo* (Alonso de Ojeda, 1466-1515 ) un caballero algo complicado que había estado al servicio de Cristóbal Colón (Cristoforo Colombo, 1451-1506) y le había acompañado en su viaje para encontrar una ruta occidental hacia las Indias. La flota fue financiada por la corona española para dar seguimiento a las pretensiones de Colón.
Hay razones para pensar que Amerigo se embarcó porque tenía experiencia en el comercio de piedras preciosas y la expedición esperaba explotar las pesquerías de perlas de las que Colón había informado cerca de lo que hoy se conoce como Venezuela. Amerigo sabría qué perlas tenían valor y cuáles podían ignorarse. Era, esencialmente, un comerciante. Hacía negocios con aristócratas, pero él mismo era de condición modesta y no tenía mucho poder ni influencia.
Por el camino, Amerigo aprendió algunas cosas sobre cómo navegaban los barcos y, cuando la flota se dividió para explorar la costa en direcciones opuestas, Amerigo formó parte del contingente que enfiló hacia el sur. Se convirtió en el navegante de facto de esta mitad de la flota, el guardián de los instrumentos y el encargado de las observaciones. Mientras Hojedo subía por la costa hacia el oeste, Amerigo rodeaba lo que hoy es Brasil, cruzaba el ecuador y navegaba hacia abajo una distancia considerable, probablemente más allá del Trópico de Capricornio, aunque existe una controversia sobre hasta dónde exactamente. Amerigo era un evidente aficionado y su inexperiencia se manifestó en errores claros e incontestables y observaciones inverosímiles. Afortunadamente, los pilotos no dependían esencialmente de la precisión de las ayudas a la navegación para sobrevivir. Para ello bastaban estimaciones rudimentarias de los ángulos del sol y de las estrellas. El verdadero piloto a bordo probablemente le siguió la corriente a Amerigo en sus esfuerzos por proporcionar asistencia técnica.
Cuando Américo regresó a Europa, sus manuscritos y cartas llegaron a manos de editores de literatura de viajes deseosos de aprovechar el interés suscitado por Colón y sus descubrimientos comunicados a la corte real de España. Aunque los editores vieron potencial en lo que escribía Américo, aderezaron su relato con detalles tomados de la literatura de viajes anterior. Los manuscritos de Vespucio contenían ficciones y autojustificaciones ya de antemano, en parte destinadas a justificar la captura de esclavos para venderlos y obtener beneficios del viaje. La Iglesia no aprobaba la esclavitud, salvo para prisioneros de guerra, ni inmoralidades como el canibalismo. Américo afirmó haber visto caníbales, pero ya pocos lo creen.
Mundus Novus (El Nuevo Mundo, 1504), el relato de las experiencias de Vespucio, se convirtió instantáneamente en un superventas internacional arrollador. No fue sólo el novedoso nicho de mercado creado por Colón lo que lo hizo tan popular. Américo transmitió un evidente entusiasmo por el oficio de la navegación en el que ahora se proclamaba experto. Aún mejor, sus descripciones de las tierras que visitaba estaban llenas de asombro.
El éxito de Mundus Novus y la popularidad de las noticias sobre Colón animaron a otro editor a intentar sacar provecho de la fascinación del público editando un segundo libro atribuido a Vespucio. Se trataba de un fraude urdido por editores desconocidos que esperaban suscitar polémica afirmando que Colón no era el verdadero descubridor del nuevo mundo, sino Vespucio. Aunque en el libro se entretejen partes de escritos auténticos de Vespucio, el estilo del libro claramente no es el de Vespucio y los editores cometieron el error mortal de omitir las partes que hacían que Mundus Novus fuera tan vendible, las asombrosas descripciones de lo diferente que era todo en el Nuevo Mundo.
La Carta de Soderini (1505), este segundo cuaderno de viaje, fracasó en el mercado, pero sus afirmaciones sobre esa conspiración de que Colón estaba robando la gloria que pertenecía a Vespucio tuvieron cierto atractivo entre un grupo crucial de personas. Varios cientos de millas al norte, en Francia, un grupo de cartógrafos participaba en un proyecto de actualización de la Geografía de Ptolomeo y creaba los mejores mapas de la época utilizando la información de todos los navegantes que conocían. Cuando dibujaron su mapa, colocaron el nombre de América sobre la región que hoy conocemos como Brasil. Feminizaron el nombre cristiano de Américo para que coincidiera con los nombres femeninos de los otros tres continentes tal y como se conocían en aquella época: África, Asia y Europa. Para que no queden dudas de que los cartógrafos actuaron sólo para honrar el logro de navegar tan al sur, el libro que acompaña al mapa acepta abiertamente las afirmaciones de la Carta Soderini de que Vespucio había encontrado el continente de las antípodas. Por si fuera poco, hay que reconocer que Colón afirmó, antes de que Vespucio lo escribiera, que existía una masa continental más allá de las tierras costeras que exploró en la zona sur del Caribe, debido a un enorme río que encontró y que sólo podía proceder del drenaje de una extensión considerable de tierra (NdT – se refería al Orinoco, cuya desembocadura descubrió el 1 de agosto de 1948, en su tercer viaje). Colón sí descubrió para Europa América.
El trabajo del grupo se publicó bajo los nombres de los franco-germanos Martin Waldseemüller y Mathias Ringmann en 1507 y los mapas tuvieron un éxito fenomenal.
Los cartógrafos de otros lugares no tardaron en copiar sus innovaciones. Aunque estos mapas normalmente sólo colocaban el nombre de América sobre la región de Brasil, el uso se amplió en 1538 cuando Mercator marcó las dos regiones del hemisferio del Nuevo Mundo con las etiquetas de América del Norte y América del Sur. El imprimatur de Mercator hizo que las designaciones se convirtiesen en permanentes e irreversibles.
Waldseemüller se dio cuenta tarde de que le habían engañado. Una edición del mapa de 1513 vuelve a llamar al continente «Terra Incognito». Una edición de 1516 señala a Colón como el primer viajero en alcanzar el continente. Pero, para entonces, el error ya se había extendido ampliamente.
Debemos evitar algunos de los malentendidos causados por controversias posteriores y afirmar claramente que Vespucio era inocente de complicidad en dicho fraude. Él mismo nunca afirmó haber precedido a Colón en ninguno de sus descubrimientos. El fracaso comercial de la Carta de Soderini y el hecho de que no existiera una edición española de la misma para tratar de influir en la corte española hizo que Vespucio nunca necesitara defenderse. No existe ningún documento que recoja su reacción ante el fraude.
Así que ahí lo tienen. Vivimos en un continente llamado América gracias a unos desconocidos redactores de una teoría de la conspiración diseñada para aprovecharse de la celebridad de otras personas y gracias a la credulidad de cartógrafos franceses. También podemos culpar a la repetición acrítica de los hechos por parte de personas posteriores que confiaron en los juicios de quienes les precedieron. El nombre de América es un testimonio del principio de que una vez que se ha cometido y difundido un error, se necesitarían esfuerzos casi sobrehumanos para corregirlo y hacer retroceder sus efectos para reflejar la verdad, la justicia y las turbias formas de vida.
Del mismo modo, los pueblos indígenas pasaron a llamarse indios por un malentendido de Colón, que creyó haber llegado a las costas del sur y el este de Asia, entonces llamadas Indias.
Colón no pensaba en la India, en nuestro lenguaje actual, como la unidad política y geográfica que conocemos hoy, sino en algo más parecido a las Indias Orientales.
Debo advertir que el intento de revisionismo que alega que Colón se limitaba a informar de que los pueblos indígenas se llamaban a sí mismos un pueblo en Dios –una gente in Dios– es erróneo. Neil De Grasse Tyson se tragó esta noción –en un vídeo en Facebook ‘corrige’ erróneamente la sabiduría común que, en última instancia, es más cierta que lo que se afirma en el nuevo factoide. La principal observación espiritual que Colón hizo sobre los pueblos nativos fue:
Esta gente no practica ningún tipo de idolatría; al contrario, creen firmemente que toda la fuerza y el poder, y de hecho todas las cosas buenas están en el cielo, y que yo había bajado de allí con estos barcos y marineros». (Carta a la Corte Real, 4 de marzo de 1493) (2)
Al parecer, tampoco eran inmunes al error.
La biografía de la que he extraído toda esta información es Felipe Fernández-Armesto, Américo: The Man who gave his Name to America (El hombre que dio su nombre a América), Weidenfeld & Nicolson, 2006. Existe una versión en español de Tusquets en 2008.
Afortunadamente, no necesitamos ponderar la posibilidad de que América pudiera haberse llamado Hojedia. Imagínense los chistes sobre tierras de Ho’s, jedi’s –benditos seamos.
Traducción: Luis R. González
1) NdT – famoso humorista estadounidense que tuvo una famosa serie televisiva con su apellido.
2) NdT – Esta primera carta de Cristobal Colón, dirigida a Luis de Santángel, financista de Colón y Escribano de Ración (prestamista), fue publicada en abril de 1493 y se convirtió en uno de los primeros “superventas” en Europa. Al menos once ediciones salieron de las imprentas de Europa aquel año en España, Italia, Francia, Suiza y los Países Bajos. Texto original en castellano antiguo:
… Y no conocían ninguna seta ni idolatría salvo que todos creen que las fuerzas y el bien es en el cielo, y creían muy firme que yo con estos navíos y gente venía del cielo, y en tal catamiento me recibían en todo cabo, después de haber perdido el miedo.”
(Esta frase se ha tomado del sitio de la Universidad de Otawa.