Algunas afirmaciones ligeras revelan un profundo desconocimiento científico. Por ejemplo, asegurar que “el alma pesa 21 gramos”. En este artículo, el Dr. en Física y exitoso creador de “Física en Cuarentena” Alberto Rojo desarma en pocas palabras una creencia milenaria.
Por Alberto Rojo
El jueves enganché en la tele a Claudio María Domínguez. Hablaba de los 21 gramos de peso del alma. Lo comentó al pasar, con certeza y soltura, como si la realidad física del alma fuera tan incuestionable como el obelisco.
La materialidad del alma es un debate milenario. Para la mayoría de los filósofos y creyentes que admiten su existencia se trata de algo incorpóreo, quizás inmortal, y que no pertenece al mundo físico. Del lado científico el concepto es problemático: se trata de algo que no es físico pero que tiene influencia sobre el mundo físico, sobre nuestros actos. Y eso conduce a un pregunta sin respuesta: ¿cuál es el mecanismo por el cual algo que no pertenece al mundo físico interactúa con el mundo físico? La pregunta invoca contradicciones, como las de las películas de terror, fantasmas que atraviesan paredes pero que, sin embargo, “ven” cosas y hacen ruidos.
Para los escépticos como yo, la hipótesis de un alma fue demolida por la neurociencia: la mente no puede existir sin el cerebro, y eso que llamamos, difusamente, alma, es parte del software del cerebro, del entramado de causas y efectos de nuestra red neuronal. Si se muere el cerebro se muere el alma. Dicho esto, hay un punto sin resolver -¿Qué es la conciencia?- vinculado directamente al viejo problema del libre albedrío. Para muchos filósofos del momento ese es el hueco moderno donde anida el antiguo problema del alma.
Pero estas cuestiones son mucho más sutiles que la idea de que el alma pueda tener peso, de que pueda ser detectable por una balanza de plato. Eso es un disparate que se origina en unos experimentos reales de un tal Duncan MacDougall, un médico que hizo experimentos de pesaje a seis sujetos a punto de morir (un tuberculoso, un diabético y otros cuya enfermedad no se indica). Los resultados llamaron mucho la atención, fueron publicitados en la tapa del New York Times del 10 de marzo de 1907, y de ahí se origina el mito del peso del alma.
El artículo fue publicado en el Journal of the American Society for Psychic Research (una revista de investigaciones síquicas, ver el enlace). Ahí van a ver que los resultados son muy variados. Algunos registran una disminución de peso de media onza (unos 14 gramos), otros una onza y media; incluso hay casos en los que no hay cambio de peso en “el momento del último aliento”. MacDougall dice que lo probó con perros y no hubo cambio de peso. Uno podría imaginarse muchas razones por el cambio de registro de una balanza cuando alguien deja de respirar. Por empezar, y si me permiten ponerme un poco técnico, si uno está acostado respirando, como el abdomen se mueve de arriba abajo, el así llamado centro de masa del cuerpo está oscilando de arriba abajo, de modo que el registro de una balanza también va a oscilar unos pocos gramos. Si uno de pronto dejara de respirar, una balanza mecánica podría trabarse en uno de esos valores de la oscilación e indicar un cambio de peso. Esa es una en tantas posibilidades. Pero lo más importante es que el experimento nunca se replicó y figura en los anales de la mitología médica.
Más aún, como dice Paul Rivers (Sean Penn) en la película epónima, 21 gramos no es poca cosa; es el peso de cinco monedas, de un picaflor, o de una barra de chocolate. Y si MacDougall tuviera razón, habría diariamente unas cuatro toneladas de alma elevándose a la atmósfera (si tomo unas 200 mil muertes diarias en el planeta), que afectarían a los GPS y otros instrumentos de alta precisión sensibles a variaciones pequeñas de gravedad. Eso, por supuesto, si me tomo en serio la idea de una masa gravitatoria del alma, que, como vimos, genios lindos, es una extravagancia total.
Quién es Alberto Rojo
Alberto Rojo es un tucumano que alterna su vida entre dos pasiones: el arte y la ciencia. Se graduó como Licenciado y Doctor en Física en el Instituto Balseiro en Bariloche. Especializado en física teórica, en particular la mecánica cuántica del estado sólido, desarrolló una exitosa carrera profesional en las universidades de Chicago y de Michigan y, actualmente, es profesor en la Oakland University. Es destacada también su trayectoria como guitarrista, compositor, cantante e intérprete exquisito. Ha compartido grabaciones a dúo con Mercedes Sosa, Pedro Aznar, Charly García y composiciones con Luis Pescetti, Víctor Heredia y Luis Gurevich.
Es autor de “La Física en la Vida Cotidiana” y «The Principle of Least Action, Histoy and Physics» y participa con gran creatividad en medios gráficos y audiovisuales. Fue galardonado con el premio FUNDTV 2020 por el programa «Mozo! Hay un Físico en mi Sopa» y su serie: “Física en Cuarentena” es un éxito en Youtube. Muchos datos biográficos más se pueden encontrar en su sitio web, Alberto Rojo, y en wikipedia.
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