La lección de los náufragos de Tonga

¿Egoísmo o cooperación? Una dicotomía que hace furor en tiempos del corona. En su libro Humankind: A hopeful History (Humanidad: una historia de esperanza) el historiador holandés Rutger Bregman refuta el argumento del best seller de William Golding, El señor de las moscas (Lord of the files, 1954), sobre un grupo de adolescentes abandonados en una isla donde surge el lado salvaje, presentando una historia real que abona la tesis opuesta: el caso de seis niños que, tras sobrevivir a un naufragio en 1965, nadaron hasta una isla desierta y lograron sobrevivir al asedio de la naturaleza y la soledad a lo largo de 15 meses, cuando fueron rescatados.

La realidad humana no solo supera a la ficción, a veces también enseña que nuestra especie es mejor de lo que creemos.

En todo caso, la novela de Golding pintó una aldea mucho más cruel que la que halló Bregman. La historia es parte de su libro, del que The Guardian. acaba de publicar un extracto.

EL SEÑOR DE LAS MOSCAS. Fragmento de la película El señor de las moscas (William Golding, 1963). Foto: Ronald Grant

Por Rutger Bregman

Durante siglos, la cultura occidental quedó impregnada con la idea de que los humanos son criaturas egoístas. Esa imagen cínica de la humanidad fue proclamada por películas y novelas, libros de historia e investigación científica. Pero en los últimos 20 años, algo extraordinario ha ocurrido. Científicos de todo el mundo han cambiado aquella visión por otra que no ha perdido las esperanzas sobre la humanidad. Es un punto de vista tan novedoso que lo sostienen investigadores en diferentes disciplinas que ni siquiera se conocen entre sí.

Cuando comencé a escribir este libro sabía que tendría que abordar esta historia. Tiene lugar en una isla desierta en algún lugar del Pacífico. Un avión acaba de caer. Los únicos sobrevivientes son un puñado de escolares británicos que no pueden creer en su buena suerte. Nada más que playa, caracoles y amplias extensiones de agua. Y lo mejor: sin adultos.

El primer día, los muchachos promulgan algo que se parece a una democracia. Un niño, Ralph, es nombrado líder del grupo. Atlético, carismático y pintón, su plan de juego es simple: 1) Diviértete. 2) Sobrevive. 3) Haz señales de humo a los barcos que pasan.

El punto uno fue un éxito. ¿Los demás? No tanto. Los niños estaban más interesados ​​en festejar y divertirse que en cuidar el fuego. En poco tiempo, comenzaron a pintarse la cara. Se quitaron la ropa y desarrollaron impulsos angustiantes: pellizcaron, patearon y mordieron.

Cuando un oficial naval británico llegó a tierra, la isla resultó ser un páramo. Tres de los niños habían muerto. «Debí imaginarlo», dijo el oficial, «una banda de muchachos británicos podría haber presentado un espectáculo mejor». Ante esto, Ralph estalló en lágrimas. «Ralph lloró por el fin de la inocencia» y por «la oscuridad del corazón del hombre».

FICCIÓN VS. REALIDAD. Otra escena de la adaptación cinematográfica de 1963. El libro de Golding, El señor de las moscas, no le hace honor al lado luminoso de la especie. Foto: Ronald Grant

Esta historia nunca ocurrió.

En 1952, un maestro de escuela inglés, William Golding, inventó esta historia: su novela, El señor de las moscas, vendió decenas de millones de ejemplares. Traducida en más de 30 idiomas, fue aclamada como uno de los clásicos del siglo XX. En retrospectiva, el secreto del éxito del libro es claro: la magistral habilidad de Golding era retratar las profundidades más oscuras de la humanidad. Por supuesto, tenía al zeitgeist de la década de 1960 de su lado, cuando una nueva generación estaba interrogando a sus padres sobre las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial. Querían saber: ¿Acaso Auschwitz fue una anomalía, o hay un Nazi escondido en cada uno de nosotros?

Leí por primera vez El señor de las moscas siendo adolescente. Recuerdo que después de hacerlo me sentí desilusionado, pero ni por un segundo dudé de la visión de Golding sobre la naturaleza humana.

No cambié mi forma de pensar hasta años después, cuando profundicé en la vida del autor. Supe lo infeliz que había sido: alcohólico y propenso a la depresión, golpeó a sus hijos. «Siempre he entendido a los nazis», confesó Golding, «porque, por naturaleza, soy ese tipo de personas». Y fue «en parte por ese triste autoconocimiento» cuando escribió El señor de las moscas.

Entonces me comencé a preguntar, ¿alguien estudió qué harían niños de verdad si se encontraran solos en una isla desierta? En un artículo, entonces, comparé El señor de las moscas con las ideas científicas modernas y concluí que, con toda probabilidad, los niños actuarían de manera muy diferente. Los lectores fueron escépticos. Todos mis ejemplos se referían a niños en casa, en la escuela o en el campamento de verano. Así comenzó mi búsqueda de un “señor de las moscas” real. Tras navegar un tiempo por la web encontré un oscuro blog que contaba una historia deslumbrante:

“Un día, en 1977, seis niños salieron de Tonga en un viaje de pesca… Atrapados en una gran tormenta, naufragaron en una isla desierta. ¿Qué hizo esta pequeña tribu? Acordaron no pelear”.

El artículo no daba ninguna fuente. Pero a veces, solo necesitamos un golpe de suerte. Un día me puse a revisar el archivo de un diario y equivoqué la fecha. Y ahí estaba. La referencia a 1977 era un error tipográfico. En la edición del 6 de octubre de 1966 del periódico australiano The Age, un titular me llamó la atención:

LA HISTORIAL REAL. Peter Warner, tercero desde la izquierda, con su tripulación en 1968, incluidos los sobrevivientes de ‘Ata. Foto: Fairfax Media Archives / vía Getty Images

«El domingo serán presentados los náufragos de Tonga». Era la historia de seis niños hallados tres semanas antes en un islote rocoso al sur de Tonga, un archipiélago del Océano Pacífico. Los niños habían sido rescatados por un capitán australiano tras haber sido abandonados en la isla de ‘Ata por más de un año. Según el artículo, el capitán llegó a conseguir que un canal de televisión filmase una recreación de la aventura de los niños.

Yo estaba lleno de preguntas. ¿Seguirían vivos estos muchachos? ¿Podría encontrar las imágenes de televisión? Sin embargo, lo más importante era una pista: el nombre del capitán, Peter Warner. Cuando lo busqué, tuve otro golpe de suerte. En una reciente edición de un periódico local de Mackay, Australia, leí el titular: «Los compañeros comparten un bono de 50 años». Impreso al lado había una pequeña foto de dos hombres, sonriendo, uno abrazado con el otro. El artículo comenzaba así:

«En lo profundo de una plantación de plátanos en Tullera, cerca de Lismore, se sientan un par de compañeros improbables … El anciano de 83 años es hijo de un rico industrial. El más joven, de 67 años, era, literalmente, un hijo de la naturaleza». ¿Sus nombres? Peter Warner y Mano Totau. ¿Dónde se habían conocido? En una isla desierta.

Mi esposa Maartje y yo alquilamos un automóvil en Brisbane. Tres horas después llegamos a destino, un lugar en medio de la nada que desconcertó a Google Maps. Sin embargo, allí estaba, sentado frente a una casa baja del camino de tierra, el capitán Peter Warner, el hombre que rescató a los seis niños perdidos hace 50 años.

VIEJA AMISTAD. Peter Warner tiene 83 años y es hijo de un rico industrial. Mano Totau, de 67 años, es un sobreviviente. La aventura selló una amistad que ya cumplió medio siglo.

Peter era el hijo menor de Arthur Warner, que fue uno de los hombres más ricos y poderosos de Australia. En 1930, Arthur gobernó un vasto imperio llamado Electronic Industries, que dominaba el mercado de la radio en ese país. Peter fue preparado para seguir los pasos de su padre. A los 17 años, en cambio, huyó al mar en busca de aventuras y pasó los siguientes años navegando desde Hong Kong a Estocolmo y desde Shanghai a San Petersburgo. Cuando regresó, cinco años después, el hijo pródigo le presentó con orgullo a su padre un certificado de capitán sueco. Sin impresionarse, Mr. Warner le exigió a su hijo que aprendiera una profesión útil. «¿Qué es lo más fácil?», preguntó Peter. «Contabilidad», mintió Arthur. Peter fue a trabajar para la compañía de su padre, pero el mar todavía lo convocaba. Cuando podía iba a Tasmania, donde mantenía su propia flota pesquera. Esto lo llevó a Tonga en el invierno de 1966.

De camino a casa tomó un desvío y entonces la vio: una isla minúscula en el mar azul, ‘Ata. Alguna vez la isla había estado habitada, hasta un día oscuro en 1863, cuando apareció un barco de esclavos en el horizonte y navegó con los nativos. Desde entonces, ‘Ata era un sitio abandonado, maldito y olvidado.

El don de William Golding era retratar las profundidades oscuras de la humanidad.

Peter notó algo extraño. Mirando a través de sus binoculares, vio parches quemados en los acantilados verdes. «En los trópicos es inusual que los incendios comiencen espontáneamente», nos dijo, medio siglo después. Entonces vio a un niño. Desnudo. Cabello hasta los hombros. La criatura salvaje saltó del acantilado y se zambulló al agua. De repente, más chicos lo siguieron, gritando a todo pulmón. No pasó mucho tiempo hasta que el primer niño llegó al bote. «Mi nombre es Stephen», gritó. «Hemos estado aquí 15 meses». Una vez a bordo, los niños le contaron que eran estudiantes de un internado en Nuku’alofa, la capital de Tonga. Cansados ​​de las comidas escolares, habían decidido tomar un bote de pesca por un día y quedaron atrapados en una tormenta. “Historia probable”, pensó Peter. Usando su radio, llamó a Nuku’alofa. «Tengo seis niños aquí», le dijo al operador. «Aguarda», fue la respuesta. (Llegados a este punto, a Peter se le nublan los ojos.) A los veinte minutos, el operador entre lágrimas llamó a la radio y dijo: “¡Los encontraste! A estos muchachos se los había dado por muertos. Se llegaron a celebrar sus funerales. ¡Si son ellos, esto es un milagro!

La salida del nuevo libro de Bregman está prevista para junio de 2020.

En los meses que siguieron intenté reconstruir con la mayor precisión posible lo que había sucedido en ‘Ata. La memoria de Peter resultó ser excelente. Incluso a sus  90 años, todo lo que relataba era coherente con mi otra fuente principal, Mano, en ese momento de 15 años y ahora con 70 años, que vivía a pocas horas de él. El verdadero “señor de las moscas”, nos dijo Mano, comenzó en junio de 1965. Los protagonistas fueron seis niños: Sione, Stephen, Kolo, David, Luke y Mano, todos alumnos de un estricto internado católico en Nuku’alofa. El mayor tenía 16 años, el más joven 13, y tenían en común, sobre todo, una cosa: estaban aburridos. Entonces idearon un plan para escapar: viajar a Fiji, a unas 500 millas de distancia, o incluso hasta Nueva Zelanda.

Solo había un obstáculo. No tenían un bote, por lo que decidieron «tomar prestado» uno del Sr. Taniela Uhila, un pescador al que no querían mucho. Los niños no tardaron en prepararse. Todos los suministros que empacaron fueron dos bolsas de plátanos, algunos cocos y un hornito a gas. A ninguno se le ocurrió llevar un mapa, y mucho menos una brújula.

Esa noche nadie notó que la pequeña embarcación salía del puerto. Los cielos estaban limpios; solo una suave brisa agitaba la calma del mar. Pero esa noche los muchachos cometieron un grave error. Se durmieron. Unas horas más tarde, despertaron rodeados por el agua. Estaba oscuro. Levantaron la vela, que el viento hizo añicos enseguida. Luego se rompió el timón. «Estuvimos a la deriva por ocho días», me dijo Mano. «Sin comida. Sin agua.» Los muchachos intentaron pescar. Se las arreglaron para recoger un poco de agua de lluvia en cáscaras de coco ahuecadas y la compartieron, cada uno tomando un sorbo por la mañana y otro por la noche.

NUEVA VIDA. Peter Warner (centro) renunció a la compañía de su padre y se hizo a la mar en un nuevo barco. Contrató a los niños que rescató como tripulación y llamó al nuevo barco Ata, el nombre de la isla deshabitada. Foto: Archivo Bregman

Al octavo día, distinguieron un milagro en el horizonte. Una pequeña isla. No era un paraíso tropical con palmeras ondulantes ni playas de arena, sino una enorme masa de roca que sobresalía 300 metros del océano. Por aquellos días, ‘Ata era considerada inhabitable. Pero «para cuando llegamos», escribió el Capitán Warner en sus memorias, «los muchachos habían establecido una pequeña aldea con una huerta, ahuecaron troncos para almacenar agua de lluvia, un gimnasio con pesas, una cancha de bádminton, corrales de pollo y un fuego permanente, todo usando una vieja cuchilla y mucha determinación». Mientras los muchachos de El señor de las moscas llegaron a soplar sobre el fuego; estos otros, en la versión de la vida real, mantuvieron la llama encendida por más de un año.

Los niños acordaron trabajar en equipos de a dos, elaborando una lista estricta para la huerta, la cocina y la guardia. A veces se peleaban, pero cuando eso sucedía lo resolvían imponiendo una pausa. Sus días comenzaron y terminaron con canciones y oraciones. Kolo armó una guitarra improvisada con una pieza de madera, media cáscara de coco y seis cables de acero rescatados de los destrozos del barco, un instrumento que Peter ha guardado todos estos años, y lo tocó para ayudarlos a levantar el ánimo. Y sus espíritus necesitaban levantarse. Durante todo el verano apenas llovió, desesperando a los muchachos de sed. Intentaron construir una balsa para salir de la isla, pero se derrumbó en el oleaje.

Lo peor de todo, un día Stephen se resbaló, cayó por un acantilado y se rompió una pierna. Los otros muchachos se abrieron paso detrás de él y luego lo ayudaron a volver a la cima. Enderezaron su pierna con palos y hojas. «No te preocupes», bromeó Sione. «¡Haremos tu trabajo, mientras descansas como el mismísimo Rey Taufa’ahau Tupou!».

Al comienzo sobrevivieron con peces, cocos y pájaros: bebieron la sangre y comieron la carne; también tomaron en seco huevos de gaviotas. Más tarde, cuando llegaron a la cima de la isla, encontraron un antiguo cráter volcánico, habitado un siglo atrás. Allí, los niños descubrieron el taro salvaje, los plátanos y las gallinas (que se reprodujeron durante los 100 años transcurridos desde la última salida de Tongans).

Por fin, fueron rescatados el domingo 11 de septiembre de 1966. El médico local expresó su asombro por su físico musculoso y la pierna perfectamente sana de Stephen. Pero aún no terminaba la aventura infantil: cuando llegaron a Nuku’alofa, la policía abordó el bote de Peter, arrestó a los niños y los metió en la cárcel. Taniela Uhila, cuyo bote de vela que los niños habían «prestado» 15 meses antes, todavía estaba furioso, y decidió presentar cargos.

Por suerte para los chicos, Peter tuvo un plan. Se le ocurrió que la historia de su naufragio era un material perfecto para Hollywood. Siendo contador corporativo de su padre, Peter decidió manejar los derechos cinematográficos y contactó a gente de la TV. Desde Tonga, llamó al gerente de Channel 7 en Sydney. «Puedes tener los derechos australianos», les dijo. «Dame los derechos mundiales». Peter le pagó al Sr. Uhila £ 150 por su viejo bote, y liberó a los niños con la condición de que ayudaran con la película. Unos días después, llegó un equipo del Canal 7.

El estado de ánimo de los niños al regresar con sus familias en Tonga era exhultante. Casi toda la isla de Haʻafeva, con una población de 900 personas, salió a darles la bienvenida. Peter fue proclamado héroe nacional. Pronto recibió un mensaje del rey Taufa’ahau Tupou IV, invitando al capitán a una audiencia.

Rutger C. Bregman (1988) es historiador. Ha publicado cuatro libros sobre historia, filosofía y economía, incluido Utopía para realistas. A favor de la renta básica universal, la semana laboral de 15 horas y un mundo sin fronteras (Salamandra, 2017), traducido a treinta y dos idiomas.

«Gracias por rescatar a seis de mis ciudadanos», dijo Su Alteza Real. «Ahora, ¿hay algo que pueda hacer por ti?» El capitán no tuvo que pensar mucho. «¡Sí! Me gustaría cazar la langosta en estas aguas y comenzar un negocio”. El rey lo consintió. Peter regresó a Sydney, renunció a la compañía de su padre y encargó un nuevo barco. Luego hizo que trajeran a los seis niños y les concedió lo que habían comenzado: una oportunidad de ver el mundo más allá de Tonga. Fueron contratados como la tripulación de su nuevo barco de pesca.

Mientras los chicos de ‘Ata quedaron en el olvido, el libro de Golding todavía se lee. Los historiadores de los medios incluso lo acreditan como el autor involuntario de uno de los géneros de entretenimiento más populares en la televisión actual: el reality TV. «Leí y releí El señor de las moscas «, declaró en una entrevista el creador de la exitosa serie Survivor.

Es hora de contar la otra historia.

El verdadero señor de las moscas es una historia de amistad y lealtad; que ilustra cuánto más fuertes somos si podemos apoyarnos los unos en los otros. Cuando mi esposa tomó la foto de Peter, se volvió hacia un gabinete, rebuscó un poco y luego puso sobre mis manos una pesada pila de papeles. Sus memorias, explicó, escritas para sus hijos y nietos. Miré la primera página. «La vida me ha enseñado mucho», comenzó, «incluyendo la lección de que siempre debes buscar lo que es bueno y positivo en las personas».

AGRADECIMIENTO: A Alan March, por señalarnos el artículo.

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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