Más o menos por la fecha en que algunos ufólogos acusaban a la «ortodoxia científica» de «encubrir las increíbles performances» del objeto astronómico conocido como Oumuamua, un investigador español proponía en The Astrophysical Journal un nuevo enfoque para la búsqueda de civilizaciones extraterrestres. Tan novedoso que no requiere de nuevos telescopios ni de experimentos adicionales: el estudio se puede realizar con los datos que ya se hallaron buscando exoplanetas.
El artículo de Seth Shostak se relaciona con otra curiosidad: el autor de la nueva propuesta para SETI, el astrofísico Héctor Socas-Navarro, acaba de lanzar su propio blog enfrentándose a la «historia ufológica del año» (2017): el «programa ovni» del Pentágono, la polémica en torno a los videos atribuidos a la armada estadounidense y la relación de todo eso con los cuestionados Robert Bigelow y Luis Elizondo. Ahora bien, su trabajo en The Astrophysical Journal, donde propone ir a la pesca enjambres de satélites masivos, no trató de ufología si no de búsqueda científica de inteligencias extraterrestres. El título del artículo: ‘Posibles firmas fotométricas de civilizaciones moderadamente avanzadas: el Cinturón de Clarke’. Este es un resumen.
Por Seth Shostak
En tránsito: el exocinturón de Clarke. Esta es la recreación de una hipotética población de satélites artificiales en órbitas geoestacionarias o geosíncronas en torno a un exoplaneta, durante un tránsito frente a su estrella. Si fuera suficientemente denso podría ser observable con telescopios.
Este es otro esquema para encontrar a los romulanos o los Borg, y definitivamente tiene algunas ventajas.
El enfoque habitual para buscar sociedades extraterrestres es escanear los cielos en busca de señales como transmisiones de radio o láseres brillantes e intermitentes. Cualquiera de estos dos sistemas nos diría si hay alguien ahí afuera.
Lamentablemente, ambos esquemas tienen un inconveniente: necesitan la sincronía entre el emisor (extraterrestres) y el receptor (nosotros). ¿Cuáles son las posibilidades de que, cuando nuestra atención se dirige a un determinado sistema planetario, sus transmisores nos estén enfocando? Es como dos pares de ojos que se cruzan en un casino abarrotado. Puede que no suceda.
Es por eso que un esquema de detección que no depende de la sincronicidad, como el propuesto en este artículo publicado en The Astrophysical Journal, tiene un gran atractivo. La idea es buscar evidencia que siempre esté presente: artefactos que incluso podrían durar más que los extraterrestres, de la misma manera que los huesos fosilizados revelan a los dinosaurios desaparecidos. Nunca hemos visto un T. Rex, ni escuchamos su rugido. Pero no tenemos dudas de que alguna vez pisotearon el paisaje terrestre.
Las matemáticas simples muestran cuántos extraterrestres pueden estar ahí fuera.
Tal vez podríamos olfatear a nuestros hermanos con la cabeza bacheada examinando la atmósfera alrededor de su planeta de origen. Podríamos usar, por ejemplo, instrumentos para buscar la presencia de clorofluorocarbonos el penoso resultado de laca para el cabello Klingon.
Lamentablemente, detectar este gas a años luz de distancia está más allá de las capacidades de los telescopios más grandes, incluso. Pero podríamos encontrar otro tipo de artefactos. El astrofísico español Héctor Socas-Navarro, investigador del Instituto de Astrofísica de Canarias, argumenta que podríamos buscar satélites artificiales alrededor de planetas distantes. Después de todo, los satélites son algo que cabría esperar de cualquier sociedad alienígena respetable.
Para nosotros, los terrícolas, los satélites cumplen una multitud de funciones, que incluyen espiar a nuestros enemigos, habilitar el GPS y proporcionar las imágenes infinitamente fascinantes que es posible leer en el Google Earth.
Pero una subclase de los casi 3.000 satélites que pulula alrededor de la Tierra es particularmente útil: los 400 satélites que giran alrededor del planeta a unos 35 km sobre el ecuador. A esa altitud, estos llamados satélites geoestacionarios completan una órbita cada 24 horas, la misma velocidad de giro de la Tierra. En consecuencia, aparecen fijos en el cielo. Eso los hace especialmente útiles para fotografiar el clima, transmitir llamadas telefónicas internacionales y la televisión por satélite.
Ahora, supongamos que hay extraterrestres que están sustancialmente más avanzados que nosotros. Su planeta podría ser orbitado por miles de millones o trillones de satélites geoestacionarios en lugar de nuestros miserables 400. Y los astrónomos podrían detectar este matorral orbital de hardware espacial cuando el planeta se interpone entre nosotros y su estrella anfitriona, lo que los astrónomos llaman tránsito .
Si esto sucediera, el ocaso de la luz de las estrellas causado por el planeta sería precedido y luego seguido por una leve disminución provocada por su collar de satélites. Esto sería especialmente pronunciado si viéramos el collar de costado, lo cual bloquearía más la luz de las estrellas y, por lo tanto, sería más notable.
Este esquema es bello por múltiples razones. Para empezar, no hay ningún problema de sincronismo: los alienígenas no necesitan hacer ningún esfuerzo para ponerse en contacto. Incluso si volaron en pedazos hace millones de años, sus satélites aún podrían estar marcando su tumba colectiva.
Además, este enfoque no requiere nuevos telescopios, ni siquiera nuevos experimentos. Los astrónomos solo tendrían que hacer una verificación cuidadosa de los datos que ya se han recopilado en la búsqueda de exoplanetas.
Pese a lo que vemos en la televisión y en las películas, es poco probable que nos vayamos a encontrar pronto con extraterrestres. De hecho, ni siquiera estamos seguros de que haya extraterrestres. Pero la idea de Socas-Navarro de buscar enjambres de satélites masivos es inteligente. Sus posibilidades de éxito pueden no ser grandes, pero intentarlo es fácil. Y no hay manera de ganar este juego sin jugar.
Fuente: NBC News
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