A semanas de cumplirse 20 años de la muerte trágica de Gilda, la cantante de cumbia que revivió entre sus fans a través de una curiosa devoción, comenzó a difundirse el tráiler de «Gilda, no me arrepiento de este amor», la película dirigida por Lorena Muñoz, protagonizado por Natalia Oreiro, producida por Habitacion 1520 junto a Oreiro.
Es una buena ocasión para publicar la versión completa de una nota dedicada a la tesis de Eloísa Martín, una antropóloga que se sumergió en la vida de los devotos de Gilda y descubrió curiosas conexiones entre la devoción por un ser sagrado y la admiración a una mujer excepcional.
Eloísa Martín, a poco de concluir su maestría en Antropología, obtuvo una beca del CONICET para trabajar en su tesis doctoral. El tema que eligió fue el “culto a Gilda”. La vida de Miriam Alejandra Bianchi (1961-1996), la cantante de cumbia fallecida en un accidente automovilístico en Entre Ríos, había continuado en una devoción inesperada. La investigadora todavía no estaba convencida de enfocar toda su atención en la artista tropical, pero le atrajo el movimiento social que comenzaba a gestarse alrededor de su figura carismática, que sólo tuvo cinco años para desplegarse, y las acciones milagrosas o propias del campo sobrenatural que le atribuyeron y la proyectaron más allá del escenario musical. Desde entonces, uno de los misterios más poderosos ha sido ¿cómo y quiénes la “hicieron santa”? ¿Por qué ella sí y no Rodrigo Bueno (1973-2000), por ejemplo, un súperstar de la bailanta que también tuvo carisma y una muerte trágica?
Trailer de «Gilda, no me arrepiento de este amor» (Lorena Muñoz, 2016). Producida por Natalia Oreiro y Habitación 1520.
La antropóloga no sabía si la devoción a Gilda daría tanta tela para cortar, de hecho al principio quiso incorporar a su tesis al cantante brasileño Roberto Carlos para comparar la trayectoria de ambos. Finalmente se quedó con la “santa cumbiera”. Que su opción fue afortunada lo prueba que, 18 años después, la devoción por la artista continúa: sus seguidores aún le hacen pedidos y promesas, le adjudican milagros y le dejan recuerdos por los favores cumplidos.
Los “gilderos” o las “herederas”, como se autodenominan algunos seguidores, visitan el santuario erigido en el sitio donde Gilda falleció, celebran oraciones en su nicho en el cementerio de Chacarita y participan en fans club, shows, tareas solidarias e intercambian noticias, favores y experiencias en redes sociales, todo lo cual “pese a la ausencia de la cantante y a la falta de nuevos productos lanzados con su nombre”, enfatiza Eloísa Martín.
Eloísa llegó a conocer tan minuciosamente esta devoción que el presidente de uno de los dos clubes de fans que durante casi dos años colaboraron en su investigación le ofreció la vicepresidencia. No hubiera sido la primera vez que los científicos sociales terminan atrapados por los mundos que exploran, a veces por conocerlos tanto o mejor que los propios nativos. Eloísa declinó el convite: le esperaba la escritura de una tesis por su doctorado en Antropología Social, en la Universidad Federal de Rio de Janeiro.
Natalia Oreiro es Gilda en «No me arrepiento de este amor» de Habitación 1520
EN EL CEMENTERIO GILDA SIGUE VIVA
En Marzo de 2002, Martín visitó por primera vez la tumba de Gilda en el cementerio de Chacarita. Esa tarde le impactó descubrir una compacta concurrencia de fans en la galería 24, donde yacen los nichos de la cantante, de su madre Tita y de su hija Mariel, también fallecidos en el accidente. Ancianos y jóvenes de diversas clases sociales saludaban al féretro, subían por una escalera y besaban la foto de Gilda.
Las cosas no han cambiado mucho desde entonces. Durante los fines de semana, sus fans ordenan las flores, limpian el pasillo y ofrecen información biográfica o discográfica a los recién llegados. La profusión de flores frescas, rosarios plásticos de todos colores, estampitas y mensajes que piden triunfos deportivos, salud y felicidad, completan el cuadro. “Aquí hay algo más”, pensó Eloísa. Algo parecido habrán pensado parientes y amigos cercanos cuando, durante el entierro, se encontraron con miles de personas devastadas con la noticia de la muerte de sus queridos y todos los medios cubrían la noticia. Para sus familiares, Miriam Bianchi cantaba en restaurantes y boliches nocturnos para alimentar y vestir a sus hijos. Evidentemente, tenían poca noción de su carisma, la identificación que despertaban sus canciones o el fervor que concitaba entre sus seguidores. No obstante lo cual, sigue Eloísa Marín, “Gilda no llegó a ser de las cantantes más reconocidas por la prensa especializada ni, en muchos casos, por los habituales consumidores de la cumbia”.
Eloísa obtuvo la beca de CONICET para estudiar a Gilda, aunque su intención original fue comparar a Gilda con Roberto Carlos, el cantante que deseaba tener “un millón de amigos” varias décadas antes de que existiera Facebook y que hacia 2010 había superado los 100 millones, si se nos permite contar como “amigo” cada disco vendido. Y revela un detalle para ejemplificar por qué pequeñas decisiones pueden desviar o reencauzar el curso de una investigación. “Estuve seis meses haciendo trabajo de campo en Río de Janeiro, con los fans de Roberto Carlos. Llegué a participar en su cumpleaños y comer torta con él y los fans en el garage de su casa. Pero tenía miedo a que el tiempo no me alcanzara para hacer dos buenos trabajos de investigación que luego me permitiese compararlos apropiadamente. Por eso fui solamente con Gilda”, cuenta Eloísa.
LA VARITA SAGRADA
En la actualidad, Eloísa Martín es Profesora del Departamento de Sociología de la Universidad Federal de Rio de Janeiro y editora, desde 2010, de Current Sociology, una de las revistas más influyentes de la disciplina. Su trabajo, “No me arrepiento de este amor. Um estudo etnográfico das práticas de sacralização de uma cantora argentina” (2006), es una referencia ineludible para los estudiosos de lo que ella misma ha definido como “prácticas de sacralización”.
“Las prácticas que hacen a Gilda sagrada”, escribió Martín, “quiebran las clasificaciones rígidas entre devoción y fanismo, y permiten referirnos a prácticas de sacralización tanto en grupos no religiosos (los fan clubs) como los que están fuera de relación devocional y con recursos ajenos al rango ‘religioso’”.
El concepto de prácticas de sacralización ha sido considerado más preciso que el de religiosidad popular pues definen estos fenómenos sociales desde una mirada no católico-céntrica, donde las relaciones que establecen muchas devociones no se dan “por fuera ni contra la Iglesia” sino que mantienen intercambios, negociaciones y conflictos con ella. Un ejemplo más reciente de su aplicación lo dan el docente del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de Luján, Fabián Claudio Flores, y la estudiante de Ciencias Antropológicas (UBA), Clara Penela, en un trabajo sobre el santuario de Cromañón, el boliche donde un incendio causó la muerte de 194 jóvenes y otros cientos de heridos, a fines de 2004. Este espacio destinado a recordar la tragedia sobrevivió –con su carga sagrada– al intento del gobierno de la ciudad de Buenos Aires de desplazarlo con una Plaza de la Memoria, donde la búsqueda de justicia y los ritos colectivos articularon una vía de doble sentido de religiosidad y protesta. En las huellas todavía frescas de aquella herida social había mucha religiosidad popular, resignada a reencontrarse con sus difuntos en el más allá, pero también había, y todavía hay, cientos de familiares que tienen mucho por hacer aquí y ahora.
Eloísa Martín propuso analizar la relación de los fans con Gilda en términos de prácticas de sacralización para no atar estos estudios a la componente “religiosa” de esa relación y revisar el fenómeno del fanismo, basado en la idea de metáfora religiosa, “como si por detrás de una forma secular del fanismo latiese un corazón sagrado”, escribió.
Silvia “Corazón Valiente” Coimbra, “la doble” de Gilda, da su testimonio en TN. Recomendamos un trabajo de Eloísa Martín que permite conocer detalladamente la historia de “la doble” de Gilda.
FANS Y DEVOTOS: NO ES LO MISMO
Para la investigadora, el club de fans no necesariamente debe ser percibido como una versión moderna o secularizada de un grupo religioso. Y, por cierto, asistir a una convención de fans no tiene por qué ser la “heredera secular de la peregrinación religiosa”. Ni ser fan convierte a esa persona en un “devoto que siente una adoración cuasi religiosa hacia su ídolo”. Eloísa detectó fans que le piden a Gilda milagros sin considerarla santa, devotos que le rezan pero a quienes les interesa poco su canonización oficial y otras variantes, como “fans que muchas veces parecen actuar como devotos, solicitando milagros, pagando promesas, rezando” y que a la vez niegan el carácter religioso tanto de su comportamiento como el del tema de su devoción. “Para fans y devotos”, explica, “no todo aquel que hace milagros es un santo, ni tampoco los milagros tienen existencia restringida al ámbito de la religión”. Algunos fans creen que “a cualquier muerto, si le pedís, te cumple”, restándole a la santidad toda excepcionalidad. Otros fans conocieron a la cantante y la ven como a un ser humano cualquiera y también están los devotos enamorados del “personaje” que fueron parte de la construcción de esa mujer eternamente joven que intercede ante Dios para obrar milagros y posee el don de la materialización, habida cuenta el testimonio de promeseros que juran haberla visto físicamente o en sueños.
“Después de diez años de trabajar con religiosidad”, recapitulaba hace poco Martín, “todo terminó resultando bastante habitual. Las personas hacen cosas bastante parecidas”. No encuentra grandes diferencias entre cada devoción popular. “Los devotos de Gilda hacen lo mismo que los de la Virgen de Luján, Ceferino Namuncurá o San Antonio. Hay, claro, gestos específicos porque se supone que a cada santo le gustan cosas en particular y depende también de las particularidades del devoto (clase, género, trayectoria…) Pero tanto a Gilda como a la Virgen de Lujan o a San Cayetano le hacen banderas y les prenden velas”.
Como sea, fans y devotos han encontrado alguien cercano a quien dirigir ruegos que nadie más, excepto Gilda, responde.
Tanto en el Cielo como en la Tierra.
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