En Diciembre de 2012, mientras algunos medios agitaban el cuco del fin del mundo, la NASA difundió una imagen nocturna de la Tierra compuesta por diferentes cuadros tomados a lo largo de varios meses por un “sensor inteligente” llamado VIIRS (abreviatura de Visible Infrared Imaging Radiometer Suite, en inglés o Radiómetro de Imágenes en el Infrarrojo Visible, en español). Este instrumento es increíblemente sensible, al punto de detectar la luz de un solo barco en el mar, apagones, tormentas, auroras, incendios forestales e incluso señales tan tenues y por lo tanto difíciles de discernir como neblinas o el reflejo de la luz de la Luna.
El barrido del ojo del satélite dio pie al surgimiento de una nueva área de investigación: qué nos dicen las luces –artificiales y naturales, pero sobre todo artificiales– sobre la actividad humana en las noches terrestres. ¿Cómo usamos la luz? ¿Cuánta? ¿Cuáles son los mayores períodos de consumo? ¿Para qué?
Después de tres años de recoger datos, los ingenieros de la NASA Miguel Romano y Eleanor Stokes han creado un procedimiento que les permite alcanzar “una comprensión dinámica de la conducta humana durante la noche”, descontando que no abarca la propensión a concurrir a determinados bares sino que toma información satelital relevada en las principales zonas urbanas de América del Norte, Caribe y Medio Oriente.
El primer paso, cuentan, fue desarrollar una serie de algoritmos para deshacerse de efectos contaminantes del terreno, distorsiones atmosféricas y otros fenómenos que obstruían la visibilidad. Un detalle curioso fue la iluminación urbana según las estaciones del año. La Navidad, en comparación con el resto del año, es la temporada más luminosa del año.
Analizaron los patrones de actividad durante las vacaciones, el progresivo descenso de la iluminación en los centros urbanos seguido de su retorno en zonas residenciales (sin duda porque en esos lares también rige “de casa al trabajo y del trabajo a casa”), y hallaron puntos ciegos causados por tormentas de nieve.
El mapeo del VIIRS arrojó unos cuantos datos duros, a saber:
-En 70 ciudades de los EEUU la iluminación aumentó durante las fiestas.
-En Medio Oriente, por el Ramadán, la población mantiene las luces encendidas hasta entrada la noche (la tradición recomienda cenar más tarde, los musulmanes ayunan desde el alba hasta que se pone el Sol) y quizá también porque la temperatura nocturna es más alta que en los EEUU.
-Los juegos de luz y sombras constituyeron un rasero de análisis cultural cuando, durante el mismo Ramadán, la señal comienza a debilitarse en Arabia Saudita y desaparece en Israel.
-Las sombras de Irak muestran cuán deteriorada está infraestructura eléctrica en ese país, así como en Siria y Damasco: la falta de luz revela otras informaciones, tan contundentes como el efecto de los bombardeos de los EEUU y sus aliados.
En suma: estas son sólo algunas de las conclusiones que se pueden extraer de esta original herramienta para medir nuestra actividad sobre el planeta. Qué hacemos, qué queremos hacer o a qué hora nos vamos a dormir deja improntas mensurables en el equipo satelital.
El aprovechamiento de la exploración del VIIRS nos dice cómo y cuánta energía utilizamos y, si existiera voluntad, nos puede ayudar a ser mucho más eficientes en el consumo energético. También, como explica la periodista científica Kiki Sanford en Boing-Boing, donde fue publicada la nota en que nos basamos, “nos puede prestar gran ayuda para orientar futuras medidas para mitigar el cambio climático”.
Nos encantaría ser optimistas, pero nadie sabe cuánto tiempo nos queda, cuanto más aguantará la bonita esfera azul donde posamos los pies. El sistema socio-político que permite el presente régimen de despilfarro, indolencia y negligencia tiene una fuerza devastadora. Estas angelicales tecnologías espaciales delatan el derroche y desvelan las huellas de Satanás, aunque quiera escapar como un ladrón en la noche.