En el momento de cerrar estas líneas todavía no habían sido hallados los restos del vuelo MH370 de Malaysia Airlines, técnicamente perdido desde el 8 de marzo pasado, una hora después de despegar de Kuala Lumpur hacia Pekín con 239 personas a bordo.
No importa cuánto cambie la noticia: cualquiera sea el resultado, la búsqueda del Boeing 777-200, más probablemente de sus vestigios, será recordada como una de las más difíciles, duraderas y costosas de la historia. Difícil porque la zona, a miles de kilómetros al oeste de Australia, es poco explorada: no ha despertado especial interés de corporaciones, gobiernos o de oceanógrafos; y costosa porque en el rastrillaje participan 25 países. Sólo el Pentágono –blanco clásico de sospechas conspirativas– gastó en el operativo 2,5 millones de dólares. Más de 2 millones de internautas auscultan imágenes satelitales frenéticamente y a un mes de declarada la emergencia no sabemos si las cajas negras revelarán el por qué del accidente: estos dispositivos sólo retienen el audio de las dos últimas horas de vuelo y el pesimismo se acumula.
Una pregunta repiquetea en las fantasías colectivas: ¿Cómo un avión se puede perder así, en pleno siglo XXI? “Nadie logra hacerse a la idea de que en la era moderna un avión de semejante envergadura pueda simplemente desvanecerse”, dijo Tim Brown, experto de GlobalSecurity.org.
Ante la falta de evidencias, la incertidumbre ensancha las fronteras de nuestra imaginación.
A sólo cuatro días de iniciada la búsqueda, Jordan Golson, periodista de Wired, apeló al principio de parsimonia y recordó que, cuando sólo es posible especular, la explicación más sencilla suele ser la correcta: cualesquiera haya sido la causa del desastre todo sucedió “en forma rápida y catastrófica”.
Sin embargo, el 24 de Marzo, el primer ministro de Malasia, Najib Razak, dijo que la compañía de comunicaciones británica Inmarsat había concluido que el MH370 perdió contacto con tierra, cambió de ruta y siguió volando por cinco horas antes de “terminar su vuelo” en el sur del Océano Índico. En síntesis, el final pudo ser catastrófico, pero no rápido. Ese “desvío” alentó las tesis de atentado o secuestro. También aportaron confusión las contradicciones oficiales. El piloto se convirtió en sospechoso, entre otras cosas, porque en su casa tenía un simulador de vuelo (algo tan exótico como un manojo de llaves en la casa de un cerrajero), lo cual fortaleció la opinión de que el cambio de rumbo pudo ser deliberado. A la vez, el gobierno malasio notificó a las familias que no hubo sobrevivientes a través de un msn y sin tener evidencias físicas. Entre otros errores de comunicación, transcribió mal el audio del copiloto. Él no dijo “Todo bien, buenas noches” sino “Buenas noches, Malaysian 3-7-0”. Quizá no tan grave, pero substancial cuando era casi lo único que había.
A 10 días, el programa «Noches argentinas» (C5N conducido por Fabián Doman) dio rienda a fábulas conspirativas relacionadas con el «ocultamiento» de los gobiernos. El piloto Jorge Polanco, casi ufólogo desde un supuesto encuentro con un ovni en 1995, especuló en la misma línea junto al analista Horacio Calderón y el periodista Jorge García.
El diluvio de tesis conspirativas no debería extrañar; incluso tampoco que algunos expertos –por sesgo profesional– caigan en la misma tentación. Los ingredientes básicos están: desconfianza hacia las autoridades; una compañía aérea que no da respuestas claras; rescatistas que dan palazos en el agua y la presión de familiares aferrados a la ilusión de que los suyos aún están vivos. Mientras tanto, ¿por qué aceptar, sin evidencias fuertes, que el avión terminó bajo el océano? ¿Y si fuese cierto que el avión fue secuestrado? ¿Y si fue derribado por los EE.UU., para evitar un ataque suicida a la base de la isla Diego García?
Existen, claro, formas más radicales de resistirse al principio de parsimonia.
En 2009, cuando un Airbus de Air France cayó en el Atlántico con 228 personas a bordo, el detective psíquico Antonio Las Heras vio al avión abducido por alienígenas. Fabio Zerpa tuvo la misma intuición, meses después, cuando desapareció la familia Pomar. Recuperar del fondo del océano la caja negra del avión francés llevó dos años. La solución para el caso Pomar fue tan sencilla que “no podía ser cierta”. La Policía había demorado 24 días en encontrar un automóvil que estaba a un costado de la ruta. “¿No habrán plantado la escena?”, se preguntaron algunos. Surgirán las mismas dudas si aparecen las cajas negras del vuelo MH370.
A dos días de la tragedia, Gisela Marziotta, periodista de Canal 9, recuperó la hipótesis de la abducción extraterrestre para el avión malasio. Y citó a guisa de ejemplo a los navíos devorados por el Triángulo de las Bermudas, una leyenda que, según la investigación de Larry Kusche, echó mano a confusiones, fraudes y exageraciones. Diego Dominelli, “especialista en servicio aéreo”, reforzó la tesis de Marziotta al referir el caso de unas luces observadas sobre Bariloche en 1995, fenómeno explicado por el investigador Heriberto Janosch como la luz de un proyector incidiendo en los cristales de hielo que había en la atmósfera (ver video).
Las conspiranoias no son teorías, supondría dar estatus científico al desvarío. Pero las conspiraciones existen. “¿Qué me están ocultando? ¿Cómo sé que no me mienten? ¿Cómo verificar lo que me dicen?”, son interrogantes válidos. Pero consideremos lo siguiente: el cerebro humano tiende a atribuir intenciones negativas a quienes controlan el poder; es un órgano sesgado a ver eventos ambiguos como fruto de la intención de ciertos grupos o personas en vez de meros accidentes. “Y cuando algo tiene secuelas trascendentes, somos propensos a verlo como consecuencia de algo igualmente trascendente”, explica el psicólogo Rob Brotherton, de la Universidad de Londres. Los conspiracionismos más difundidos son acontecimientos históricos impactantes, como el asesinato de JFK, la muerte de la princesa Diana, y el 11-S. Cuando las torres gemelas cayeron, algunos contactados “recibieron” que un plato volador “arrebató los cuerpos”. Las víctimas del atentado estarían viviendo felices en otro mundo.
En el plano secular del mundo, nadie sin información suficiente arriesgará afirmaciones concluyentes; para tolerar la incertidumbre, la angustia y la desesperación la tendencia es buscar seguridad entre quienes sí las ofrecen, y éstos son los referentes populares o mediáticos de la magia, el esoterismo y la religión. Hacerlo no es bueno ni malo: son compensadores sociales útiles para quienes necesitan dar sentido a su vida y seguir tirando.
Los medios diseminan una diversificada variedad de creencias procedentes de sincretismos ocultistas, ideas pseudocientíficas y fantasías literarias lovecraftianas o próximas a la ciencia ficción. La mentalidad conspirativa pretende saber algo que los demás no saben, ata cabos e intenta dar un orden al caos. Son como los monstruos del cine clase B: sólo te asustan si no los ves.
Hace poco, un estudio sobre actitudes en redes sociales realizado por Walter Quattrociocchi y sus colegas de la Universidad Northeastern reveló que las personas que eligen “fuentes de información alternativa” son los más sensibles a las afirmaciones falsas.
Para estar atentos: los que desconfían exageradamente de la información provista por el Estado y las corporaciones son, a la vez, buenos compradores de rumores y conspiraciones paranoicas.
(Por Alejandro Agostinelli, publicado en la edición argentina de Newsweek, Abril de 2014. Recuadros, enlaces y fotoepígrafes son exclusivos de este blog).
ENLACES RELACIONADOS
Animales sueltos. Por Alejandro Agostinelli, Crítica de la Argentina, 8/12/2010
Caso Pomar: el fin del delirio, Newsweek, 10-12-2010 / en Infonews
El caso Pomar y la memoria: ojalá funcione la memoria.
Caso Pomar: el final de una triste comedia argentina