
“Deodorito” –como le llaman– es uno de los dos hijos de Gustavo Roca, con quien tuve el placer de trabajar en 1984 en un proyecto de corta vida, el diario El País. Por entonces yo acompañaba a Aram Aharonian, ex director de la cadena televisiva Tele Sur, en los cierres de aquel matutino. (En verdad, El País era prácticamente el mismo diario La voz de Buenos Aires al que cambiábamos los títulos y agregábamos páginas de información local, a cargo de Gustavo Roca y colaboradores.)
Por entonces yo tenía 20 años y en Editorial Martes S.A., donde tuve mi primer trabajo periodístico de «responsabilidad», ya me había metido en problemas cuando supe y comenté que Marcelo Peñaloza, un misterioso editorialista del diario La voz, y el dirigente montonero exiliado, Mario Eduardo Firmenich, eran la misma persona. Aún recuerdo los semblantes adustos de Raúl Cuestas, Ramón Saadi y (si no recuerdo mal) del Tío Ernesto Ponsati cuando me advirtieron que “nunca más” volviera a relacionar a “El Pepe” con el diario. La verdad, por aquellos años, también era extraña y conflictiva. Por eso, cuando trabajé con Aharonian en El País más me valía ni preguntar quién era Gustavo Roca, director y editorialista del diario.
Por aquellas antigüas razones y por otras más contemporáneas, como la penosa constatación de que en toda la red no hay huellas de su valiosa y valerosa vida, decidí preguntar a su hijo Deodorito por Gustavo, ya que si no podía contar su vida en “200 Argentinos” iba a poder hacerlo en alguna otra parte.

A continuación, la respuesta de Deodorito a mi pregunta “¿Quién fue Gustavo Roca?”.
Gustavo Roca fue un activo dirigente universitario reformista (FUC, FUA), que estuvo preso durante las huelgas estudiantiles de 1943-44. Mientras estudiaba trabajaba en la biblioteca de la antigua Escuela Nacional de Agricultura de Córdoba. Recibido de abogado a principios de 1948, y pese a trabajar en un estudio prestigioso y sumamente conservador como el del doctor Deheza, defendió presos políticos y sindicales: a antiperonistas bajo el peronismo y a peronistas tras el 55.

Durante el gobierno de Frondizi, y pese a que muchos de sus viejos amigos estaban en el gobierno, Roca se destacó en la defensa de los presos políticos (en su mayoría peronistas pero también de otras tendencias de la izquierda), en especial durante la vigencia del Plan Conintes y los tribunales militares (1960-61) y en la defensa de los sindicatos obreros en huelga. En 1960, Roca –ya abogado prestigioso, especializado en temas civiles y comerciales pero con cierta celebridad por algunas de sus defensas penales, como el caso del juez Gilly– dejó el estudio del doctor Deheza y estableció su propio estudio junto a Garzón Maceda, para entonces ya destacado laboralista y asesor de los principales sindicatos cordobeses (SMATA, UTA).

Durante el gobierno de José María Guido siguió defendiendo presos políticos y sindicales y en 1964 asumió la defensa de los guerrilleros de Salta (EGP). Durante la dictadura de Juan Carlos Onganía siguió defendiendo presos políticos, sindicales y estudiantiles (defensa del dirigente estudiantil Abraham Kozak, encartado bajo la Ley Anticomunista de Onganía).
Durante el Cordobazo, junto a Lucio Garzón Maceda, fue muy buscado por los militares que le consideraban uno de los “ideólogos” del movimiento popular, por su cercanía y apoyo a los sindicatos cordobeses (SMATA, UTA, Luz y Fuerza).
Con el desarrollo de los movimientos armados en contra de la dictadura militar de 1966-73, Roca asumió (como muchos otros abogados) la defensa de cientos de presos de la dictadura, tanto de militantes de los movimientos armados como de sindicalistas, obreros, líderes barriales, etc. Esto le valió como a todos ellos un creciente odio por parte de los militares. Encabezó numerosas marchas de protesta por parte de los abogados defensores de los derechos humanos, en particular contra la tortura y la legislación represiva del gobierno militar (leyes de excepción, tribunales especiales como la Cámara Federal en lo Penal de la Nación, traslados a penales de alta seguridad, etc).

Pese a los intentos de los principales movimientos armados (ERP, Montoneros) de alinearlo e integrarlo entre sus partidarios, mantuvo una irreductible independencia y una aguda crítica política hacia sus políticas y estrategias. El día del golpe de 1976, su estudio jurídico fue asaltado por el Ejército y días después incendiado por orden del general Luciano Benjamín Menéndez, Jefe del III Cuerpo de Ejército.
Toda su familia fue puesta en las listas de buscados por el Ejército, que allanó la casa de su ex esposa y sus hijos, requisó las bibliotecas y desmanes similares a los que se cometieron con tantas personas.
Varios socios de su estudio en Córdoba y en Buenos Aires (Carlos Altamira en Córdoba, Mario Hernández y Roberto Sinigaglia en Buenos Aires), fueron secuestrados y desaparecidos. Roca logró salir de Córdoba y tras varios meses en Buenos Aires, en los que su familia también consiguió salir del país, se vio a su vez obligado a exiliarse. En septiembre de 1976 fue invitado junto a Lucio Garzón Maceda a prestar declaración ante el Congreso norteamericano sobre las violaciones a los derechos humanos en la Argentina, lo que le valió de inmediato un proceso por traición, primero militar y luego en la justicia federal, ordenado por el general Menéndez (quien en una conferencia de prensa le acusó de ser una suerte de monstruo terrorista, fuente de todos los males del país).
Exiliado en España entre 1976 y 1983, en condición de refugiado al haber sido privado de su pasaporte argentino, fue uno de los principales a animadores de la Comisión Argentina por los Derechos Humanos (CADHU) y redactó junto a Eduardo Luis Duhalde el libro de la CADHU “Argentina, Proceso al Genocidio”, que inició la larga serie de informes detallados sobre los crímenes de la dictadura militar.
A fines de 1983 regresó al país, donde consiguió que se le restituyera su marícula de abogado, de la que había sido privado por los tribunales y los colegiados del foro durante la dictadura y retomó sus actividades profesionales.

Buen orador, tenía una excelente pluma y un gran poder de seducción sobre sus interlocutores.
-Deodoro Roca
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