
Desde hace una semana, el relato de un caso excepcional –los crímenes atribuidos a un presunto asesino serial, «Marcelito»– sirvió para imponer un crescendo dramático que jugó a dos puntas: la criminalización de una devoción popular a partir de un único caso y la tergiversación de la biografía de San La Muerte, un santo popular que no tiene ningún atributo “satánico”, que no es venerado por nadie que le rinda culto a la muerte ni registra en su historial antecedentes que permitan hacer esa clase de inferencias, a menos que estemos ante un ardid sensacionalista y «a las apuradas».


En la nota, que firma Maximiliano F. Montenegro, la falta de información (en rigor, la desinformación) se explica porque “la mayoría de estas sectas satánicas permanecen ocultas”. Desde luego, todo esto responde a “razones tácticas”, que las lleva a “dividirse y subdividirse” para impedir que sus espantosos secretos resulten develados, evitando “las denuncias, la localización, la identificación de sus adeptos, su represión y disolución”.
En su informe, Montenegro menciona a un “congreso de especialistas” celebrado en Corrientes. Así salta la fuente de la que el redactor ha abrevado para perpetrar su refrito: un artículo publicado en El Litoral el pasado 19 de junio, titulado “Crímenes y sectas demoníacas, un vínculo afirmado en la aguda crisis de principios”.
Las conclusiones del articulista están calcadas de las del Congreso: entre las causas del imaginario “auge demoníaco” en nuestro país, Montenegro destaca “la profunda crisis de los principios y de los valores tanto religiosos como éticos. Una crisis agravada por el permisivismo, por el consumismo y por el laicismo, promovidos a veces por no pocos gobiernos”.
Con lo que queda explicado el origen de todos los males.

Las creencias de los Pibes Chorros: dimensiones contestatarias de una religión minimalista
Arte Brujo
Religión y Cultura
Addenda: En 2003 realicé este slideshow con la amable colaboración de Paulo Burgos y Alejandro Frigerio







