El Padre Maxi

Diferentes niveles lectura en un antiguo (y celebrado) capítulo de South Park (Trey Parker y Matt Stone, 1997).

Reencontré unos viejos apuntes que, extraño en mí, están fechados: 26 de febrero de 2004. Escribí los renglones que siguen cuando terminaba de ver un capítulo de South Park . Nunca había visto un capítulo entero de la serie. Y me sentía un poco extraterrestre por eso. Sabía que era una animación ácida y trangresora, protagonizada por una pandilla de boca sucias (como tantos niños) que cultivan cierto placer entre morboso y cándido por asuntos escatológicos o sexuales (como tantos niños) y con un gran sentido de la amistad.

Si sabía algo más que eso era muy poco más.

Seguía en lo mío, no sé si escribiendo o qué, en todo caso no estaba mirando la tele. De pronto, escucho a un personaje decir que “debían averiguar si el Padre Maxi” (el sacerdote del pueblo) “estaba abusando de los niños”. Levanto la vista, busco la pantalla y veo a un grupo de padres que decide visitar a un centro asistencial comunitario. Estaban preocupados por “las cosas que se decían” del párroco (lo malo del se, cuando oculta el sujeto). El centro decide enviar a una psicoterapeuta a investigar. La mujer empieza por interrogar sutilmente a los niños sobre lo que piensan del Padre Maxi. Insatisfecha porque los chicos no tienen una mala opinión del cura (“un típico caso de resistencia”, podría haber dicho la consejera), desbarranca preguntándoles directamente si él “no había intentado meterles algo en el culo”. Los chicos se quedan en silencio: ellos no entienden de qué les habla. Siguiente escena: los chicos deliberan sobre qué quiso decir la mujer. South_Park_logo“¿Qué nos querría meter el padre Maxi en el culo?”, pregunta uno de ellos justo cuando pasa un vecino. El hombre se retira enseguida, fingiendo no escuchar, consciente de haber escuchado algo inconveniente pero quizá dispuesto a comentar lo que acababa de escuchar. Convencidos ciegamente de que los niños estaban siendo abusados por el cura, los padres, rebeldes, se proponen “matar a Dios”. Esgrimen una razón difícil de rebatir, más para los que acostumbran partir de la idea de que Dios es una entidad esencialmente buena. “¿Qué Dios puede permitir que abusen de nuestros niños?”, dice uno de ellos. Todos celebran las reveladoras consecuencias de esa pregunta convirtiéndose inmediatamente en ateos. Y arman a las apuradas una organización. “¿Qué será de nuestros niños, que serán minoría en un mundo de católicos?”, pregunta otro. Dudas al margen, salen a la calle muy unidos, marchando con pancartas para manifestarse contra las abominables violaciones que cometen los curas católicos.

En ese momento pensé que el comic estaba contando una historia cuya moraleja sería: “¿ves con cuánta facilidad se puede construir una acusación falsa, si la idea se extiende en un ambiente sensibilizado por las denuncias de los medios y la sospecha llega a oídos de unos cuantos dispuestos a propagar el chimento?” (una secuela/causa social del llamado Síndrome de la Falsa Memoria). Pero no. O no sólo trataría ese tema. Porque la desquiciada pregunta de la “terapeuta” cobra vida propia. Al punto de que uno de los chicos, a quien la situación lo puso en posición de especular, propone a sus amigos que “así como lo que comemos lo cagamos por el culo, si nos metemos comida por el culo sale por la boca”. Un amigo le contesta que eso no tiene sentido, pero el otro le propone hacer la prueba. El experimento es un éxito, trasciende y un médico valida la teoría en un noticiero, añadiendo incluso los fundamentos clínicos de la teoría. Así, la costumbre de “comer por el culo y cagar por la boca” se apodera de South Park. “Ahora los guionistas quieren decir que si una voz autorizada avala una afirmación disparatada por TV, puede que el disparate se vuelva realidad”, conjeturé.
UntitledSi quisieron decir eso, no era sólo eso: el comic iba a cobrar un giro aún más surrealista. Siguiente escena. Convención episcopal donde el Padre Maxi pregunta a todos sus colegas qué hacer para evitar que la grey “siga convirtiéndose al ateísmo” por culpa de esas denuncias aberrantes. “¡Sí, debemos pensar qué hacer para qué los niños no hablen!”, dice otro. Así, el Padre Maxi descubre que ¡él es el único sacerdote que no abusa de los chicos! “Hacerlo con niños es algo natural en la vida de un cura”, celebran a coro. Es más: cuando el Padre Maxi decide detener el asunto viajando al Vaticano, los obispos, con el Papa presente, se enojan por su herejía. Ponen el grito en el cielo porque “mantener sexo con monaguillos no está prohibido por La Ley Sagrada del Vaticano”, que en cambio sí censura tener sexo con mujeres.

O sea: Maxi debe averiguar si es cierto eso que dice la ley, porque, si es cierto, “la Ley se debe cambiar para tener sexo con mujeres”. Durante la tertulia, curiosamente ecuménica, un grupo de obispos extraterrestres dice lo suyo: ellos no conciben otro sexo que no sea con niños. “En nuestro planeta no podemos hacerlo con mujeres porque ellas tienen una peligrosísima vagina dentada”, asegura un ET verde y horrible. El padre Maxi desestima la intervención de los religiosos de otro mundo. La naturaleza, dice, no funciona igual en todas partes. “Las excepciones no tienen por qué afectar a los demás”, aclara.

Maxi quiere cambiar la Ley de Dios y averigua que –para reformar el texto sagrado– debe meterse en unas oscuras catacumbas. Ingresa en ellas como si corriera a través de un videogame, se encuentra con el documento y, al leerlo, descubre que abusar de los niños era parte de la Ley. Llega con el arcano pergamino hasta el atrio que preside Juan Pablo II y, contrariando la opinión del Infalible, propone cambios. Pero… el achacado Papa anuncia que antes de introducir cualquier modificación “debe consultar con la Autoridad Superior”. Suspenso. Un resplandor se adueña de salón. Las máximas jerarquías de la Iglesia reverencian a la inminente manifestación de la Divina Presencia. No, no es Dios. O no es el que esperábamos ver. Lo que aparece es una monstruosa araña, quien advierte que “las leyes no están para ser modificadas”. Furioso, el sacerdote ético rompe el papiro y las paredes del Vaticano se derrumban, aplastando de paso un par de obispos.

La pasión iconoclasta de los guionistas, pensé en ese momento, había llegado lejos: una conjura de la Iglesia que legitima el abuso de niños, un sacerdote que promueve la necesidad de que ellos puedan mantener sexo con mujeres (la manera más explícita de exigir la abolición del celibato sacerdotal), una cúpula eclesiástica que repudia semejantes reformas (¿qué hacer si una Ley Superior enseña que lo correcto es tener sexo con niños?), un Papa del statu-quo que -presionado por el cura rebelde- acepta consultar a una instancia superior que no es Dios sino una araña gigante…

Atención: ¡la cosa no termina ahí!
ETsdMientras el Vaticano se cae a pedazos, el padre Maxi lanza un discurso donde reduce a la Biblia a “historias que ayudan a la gente a amar al prójimo, a no robar, a no mentir, a ser generosos…” y otros valores con los cuales unos cuantos hombres enfundados en sotanas no suelen comulgar. Un sacerdote inglés acusa a Maxi de haber destruido a la religión. Y él, Biblia en mano, insiste: “Este libro no se debe traducir literalmente. Ustedes han perdido contacto con la religión, con la realidad y con la gente, que por algo está haciendo caca por la boca”. Este diálogo entre ambos curas sale en vivo por TV. Lo ven los padres conversos. Su ateísmo, advierten, estaba basado en un principio equivocado: la fe es una cosa y los curas otra… Y deciden renunciar al ritual según el cual “cagar por la boca” es bueno.

Por última vez, me dije: “Ok, el programa cierra con un final políticamente correcto: el que triunfa es el catolicismo de arrabal, aquel que prescinde de las instituciones y encarna los deseos, los sentimientos y la sabiduría popular.” Casi como decir: ganan las creencias populares sobre el poder de quienes pretenden tomar el control de ellas en beneficio propio.
Aún faltaba otro detalle.

Cuando uno de los ex católicos convertidos al ateísmo parece seguro de la conveniencia de regresar a su religión original, sucede algo inesperado. Algo que no tenía por qué volver a suceder, ya que había vuelto al redil: caga nuevamente por la boca. Creo haber captado cierta sutileza. Pero todavía no estoy seguro: tiendo a desconfiar de los mensajes cifrados. Y el mensaje de este capítulo de South Park, aún con sus toques de humor delirante, me pareció descarnado y directo.

South ParkConclusiónes apuradas (para quien las necesite).

A los creadores de South Park (al menos los que escribieron este capítulo, el único que había visto hasta ese momento), no les interesa presentar una manera uniforme de ver el mundo sino, antes bien, mostrar que existen modos diferentes de ser, actuar y creer. Sus contradicciones, el hecho de que la construcción del relato no sea uniforme, la profusión de elementos absurdos, paradójicamente se acercan más al “mundo real” que muchas filosofías pretenciosas, que quieren ser poseedoras de una “verdad única” para comprender las relaciones, las interpretaciones y las creencias que hacen andar el mundo. En este caso, el temor de los padres puede desatar paranoias incomprobables, teñir sus miradas al punto de cometer injusticias, sin que por ello se desentiendan de que existen acusaciones ciertas. También propone que los mecanismos del rumor son imprevisibles: su eventual consagración tiene menos que ver con las malas intenciones que con malinterpretaciones o la lisa y llana ingenuidad de quienes participan de su creación y difusión.

* Que existen formas de “ateísmo emocional”, basadas en experiencias negativas acaso tan “irracionales” como las que ateos o agnósticos observan en el teísmo.

* Que una “verdad empírica” (en especial aquella que “parece funcionar” y sin embargo sigue indemostrada) puede volverse real por más delirante que sea o parezca: no hace falta mucho más que contar con portavoces autorizados a favor de esa “verdad”, medios poderosos que sirvan de canal para instalarla y un ambiente propicio que sostenga la cosmovisión de quienes están dispuestos a creer en ella.

* Que en nombre de los dogmas de fe, o “Leyes Sagradas”, se pueden cometer barbaridades tontas, espeluznantes e incluso prácticamente invisibles para quienes no están dispuestos a aceptar que alguien sea capaz de cometer semejantes barbaridades.

* Que los héroes pueden sostener ideas ambivalentes.

* Que cuesta quedarse conforme con nuestra visión del mundo si vemos lo que pasa en blanco y negro.

Alejandro Agostinelli
Buenos Aires, 26-02-2004
(Una versión ridículamente breve y descafeinada de estos apuntes fue publicada en revista NEO, algún tiempo después.)

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

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