En la India han encontrado una fórmula, creativa y proactiva, que ha permitido a una aldea pobre, emplazada en una región desértica, ganar varias batallas a la vez. Casos de niñas atormentadas, violadas o asesinadas suelen ensangrentar los noticieros y las páginas de los periódicos de la India. Y así como las buenas noticias vienen en envase chico, hay grandes iniciativas que surgen en los pueblos más pequeños. Que cobra más dramatismo cuando el escenario es la mayor democracia del mundo (814 millones de votantes), con una población de 1.250 millones de habitantes. En memoria de Kirian, su hija fallecida, Shyam Sundar Paliwal, antiguo líder de Piplantri, una aldea de 8.000 habitantes situada en el estado noroccidental de Rajasthan, India, cultivó una vez 111 árboles, transformándose en un ritual que en el pueblo repiten cada vez que nace una niña. La ceremonia tiene lugar desde hace seis años, y la cuenta arroja 270 mil nuevos árboles, que no sólo constituyen un espectáculo inusual en el desierto de Piplantri. También es extraño para cualquiera que le dé la espalda a la imaginación. Por cierto, una lectura superficial ve aquí una tradición o puro fetichismo. Pero esta “manifestación verde” ha redundado en una actitud positiva hacia las mujeres del pueblo y en un llamado de atención para quienes aún pueden encontrar soluciones creativas a problemas que parecen irresolubles. El femicidio pre natal es un problema gravísimo en la India, al punto que está absolutamente prohibido determinar el sexo antes del nacimiento por una Ley de Pre-concepción y Técnicas de Diagnóstico Pre-Natal de 1994, que apunta a hacer frente al declive en el nacimiento de mujeres penando el uso de técnicas de diagnóstico tales como la ecografía y el ultrasonido.
Esta medida nada tiene que ver con una postura anti-abortista en el sentido occidental: en muchas regiones del país existe una práctica de larga data de cancelar los partos de los fetos femeninos. El renovado esfuerzo para combatir el feticidio que proporciona el ejemplo de Piplantri no sólo ha reverdecido a esta región árida y polvorienta: la cultura de plantar 111 árboles por cada niña nacida ha creado oportunidades económicas (floreció una nueva industria basada en el jugo de aloe vera, gel y pickles) y redujo la tasa de delincuencia. Estas plantaciones también hacen un favor nada desdeñable al ecosistema al combatir las plagas de hormigas, un problema bien conocido por quienes anduvieron por la región. Pero esta revolución verde y de género es hija de una imperiosa necesidad. Generar un cambio de actitud hacia la mujer está ligado con la supervivencia de un pueblo y, si somos capaces de ver más allá, de una cultura. En la India es habitual que algunas familias traten de determinar el sexo de un feto y abortar a las niñas. La preferencia por los niños (culturalmente asociados con el honor de la familia) causó en aldeas como Rajasthan una proporción desequilibrada de sexos. En esta población, según el censo de 2011, por cada 1.000 hombres había 928 mujeres, contra un promedio nacional de 940. Y en el caso de los niños y niñas menores de seis años la proporción es aún más distorsionada: nacen 888 niñas por cada 1.000 niños.
“Dos años después, cuando mi hija de 18 años Kiran murió, quise salvarla de su muerte conectándola con la plantación de árboles. Ahora, cada vez que en el pueblo nace una niña en una familia pobre recogemos el dinero y hacemos un depósito bancario a su nombre de entre 21 mil y 31 mil rupias ($ 350 a $ 520). Hasta ahora hemos depositado dinero para 60 niñas en Piplantri. Y todos los años, 62 bebés nacen en nuestro pueblo”, explicó Shyam Sundar Paliwal. De las 31 mil rupias, 10 mil las pone el padre o la familia de la nena y las otras 21 mil los vecinos. Al cumplir 20 años, la beneficiaria puede retirar el depósito de una cuenta. Otro gran problema en la India es el casamiento forzado de menores (donde el 40% de las mujeres casadas sufre malos tratos y las muertes en la cocina, donde las suegras matan a las nueras). Previo a la plantación los padres deben firmar un acta notarial donde se comprometen a no casar a la niña antes del límite legal de edad, mandarlas a la escuela y hacerse cargo de los árboles plantados en su honor. También deben plantar 11 árboles cada vez que alguien de la familia muere.
En muchos casos las familias no buscan determinar el sexo del feto con técnicas como la ecografía o el ultrasonido sino que se basan en los deseos, raptos de imaginación y las horas de sueño de la embarazada. En todo el país rigen leyes sobre las Técnicas de Diagnóstico Pre-Natal para evitar el feticidio. Budania es la primera aldea donde una pareja ha sido acusada de feticidio femenino. “Tomamos medidas duras contra las familias que han sido declaradas culpables de realizar pruebas de determinación del sexo”, dijo Randhir Singh, jefe de gobierno de Budania. Estas mujeres no nacidas no sólo son una tragedia a causa de la fuerte predisposición contra el género, también lo es porque cancelar el parto en regiones sin condiciones médicas adecuadas conduce a la muerte de la madre.
La idea de plantar los 111 árboles por cada nacimiento de una niña –transformados en 270 mil brotes nuevos desde 2007– puede trastocar una cultura que parece diseñada para borrar a la mujer del mapa: el censo de 2011 confirmó que crece el rechazo contra las féminas. El ratio de sexos es de 933 niñas por cada 1.000 niños. Seis millones de niñas fueron abortadas sólo en la última década.
Fuentes:
The hindu
This Gives me Hope
AlJazzera
Gracias a Pablo Robledo por las traducciones!