«¿Qué hace un Papa?» La pregunta que le hizo Fidel Castro a Benedicto XVI hace pocos días en La Habana tiene una respuesta que un Papa como Dios manda no puede dar. Claro, ¿qué demonios mantiene ocupado a un Papa? So pretexto de preservar sus bienes inmateriales, debe custodiar la permanencia de las fortunas materiales. Al precio, incluso, de mentir descaradamente, digo yo, que no le temo a Dios ni a la amenaza de arder en el Infierno. Pero el vocero del Vaticano aclaró que el Santo Padre no entró en ningún berenjenal teológico. Sólo dijo que él está “al servicio de los pueblos que visita en los diversos viajes y al servicio de la Iglesia Universal”. En realidad, Joseph Ratzinger desaprovechó otra oportunidad para contestar por qué encubrió, y por qué insiste en mantener a buen resguardo, el buen nombre de algunos de los más notorios sacerdotes pedófilos de la Iglesia Católica. La revolución debe estar en otra parte, porque Fidel ni siquiera hizo repreguntas –aunque a decir verdad nadie esperaba que sucediera nada del otro mundo.
Fidel y Benedicto, siglo XXI: cuando excesiva amabilidad ofende a la sensibilidad humana.
Entre las tareas de un Papa, en primer lugar, está no pisar la sotana de sus antecesores. Durante todo su “divino mandato” Juan Pablo II le esquivó el bulto al más fatídico caso de pederastía serial de América Latina. Es el caso de los abusos de Marcial Maciel (1920-2008), fundador de los Legionarios de Cristo. Hay un motivo contundente para que las cosas hayan sido así. El actual Papa, tanto cuando era cardenal y después, desde 1981, cuando fue convocado a Roma por Juan Pablo II para ser prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, estaba perfectamente enterado de los abusos sexuales que cometía en México el padre Maciel.
Entre las cosas que hace un papa está decidir a quién recibir y a quién no. Cuando hace poco visitó México decidió no recibir a las víctimas de Maciel. “Solo él y nadie más que él hoy puede darle un curso distinto” a “este holocausto de miles de niñas y niños abusados en muchas partes del mundo”, reclamó en México el ex sacerdote Alberto Athié, coautor del libro La voluntad de no saber (Grijalbo, 2012), que contiene 212 documentos tomados de los archivos del Vaticano sobre la biografía sacerdotal de Montiel, entre ellas las denuncias sobre los abusos de menores.
Esos archivos guardan, por ejemplo, una carta que en 1999 Athié envió al entonces cardenal Ratzinger donde denunciaba gravísimas situaciones de abuso de Maciel. No es cierto, como publicaron algunos medios, que no hubiese respuesta. Ratzinger la dio. “Lamentablemente, contestó, el caso de Marcial Maciel no se puede abrir porque es una persona muy querida del papa Juan Pablo II y además ha hecho bien a la Iglesia. Lo lamento, no es posible”. Para Karol Wojtila, Maciel fue un “guía eficaz de la juventud”. Recién en 2006 Benedicto XVI ordenó el retiro del fundador de los legionarios.
La Iglesia nunca tuvo voluntad de enfrentar la perversión de sus sacerdotes con la verdad, pese a la descarnada imagen de sacerdotes quitándole la ropa o succionando penes de estudiantes, monaguillos o huérfanos. Por esta razón el obispo Edgardo Storni o el padre Julio César Grassi, por citar los abusadores argentinos más conocidos, quedaron sin condena o sus juicios aún moran en la más flagrante impunidad.
Por esta razón el historial de abusos del padre Maciel, y su papel central en la historia de la Iglesia Católica contemporánea, sigue siendo una bomba de tiempo. Por más que Joseph Ratzinger simule interés en acabar con la pederastía sacerdotal, por más que no reciba a las víctimas de los casos cuyo ocultamiento estuvo personalmente implicado, una herida creciente se abre más y más al costado del Vaticano, como una burla siniestra para aquellos que lo siguen considerando digno de fe.
Leer también Benedicto XVI no recibirá a las víctimas de Maciel, por Bernardo Barranco, en La Jornada, 29-02-2012
El legionario de Cristo, por Jason Berry y Gerald Benner. Editorial Debate, 432 pp. (2004)