Desde hace una semana, el relato de un caso excepcional –los crímenes atribuidos a un presunto asesino serial, «Marcelito»– sirvió para imponer un crescendo dramático que jugó a dos puntas: la criminalización de una devoción popular a partir de un único caso y la tergiversación de la biografía de San La Muerte, un santo popular que no tiene ningún atributo “satánico”, que no es venerado por nadie que le rinda culto a la muerte ni registra en su historial antecedentes que permitan hacer esa clase de inferencias, a menos que estemos ante un ardid sensacionalista y «a las apuradas».
Como sucede con otros tantos santos populares, sus devotos pretenden que San La Muerte recibe ofrendas, otorga favores, protege contra daños reales e imaginarios y ofrece “cobertura extraordinaria” a quienes tienen vidas linderas con la muerte. También hay algún caso de mujeres que han escondido amuletos del santo en su vagina, entre ellas prostitutas convencidas de que así impedirán enfermedades de transmisión sexual. Pero San La Muerte es, ante todo, un santo tumbero. Sus pretendidos dones reflejan el anhelo de quienes viven sumergidos en la violencia. Por eso, el santo esquelético no es sólo milagroso sino vengativo: guay de los que incumplan sus promesas. Quienes se atreven a desafiarlo pueden ser víctimas de duros castigos. Por eso su imagen está grabada en la piel de muchos presos, que llegan a elaborar estatuas en huesos o en maderas de ataúdes o de crucifijos, en un intento de los promesantes por lograr la invulnerabilidad ante las balas de la policía o de sus enemigos.
Esto no impidió instalar la idea opuesta, empezando por el diario Clarín y multiplicado por otros medios: San La Muerte «es feliz» si le ofrecen muertes. Diario Popular también mete el fuelle en la hoguera de las «sectas satánicas», súbitamente en “auge”, aunque el redactor sólo cita vaguedades o casos que corresponden a un puñado de episodios policiales dispersos en el tiempo y sin relación con grupos satanistas.
En la nota, que firma Maximiliano F. Montenegro, la falta de información (en rigor, la desinformación) se explica porque “la mayoría de estas sectas satánicas permanecen ocultas”. Desde luego, todo esto responde a “razones tácticas”, que las lleva a “dividirse y subdividirse” para impedir que sus espantosos secretos resulten develados, evitando “las denuncias, la localización, la identificación de sus adeptos, su represión y disolución”.
En su informe, Montenegro menciona a un “congreso de especialistas” celebrado en Corrientes. Así salta la fuente de la que el redactor ha abrevado para perpetrar su refrito: un artículo publicado en El Litoral el pasado 19 de junio, titulado “Crímenes y sectas demoníacas, un vínculo afirmado en la aguda crisis de principios”.
Las conclusiones del articulista están calcadas de las del Congreso: entre las causas del imaginario “auge demoníaco” en nuestro país, Montenegro destaca “la profunda crisis de los principios y de los valores tanto religiosos como éticos. Una crisis agravada por el permisivismo, por el consumismo y por el laicismo, promovidos a veces por no pocos gobiernos”.
Con lo que queda explicado el origen de todos los males.
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Addenda: En 2003 realicé este slideshow con la amable colaboración de Paulo Burgos y Alejandro Frigerio