Mario Rodríguez Cobo nació en Mendoza el 6 de enero de 1938 y murió ayer, jueves 16 de septiembre de 2010, a las 23.30 horas.
Era más conocido como Silo, Silas o El Negro. Tenía 72 años y seguramente se retiró satisfecho: dejó dicho, conversado y plasmado en tapes, discursos y libros todo lo que quiso decir.
Sus ideas ahora están servidas, a disposición de cualquiera. De ellas se nutrirán sus seguidores, sus detractores y, quizás, nuevos interesados que querrán saber exactamente qué aporto de nuevo este señor, mendocino, estudiante de Derecho y de Ciencias Políticas, iniciado en escuelas esotéricas y porfiado fundador de comunidades espirituales, todas parecidas pero diferentes, todas iguales pero con diversos nombres, que se orientaron desde lo mágico a lo religioso, desde lo cósmico-espiritual a lo político, y desde lo partidario a lo filosófico.
¿Quién fue Silo? En 1969, su figura crística y revoltosa alcanzó la cima. Tenía 31 años y era un empresario vitivinícola. No largó todo y se retiró del mundo. Pero sin duda notó que su palabra despertaba interés y buscó cómo aprovechar un auditorio receptivo para construir algo que no existía.
En mayo de ese año, los militares mendocinos decidieron mandarlo a “hablar a las piedras” y eso hizo: puso la otra mejilla y fue a hablarle a las piedras. Aquel orador solitario, enfundado en un overol blanco, enfrentó a la persecución política y policial de la época, que era brava porque entonces (faltaban siete años para el Proceso) no había referencia de nada más atroz. Y lo hizo con ironía y sentido del humor. Así fue cómo ese personaje larguirucho y de conversación agradable estampó su primera huella: reunió a centenares de jóvenes en las estribaciones de la cordillera de Los Andes y les hizo escuchar su personal teoría sobre cómo curar el sufrimiento.
Silo también fue “el loco” que no desalentaba a quienes le atribuían dones místicos, llegando a practicar la imposición de manos en rituales que, cuando trascendieron fuera del círculo interno, vinieron al pelo a quienes lo «culpabilizaban» de religioso, características que llegó a disimular tanto que se volvió casi un político, con todo lo malo y lo bueno que esto significa.
Silo fue el líder que dio vía libre al sexo cuando toda forma de libertad sexual era inapropiada (salvo entre los hippies y demás afiliados al Flower Power) y, a la vez, era el tipo que se reía cuando le preguntaban si se creía un Mesías, ya que los elegidos, como todo el mundo sabe, no fuman cigarrillos negros ni beben tanto café. Silo fue el que enamoraba a las novias de sus discípulos, desataba tormentas hormonales en sus cofradías y el mismo que se ponía serio cuando hablaba del compromiso de sus seguidores para promover la paz y combatir la violencia, ideas básicas y casi irreprochables, pero con las que sus amigos entraban en éxtasis; las mismas ideas que confirmaban a los escépticos que lo más sólido de Silo fue su carisma personal y no su doctrina, a la que siempre consideraron una colección de afirmaciones tenues, previsibles y desgarbadas, pronunciadas con el tono admonitorio de una revelación apocalíptica.
Silo impulsó un movimiento, el Humanista (en las antípodas del Humanismo Secular), que combinó activismo espiritual y político. Y no le fue mal. En su género, es uno de los movimientos religiosos más numerosos, influyentes y perdurables que existieron en el país. También logró extender sus ideas a distritos distantes como Rusia e Israel y cercanos como España o Chile.
El movimiento de Silo, a la vez, fue una de las primeras experiencias autóctonas nacidas al dudoso calor de una nueva categoría de desprecio social: la acusación de “secta”, desenvainada ante cualquier grupo que nos cae antipático o en cada ocasión en que el acusador se siente impotente a la hora de probar un comportamiento delictivo.
Silo nunca me cayó ni bien ni mal.
Sólo le puedo reprochar una tontería, su evasividad. Jamás quiso enfrentar las preguntas de los periodistas que no ofrecíamos garantías de obsecuencia.
Y así se fue, en los umbrales del Nuevo Milenio que tanto había esperado y en una Argentina donde los “líderes” o “jefes” religiosos más infames usan sotana, incluso cuando fueron condenados por abuso sexual y manejan, desde confortables quintas con piscina, fundaciones consagradas a hacer felices a los niños.
Video en 5 partes: Silo evoca su arenga en Punta de Vacas, que tuvo lugar el 4 de mayo de 1969. El monólogo no sólo es un modo de «humanizar al gurú humanista», sus recuerdos y su relato de los días previos son muy divertidos.