El profesor de Filosofía Juan Carlos Faraone desmonta las falacias y engaños en las ideas de Darío Sztajnszrajber, en un análisis en el que cuestiona su supuesta superación de lo que llama «pensamiento binario» y su uso de la filosofía como herramienta de manipulación. ¿Qué hay detrás de su éxito masivo y su discurso aparentemente profundo?
Por Juan Carlos Faraone *
MENTIRA LA MENTIRA. “Lo estético de la tecnología radica en su vastedad”
La publicación de un meme (1) que, con evidente sarcasmo, atribuía a Darío Sztajnszrajber una afirmación descontextualizada y sin pruebas, generó una objeción aparentemente razonable. Quien la formuló señaló que no era lógico ni riguroso descalificar al filósofo en esos términos y exigió que, si la idea era cuestionarlo, el paso siguiente era aportar la correspondiente evidencia.
A primera vista, esta objeción parece válida, pues, en efecto, cualquier análisis serio y lógico de un discurso debe fundamentarse en pruebas y argumentación. Sin embargo, dicha exigencia solo es pertinente cuando el discurso analizado cumple, a su vez, con las normas básicas de la lógica y el rigor argumentativo. Si pasamos por alto esta precondición y sometemos a un análisis serio las palabras de alguien que no habla seriamente, le estamos otorgando un prestigio inmerecido. En otras palabras: aplicar estándares de rigor a un discurso que los evade no solo implica validar su incoherencia sino que, además, contribuimos al éxito del sofista, cuyo método consiste en manipular la confianza de los demás mediante un uso cínico del lenguaje. En vez de desmontar sus falacias terminamos reforzando su posición: el solo hecho de entrar en la discusión bajo sus términos implica reconocerle un peso argumentativo que no tiene.
Enfrentados a la retórica sofística de Sztajnszrajber, la clave no es tanto refutar punto por punto su discurso –cínico, alienante y construido sobre premisas endebles–, sino tratar de responder el porqué de su éxito, mejor dicho, por qué es masivamente exitosa una serie de argumentaciones basadas en un burdo despliegue de falacias, donde las peticiones de principio compiten con las apelaciones a la autoridad para otorgar visos de respetabilidad a un conjunto interminable de afirmaciones vacías, autocontradictorias, sesgadas o falsas.
En vez de concederle el beneficio de un análisis riguroso, entonces, lo que corresponde es preguntarse por qué tanta gente se deja seducir por una retórica que, bajo una apariencia intelectual, no es más que un juego de artificios destinado a impresionar más que a esclarecer.
Algo parece seguro: la sociedad no nos configura como sujetos puramente racionales, adictos a la lógica científica, tal como Sztajnszrajber predica con modos tan irracionales que su propio éxito desmiente.
Pero remitámonos a pruebas concretas.
Hay un pasaje de su libro ¿Para qué sirve la filosofía? en el que Sztajnszrajber reflexiona sobre el tema de la muerte (2). En el capítulo 8, páginas 146 y 147 de la edición digital, nos dice:
“sobre la muerte suele haber tres grandes posiciones”, a saber:
«1) Por un lado, la afirmación de la existencia de un más allá como un lugar real donde nuestra vida continúa. O sea, negar la muerte como algo definitivo.
2) Por otro lado la negación de este más allá y su reemplazo por la afirmación de que con la muerte la vida se termina y punto. O sea, la muerte como algo definitivo. Después no hay nada.
3) Y en tercer lugar: el tercer lugar. El tercero excluido. La posibilidad de pensar desde la terceridad, esto es, de poder salirnos del pensamiento binario y no con otra posición que volvería sobre el binarismo, del tipo: contra el pensamiento binario afirmo equis. Entonces, la tercera opción que es una no-opción frente a las posibilidades que el binarismo nos plantea justamente como posibles: sobre la muerte como extensión (im)posible de la vida no se puede ni afirmar ni negar nada, sino solamente hacer implotar el concepto.”
Carece de sentido comentar este párrafo como si fuera un pasaje serio de filosofía. Resulta obvio que las proposiciones contenidas en la posición 1) y 2) son contradictorias entre sí y que si una es verdadera la otra debe ser falsa: o bien hay un “más allá” o bien no hay un “más allá” después de la muerte. Pero también es obvio que la proposición sobre la muerte contenida en la posición 3) no constituye una “no-opción frente a las posibilidades que el binarismo nos plantea”, como groseramente pretende Sztajnszrajber.
En efecto, la afirmación “no se puede afirmar ni negar nada respecto del más allá de la muerte” no se refiere, como las dos primeras, al más allá de la muerte, sino a la posibilidad de afirmar algo sobre ello, y su contradictoria es “se puede afirmar o negar algo respecto del más allá de la muerte”.
Esto no representa ninguna pulverización, ni superación, ni aniquilación, ni explosión, ni implosión del “pensamiento binario”, cuyo rasgo lógico fundamental está expresado en el principio del tercero excluido.
Analicemos mejor todo el párrafo para que quede claro como Sztajnszrajber pretende engañar a sus lectores.
En primer lugar, afirma que va a enunciar tres grandes posiciones que se refieren a “la muerte”, dejando a este último término («muerte») lo suficientemente indefinido como para que el lector se engañe y crea que las tres posiciones que enunciará se refieren a lo mismo. Pero esto no es de ninguna manera así. Las posiciones 1) y 2) contienen afirmaciones que no se refieren a “la muerte” en general, sino específicamente a lo que sucede después de la muerte. Y la posición 3), que –sólo como ejemplo– contiene una afirmación, no sobre la muerte en general, sino sobre la posibilidad de afirmar o no algo acerca de lo que sucede después de ella, no se refiere a la muerte, sino al principio del tercero excluido.
En efecto, la posición 3) afirma que es posible superar la bivalencia prescripta por el principio del tercero excluido. Esta afirmación es independiente de las posiciones 1) y 2), y Sztajnszrajber la introduce arbitrariamente recurriendo al truco, burdo hasta la violencia, de indexarla con el número 3), para engañar al lector generando la falsa creencia de que se trata de una tercera posición que estaría más allá de los principios lógicos implicados por la contradictoriedad de las dos primeras.
Como el engaño consiste en transfugar una afirmación acerca de la lógica como si fuera una reflexión filosófica acerca de la muerte, –abusándose de la ignorancia de sentido común de sus lectores que, como la mayoría de las personas, suelen creer que existen situaciones de la realidad (como la muerte) que “desafían toda lógica”– lo consuma poniendo como ejemplo la mencionada afirmación acerca de la posibilidad o no de afirmar algo acerca de lo que sucede después de la muerte, en un contexto retórico sembrado de expresiones oscuras que aparentan profundidad: “opción que es una no-opción”, “extensión (im)posible”, “implotar el concepto”.
Sztajnszrajber es un profesor de filosofía graduado en la UBA y no es verosímil suponer una equivocación burda. En otras palabras, Sztajnszrajber está mintiendo, y lo está haciendo en relación con el punto central de su doctrina, que afirma precisamente la factibilidad de articular un discurso alternativo que supere “las posibilidades que el binarismo nos plantea”.
El propio Sztajnszrajber despejará cualquier duda respecto de este asunto. En efecto, en el capítulo 5 del citado Para qué sirve la filosofía, un poco antes de abordar el tema de la muerte analizado arriba, Sztajnszrajber se ubica a sí mismo en la situación cotidiana de estar tomando algo en un bar, embargado por la actitud, por cierto nada cotidiana, de un filósofo que tiene a Martin Heidegger en la cabeza. Entonces presenta la cuestión de la pregunta por el ser reduciéndola a la cuestión de la posibilidad de posicionarnos más allá de todo, por fuera de cualquier contexto lógico que funcione como condición de posibilidad para la comprensión de algo.
Dejo para otra ocasión el análisis de esa supuesta virtud que toda una cohorte de comentaristas poco parsimoniosos adjudica festivamente a la tarea de Sztajnszrajber, a saber, la de hacer descender las elevadas y complejas doctrinas filosóficas al terreno de la vida cotidiana. Cualquiera que analice críticamente el proceder de Sztajnszrajber en relación con este asunto se dará cuenta que lo que hace no es “bajar” la filosofía a la vida cotidiana, sino interpretar la vida cotidiana a partir de sus propios prejuicios filosóficos.
Para el caso, es suponiendo una versión de la vida cotidiana hecha a imagen de su propia imagen de la doctrina de Heidegger –la cual, interpretada con rigor, jamás permitiría afirmar que las cuestiones “existenciales” que en ella se proponen sean consideradas como propias de algún tipo de condición humana general– que Sztajnszrajber afirma que cada vez que preguntamos algo estamos, en el fondo, preguntando por el ser; y del hecho de que las respuestas que nos damos a esas preguntas siempre versan sobre cómo son o cómo funcionan los entes, surge la necesidad de que, para responder a la auténtica interrogación filosófica, debamos ubicarnos absolutamente por fuera de ese contexto lógico que condiciona nuestro cotidiano preguntar y responder. Pero ¿es posible dar un salto tal que nos arrebate de la cotidiana racionalidad óntica hacia la experiencia de una más allá-más acá ontológico?
Nótese que esta cuestión es similar a la analizada más arriba: también aquí se trata del punto crucial de lo que Sztajnszrajber denomina “La Filosofía”, que consiste en superar el pensamiento lógico.
EL TROPEZÓN DEL “MARCIANO ONTOLÓGICO”
Para ilustrar el punto, Sztajnszrajber propone un experimento mental. Nos dice (Cap. 5, pgs, 84-85):
Si un marciano apareciera por primera vez en nuestro planeta y cayera justo en este bar, ¿qué cosas no entendería? Supongamos que la idea de marciano refiere a una otredad radical, esto es, a alguien que no comparte nada de nuestra concepción de lo real. Supongamos que no solo no fuese una criatura material o corporal, sino que además no compartiese nuestra lógica, nuestra racionalidad. Si así fuera, no entendería nada. Pero nada de nada…. Pero esto no es todo, sino que está lejos de ser algo: no comprendería las leyes más básicas de la lógica, de la causalidad, de la secuencia.”
No necesitamos derrochar inteligencia para notar que el experimento del “marciano ontológico” propuesto por Sztajnszrajber resultará fallido.
En primer lugar, notemos que el Filósofo aborda la situación del hipotético marciano formulando una pregunta sesgada, que tiende a direccionar la mente del lector en el sentido que a él le conviene. En efecto, dado que Sztajnszrajber quiere inocular la creencia de que es posible acceder a una supuesta “otredad”, se pregunta qué cosas NO entendería un marciano recién llegado a nuestro mundo, alejando la mente del lector del hecho obvio de que si un marciano, o lo que sea, es capaz de NO entender algo, eso es porque se trata de un ser con capacidad de entendimiento. Es obvio que si pienso en un marciano (o lo que sea) capaz de concebir o comprender, entonces esa capacidad de concebir o de comprender que le atribuyo debe ser semejante a la mía, y por tanto, debe estar, como la mía, configurada de acuerdo a las “leyes más básicas de la lógica” (hago caso omiso de la formulación ambigua de Sztajnszrajber “no comprendería las leyes más básicas de la lógica”; es obvio que su marciano ontológico, o cualquier otra cosa con capacidad de comprender, puede no comprender las leyes de la lógica, lo que no implica que estas no existan o que el ente en cuestión las haya “superado”). En otras palabras, a semejanza de lo que pretendía con sus reflexiones sobre “la muerte”, el experimento mental del marciano ontológico no es más que un trozo de charlatanería utilizado por Sztajnszrajber para inducir a su público a creer que es posible acceder a un tipo de saber “más allá de la lógica”.
Otra vez: ¿es Sztajnszrajber consciente de lo que está haciendo y debemos, por lo tanto, considerar que miente, o, por el contrario, se trata de un inexplicable profesor inexplicablemente confundido?
La respuesta es que se trata de un intento de engaño en toda regla y que, consecuentemente, Sztajnszrajber es plenamente consciente de ello. Él mismo nos lo dirá. En el capítulo 33 del libro que vengo citando, en las págs. 613-614, al tratar sobre el sobre la filosofía de Descartes, dice:
…pero lo que no puedo nunca traspasar son los primeros principios de la lógica y la ontología que ofician de ordenadores primarios de todo lo que hay. Salvo que. […] Salvo el marciano. No el marciano que imaginamos como marciano, sino el marciano que en su inefabilidad dista tanto de nuestra comprensión de lo real que incluso estos primeros principios le resultan ajenos. ¿Es que podemos imaginar algo o alguien por fuera de los primeros principios ontológicos? En realidad, no. No lo podemos imaginar, sin duda, pero por oposición absoluta podemos simplemente sostener que podría haber lo radicalmente otro a lo que hay.”
Expresado de manera directa y sin marcianos, el profesor Sztajnszrajber dice:
yo afirmo que el núcleo de La Filosofía estriba en asumir una posición que esté más allá de la lógica, y por lo tanto, más allá del afirmar o no afirmar. Para ilustrar que es posible un discurso filosófico de este tipo voy a proponer a título de ejemplo un experimento mental. Es cierto que tal ejemplo no sirve, pero no importa, igualmente continuaremos sosteniendo nuestra tesis.”
¿Con qué sentido proponer un experimento mental para dilucidar una cuestión, si ya la tenemos decidida de antemano y vamos a mantener esa decisión independientemente del resultado del experimento? Obviamente ninguno, y creo que el lector coincidirá conmigo en que nadie está obligado a tomar en serio el discurso de alguien que procede de semejante manera.
¿FILOSOFÍA O FUEGOS ARTIFICIALES?
Sztajnszrajber nos quiere hacer creer que está haciendo filosofía, cuando en realidad está predicando una doctrina irracionalista que apoya sin atenuantes. Del mismo modo que la anterior reflexión sobre la muerte no era más que una pantalla para darle una apariencia de filosofía a lo que solo es la afirmación arbitraria sobre la posibilidad de superar los principios lógicos, ahora descubrimos que, análogamente, el experimento mental del marciano inefable es, en rigor, una distracción sofística para hacer creer a los lectores que es posible acceder a algo así como la experiencia de una otredad radical, toda vez que se parte del supuesto, establecido dogmáticamente como imperativo filosófico, de que resulta necesario acceder a una experiencia de ese tipo.
Retornemos ahora a la anterior cita de Sztajnszrajber y analicémosla con más detenimiento, puesto que pareciera darnos una razón para sostener lo que no se puede sostener. Luego de reconocer que no se puede ni imaginar algo por fuera de “los principios de la lógica y de la ontología”, Sztajnszrajber nos dice:
por oposición absoluta podemos simplemente sostener que podría haber lo radicalmente otro a lo que hay.”
Aquí la expresión “por oposición absoluta” funciona como señuelo sofístico para que el lector se engañe y crea que, pese a todo, existe una razón para sostener lo insostenible, vinculando además esa supuesta razón a un estado de plena rebeldía (“oposición absoluta”) que Sztajnszrajber sabe afectará positivamente las emociones de su público, induciéndolo a aceptar lo que él mismo sabe inaceptable.
«MENTIRA LA VERDAD». Es un programa que Sztajnszrajber condujo desde 2011 por Canal Encuentro. Fue nominado tres veces al Emmy y ganó de premios internacionales, incluido el Japan Prize. Lleva cinco temporadas, la última estrenada en 2022.
La transgresión en sí es un producto que vende, y que no sólo cotiza alto en el mercado del progresismo, como bien puede constatarse ahora en el alza de los valores de la rebeldía de derecha, pero también en los movimientos protofascistas, mayoritariamente juveniles, de hace 150 años, que alcanzaron una siniestra prosperidad mundial, aunque nadie parece ver su vínculo con las filosofías “transgresoras” y “sin supuestos”, de Nietzsche o de Heidegger, cuyas versiones pasteurizadas en la Francia de los ‘60 Sztajnszrajber revende para consumo masivo envasadas con la leyenda “pensamiento crítico en-sí”.
Volviendo al texto citado, lo que Sztajnszrajber “simplemente” está diciendo es que, pese a no tener pruebas para sostener una posición, o incluso pese a tener pruebas en contra de ella, igualmente podemos continuar afirmándola. En otras palabras, podemos fingir que nuestra posición es verdadera, aunque sepamos que no lo es. Esto es de una trivialidad que, por supuesto, nadie debería negar. Sobran los individuos que, por oposición absoluta a aquello que llamamos honestidad intelectual, aparentan creer en cosas que saben imposibles, como atravesar paredes, predecir el futuro, hablar con los muertos, curar el cáncer con té de hierbas, o contactarse con los espíritus de perros economistas.
Si este presunto saber que se presenta como capaz de trascender las leyes de una ciencia formal como la Lógica (por una obvia cuestión de rating casi nadie se atreve a sostener el haber logrado superar las Matemáticas) constituye una pseudociencia del mismo rango que aquellas que sostienen la posibilidad de superar las leyes de la física, o si debe ser considerado como una pseudofilosofía que es algo así como la madre de las pseudociencias, u otra cosa distinta, es una cuestión que exige un tratamiento que no puedo dispensar aquí.
Me conformaré con afirmar que los shows de Sztajnszrajber tienen mucho más que ver con las prácticas propias de un predicador que con un ejercicio de debate crítico, algo que puede probarse comparando la estructura de su retórica con la de los telepredicadores, pero que cualquiera debería comenzar a sospechar desde el momento en que aquél suele reducir su propia doctrina a la consigna “hay que huir de la verdad”, que no es más que un mandamiento.
¿VALE TODO? Sztajnszrajber sostiene que los intereses ideológicos justifican cualquier creencia, incluso si es falsa. Según esta lógica, se habilitaría validar discursos extremistas, racistas o conspirativos, bajo el argumento del derecho a creer lo que se quiera.
¿Nadie ve una inconsistencia en el hecho de que alguien que se presenta como un demoledor de toda certeza, esté, a la vez, lo suficientemente convencido como para proponer imperativos? ¿No resulta extraño que Sztajnszrajber, el que no cree en la verdad, crea, sin embargo, en las órdenes? ¿No será el tan celebrado relativismo sztajnszrajberiano, que convierte todas las verdades en normas, un simple subterfugio para postularse a sí mismo como norma verdadera? ¿Acaso cuando se nos ordena acatar el mandamiento de huir de la verdad no se nos está induciendo a sacrificar nuestra racionalidad en aras de la obediencia?
Como quiera que sea, me parece seguro que, a diferencia de los cultores de las pseudociencias “clásicas”, fácticamente refutables y, más allá de todo oropel, inevitablemente condenadas a calzarse el indumento astroso de la milagrería, quienes, como Sztajnszrajber, se especializan en la pseudológica pueden, en cambio, desplegar un show de pirotecnia verbal con credenciales de sofisticación falsificadas con esmero, especialmente atractivas para un público intelectual, sensible al glamour de la cultura, que se considera demasiado exigente como para caer en las trampas de los profetas sanadores o de los mentalistas dobladores de cucharas. Porque la conducta de esas multitudes desfallecientes ante la confusa verborrea posmoderna no puede explicarse del todo sin suponerlas afectadas por algún tipo de cholulismo intelectual. ¿O es que alguien necesita aprenderse una versión enlatada de esa mezcolanza de idealismo alemán, teología protestante y conservadurismo político que es Ser y Tiempo para tomar conciencia de que se va a morir?
UN LLAMADO A LA CONCIENCIA CRÍTICA
Alguien podría cuestionar la oportunidad de criticar a un intelectual que defiende convicciones progresistas. Para más INRI, justo cuando esas convicciones están sufriendo el ataque feroz de una ola reaccionaria. Responderé que este avance de la reacción torna a aquella crítica más oportuna que nunca. Un mínimo de conciencia crítica obliga a preguntarse por las implicaciones políticas de una filosofía como la de Sztajnszrajber desde el momento en que el brutal avance de la derecha se produce, precisamente, cuando esa es la filosofía al uso del progresismo. Si, como Sztajnszrajber no se cansa de repetir, la lógica nos encarcela y la verdad nos oprime, el actual desquicio epistémico que afecta a la teoría y a la práctica de la política debería implicar el colapso de las estructuras de dominación y la desesperación de las clases opresoras. Sin embargo, sucede todo lo contrario. ¿Y entonces?
La cuestión merece un tratamiento específico: podemos adelantar algunas reflexiones.

Olavo de Carvalho (1947–2022) fue un filósofo y ensayista brasileño que se convirtió en una figura clave de la nueva derecha brasileña. Autodidacta, sin formación académica, promovió una visión conspirativa de la política, centrada en la idea de que Brasil y Occidente estaban bajo un proceso de «destrucción cultural» liderado por el marxismo y la izquierda global. Su prédica sobre la existencia de una «batalla cultural», donde el marxismo no actuaría solo desde la política o la economía, sino infiltrándose en la educación, los medios, las artes y el pensamiento intelectual, estaba inspirado en la Escuela de Frankfurt, el gramscismo y el pensamiento tradicionalista. Olavo sostenía que la izquierda había logrado dominar el espacio cultural brasileño durante décadas.
Desde Virginia, EE.UU., influyó directamente a miembros clave del bolsonarismo, como el propio Jair Bolsonaro y su hijo Eduardo, así como a ministros como Ernesto Araújo. Su estilo, agresivo y despectivo hacia sus opositores, lo convirtió en referente para sectores del conservadurismo radical brasileño. Fue considerado tanto un gurú ideológico como un difusor de teorías conspirativas y dejó una huella perdurable en el discurso de la derecha brasileña y más allá.
La lisa y llana apología de la mentira, realizada por Sztajnszrajber en textos como los que venimos analizando -o, por si aún quedaran dudas, en el fragmento de charla que acompaña este escrito- no sólo está en las antípodas de la tradición de la izquierda política, sino que es afín con las prácticas de la derecha más violenta que, en nombre de la libertad, reivindica el derecho a difundir cualquier disparate o infundio que favorezca sus intereses. Sujetos como Elon Musk, Steve Bannon, Tucker Carlson, Agustín Laje o Axel Kaiser, sostienen, como Sztajnszrajber, que la realidad se reduce a ficciones interesadas, a la vez que descalifican como totalitario a cualquiera que sostenga la existencia de normas lógicas y epistémicas comunes a las que debe someterse cualquier interés.
En el mismo sentido, Sztajnszrajber afirma que vivimos arrojados en una cotidianidad de sentido común que resulta “farmacológica” en la medida en que está estructurada de acuerdo a ciertas formas y contenidos que damos por hecho. “La Filosofía”, tal como él la práctica, es el arte de desequilibrar esas estructuras que consideramos dadas, no por medio de la crítica racional, puesto que la racionalidad es casi la sustancia de esas estructuras opresivas, sino mediante la provocación de un shock existencial generado por mecanismos que incluyen la confusión lógica y como vimos, la mentira.

La izquierda heredera de la tradición ilustrada afirmaba que la liberación de las masas presupone la constitución de una conciencia crítica derivada del análisis racional de las ideologías opresoras y de la situación histórica en general. Los fascismos, en cambio, propusieron un método de acción política que tuviera como sujeto a las masas, pero impulsadas por un “mito” que las conmoviera existencialmente. Heidegger lo expresó claramente: estamos arrojados en una situación de existencia inauténtica del cual sólo nos puede liberar un estado de ánimo que nos conmueva ontológicamente y nos permita decidir auténticamente sobre nuestro ser. En otras palabras, la única manera de “ser auténticos” es prescindir del sentido común de la época, infestado por una racionalidad proclive a las ideas de “izquierda”, entendiendo por tales cualquier doctrina que afirme la igualdad de las personas. (El enigmático término Dasein pierde todo su misterio cuando uno se percata que Martin Heidegger lo utiliza para negar de raíz la posibilidad de la igualdad de los seres humanos).
Sztajnszrajber se pliega a esta tradición irracionalista, que pretende despertar a las masas adormecidas mediante un sacudón existencial, sin preguntarse siquiera por los orígenes históricos de esa tradición ni por las consecuencias prácticas que pueda acarrear la asimilación de esa tradición de derecha a la hora de defender convicciones progresistas.
¿Acaso debemos ser transgresores con el “sentido común” cuando este nos transmite nociones que enfatizan la igualdad entre los seres humanos, o sobre la necesidad de empatía y solidaridad con los que sufren o menos tienen?
Una de las tácticas exitosas de la derecha reaccionaria ha sido, precisamente, apelar a la transgresión presentándose como defensora de un conjunto de ideas anti igualitarias estigmatizadas por el sentido común, logrando generar en el público una sensación cómplice de rebeldía. De rebeldía de derecha. Del mismo modo ¿no estamos ya viviendo en ese Paraíso nietzscheano predicado por Sztajnszrajber, ahora que la verdad y el conocimiento objetivo han sido reemplazados, en el nombre de la libertad, por la ficción interesada, las fake news y las teorías conspirativas? Si es así, el Paraíso es para una minoría de poderosos y no para las multitudes trabajadoras o marginadas. Y es de esperar, pues sólo una lectura de Nietzsche envasado al vacío puede no ser consciente de que la “transgresión” de la verdad y la objetividad propuesta por éste constituye la reacción de una aristocracia amenazada. Para las élites dominantes, la obligatoriedad de someterse a los comunes criterios racionales que exige el análisis de una realidad compartida representa, simplemente, una resignación de sus privilegios en beneficio de las masas.
Caetano Veloso demostró tener mucho más tino que gran parte de la intelectualidad bienpensante: en 2018, asqueado por las fake news difundidas por el filósofo bolsoranista Olavo de Carvalho en el marco de esa “batalla cultural” que pronto cruzaría las fronteras, lo llamó
el sub Heidegger de nuestro sub Hitler, el sub Spengler de nuestro sub Goebbels” (3)
(*) Juan Carlos Faraone, profesor en filosofía graduado en la UNLP, enseña en diez escuelas secundarias de Mar del Plata. Fue profesor del Instituto Superior de Formación Docente N°28 de la ciudad de 25 de Mayo.
REFERENCIAS:
(1) Meme referido, aquí.
(2) Darío Sztajnszrajber, ¿Para qué sirve la filosofía? Ed. Paidós, 2018.
(3) “Indignación de Caetano” (Veloso), en Página/12 17 de octubre de 2018
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