Existen pocos santos tan santos como el Gauchito Antonio Gil, y hoy, 8 de enero, es su día. Para no repetirme, porque algo escribí en el blog antecesor de Factor, invito a estas páginas a nuestro amigo, el doctor Hilario Wynarczyk*. Gran conocedor del movimiento evangélico argentino, de vez en vez indaga sobre fenómenos de la religiosidad pop. (Las primera imagen que ilustra estas líneas fue tomada por el autor del blog en un mural de La Boca, al final de Caminito, Ciudad de Buenos Aires; las restantes en un santuario del Gauchito Gil en Lanús.)
El 8 de enero, como todos los años, una multitud se reunió en el principal santuario del Gauchito Gil, en la ciudad de Mercedes, localizada en el centro de la provincia de Corrientes. Cuando Antonio Jesús Gil murió degollado hace 130 años, las autoridades lo consideraban un ladrón peligroso.
Para otras personas el gaucho correntino fue un benefactor de los humildes que repartía entre ellos las cosas que les robaba a los propietarios de latifundios denominados «estancias». La cultura popular hace sus procesos y tiene su propia alquimia. El que en el segundo cuarto del siglo XIX fuera tal vez un bandido rural, convive en la mente de los peregrinos junto con otras entidades de origen católico.
La oración en su almanaque alusivo dice, «Gauchito Antonio Gil: Humildemente te pido intercedas ante Dios para que se cumpla el milagro que tanto necesito. Te prometo que cumpliré mi promesa y te brindaré mi fiel agradecimiento, hoy y todos los días de mi vida».
Otra variante de la oración dice «y te prometo que cumpliré mi promesa, y ante Dios lo haré ver, y te brindaré mi fiel agradecimiento y demostración de fe en Dios y en vos, Gauchito Gil, amén».
El almanaque tiene la imagen de un gaucho de largos cabellos negros ondulados sujetados con una vincha de color rojo, pañuelo al cuello y faja, ambos también de color rojo. En la mano derecha sostiene unas boleadoras, instrumento arrojable formado por dos bolas unidas por una cuerda de cuero, usada en el siglo XIX para cazar caballos, vacas, avestruces y tambien para pelear contra personas.
La camisa y la bombacha del Gauchito son celestes, posiblemente a semejanza del cielo y la bandera argentina. Como todo gaucho lleva bombacha, que consiste en un pantalón de montar muy amplio pero ajustado en los pies, y chiripá, un poncho atado como un calzón por encima de la bombacha.
Detrás y a la altura de su cabeza, se abre una cruz enorme de color marrón rojizo, rodeada por haces de luz dorada y rojiza que surgen como si fueran la emisión de un aura de espíritu y poder desde la misma cruz . Alrededor hay un cielo celeste con algunas nubes.
Aunque para muchos católicos es una figura pagana, el Gauchito Gil convive con los santos católicos en un mismo sistema de creencias populares. Es lo que pude comprobar personalmente.
Hace dos semanas viajé a Villa de la Quebrada en la provincia de San Luis. En ese lugar viven pocas personas. Pero cada mes de mayo durante cinco días aparecen 150.000 almas. Peregrinan para visitar el santuario de la Virgen y el Cristo de la Quebrada, a lo largo de una pesada espiral en la montaña donde se reproducen momentos del martirio de Jesús.
Sin embargo a la entrada de la Villa también encontré un santuario del Gauchito Gil con sus siempre presentes banderas rojas en forma de triángulos. El Gauchito murió, pero ahora es un espíritu que desde el más allá sobrenatural podría interceder ante Dios y hacer o propiciar milagros en el plano natural.
Tiene fuerzas como los santos venerados por el pueblo. Los creyentes hacen una transacción con el Gauchito, le piden milagros y a cambio le ofrecen promesas y ofrendas y le prenden velas rojas. Así le agradecen las curaciones milagrosas.
Las reuniones de los fieles del Gauchito incluyen bailes y consumo de bebidas alcohólicas. La fiesta criolla no es exclusiva de esta figura considerada por muchos católicos como una intrusión pagana. Y no es incompatible con la santidad y el poder de la santidad.
En las reuniones de la Villa de la Quebrada en los meses de mayo, también los devotos celebran bailes y consumen bebidas alcohólicas. El fisco de la Villa repleta de puestos de venta obtiene un buen lucro de los peregrinos.
Este 8 de enero los visitantes del Gauchito en Mercedes superaron las 100 mil personas. Hubo puestos de venta de recuerdos, comidas y bebidas En la pista de baile sonaba el chamamé, la música de Corrientes. Pero yo no compré en ese lugar el calendario con su imagen. Lo compré en la Plaza del Congreso de la República, en el centro de la Capital Federal. Estaba junto con calendarios que tenían diversas figuras de la Virgen Desatanudos y otros santos, héroes de la cultura popular y la política, y de un bebé con los colores y las estrellas del Club Boca Juniors.
Con tanto público, la convocatoria anual del Gauchito en la ciudad de Mercedes compite, sin dejar de ocupar el segundo puesto, frente a las multitudes que atrae el santuario de la virgencita de Itatí, Madre de Corrientes, en otra ciudad de la misma provincia.
Seguramente que no es casual la importancia del Gauchito en ese punto de la geografía argentina. Corrientes es un lugar de paso entre Argentina, Paraguay y Brasil. Algo así como un fuerte laboratorio de tradiciones amerindias.
Algunos evangélicos especializados en combatir espíritus territoriales suelen tomar como objeto de sus oraciones de guerra contra espíritus malos, las figuras de San La Muerte y el Pombero, irradiados desde Corrientes.
Fuente: Alcnoticias (2004)
(*) Hilario Wynarczyk, doctor en sociología (UCA), es un gran estudioso del movimiento evangélico. Es máster en ciencia política (Universidad Federal de Minas Gerais, Brasil) y pertenece a varias asociaciones académicas especializadas en temas del campo religioso y sus relaciones con la sociedad, la política y el Estado, en calidad de socio directivo y asesor. Escribió “Ciudadanos de dos mundos. El movimiento evangélico en la vida pública argentina 1980-2001”, (UNSAM EDITA, sello editorial de la Universidad Nacional de San Martín, 391 páginas, octubre del 2009) y “Sal y luz a las naciones. Evangélicos y política en la Argentina 1980-2001” (Instituto Di Tella y Siglo XXI Editora, 222 páginas, octubre del 2010).