Digámoslo en imágenes: el 5 de Septiembre de 2010 la policía detiene a un pibe de 19 años a la salida de un boliche. El pibe se resiste: tiene miedo, no le faltan motivos, y putea. Un oficial lleno de odio le asesta un golpe en la cabeza y en el cuello; otro, especializado en destrozar dentaduras, le rompe los dientes. Siguen los cachiporrazos; le cortan una oreja con otro golpe. La paliza recrudece. El pibe pierde el conocimiento. Ya no respira. Cargan el cuerpo dentro del patrullero y buscan una calle oscura donde sacarlo del baúl y arrojarlo al asfalto.
Esta escena tuvo lugar en democracia.
El dueño de ese cuerpo desmenuzado a golpes es el de Julián Antillanca, un pibe de Trelew que el documental de Daniel Riera y Mauro Gómez, “Un paisaje de espanto”, nos enseña a querer a través del amor, la nostalgia y la lucha de su familia y amigos, sirve de ejemplo para ver cómo funciona el aparato de impunidad, cómo se las arreglan los policías que sirven al Poder Ejecutivo, o los fiscales, peritos y jueces subordinados al Poder Judicial, para tapar el Sol con las manos; nos enseña por qué estos jóvenes asesinados no son un puñado de sucesos aislados sino parte de una tradición de violencia institucional, en este caso una cadena cuyo primer eslabón son policías –en realidad, una banda de matones educados con planes de la Escuela Militar–, sigue con los fiscales y los jueces de Trelew –cuya expertise es acomodar los hechos a conveniencia de “las instituciones de la República”, a fin de sustraer el accionar de la justicia–, y termina con los distraídos funcionarios y políticos de Chubut, provincia por entonces gobernada por el justicialista Mario das Neves, un sujeto que si tuviera dignidad debería entregarse sin oponer resistencia, aunque enseguida debamos aceptar que de nada serviría, ya que el poder policial y el aparato jurídico de su provincia trabajan activamente para apañar y encubrir estos crímenes.
La infamia, la impunidad y los que luchan
César Antillanca debió escuchar a un comisario decir que su hijo Julián había muerto a causa de un “coma etílico”. Pero la cara desfigurada del chico, cuyo retrato muestra la película para arrojar una medida de la razón y del espanto, transformaban ese diagnóstico en una burla. La burla encontró nuevos caminos cuando un perito científico descubrió vestigios del ADN de Julián en manchas de sangre halladas dentro del patrullero y el tribunal, en vez de anudar esta prueba junto con el relato de los testigos del homicidio que vieron a los policías con las manos en la masa, declaró que esa sangre podría haber sido de otros parientes varones de Julián, como un tío, un hermano o del mismo padre (sin importarle caer en el absurdo, ya que Julián no tenía tíos ni hermanos y su padre César, cuando sucedieron los hechos, vivía en Comodoro Rivadavia). Dos chicas que vieron la escena del crimen no reaccionaron enseguida. Claro, ¿a quién iban a presentar la denuncia? ¿A la policía?
El tribunal de Trelew absolvió a todos los imputados por el asesinato y estos policías siguen en actividad. El Tribunal Superior de Justicia Provincial revocó el fallo y el próximo 26 de Mayo comienza el nuevo juicio. Este detalle pinta el espíritu del film: los realizadores corrieron contrarreloj para estrenarlo antes de esa fecha. Era fundamental dar a conocer cuanto antes este escándalo que no es sólo judicial y político, sino social y cultural, ya que los jóvenes violados, torturados y asesinados por las fuerzas de seguridad de esa provincia (y sin duda la de muchas otras) son un lastimoso fenómeno de impunidad enraizado en la misma intención de los victimarios, que es infundir temor, y en su destino, dejar a cualquier denuncia en su contra sepultada, invisibilizada y silenciada.
Riera y Gómez presentan otros casos de jóvenes torturados o asesinados en Trelew. Era preciso demostrar que la violencia es un rasgo inherente a la policía de esa localidad. Horas antes del asesinato de Antillanca los cuatro oficiales acusados (Martín Solís, Jorge Abraham, Pablo Morales y Laura Soledad Córdoba) habían torturado a otros dos chicos, los hermanos Sergio y Denis Aballay.
Un documental heroico
El caso Antillanca es la punta del iceberg de varios miles de casos de violencia estatal que tienen lugar año tras año. Del total sólo son conocidos unos pocos; la inmensa mayoría son archivados u olvidados por motivos tan baladíes como el miedo, la desidia o porque sus víctimas no tuvieron familiares o amigos que recogieran la causa. Casi todos, simplemente, «no son noticiables». Son protagonizados por negros, pobres, borrachos, homosexuales, extranjeros (a veces son llamados así o hermanos latinoamericanos); son muchas las etiquetas, o las combinaciones entre ellas, que garantizan esa imperceptibilidad. Otra diferencia: “Un paisaje de espanto” no hizo un casting como el de los noticieros cuando éstos expulsan de la pantalla a una abuela con la dentadura desvencijada.
El documental prescinde del relato en off: enlaza el testimonio de los familiares, los especialistas involucrados y las declaraciones de acusados, fiscales, abogados y jueces gracias a las cámaras instaladas en el tribunal. A falta de off, el contexto que resume situaciones más complejas lo dan unas placas que podrían haber sido más escuetas o fragmentadas (leer mucho texto en la pantalla grande abruma un poco). Pero este recurso también se integra a la experiencia de cine urgente: Riera y Gómez filmaron las entrevistas y rodaron todas las escenas en cuatro días y tuvieron poco tiempo –y pocos recursos– para editar y difundir la película.
Para su ópera prima los cineastas contaron en Trelew con el apoyo de la Comisión contra la impunidad y por la Justicia.
Cuando el tribunal absolvió a los asesinos, grupos de estudiantes se apostaron a orillas de la Facultad de Ciencia Jurídicas de la ciudad para denunciar a los jueces, algunos de los cuales son docentes de Derecho Penal, exponiéndose a situaciones de persecución. El estreno nacional del documental en Trelew colmó cuatro salas y volvió a sacudir la modorra. Y a espesar el clima de creciente indignación. Los familiares que decidieron dar la cara no están exentos de coraje: cuando decidieron participar sabían que la amenaza de la mafia policial iba a oscilar como una espada de Damócles sobre sus vidas.
El peligro es real: la Historia nos dice que la impunidad es más probable que el castigo.
Buena parte de la sociedad argentina mira para otro lado. Por lo tanto, difundir esta película, que aquello que denuncia se transforme en instrumento de esclarecimiento y movilización, es lo único que nos puede salvar.
Sólo la verdad sana, salva y libera. Hagámosle honor, lo contrario será ver como se naturalizan nuevas expresiones de brutalidad estatal en este nuestro paisaje de espanto.
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