El Hombre Que Amaba Los Platos Voladores. Leonardo Sbaraglia as José Zerde. in El Hombre Que Amaba Los Platos Voladores. Cr. Federico Romero / Netflix ©2023.

“El hombre que amaba los platos voladores”: tres registros diferentes

Después de los párrafos introductorios que Factor dio en el post anterior, seguimos con otras tres impresiones sobre la película de Netflix dirigida por Diego Lerman, “El hombre que amaba los platos voladores” (2024).

La primera, por el periodista, escritor y antropólogo Nahuel Sugobono, la segunda por el realizador audiovisual Santiago Slabý y factótum de Netfliz para pobres y la tercera, por Sebastián Jarré, novelista, investigador y responsable del sitio Cosmogono.

Foto: Federico Romero / Netflix © 2023.

Más una interpretación sobre José de Zer que un recorrido documentado de su vida

Por Nahuel Sugobono *

Esta es una película argentina con un ojo en lo artístico, sin descuidar lo comercial; tiene un poco de parodia y un poco de homenaje; un tono de comedia dentro de una película “seria”. Habitualmente, esto termina por ser ni chicha ni limonada, pero en este caso, la propia temática ayuda a que no sea así, y el director y coguionista, Diego Lerman, saca provecho de esta ambivalencia para desdibujar los límites entre realidad y ficción, noticia y fantasía. Este tema discute la película, basada, si no completamente en una historia real, sí en un personaje histórico, José de Zer, el periodista especializado en la caza de ovnis que tuvo su momento de esplendor entre los 80 y los 90.

De Zer es un chanta –él mismo lo confiesa sin pudor–, pero a él le preocupa que lo vean como un “loco de mierda”. En esa dicotomía, le resulta aceptable quedar como un loco lindo. Una virtud de la dirección: no empuja demasiado al espectador a tomar partido por esta interpretación, si bien los aspectos más oscuros de su metodología (básicamente, hacer investigaciones fraudulentas sobre ovnis) se justifican nefastamente por boca de otros personajes.

Entonces, la película es más un estudio del personaje –una interpretación que el director ofrece al espectador– que un recorrido documentado de su vida, algo que logra de manera suficiente, aun dejando varios interrogantes sin responder.

En este sentido, “El hombre que amaba…” recuerda a otros productos recientes del cine argentino, como “El método Tangalanga” (2022) o “El gerente” (2022) –esta última también protagonizada por Leonardo Sbaraglia–, cuyo tema, en cada caso, también es un personaje real de la historia reciente argentina, a quienes cabría caracterizar (por motivos muy diferentes) como “locos lindos”.

José de Zer representa la llegada triunfal del periodismo amarillo a la televisión argentina. Él fue un innovador, como lo fueron, por la misma época, Mauro Viale en la TV de espectáculos y Marcelo Araujo en los relatos de fútbol televisivo, por ejemplo. Este carácter de pionero no alcanza para equilibrar la balanza de conductas diametralmente opuestas a la ética periodística, pero la película se esfuerza por mostrar un costado más humano que simplemente voraz, tratando de encontrar genuina pasión, a la vez que no esconde lo que no puede categorizarse de otro modo que como mentira pura y simple.

La película es entretenida, la dirección busca ser ágil y se apoya –quizás demasiado– en recursos como lentes angulares y reflejos ópticos para dar esa sensación de inestabilidad y de realidad deformada. Las actuaciones son buenas y Sbaraglia siempre cumple, a pesar de un corte de pelo más parecido al Leslie Nielsen de “La pistola desnuda” (1988) que al del propio José de Zer.

La crítica al sometimiento de la noticia en función del espectáculo, o del servicio periodístico al negocio televisivo no es algo nuevo.

Hace casi 50 años la había realizado magistralmente la película “Network” (1976). Sin embargo, es valioso rescatar el origen de esta tendencia en el ámbito local argentino, más aun en estos tiempos de posverdad, fake news y redes sociales, donde todo es mucho más difuso que en tiempos de “Nuevediario” y José de Zer, que a la distancia se ven románticamente como algo ingenuo, inocente y, para el caso, cubiertos bajo el cristal afectuoso con que nos abraza la nostalgia.

(*) Nahuel Sugobono es periodista, escritor y eterno casi antropólogo. Ha publicado numerosas recopilaciones de cuentos y mitos indígenas; trabajó en las revistas de divulgación científica Conozca Más y Neo; editó Atlas de Geografía e Historia, del Cuerpo Humano, de Cómics…, distribuidos en América Latina, es autor de un diccionario de religiones y es autor de Filosofia clásica en tiempos de millennials (J, J. de Olañeta Editor, 2021). Hoy es editor de Pantalla Completa, un blog de cine dedicado a grandes películas.

Foto: Cleo Bouza / Netflix ©2024

Una sobre un tipo que transpira ganas de vivir, al precio de garcar inocentes

Por Santiago Slabý *

El personaje principal tiene algo tan necesario como ausente en la actualidad: lujuria por vivir, y eso le da mucha frescura. Sin ese motor el relato no funciona, desde que el eje central de la película no es sobre las andanzas de un chanta (por más que afirme serlo), sino de un tipo cautivado por su experiencia de vida y su libido, la cual no puede dejar de lado cualquiera fuese el contexto, aunque le cueste la salud.

El uso constante del lente ojo de pez en cierto momento vuelve cansino y hasta, confieso, me dio un poco de náuseas. Entiendo que la percepción de la realidad está distorsionada y representa el frenesí de nuestro Isidoro paranormal, pero me parece que no hacía falta insistir tanto. Según Wikipedia, de Zer fumaba tres atados de cigarrillos Parliament y bebía doce pocillos de café diarios. Eran otros tiempos, y sin internet eran aún más vertiginosos. 

Me sacó del relato que tengan que cambiar tantos nombres («Notidiario» por «Nuevediario»), o el nombre de las locaciones, sobre todo en las posibles razones más allá de las dramáticas para introducir esos cambios. Quizá, porque la actual Municipalidad de Capilla del Monte perdió el interés esotérico que solía tener. Pero para alguien ajeno a la crónica esto no representa el más mínimo problema. Ahora, si hubiese personajes que guardan recelosamente los derechos de autor de los Erks es algo que me dispara más pensamientos y especulaciones de los que estoy orgulloso de tener.

La idea del chanta que cruza la frontera de la propia percepción y cree religiosamente en sus propias fabricaciones gracias a epifanías quizá autoinducidas por necesidad, es una manera de dignificar a un tipo que no sé si lo merecía, aún en su ficcionalización.

El relato construye un mito que parte desde una visión en la Guerra de los Seis Días, afrontando las exigencias de un desierto desde ya lejanas de requerir una soga para subir una loma de 30 grados de subida en el Uritorco. Pero el tema desértico insiste y se extiende como eslabones o señales como el número de teatro de revista en temática egipcia protagonizada por la vedette amante del Hombre Imparable, para después encontrar la última epifanía extraterrestre en una cueva propia del Viaje del Héroe. Esta cueva resulta ser también la tumba de Lázaro.

Me gustó mucho cómo se trasluce la reproducción de época, los manierismos de una coyuntura perdida, Mónica Ayos como avatar conjunto de varias vedettes (Mónica Gonzaga, Susana GiménezMoria). Y el tipo, que no para de transpirar GANAS de vivir, todo el tiempo, aunque sea garcando gente inocente. Destaco el epílogo con imágenes de archivo de época dentro de un televisor acorde, las cuales encuentro gratamente familiares.

(*) Santiago Slabý es un artista y documentalista argentino de ascendencia checa. Es también ilustrador, guionista, dibujante de animación y editor de video egresado del IDAC y Escuela Da Vinci. También obtuvo una beca en Lengua y Artes en la Universidad Carolina de Praga, donde fue profesor de arte en escuelas internacionales, para productoras cinematográficas y agencias de publicidad. Desde allí maneja los hilos de Netfliz para pobres, un exquisito manantial de cine con sede en Facebook. En 2023 estrenó «Miedo pizza mito champán», un documental dedicado a los ovnis en la Argentina celebrado por la crítica y ninguneado por los ufólogos. Su sitio web está aquí.

La misma confusión entre realidad y ficción que sembraba José de Zer

Por Sebastián Jarré *

Nunca olvidaré el día en que un parapsicólogo autodenominado “licenciado” era jalado por manos invisibles hacia el agujero de un pozo que, según el noticiero, se hallaba en una llamada “Casa del Terror”. El micrófono lo sostenía un cronista de cabellos blancos.

Aquella noche mi mente febril imaginó toda clase de cosas y me convencí de que lo sobrenatural existía. Y es que, si eso lo enseñaban en los medios de comunicación, en el informativo que veía mi madre donde depositaba todas sus convicciones sobre la sociedad y el mundo, entonces lo que estaba viendo también debía ser real.

En mi mente infantil no existía la posibilidad de fraude, porque era un periodista. Sin embargo, el tiempo pone las cosas en su lugar. Y lo que creí auténtico se comprobó un engaño televisivo, una farsa de alguien que jugaba con la inocencia e ignorancia humana en beneficio personal. Lo mismo que hoy diezma Youtube y varias redes sociales. Los límites entre la mentira y la verdad se han difuminado, con tanto alboroto y la moda de la IA.

Así, llegamos a la película de la que todos hablan, “El hombre que amaba los platos voladores”.

Dejando de lado la impecable actuación de Leonardo Sbaraglia –cuyo talento, creo, nos ahorró momentos soporíferos–, la película me pareció una suerte de reivindicación del argentino chanta, oportunista, mentiroso y vende humo, pero que, en el fondo, quiere ser místico. 

Diego Lerman no parece ponerse de acuerdo en si lo debe considerar charlatán, fabricante de fake news o contactado en una misión extraterrestre. Por cierto, el director advierte que se ha tomado todas las licencias al crear la trama artística de la película. Y con eso debemos disculpar lo que vemos: no es el José De Zer que todos conocimos por Canal 9. O sí. Pero es un personaje de ficción. Aunque al final las escenas del verdadero José ¿para qué están?

Por momentos, el protagonista parece el típico elegido, con una misión sobre la autenticidad de las visitas de platos voladores en el planeta. En otros, es un chanta que enseña a un niño a mentir ante las cámaras y fabrica todos los escenarios posibles para el engaño. Pero la película parece rendirle homenaje a su lado  –inexistente, en realidad–  esotérico. Al final, parece el salvador de la humanidad que encuentra la evidencia sólida de las visitas extraterrestres. Y sale victorioso, investido en gloria por los bomberos, dejando la evidencia ET a su hija antes de desaparecer en una escena de dimensiones bíblicas. 

Ese final poético, desproporcionado, no se condice con el periodista mentiroso y charlatán que fue José de Zer. Podemos pensar que es un final metafórico y propio de una ficción. Pero, en tal caso, el personaje de ficción debería ser otro, bien diferente del real. De nuevo me pregunto ¿es José de Zer o un personaje inventado por Lerman?

En este sentido, parece que el director no se pone de acuerdo. Es parte de su arte. Porque ha hecho una investigación profunda de su personaje, no en los ámbitos de la imaginación, sino en concreto en los archivos de Canal 9. Y lo ha hecho así porque, por más libertades artísticas que pudiera tomarse, su base fue el auténtico de Zer, el charlatán. Entonces, vuelvo a preguntarme: ¿Es José de Zer, el de la película? ¿O es un personaje inventado que tiene un remoto parecido?

Es cierto que el director hace rodar la historia en otro lugar, en otro contexto y hasta en vez de llamarle Canal 9 es Canal 6. Pero, más allá de tales evasivas, ¿esto evita que todos pensemos que estamos viendo a “nuestro” José de Zer de toda la vida?

La película me hizo pensar en que, al fin y al cabo, si en una ficción es posible transformar a un charlatán en un mesías, no nos debería extrañar ver convertido a un JJ Benítez en el Neo de los Ovnis donde se reivindiquen sus investigaciones sobre la alienígena Ricky B, Ummo y las bases lunares. Hasta puedo imaginar a Benítez flotando en su cuna de Caballo de Troya en un final tan romántico como el de “El hombre que amaba los platos voladores”. No le llamarán Benítez, quizá Juanjo, pero todos sabremos de quién se está hablando y cómo se poetizó su figura. Quienes no hayan conocido su periplo engañando a medio mundo con el misterio, verán con buenos ojos su figura enaltecida.

Lo mismo podría suceder con Erich von Däniken: al final, imagino, las pirámides abrirán su cúspide y viajará a otra galaxia. En una ficción, con ese mismo sentimiento, a los charlatanes podemos trocarlos como se nos plazca. A eso le llaman libertades artísticas, yo prefiero llamarle tergiversación. ¿Imaginan una película donde Calígula es Súperman, o Batman?

Claro que se puede, pero queda un sabor amargo. En mi humildísima opinión –quizá sesgada o demasiado crítica– los personajes históricos no pueden ser trastocados a conveniencia del arte para enaltecerlos como aquello que jamás han sido. Sólo se siembra confusión.

Alguien podrá contestar que es una simple película, lo sé. No me quita el sueño. La verdad, puede filmarse lo que se quiera. Después de todo, en «Érase una vez en Hollywood» retratan a Bruce Lee como un mal peleador y a Brad Pitt como un héroe que incluso trunca al clan Mason evitando la tragedia de Sharon Tate. Es un universo paralelo. Y se acepta. Porque al final no salen las escenas reales de Bruce Lee ni de Charles Mason, porque simplemente no existieron. Pero en “El hombre que amaba…” salen esos créditos. Me refiero al verdadero José de Zer trasegando por las montañas o adentrándose en minas abandonadas, casi un calco de lo que vimos minutos antes en la ficción. 

Por eso, insisto, si todo fue una ficción, si para crear el personaje se tomaron todas las licencias habidas y por haber, ¿para qué terminar la película mostrando al verdadero José, que dista mucho del personaje creado por Lerman? La respuesta me la dio mi hijo de 11 años, al preguntarme, ajeno a todo “¿Es verdad que este tipo existió? ¿Lo seguían los ovnis? ¿Lo abdujeron? ¿Veía ovnis en las montañas?”. No, es todo mentira, le contesté. Es ficción. Y me retruca: “¿Y para qué ponen al final al verdadero, con las mismas escenas de la mina o las piedras grabadas con ovnis?” Entonces, le explico una vez más: Es ficción mezclada con la realidad de un personaje que supo generar 50 puntos de rating en beneficio propio a costa de pisotear la verdad. “¿Y no podían inventar alguien que no hubiera existido?”, me retruca. Quizá. La palabra “tomarse licencia” parece perdonarlo todo.  Pero, al final, lo que se siembra es lo mismo que hizo José de Zer en su época de gloria: confusión.

(*) Sebastián Jarré (Buenos Aires, 1976). Estudió en la Escuela República Francesa donde se especializó en electrónica y telecomunicaciones; recibiendo diversas menciones honoríficas en las Olimpiadas de Informática y Telecomunicaciones de la Universidad Blas Pascal. Es Lic. en Matemática por la Universidad de Buenos Aires. A los 21 años emprendió un viaje por el mundo. En Madrid, donde residió varios años, publicó su primera novela histórica, Cruz&Ficción. Otras ficciones fueron El escultor (ganadora del premio Diogediciones de Novela Histórica), La  Asfixia, el Hemeródromo y La Fábrica de la inmortalidad. Escribió en revistas como Año Cero, Código X, La Rosa de los Vientos y Enigmas. Ha publicado sobre existencialismo –el corte de la mayoría de sus novelas–, y tiene trabajos de investigación como Cazador de Misterios. Su sitio web es Cosmogono.

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El que prescribe

Alejandro Agostinelli, editor de este blog, es periodista desde 1982.

Fue redactor de las revistas Conozca Más, MisteriosEnciclopedia Popular Magazine Gente, y de los diarios La prensaPágina/12. Fue uno de los impulsores de la Fundación CAIRP y escribió y asesoró a la revista El Ojo Escéptico. También fue productor de televisión en Canal 9 y América TV. Fue secretario de redacción de las revistas de divulgación científica Descubrir NEO y fue editor de una docena de colecciones de infomagazines para la revista Noticias y otras de Editorial Perfil. Últimamente ha colaborado en las revistas Pensar, publicada por el Center For Inquiry Argentina (CFI / Argentina), El Escéptico y Newsweek.

Fue creador del sitio Dios! (2002-2004) y del blog Magia crítica. Crónicas y meditaciones en la sociedad de las creencias ilimitadas (2009-2010). Es autor de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009).

Asesoró a Incoming, el noticiero de Canal Infinito (2009-2011) y escribió la columna Ciencia Bruja en Yahoo! Argentina y Yahoo! español (2010-2012). Asesoró a las productoras SnapTv y Nippur Media en la producción de documentales históricos y científicos para NatGeo (2011-2013).

Contacto: aagostinelli@gmail.com
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