Mi amigo Alejandro Miroli es papá de Dante, un joven de veinte años.
Dante se quitó la vida hace justo un año y su papá escribió un texto hermoso, profundo y conmovedor. Transcribo aquí lo que le dije a él cuando le pedí permiso para publicar su carta:
«Mi admiración, cariño y enorme respeto por los recursos que dispones para tratar de superar lo insuperable.
«Me gustaría compartir tu carta con los lectores de mi blog: es una importantísima declaración de amor y verdad.
«Un fuerte abrazo.
Los dejo con Alex que recuerda con amor a su hijo Dante Miroli.
“Mis hermanos
Mañana se cumple un año desde que nuestro amado hijo Dante se fue. Decidió irse y nos dejó perplejos, huérfanos, sin entender, sin pistas ni señales. Simplemente en la intimidad de su corazón tomo la decisión suprema. Y nosotros, todos que estamos entrenados para la vida, que nos resulta inconcebible perderla así por decisión propia nos vemos ante ese espejo que nos devuelve lo otro, lo que también está y no se ve, el sufrimiento, el cansancio vital.
Nuestro amado Dante no se fue, no definitivamente. Está con nosotros: está como el joven que vivió sus veinte años, está como el niño que creció y que nos fue haciendo padres, está como aliento en nuestra memoria, está en el recuerdo de quienes lo quisimos, está en los rasgos grandes o pequeños que haya dejado en quienes de una u otra manera lo conocieron, está como hito en las vidas de nosotros sus padres, hermana, parientes, como vida en que referirnos.
Y también está en una forma más radical, en una forma en que la muerte no es fin de nada. No soy una persona de convicciones religiosas y no me atraen las doctrinas del cielo, ninguna. Y tampoco soy atraído por otras doctrinas varias que aseguran alguna o otra forma de supervivencia psicológica.
Pero aprendí una cosa: cada ser humano es único, es absolutamente único, es un resultado no solo de la crianza paterna, sino de la propia naturaleza e historia. Cada uno es único, irrepetible, en cada uno de nosotros y en nuestros hijos la realidad de enriquece y se recrea. Esa absoluta singularidad es casi sagrada, por ello su partida temprana nos acongoja, nos deja mudos; porque esa vida no llegó a lo máximo que estaba para dar.
Y esa unidad irrepetible juega un rol en la realidad, pequeño o grande, nadie lo sabe, simplemente en cada singularidad, en cada vida irrepetible, en cada gesto el mundo es más rico.
Y eso queda, queda en forma permanente, y nunca se va. No tenemos palabras para nombrarlo, no tenemos imágenes que puedan mostrarlo, estamos mudos frente a ello. Pero sabemos que Dante, y todos nuestros hijos están.
Tal vez en los momentos de menor aturdimiento vital, cuando el reclamo cotidiano se serena o cuando podemos substraernos un poquito a ello, en ese momento podamos escuchar el murmullo del mundo, y allí están sus sonidos, y su presencia –sí, son metáforas, porque no sabemos cómo llamarlo.
Y de ese lugar, en la manera extraña e incomprensible en que están, fluye el amor, un amor absoluto. De esa fuente de amor se tiñe el mundo en que vivimos, y así nuestros hijos y Dante se manifiestan: como un mundo que puede ser amado porque ellos nos amaron. Y esta manera de estar, como fuente de amor es irrevocable.
Entonces hijo mío, un mundo que te contuvo es bueno, porque te contuvo, y un mundo que contuvo a nuestros niños es bueno porque los contuvo, porque tú, Dante y nuestros niños nos permitieron, nos permiten y permitirán luego amarlo más.
Un beso hijo mío
papá