
Republico el artículo gracias a la amable autorización de quien fuera director de Pensar, Alejandro Borgo.
La generación New Age anuncia una “mutación genética” que afecta a los más pequeños. Ingredientes paranormales, ufológicos y culturales de la nueva creencia y el papel que juega el diagnóstico de Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad. ¿Es posible que este tipo de planteamientos constituyan un peligro social?
“¿Usted se ha fijado cómo vienen los chicos ahora?”. Si Ud. responde: “Bueno, depende de qué niños estemos hablando” este artículo acabaría donde debería empezar. Porque no estamos ante una categoría con fronteras delimitadas: si así fuera, bastaría comparar poblaciones de niños con edades acotadas (que hubiesen nacido en diversas épocas, en distintas sociedades y procedieran de diferentes estratos socio-económicos) para luego tratar de responder a la observación inicial. También se podría contestar: “Sí, los niños de hoy vienen cada vez más despiertos, sensibles, rebeldes…” Pero la idea no es corroborar o descartar esa afirmación, sin duda más cierta entre niños expuestos a estímulos audiovisuales, con mayor acceso a canales de información e integrados en el sistema educativo. Tampoco rechazar el concepto según el cual algunos niños ofrecen abundante “material filosófico”, por llamar así a ciertos destellos de sabiduría infantil, esa mezcla de franqueza, inocencia e inteligencia con que a menudo nos sorprenden.


En el curso de los últimos años se ha presentado una novedad: ya no hay niños brujos, prodigio, psíquicos ni genios. Ya no son seres aislados cuyos poderes están al servicio de su entorno cercano: ahora son parte de una comunidad. De un gran movimiento. Según Carroll y Tober, el fenómeno índigo abarca ya al 90 por ciento de los niños de diez años (1), lo cual —de ser cierto— permitiría afirmar que la Tierra ya fue invadida. Para saber cuáles entre ellos cumplirán la misión (una fuerte carga de promesa de redención atraviesa el discurso de sus promotores) no hace falta ponerlos a incubar milagros sino… esperar a que se manifiesten. Sus alegados dones pasan desde poseer capacidades inusuales (“escuchar su propio fluido sanguíneo”, “poseer sensibilidad táctil”) llegando a un peculiar aspecto físico (“tienen ojos grandes, son delgados y pueden presentar ligeramente abultado el lóbulo frontal”… cualquier parecido con el ET de Steven Spielberg no es pura coincidencia). (2)
Todo lo cual desata un debate menos simple de lo que parece: esta creencia se difunde en un contexto social apto para su crecimiento, sus postulados tienen resonancia en familias donde las ideas New Age son respetadas o aceptadas y el sentido de misión se refuerza porque sus promotores se enfrentan a tratamientos médicos que, si bien proveen de terapéuticas eficaces, aún suscitan resquemor o polémica. La expansión de estas ideas comienza a permear espacios institucionales. Hace poco, en Puerto Rico, una comisión parlamentaria de Educación y Cultura, so pretexto de investigar “el cambio específico de ADN que se está llevando a cabo en esta nueva raza” (¡!), aseguraba que “estos niños tienen un hígado diferente, lo que significa que tiene que haber un cambio de ADN”. El informe atribuía estos cambios a “los nuevos alimentos que estamos ingiriendo” (3).

Lee Carroll y Jan Tober, en Los niños índigo: los nuevos chicos han llegado (1999), primer libro completamente dedicado al tema, resumen el perfil de esta pretendida generación de niños sobrenaturales, encarnados o descendidos de otro plano, planeta o dimensión espiritual. Allí se señala que “vienen al mundo con un sentimiento de realeza”. Y que ellos saben “quiénes son”. Tienen dificultades para obedecer y aceptar a la autoridad. No se quedan quietos. Se frustran con las actividades rituales, sin creatividad. Son rebeldes, inconformes con cualquier sistema. Parecen antisociales, y dejan de serlo entre niños de su clase. Si nadie los escucha, se vuelven retraídos y se sienten incomprendidos. La escuela les incomoda. Indisciplinados, tampoco sienten “culpa” y son tímidos (4).
Primera salvedad: quienes concibieron este identikit sobre los “infantes anómalos” no hacen ciencia —aunque luego hayan reclutado universitarios que apoyaran sus teorías. Sus descripciones son asistemáticas y contradictorias. Para Carroll, quien asegura canalizar a un ángel llamado Kryon desde 1989, los niños índigo representan “una forma evolucionada de humanidad” y serían “monitoreados telepáticamente por extraterrestres” (5).
Segunda salvedad: los escépticos no fueron los primeros en invocar al Trastorno Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) en este contexto. Una psicóloga que colaboró en un libro de Carroll, Kathy McCloskey, enfatizaba que si un niño recibe este diagnóstico “existe una alta probabilidad de que se trate de un niño índigo” (6). Esta identificación entre un trastorno definido en el DSM-IV (con tratamientos probados) (7) y un concepto esotérico (que podría inducir abandonarlos) conduce a graves confusiones.
Tercera salvedad: tanto la denominación como la primera descripción de la etiqueta “índigo” no surgió de la aplicación de una pseudotecnología (vgr. cámara Kirlian, magnetoterapia, etc.) sino a partir de “revelaciones visionarias”. También hay trampa: la venezolana María Dolores Paoli, una experta que divulgó que “investigaciones de la U.C.L.A habrían demostrado que los índigo son inmunes al cáncer y al sida”, nunca probó esa afirmación. Paoli sigue siendo considerada una “autoridad” en la materia.
Nancy Ann Tappe, autora de Understanding Your Life Through Color (Entender su vida a través del color, 1982), fue la descubridora de lo índigo. Tappe “identificó el color” —cuenta— a comienzos de los ‘70. ¿Por qué índigo? “Porque es el color que ‘veo’”, respondió. “Yo miro el color de vida de las personas para conocer cuál es su misión aquí, en el plano de la Tierra…” Tappe se presenta como “parapsicóloga”. Y dice que por esos años “investigaba en la Universidad Estatal de San Diego, tratando de construir un perfil psicológico coherente que pudiera resistir la crítica académica”. Pero al desarrollar el tema, no cita estudio científico alguno: sólo se refiere a sus intuiciones sobre… ¡el aura! En breve, los pilares de la “oleada índigo” descansan en el testimonio de buena fe de una vidente. Las consecuencias de la visión de Tappe son demoledoras: la discusión no es científica sino sobre creencias. El intento menos disimulado por despegarse de bases tan dudosas le cabe a Graciela Croatto, autora del primer libro sobre los niños índigo que ¡no menciona ni una sola vez la palabra “índigo”! (8)

Kier, la librería-editorial esotérica más grande de Buenos Aires, ofrece todo sobre lo índigo. “Los títulos de los libros van de boca en boca y aparecen madres preocupadas por la conducta de sus hijos”, explica el vendedor Pablo Nuñez. “Si vienen con el chico, en otro local hacemos el estudio del aura, y ahí detectan si es o no es….” En Ki, la autotitulada terapeuta Azucena Díaz “lee el aura” con un programa informático y hace su diagnóstico kirlian. “Se les ve enseguida, ellos son color azul cobalto. Pero yo me doy cuenta si es o no índigo apenas lo veo”, afirma Díaz.

“¿Niños índigo? ¿Desde cuándo un trastorno los hace ‘niños del futuro’? ¡Por favor!”. La reacción de Norma Taddei —psicóloga conductual— no auguraba una conversación sencilla. Pero enseguida confió que había comprado un libro sobre el tema para orientar a sus pacientes. “¿Cómo refutar la magia?”, se pregunta Taddei. “Cristobal Colón no evaluaba las consecuencias de sus actos y esa impulsividad lo llevó a descubrir América. Pero… ¿de ahí a generalizar? Es un tema de fe, no de ciencia”.
El TDAH no pasa inadvertido. A veces, los padres se niegan a aceptarlo, pero tarde o temprano la alarma suena. El TDAH es un patrón persistente de desatención y/o hiperactividad. Más frecuente en niños que en niñas, se caracteriza por períodos de atención cortos y evolutivamente inapropiados o por manifestaciones de hiperactividad e impulsividad que no son adecuadas para la edad, o por ambos fenómenos. Para cumplir los criterios diagnósticos, los síntomas deben persistir no menos de seis meses, deteriorar el funcionamiento académico y social, darse en dos o más ámbitos (el colegio y la casa, por ejemplo) y manifestarse antes de los siete años. Los subtipos de TDAH reconocidos por el DSM- IV son: con predominio de déficit de atención; con predominio impulsivo, y combinado. Así, un paciente sólo puede sufrir síntomas de este trastorno mientras trata de controlar la desatención, presentar sólo síntomas de hiperactividad e impulsividad sin desatención o bien sufrir síntomas múltiples a lo largo de las dos dimensiones citadas (10).

Una vendedora de Kier se preguntaba por la confusión que domina a los padres que se niegan a ver los problemas de sus hijos. “Una vez vino una mujer con su nena de 12 años que mostraba un comportamiento autista. Ella estaba orgullosa de su hija ‘cristal’. ¡Pero esa nena nunca había ido a un médico!”

La oposición a la medicación —dice Scandar— favorece la difusión de terapéuticas engañosas. “Cuesta hacer entender que el tratamiento más aconsejable, el metilfenidato, es un estimulante. Eso complica la cuestión. Sin embargo, es un tratamiento muy seguro. Hace más de 47 años que está en el mercado. Y enfrenta una absurda oposición basada en el desconocimiento: este medicamento nunca ha causado patología alguna”. Tras leer las definiciones de Tappe, Carroll y Tober sobre los índigo, Scandar comentó: “Parece un listado de varios trastornos, un rejunte de síntomas sin la misma entidad noseológica. Por su dificultad para respetar reglas y su extrema vitalidad parecen relacionarse con el TDAH. Pero en otras definiciones, no”. Para Taddei, muchos “síntomas índigo” se corresponden poco y nada con los de un niño con TDAH. “La inteligencia de estos chicos —sigue— es igual a la de cualquier persona, pero siempre funcionan por debajo de su potencial. La impulsividad los lleva a decir o hacer cosas en momentos. Además, reaccionan ante la disciplina de reglas y consecuencias claras, se desestructuran mucho.”

Para Diego Sakr, neurólogo infantil del Hospital Garrahan, los aspectos índigo que se pueden asociar al TDAH son los siguientes: “desafían la autoridad, no esperan su turno, pueden ser antisociales, se frustran con facilidad, son incansables… Estos síntomas no se presentan en todos los TDAH. Confundir al índigo con un TDAH sólo puede generar problemas para el niño y soluciones para quienes… ‘venden al índigo’, así como para quienes necesiten sacarse de encima la culpa de tener un chico con problemas que ‘por suerte’ les salió especial”, señala el neuropediatra.
“Siempre aparece alguien que asegura ‘no creer’ en el trastorno o en el tratamiento psicofarmacológico —apunta Taddei—. Pero cuando hay evidencia científica que lo avala, deja de ser un problema de fe”. Hay docentes que desconfían de la medicación que reciben algunos niños hasta que los padres se olvidan de dársela. “Ese día, no les quedan dudas”, apunta Sakr.


Para Taddei, creer que los índigo (si son TDAH enmascarados) son “prodigios evolutivos” impide obtener el tratamiento efectivo. “Es como decirle a un diabético que por tener hiperglucemia es una persona ‘muy dulce’ y que, entonces, no necesita tratamiento. Creerse superior no es positivo para nadie; de hecho es un síntoma de enfermedad mental grave. Es bueno reconocer nuestras habilidades pero también nuestras dificultades, es la única manera de superarse”, concluye la psicóloga.

La idea índigo preexistió a los ‘90, la década de oro del movimiento New Age. Era un tema al que sólo le faltaba el rótulo, un concepto que le ayudara a convertirse en fenómeno.
Quienes impusieron la idea de los “niños cósmicos” en la agenda post-New Age aseguran que éstos “fueron enviados por una raza ajena a la Tierra”, “tienen un nuevo código genético” y “llegan para cumplir una misión”. Sobre el objetivo de esa “misión”, cada autor hace su propia película. Para Kyron, las “viejas almas” serán reemplazadas por “estos nuevos líderes que muy pronto nos guiarán y traerán la paz a La Tierra” (13). “Estos hombres son esos monstruitos chiquitos que ahora aparecen en todo el mundo”, comentaba Pedro Romaniuk en 1989. “En la Argentina hay miles, tienen una energía impresionante, manejan las caseteras a los cuatro años y los padres no saben cómo educarlos porque captan sus pensamientos” (14). Por esos días, Romaniuk celebraba la caída del comunismo soviético publicando un librito, donde pretendía combinar realidad con ficción (15). Aldys, supuesto hijo no reconocido del ex presidente Mijail Gorbachov, era el promotor en las sombras de los cambios en la ex URSS que acababan derrumbando el Muro de Berlín. “Miles de Aldys trabajan incansablemente en los problemas mundiales que afectan a nuestra civilización”, escribía Romaniuk. Aldys es, claro, “un ser de las Pléyades”. La saga clonaba el best-seller de Enrique Barrios, Ami, el Niño de las Estrellas (Errepar, 1986) una suerte de El Principito versión New Age donde el autor (quien sugirió canalizar sus novelas) chocaría en 1991 con la Iglesia argentina. A la vez, dos hermanos porteños, Flavio y Marcos Cabobianco, eran citados en el libro Los Jardineros del Espacio del brasileño Trigueirinho, quien ya hablaba de “niños especiales”. Poco después, Flavio presentaría en TV su libro Vengo del Sol (1992), donde hablaba de su condición de E.T. Por esos años aparecerían otros cuatro niños argentinos con características similares. Y revistas especializadas instalaron de a poco tornando verosímiles temas y personajes que —sin esa siembra— hubieran sido considerados demasiado extravagantes (16).

Niños con dones o poderes especiales —sólo por ser niños— no son una novedad sino una presencia continua en el debate paranormal. Fueron niños los únicos capaces de ver y de escuchar los mensajes de la Virgen en Fátima, Lourdes o Garabandal, o las que vieron y fotografiaron hadas en Cottingley. Tenían 8 y 6 años las hermanas Margaret y Kate Fox, cuando a mediados del siglo XIX afirmaron comunicarse con los muertos en los orígenes del espiritismo. Eran niños los pícaros émulos de Uri Geller. Son niños los poseídos por el diablo o los que están “en el epicentro” de un presunto caso de poltergeist.
El mito del niño inocente es un ejemplo de bondad muy buscado en este “mundo infernal” (17). También se han presentado otros argumentos para justificar la predisposición a poseer aptitudes psíquicas entre la población infantil. Un presunto “estado de pureza” —cuanto más pequeños, más libres estarán de la enseñanza o de otras influencias del entorno— los ayudaría a canalizar un potencial preexistente que se iría atrofiando con el tiempo. La virginidad psíquica de la primera infancia los volvería receptivos a condiciones naturales o sensibles al influjo de fuerzas espirituales.
Pero para entender el anclaje de las creencias esotéricas es vital describir el aire cultural que se respira en la superficie exotérica.

El siglo XX proveyó algunas emblemáticas piezas de ficción donde el espíritu de los niños aparece asociado en un entorno extraterrestre: El Principito (1943), El Exorcista (1973), Poltergeist (1982) y Carrie (1983), o personajes como el amigo de E.T. (1982), el niño que “ve gente muerta” en El sexto sentido (1999), Harry Potter (2002 en adelante) o Allie Keys, la niña protagonista de Taken (2002).
En El pueblo de los malditos (The Village of the Damned, 1960) aparece el antecedente más indigo de la cinematografía: una avanzada E.T. adormece a un pueblo, borrándole la memoria. A los nueve meses, las nativas más jóvenes traen al mundo niños rubios albinos. Ellos poseen inquietantes ojos azules, son súperinteligentes y télepatas. El film muestra algo nuevo: los monstruos no son feos, lejanos y ajenos sino niños. Son los hijos del pueblo y ¡hay que matarlos! (18). De igual modo, Elizabeth Krier, otra conocida teórica índiga, “supo” que los escolares que tiraron del gatillo en Columbine y Tim McVeigh, el ajusticiado ex marine que voló el edificio de Oklahoma, eran niños o adultos índigo (19). ¿O acaso Ud. creía que la nueva raza sólo estaba formada por criaturas angelicales? No, por esa razón existe toda una literatura sobre cómo educar a los índigo… esos niños que ¡vienen a enseñarnos! Pero esa ya es otra historia.
Alejandro Agostinelli
Buenos Aires, julio 2004
MÁS INFORMACIÓN
En Agosto de 2004, en la lista de correos pública Foro de Dios! (parte del sitio Dios!), tuvo lugar un apasionante debate sobre el TDAH. Se discutió sobre los alcances del trastorno y su relación con el fenómeno «índigo». Del improvisado coloquio participaron miembros preparados en epistemología, psicología y neurología. Los más interesados pueden bajar el intercambio de una vez desde aquí.
Carolus, psicólogo: “Ninguna estafa que involucre a niños es un mal menor” (en Magia Crítica, 22-1-2009).
¿Los niños índigo? Blog de Carlos Quintana
NOTAS Y REFERENCIAS
1) Carroll, Lee y Tober, Jan; Los Niños Índigo. Barcelona, España. Ed. Obelisco, 2001.
2) Guzmán, Luz B. Los niños índigo, en busca de la verdad (2003) citando a Nancy Ann Tappe, Understanding Your Life Through Color (1982).
3) Altschuler; Daniel R. “La pseudociencia de los niños índigo” (Diario “El Nuevo Día”, julio 2004).
4) Carroll, Lee y Tober, Jan; Los Niños Indigo. Los nuevos chicos han llegado. Trad. libre al español: Tina Posso y Enita Zirnis Z. (2001).
5) Sitio oficial de Carroll & Tober (en inglés): Kryon
6) McCloskey, Kathy; “Los poderosos niños nuevos” en Carroll, Lee y Tober, Jan; Los Niños Indigo. Los nuevos chicos han llegado (2001).
7) El DSM- IV: Manual Diagnóstico y Estadístico que clasifica los trastornos mentales
8 ) Croatto Graciela, “Aprender con los Nuevos Niños”; Ed. Kier, Buenos Aires, 2004.
9) Visita de Auri Gorosurreta a las tres librerías más completas de Capital Federal (23/06/2004)
10) Kaplan, Harold I. y Sadock, Benjamin J. “Sinopsis de psiquiatría” (8º edición, Panamericana).
11) Web de la Fundación TDAH.
12) Goldstein, Sam; “El TDAH como una ventaja adaptativa”.
13) Ver por ejemplo “Entrevista a Lee Carroll”, Therex, 8/11/2003, en Portal Dimensional.
14) “OVNI. Un fenómeno misterioso y polémico que se reaviva día tras día”, en Diario Popular, Buenos Aires, 29/10/89.
15) Romaniuk, Pedro; Aldys, el niño de la estrella Alción y la Perestroika que salva a la Humanidad”. Ed. Larin, agosto de 1991.
16) Las portadas de la revista española Año Cero da una cronología del proceso: Nuestros hijos los brujos (N° 12, julio 1991); Extraterrestres entre nosotros (N° 76, octubre 1997); Niños índigo ¿Es su hijo uno de ellos? (N° 130, abril 2001).
17) Sebald, Hans; “Witch-Children: The Mith of the Innocent Child”, basado en Witch-children. From Salem Witch-Hunts to Modern Courtrooms, Prometheus Books, 1995, 59 John Glenn Drive, Amherst, NY 14228. Institute for Psychological Therapies, Vol 8, N° 3/4]
18) Lópes, José Antonio, “Infantes en el cine fantástico”, 15/8/2003, en la revista Quinta Dimensión.
19) Mencken, Ivonne, Cómo convivir con un índigo, Ed. Deva’s, Longseller, Buenos Aires 2003 (pp. 74)
AGRADECIMIENTOS
Mariana Comolli, Carlos Dominguez, Auri Gorosurreta, Renato Z. Flores, Marcela Neves, Ladislao E. Márquez, Luis R. Ramos, Diego Sakr, Rubén Scandar, Marta Sipes y Norma Taddei.






