Hace seis o siete años encontré una copia de esta foto de Alberto Olmedo y Víctor Sueiro en un puesto de antiguedades de Rosario. Nunca me olvidé de esta reproducción, que sobrevivió a mudanzas y siempre tuve a mano hasta que tuviera oportunidad de publicarla. Iba a llamar a Rosita Sueiro, para que me contase algo más de la relación entre ambos personajes. No lo hice. Pero, después de todo, para decir algo sobre esa escena yo sabía algo que me había contado el propio Víctor. Cuando le escanée y envié mi hallazgo, me dijo que al Negro Olmedo le había escrito un par de programas de TV, en los 70, y que desde entonces fueron muy amigos. Googleando, descubro que el último ciclo escrito por Sueiro para Olmedo «Alberto y Susana», junto a Susana Giménez, salió por Canal 13 en 1980.
Al margen de estos datos, que ya corroborarán o refutarán los memoriosos, me interesa lo que cada figura representó lo largo de tres, cuatro décadas.
Olmedo y su personaje más popular, «El manosanta», fue la encarnación desfachatada del vidente impostor (luego conocido como «currandero»). Sueiro, en los 90, reivindicó misterios cristianos que a la Iglesia no le interesaba difundir y, contradictoriamente, fue la presencia católica más fuerte y simpática que la Iglesia nunca tuvo en los medios (ver también Milagros catódicos). Había guardado este link con el sketch de «El manosanta» porque me interesó una mención contemporánea que el personaje de Olmedo hace hacia el final, cuando usa la expresión «Gualicho» con relación a un enano de jardín.
Para no dar tantos rodeos, quiero decir que hasta no hace mucho tuve una idea equivocada o muy limitada sobre lo que es el Gualicho. Para mí era una pócima, un brevaje para causar o conjurar maleficios.
Hace cosa de un año, el historiador Juan Pablo Bubello me desasnó. En su indispensable «Historia del esoterismo en la Argentina» (Editorial Biblos, 2010, página 27-29) explica que probablemente se trata de una expresión de origen quechua. «Implicaría una representación arauco-patagónica que significa la presencia de un genio del mal introducido en el cuerpo de mujeres viejas a las que causa daños», dice. Fueron los españoles quiene más tarde lo asociaron con la figura cristiana del diablo.
Bubello resume y reconstruye la historia del Gualicho en tres páginas sin desperdicio de su libro. Una obra que no me canso de recomendar entre quienes desean tener una visión minuciosa y documentada de las creencias argentinas.