El 27 de agosto pasado cerca de 2.000 sanjuaninos se cruzaron a Mendoza para presenciar los milagros o tratar de ser bendecidos por María Rosa Mística, gracias a la intermediación de un vidente que dice ver a la virgen en trance. Pocos días antes, no muy lejos de allí, el fantasma de una finada abuela pareció interferir en una filmación hogareña realizada con un móvil. Paola Alé, redactora del Diario Uno, consultó al autor de este blog sobre tales asuntos. Esta es la entrevista completa.
¿Por qué pensás que la gente necesita creer en estas cosas?
No está demostrado que las creencias religiosas o paranormales sean “una necesidad”. De hecho, creer en lo paranormal o en entidades todopoderosas que controlan el mundo no es un imperativo biológico o cultural en ciertos grupos sociales. Hay comunidades ateas que no sólo no parecen necesitar tales creencias sino que las combaten (*). Tampoco son creencias que se dan en forma simultánea y universal. Hay quienes creen en los milagros de la Virgen y no en el horóscopo. O quienes creen en la existencia de los meridianos de la acupuntura, pero no en la telepatía. La creencia en fantasmas comparte con la religión espiritista su fe en un más allá donde moran nuestros seres queridos, donde ya no hay dolor y sus existencias incluso están a tiro de médiums. Otras creencias, como la efectividad que la medicina científica le niega a las pseudocientíficas, o los cadáveres extraterrestres que ocultan el Pentágono, se sostienen con argumentos de base conspirativa, según los cuales el poder se ha confabulado para decidir ocultarlo todo en nombre de quienes quedamos fuera del complot. La confianza en las terapias de eficacia no comprobada acaso sí esté en relación directa con la necesidad de soluciones mágicas a problemas de salud difíciles de resolver por vías convencionales.
¿Por qué hay quienes insisten en sostener su creencia?
Porque quieren creer; porque les cae pesado que les agüen la fiesta; porque forma parte del cuerpo de representaciones culturales con que esta persona ha construido su entorno, sus relaciones o su lugar en el mundo. Estas creencias son sistemas que pueden dar el sentido a una vida. Por ejemplo, el creyente en las casas embrujadas siente que ahora su vida tiene un significado más excitante que antes, cuando carecía de esa creencia. Un tipo algo tímido que de pronto adhiere a la astrología a lo mejor descubre en la carta astral esa seguridad que le faltaba.
En los años cincuenta, los psicólogos sociales León Festinger, Henry Riecken y Stanley Schachter desarrollaron la tesis de la cognición disonante. Dicho en criollo, cuando alguien adhiere a una creencia extraordinaria (el cumplimiento de una profecía, por ejemplo), suele estar dispuesto a realizar todos los reajustes que hagan falta para reducir el conflicto que lo lleva a chocar con la realidad. Estos científicos sugerían que la ‘disonancia cognitiva’ no solo salva del mal momento, sino que mejora los argumentos del creyente, al punto de consolidar o intensificar su prédica a favor de cierta creencia, que si es religiosa puede multiplicar una acción proselitista. Esta misma disonancia la vemos cuando tratamos de justificar acciones de las cuales deberíamos arrepentirnos. Y rastreamos en nuestro cerebro creencias que nos permitan desechar, minimizar u olvidar el asunto para librarnos de culpa o no sentirnos defraudados.
Tampoco es posible asegurar que la fuerza con la que algunas personas defienden su creencia en determinadas experiencias o fenómenos inusuales es tan cierta como la presentan. Hay mucho de puesta en escena, cierto intento de persuadir que esconde el deseo de reforzar los propios argumentos, que admite endebles. Hay grupos religiosos que se muestran cohesionados ante el recién llegado, pero cuando sus adeptos discuten a puertas cerradas las aplicaciones prácticas de su doctrina se tiran de los pelos.
(*) En algunas sociedades las instituciones religiosas occidentales no han penetrado y prevalecen formas animistas de la religión. Es el caso de Estonia. (En este reciente informe de la BBC, se da un equívoco frecuente: confundir religión con cristianismo, como si el cristianismo fuese la única religión posible).