El año pasado, en plena zozobra de Magia Crítica, leí una docena de libros que quise reseñar, sobre un total algo más numeroso que podría subdividir entre los que abandoné por tedio y los que me gustaron pero llegué tarde para dar parte de la novedad. De la única editorial que recibí libros a granel (y no porque los editores me conozcan sino porque casi todos los autores son amigos, o amigos de mis amigos) fue Laetoli, una colección dirigida por Javier Armentia y editada con la Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico (SAPC). En pocas palabras: media docena de los libros de crítica a la pseudociencia que leí el año pasado fueron publicados por Laetoli y, mea culpa, no los mencioné. Nunca encontraba el tiempo y relegaba mis impresiones para más adelante. Uno de los motivos de tanta postergación no era inocente: el nombre, y por lo tanto la consigna, de la colección no me caía bien. De verdad, sigo convencido de que llamar a una serie de libros dedicada al pensamiento crítico “¡Vaya timo!” es una sonora tontería. Tan básico como titular a una colección de libros sobre ovnis “¡Están entre nosotros!” o cualquier otra noción que me grite en qué dirección debo pensar.
De hecho, alguno de esos libros me hizo correr un escalofrío ya que pude ver cómo ciertos autores forzaban un lenguaje despectivo, incluso gratuitamente despectivo, cuando sabía que ese no era el estilo que les caracterizaba (al menos no cuando los leí en contextos que ellos controlaban), siendo para mí claro que cargaban las tintas porque la colección estaba bajo la advocación de una sociedad escéptica que eligió “¡Vaya timo!” por título, sin matices, sin margen para dudas, sin otra argumentación que no fuera la denuncia del timo y como si no hubiera otra cosa para hacer que destrozar la mecánica del engaño. Esa arrogancia del escéptico militante que proclama cuán chorlitos somos los que nos dejamos engañar por las paraciencias (como si la complejidad de todo el asunto se redujera a la mismísima nada si todos tuviéramos la habilidad de burlar los engaños) siempre me ha parecido pueril, al punto que alguna vez llegué a pensar que enfrentar supercherías es una tarea demasiado delicada para dejarla en manos de refutadores profesionales de supercherías.
¿Quiero decir que no hay que vaciar el cargador contra mentirijillas flagrantes como las que acometen a diario tarotistas, astrólogos, homeópatas, ufólogos y/o curanderos? Tal vez, porque esta perspectiva sobreentiende que la intensidad con que son atacadas las «falsas creencias» (sic) mejora la fumigación. Sin embargo, tengo para mí que el desarrollo ponderado de argumentos destinados a desarticular el andamiaje de cierto credo, fe o dogma no se lleva bien con la expeditiva y previsible descalificación del escéptico combatiente.
Si a la impunidad del charlatán le oponemos el descrédito vía ataque ad hominem o el cómodo recurso de desautorizar ideas sin tomarnos la molestia de desmontar sus falacias, no seremos mejores que los promotores de dogmas. Ahora bien, ¿esto es lo que hacen los autores de “¡Vaya timo!”? Curiosamente, no. Porque, aclaro por si acaso, hasta ahora sólo hablé de mis prejuicios hacia una colección llamada “¡Vaya timo!” y casi nada de los contenidos de la colección “¡Vaya timo!”.
Cada libro le es encargado a un especialista que conoce el paño. Y el desafío que casi todos han superado fue resumir en menos de 150 páginas, en un lenguaje apto para adolescentes de escuela media, la historia, la información y las bases de creencias, mitologías y pseudociencias, así como los cuestionamientos científicos que éstas supieron conseguir.
En este sentido, una de las obras mejor logradas es la que el periodista valenciano Javier Cavanilles dedicó al Tarot. Obra que, por carácter transitivo, ayuda a entender lenguaje, historia y mañas de otras mancias. Impresiona descubrir cómo –desde la Italia del siglo XIV– un simple juego de cartas acabó convirtiéndose en la técnica de adivinación más popular del siglo XX y umbrales del XXI. También es meritoria la revisión histórica que hizo Jordi Ardanuy en el “timo” (vaya, ¡qué otra cosa podía ser!) de los vampiros, quien describe la estructura de la simpatía por Drácula y de otras criaturas sobrenaturales rebuscando en los orígenes de este asunto, que en otra época disfrutó de la credibilidad que hoy tienen los abducidos. Jordi hinca el diente al misterio con un repertorio de experiencias y testimonios que dispara el interés de quienes ignoran desventuras y leyendas de los chupasangres europeos.
El libro que encargaron a mi amigo Luis R. González encierra la doble virtud de informar con erudición y ofrecer ejemplos divertidos sobre la cuestión del raptado por extraterrestres. Y en su obra dedicada a los ovnis Ricardo Campo, pese a su acostumbrada sobrecarga de adjetivos (redundante para el escéptico y repelente para el creyente abnegado), rebate los argumentos tópicos con que fatigan el deseo de creer los enamorados de la hipótesis extraterrestre.
Hay libros de la serie que no leí o cuya lectura no completé, como el de Carlos Santamaría y Ascensión Fumero sobre Psicoanálisis, el de Gonzalo Puente Ojea dedicado a la religión (otro ejemplo paradigmático donde el apelativo “¡Vaya timo!” queda chico), el celebrado monográfico de Eugenio Fernández Aguilar, que desmonta la conspiración lunar defendida por los escépticos de la Misión Apolo, y el seguramente esclarecedor ensayo de Ernesto Carmena sobre el creacionismo.
La cosa es que decidí liberar mis reflexiones a propósito de esta colección porque no sobran libros críticos en español sobre estas materias, mayormente dominadas por la literatura comercial de entretenimiento, el charlatanismo o el periodismo superficial, y porque desde hace poco es posible conseguir sus ejemplares en Sudamérica a través de la exportadora de libros La Panoplia de Libros, la cual -según reza su web- trabaja con las mejores librerías y distribuidoras de cada país (salvo Colombia, donde la colección es distribuida por Siglo del Hombre).
Para terminar, si bien sé que exponer mis ideas sobre el concepto que rige a una colección bien intencionada puede incomodar, también debo decir que estos libros son una necesidad. En medio de ese oleaje de contradicciones estamos y pese a las inclemencias celebro a la colección de Laetoli (llámese como se llame).