Todos tenemos un nombre y poca gente lo debe cambiar por cuestiones profesionales, como sucede con guerrilleros, presidiarios y Papas. Es lo que primero llamó mi atención cuando supe que Jorge Bergoglio, al asumir como Papa, se iba a llamar Francisco. En la tele saludaba y sonreía, pero el hombre había empezado su nueva vida perdiendo su antiguo nombre. Había pensado en escribir sobre eso pero no sabía cómo encauzar el tema, así que lo anoté por si acaso. La cuestión del cambio de identidad me interesa, es algo que afecta a los superhéroes que quieren pasar inadvertidos en el mundo real y a las personas que desean reafirmar su nuevo yo tras una conversión religiosa.

Luego quise exorcizar algunas ideas sobre la relación cooperativa que mantuvo el cardenal con la dictadura militar, una mochila pesada en su biografía –y más pesada aún para la cúpula eclesiástica argentina, de la que Bergoglio fue parte activa. También pasó el tiempo, y nada.
Por último me cruzó como un rayo contar la intención que tuve de entrevistarlo a fines de los 90, es decir, en sus años pre-papables. Todos mis esfuerzos fueron en vano pese a que quise aprovechar una ventaja que el destino me puso a tiro: el mejor amigo de mi viejo, Alberto Bergoglio, era el hermano del cardenal. Pero conseguí otra cosa, el nombre de un contacto para que yo pudiera acceder a la biblioteca del Colegio El Salvador y así poder revisar los archivos de Benito Segundo Reyna, el sacerdote-ufólogo que tanta malasangre le había hecho pasar al actual Papa en los años setenta.
También se me cruzaron otras ideas. Como denunciar la sumisión nacionalista que provocó el nombramiento, que a veces llegó al patrioterismo entre algunos grandilocuentes ateos argentinos, o manifestar el desprecio que sentí cuando vi en las noticias los murales que desplegaron el peronismo en el Mercado Central y el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en la Avenida 9 de Julio. Ambos poderes le habían pasado con una topadora a la voluntad de los laicos, quienes consideramos a la asunción de un papa argentino una cuestión ajena, lejana e indiferente. (Estos fueron los temas del fotomontaje que acompaña este post. )

¿Por qué me despierta simpatía esta historia? Entre otras razones, porque su caso tiene un paralelismo ufológico innegable. Normando «Jesús» Anuar Sebufi (1932-2011), un argentino tanguero, peronista y contactado platilllista sobre el que me detuve en Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina (Random House, 2009), reclamaba reconocimientos similares para con los próceres del justicialismo. La asociación entre D.D.G. y Busefi es imposible de evitar (más si leímos el capítulo Mi marciano favorito, en el mismo libro).
Pero dejemos que nos cuente la historia del hombre de la galera y las pancartas a Cecilia, a quien le agradecemos su autorización para reproducir sus anotaciones y reflexiones, publicadas primero en su muro en Facebook y luego por DIVERSA.
Por María Cecilia Galera
Caminando por el Barrio de Congreso me encuentro con uno de los tantos personajes que merodean por la ciudad. Un hombre de mediana edad, sonriente, que desde una escalera y cubierto por pancartas, convoca mi atención. El cartel que lleva en su pecho muestra dos imágenes de Evita y el Papa Francisco. Sin dudar me acerco a conversar. D.D.G., siglas con las que firma sus carteles, me comenta que hace más de 20 años viene promulgando sus ideas políticas en la vía pública (frente al Congreso y en la Peatonal Florida), los días miércoles desde temprano y hasta que el cansancio le vence. ‘Peronista de nacimiento’, porta diversas consignas que renueva regularmente según los cambios en la agenda política y mediática. La última, que ubica en un lugar central de su cuerpo, hace referencia al aniversario del nacimiento de Eva Perón conmemorado el pasado 7 de mayo. Su propósito es pedir su santificación aprovechando la asunción del Papa Francisco. Para él, la gran obra de sanación y bienestar para ‘el pueblo’ que puso en acto Evita merecen este reconocimiento de la Santa Sede, no casualmente comandada ahora por un argentino y peronista. Recuperando estas cualidades de Jorge Bergoglio, junto con su trabajo territorial en las villas y su accionar cercano ‘al pueblo´, D.D.G. hace un paralelismo con el legado de Evita.

Entre las historias que va entrelazando, remarca la procedencia humilde de Eva Duarte y su afiliación católica y de ‘buena fe’, a pesar de las versiones contrarias que circularon posteriormente. Por otro lado, las dificultades que tuvo que padecer y su muerte trágica aun siendo joven, la asemejarían con las hagiografías de otros santos que padecieron una muerte temprana, y para él, sumamente injusta. ¿Cómo podría “nuestro” Papa, claramente peronista y cercano al pueblo, ignorar esto y no canonizarla? (he escuchado un optimismo y argumentos similares por parte de devotos del Gauchito Gil).

Descargar collage del editor (quien usó varias imágenes alusivas a la unción papal para confeccionar un líbelo (con magros resultados artísticos).
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